Por Yaiza Martínez
Tendencias21, 19/05/2014
En los años 90, yo misma creí que no se hacía buena poesía en España. Luego, gracias a Internet, cambié de opinión, pues esta vía me permitió conocer lo que de verdad está ocurriendo en nuestro país en poesía, que muchas veces no tiene mucho que ver con lo que se hace a nivel editorial o mediático.
Antes había que tener paciencia, e ir buscando a autores y autoras de calidad en blogs, Facebook, conversaciones con amigos –muchas de ellas, también a través de Internet-. Sin embargo, poco a poco, esa realidad está emergiendo (ha salido de la Red, salpica); permitiendo que la buena poesía de nuestro país se dé a conocer, y vaya perdiendo la mala fama que tenía, incluso allende los mares.
[...]
Víktor Gómez Ferrer nació en Madrid en 1967. Ha publicado los poemarios Huérfanos aún, Detrás de la casa en ruinas e Incompleto, así como Los barrios invisibles y las plaquettes En un tiempo de gran orfandad y Diciembre.
Además, es lo que ahora suele llamarse un “activista cultural”, pues coordina la Asociación Poética Caudal y participa en la línea editorial de la Fundación Inquietudes de Valencia.
Co-dirige la Colección ONCE de poesía y ensayo de Ediciones Amargord, junto a Javier Gil, y coopera con la Librería Primado de Valencia en actividades culturales. Esta colaboración quedó reflejada en 2011 en un libro coral titulado Por donde pasa la poesía, que refleja muy bien la variedad y riqueza de la poesía que se hace actualmente en nuestro país, que antes he mencionado.
El libro de Víktor del que hablamos hoy, Pobreza, ha sido publicado por la editorial Calambur y, tal y como sugiere su título, es un poemario de poesía social.
Cabría preguntarse, ¿y qué buen poemario no lo es, en tanto en cuanto siembra en nosotros una noción intuitiva de lo justo, nos ayuda a comprender que los otros somos nosotros mismos; y nos muestra la belleza como medio de redención, expresión y conocimiento?
Sería más correcto decir, por tanto, que en Pobreza nos encontramos con un poemario intencionadamente social, que sortea sin problemas uno de los riesgos que suele achacársele a la poesía intencionadamente social: el de convertirse en un panfleto.
Víktor Gómez consigue dar peso específico a este poemario –más allá del peso asfixiante de la realidad circulante, no poética, de la que habla- depositando enteramente en el lenguaje la responsabilidad de la expresión de dicha realidad.
Lo hace usando la fragmentación del lenguaje poético como reflejo de la fragmentación social; trasladando el ritmo del dolor al ritmo de su poesía o transformando las imágenes de un mundo desesperanzado, desgastado y carcomido, en potentes imágenes poéticas.
Así, el lector que se acerca a Pobreza se introduce en disonancias –sociales, lingüísticas-; en versos trabajosos como las realidades que expresan; en palabras sucias para la suciedad de la miseria; en un lenguaje que se levanta una y otra vez tras ser una y otra vez derrumbado; como el yo poético y los personajes de los que este nos habla.
Por tanto, para comprender la composición de Pobreza, su forma, creo que hay que tener en cuenta que, en este libro, la forma emula al contenido, y viceversa: el cómo es el qué.
En la última parte de Pobreza, titulada Jana, esto se hace obvio. En ella, las formas poéticas se suavizan, pues lo que se cuenta es también más suave. Aquí llega la noción de amor como bálsamo, como fuente de esperanza, y como finalidad de todo impulso de vida.
Pobreza parece decir en este punto que hay en lo íntimo una solución a la miseria; que existe para ésta una salvación, que mana de los vínculos. Igualmente que, tanto la pobreza como el amor, poseen su propio lenguaje distintivo.
Sobre esta conexión entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, el poeta granadino Antonio Mochón ha escrito, en la revista Tendencias21, que Pobreza “parte de una situación inicial clara: la penuria de la poesía, del lenguaje y, en última instancia, del mundo”.
Yo añadiría que Pobreza alcanza también una conclusión: el caos se aquieta en la oscuridad de la madriguera. Tal y cómo escribe el autor: “yo he convertido/ mi tristeza en luz/ yo/ que sólo soy/ un cuarzo en tus manos”.
Así que poesía social, sí, pero con propuesta; y con una perfecta combinación entre forma y fondo. Ambas características me parece que alejan al libro de lo panfletario.
Este Pobreza nos muestra, por otra parte, a un poeta maduro, con gran afán indagador en el lenguaje poético y en la realidad; y con un fuerte compromiso con su propia obra y, de nuevo, con la vida.
Para acabar, volviendo a los dos títulos, añadiría que no nos enfrentamos a libros fáciles, pues ambos, El plazo y Pobreza, son poemarios que exigen una atención especial, una implicación; que han de leerse con paciencia, por la cantidad de significados que encierran y los niveles de lectura que arrojan.
Pero que son dos buenos ejemplos de la poesía contemporánea de gran calidad que se está escribiendo hoy en nuestro país; y que pueden ayudar a comprendernos como seres imbuidos en un entorno actual –cotidiano, social, global- que nos zarandea sin tregua. Mientras, en lo íntimo, los poetas siguen construyendo pacientemente la esperanza, los lazos, y su verdad simbólica.
Víktor Gómez Ferrer nació en Madrid en 1967. Ha publicado los poemarios Huérfanos aún, Detrás de la casa en ruinas e Incompleto, así como Los barrios invisibles y las plaquettes En un tiempo de gran orfandad y Diciembre.
Además, es lo que ahora suele llamarse un “activista cultural”, pues coordina la Asociación Poética Caudal y participa en la línea editorial de la Fundación Inquietudes de Valencia.
Co-dirige la Colección ONCE de poesía y ensayo de Ediciones Amargord, junto a Javier Gil, y coopera con la Librería Primado de Valencia en actividades culturales. Esta colaboración quedó reflejada en 2011 en un libro coral titulado Por donde pasa la poesía, que refleja muy bien la variedad y riqueza de la poesía que se hace actualmente en nuestro país, que antes he mencionado.
El libro de Víktor del que hablamos hoy, Pobreza, ha sido publicado por la editorial Calambur y, tal y como sugiere su título, es un poemario de poesía social.
Cabría preguntarse, ¿y qué buen poemario no lo es, en tanto en cuanto siembra en nosotros una noción intuitiva de lo justo, nos ayuda a comprender que los otros somos nosotros mismos; y nos muestra la belleza como medio de redención, expresión y conocimiento?
Sería más correcto decir, por tanto, que en Pobreza nos encontramos con un poemario intencionadamente social, que sortea sin problemas uno de los riesgos que suele achacársele a la poesía intencionadamente social: el de convertirse en un panfleto.
Víktor Gómez consigue dar peso específico a este poemario –más allá del peso asfixiante de la realidad circulante, no poética, de la que habla- depositando enteramente en el lenguaje la responsabilidad de la expresión de dicha realidad.
Lo hace usando la fragmentación del lenguaje poético como reflejo de la fragmentación social; trasladando el ritmo del dolor al ritmo de su poesía o transformando las imágenes de un mundo desesperanzado, desgastado y carcomido, en potentes imágenes poéticas.
Así, el lector que se acerca a Pobreza se introduce en disonancias –sociales, lingüísticas-; en versos trabajosos como las realidades que expresan; en palabras sucias para la suciedad de la miseria; en un lenguaje que se levanta una y otra vez tras ser una y otra vez derrumbado; como el yo poético y los personajes de los que este nos habla.
Por tanto, para comprender la composición de Pobreza, su forma, creo que hay que tener en cuenta que, en este libro, la forma emula al contenido, y viceversa: el cómo es el qué.
En la última parte de Pobreza, titulada Jana, esto se hace obvio. En ella, las formas poéticas se suavizan, pues lo que se cuenta es también más suave. Aquí llega la noción de amor como bálsamo, como fuente de esperanza, y como finalidad de todo impulso de vida.
Pobreza parece decir en este punto que hay en lo íntimo una solución a la miseria; que existe para ésta una salvación, que mana de los vínculos. Igualmente que, tanto la pobreza como el amor, poseen su propio lenguaje distintivo.
Sobre esta conexión entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, el poeta granadino Antonio Mochón ha escrito, en la revista Tendencias21, que Pobreza “parte de una situación inicial clara: la penuria de la poesía, del lenguaje y, en última instancia, del mundo”.
Yo añadiría que Pobreza alcanza también una conclusión: el caos se aquieta en la oscuridad de la madriguera. Tal y cómo escribe el autor: “yo he convertido/ mi tristeza en luz/ yo/ que sólo soy/ un cuarzo en tus manos”.
Así que poesía social, sí, pero con propuesta; y con una perfecta combinación entre forma y fondo. Ambas características me parece que alejan al libro de lo panfletario.
Este Pobreza nos muestra, por otra parte, a un poeta maduro, con gran afán indagador en el lenguaje poético y en la realidad; y con un fuerte compromiso con su propia obra y, de nuevo, con la vida.
Para acabar, volviendo a los dos títulos, añadiría que no nos enfrentamos a libros fáciles, pues ambos, El plazo y Pobreza, son poemarios que exigen una atención especial, una implicación; que han de leerse con paciencia, por la cantidad de significados que encierran y los niveles de lectura que arrojan.
Pero que son dos buenos ejemplos de la poesía contemporánea de gran calidad que se está escribiendo hoy en nuestro país; y que pueden ayudar a comprendernos como seres imbuidos en un entorno actual –cotidiano, social, global- que nos zarandea sin tregua. Mientras, en lo íntimo, los poetas siguen construyendo pacientemente la esperanza, los lazos, y su verdad simbólica.
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