Lo que dejó la lluvia, de José Antonio Zambrano
Por Alonso Guerrero
El digital de Madrid, 5/05/2014
El pasado, y el futuro, son los territorios preferidos de la poesía. Nadie dudaría de esta afirmación. Toda la tradición a nuestro alcance la respalda. La poesía acuña mensajes permanentes cuando el poeta, convenientemente inspirado desde su presente, ha mirado hacia atrás o hacia adelante. Ambas miradas son siempre modos de nostalgia. En cambio, cuando la poesía se ha quedado en el presente, o el carácter de los poetas no ha podido escapar de él, el resultado suele adquirir extraños nombres: vitalismo, por ejemplo. Safo, o Sylvia Plath nunca miraron al pasado, ni pensaron en el tempus fugit; Szymborska, la poetisa polaca (a quien Zambrano cita -Así, por obra del azar, soy y miro- al comienzo de la tercera parte de Lo que dejó la lluvia), solía considerar que el presente es la vida, y que de los demás tiempos ni siquiera con la cultura puede construirse una maqueta. Lo que dejó la lluvia, el libro de José A. Zambrano recientemente publicado por Calambur, nos proporciona la visión de un cambio que han experimentado muy pocos poetas: Yeats, Rilke, Pasolini... No se trata de un mero cambio de punto de vista, pues todo punto de vista es vicario, irrelevante, sino de la aceptación vital de que sólo escribir desde el presente, y sobre el presente, procura al poeta un contacto verdadero con la verdad. En todos los poetas citados, a los que ahora hay que añadir a Zambrano, el pasado aparece como un conjunto de hechos, no como una playa en que el oleaje nos trae los recuerdos y, con el propio movimiento de la resaca, se lleva los trozos que ya hemos concedido a la muerte. El pasado deja de ser una escultura de la nostalgia, una escultura casi parnasiana, y se vuelve una herramienta para ver, construir y presentir lo que se siente y lo que se escribe. No es casual que Zambrano recurra, una vez más, a Edinda, una figura cálida de mujer a la que se ama y con la que se dialoga. El poeta la rescata porque, de nuevo, la necesita, como si quisiera decirnos que ya no es posible escribir poesía reflexionando, sino manteniendo una conversación. Ya la inspiración tiene que hacerse eco.
Este cambio no es brusco, sino -da la impresión- impuesto por la vida, precisamente por el tiempo. Si es así, sobre todo hablando de José A. Zambrano, su poesía ha de contenerlo hasta las últimas consecuencias. El presente que Zambrano ha descubierto, es vital, pero no metafísico. Va más allá: es ontológico. En Lo que dejó la lluvia no abandona sus temas, sus poéticas, su revisión continua de lo que la escritura debe contener y lo que ha de quedar fuera de ella, aunque hay algo en las referencias, en las fuentes que aparecen, que plantea nuevas preguntas sobre el ser. Sigo así, existencial y absorto a todo, declara en el poema titulado De otra manera. No se trata ya de la búsqueda de las certezas, una búsqueda que siempre ha obsesionado a Zambrano, sino de un impostergable y definitivo encuentro con ellas. Más que con las certezas, con la verdad. Las certezas cambian, la verdad, como decía Machado, es igual se diga al derecho o al revés. Es lo que parece que ha hecho Zambrano, darles la vuelta, a las certezas y a la verdad, mirarlas pensativo igual que si mirara su epitafio. Todo poeta es machadiano cuando llega a esa verdad, incluido el propio Machado, que sólo llegó a ser machadiano con aquellos cielos azules y aquel sol de la infancia. Escribo útilmente para el olvido, verso contenido en “Nada serio”, es una declaración seria en sí misma, ontológica, un juicio sobre el oficio y sobre el ser y, sin embargo, atado a la picota de eseútilmente. La palabra trabaja en su propia disolución, en definitiva. Es lo más concluyente en el libro: sólo pertenecemos al presente, a una cronología aislada y enormemente sentimental en la que nos movemos, la única que valida cualquier palabra con propósito de verdad. Sin embargo, el tiempo, como instrumento que acumula un aprendizaje ineludible, sigue teniendo la clave: lo que enseñan los años:/ que hay sólo una verdad,/ lo demás es la niebla. Vivimos con la conciencia de que esa verdad se nos escapa, pero parte de lo que la poesía utiliza como instrumento sólo sirve para buscar quimeras. Zambrano sabe que el presente empieza a fundirse con el futuro -igual que un río que pierde su memoria/ y va a otro río-, y ese futuro sólo puede ser la obra. El último poema del libro es, en efecto, un epitafio. Mensaje final, reza el título. Las palabras, el candor que sustentan el poema son de Zambrano, pero parecen una decantación venida del futuro, de lo que el poeta será, de lo que lega. Puede que este libro no sea más que otro paso en el largo camino de perfección de José A. Zambrano. Todos desearíamos, a tenor de lo que nos lleva entregando en los últimos años, que nunca la alcanzara.
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