Mostrando entradas con la etiqueta Herrera Ángel Antonio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Herrera Ángel Antonio. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de mayo de 2015

Noticia: Presentación de El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera en la Casa Encendida


     Presentación del libro “El piano del pirómano”, de Ángel Antonio Herrera, el  martes 2 de junio de 2015 a las 19:00 horas en La Casa Encendida


     Localización: Sala audiovisual
     Martes 2 Junio, de 19:00 a 21:00 h.
     Precio: gratuito

   Lectura y presentación del último libro del poeta Ángel Antonio Herrera, “El piano del pirómano”, publicado por Calambur. Participarán, junto al autor, los poetas Ignacio Elguero y Antonio Lucas, y el editor Emilio Torné.


     Ángel Antonio Herrera (1965) es autor de los poemarios “El demonio de la analogía”, “En palacios de la culpa”, “Te debo el olvido”, “Donde las diablas bailan boleros” y “Los motivos del salvaje”. Dos antologías reúnen su obra poética, “El sur del solitario” y “Arte de lejanías”. Paralelamente, ha publicado la novela “Cuando fui Claudia”, la biografía “Francisco Umbral”, o el diccionario de famosos “Esto no es Hollywood”, entre otros libros de diverso género. Ha cumplido treinta años de oficio en el cronismo o columnismo literario. También ejerce en radio y televisión. En la presentación de “El piano del pirómano”, su última obra, acompañarán al autor el editor Emilio Torné y los poetas Ignacio Elguero y Antonio Lucas.


lunes, 11 de mayo de 2015

Reseña: El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera en la revista Leer (Marzo 2015)

Reseña de El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera en la revista Leer (Marzo 2015)

Carbones emocionados últimos los de un poeta huérfano  con el minutero alerta a las tragedias que matan la esmeralda en las familias. Los versos de Ángel Antonio Herrera se apuran dejando el poso de una amargura diríamos senequista y se construyen desde el desvarío esdrújulo para un autor que asegura que hay panteras menesterosas. 

Suya es la complacencia de morir arruinado; de aquel que tras disfrutar de "la colección de la inútil y la furia de la efímero" llegado el tiempo supo irse. Cantor de errancias y geometrías del exceso en convivencia con placeres audaces, este herido de belleza advierte al lector de la importancia de viajar con los ojos abiertos, justo para atisbar esas muchachas que como versículos en flor proliferan a lo largo de todo el libro, que rezuma segura muerte escrita en calendarios. 

Declarado asesino de metáforas oscuras que borran las pérdidas, transcribe la deriva del corazón en un "vecindario de tiniebla que añade belleza al incendio", porque como buen navegador de pianos en noches ebrias, el poeta no se reconoce en la emoción pasada. Para alguien que como él, partidario de los devaneos y remiso de veranos que ya no son sutura, el secreto está presente en todo el poemario, por cuanto "todo verso silencia el relato de un robo".


Alicia González

Reseña: El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera, en la revista Mercurio 171 (Mayo 2015), escrita por Javier Lostalé.

Reseña de El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera, en la revista Mercurio 171 (mayo 2015), escrita por Javier Lostalé




Poesía en la que un yo militante, empeñado en horadar la existencia hasta
su pulpa, habla en voz alta consigo mismo hasta crearnos a los lectores una biografía dentro de su voz. Y lo hace mediante una sucesión de imágenes sorprendentes, fruto de una intuición desveladora de las pulsiones más íntimas del ser humano.
La poesía está latente en todo, basta con que la mirada vea más allá de lo que la realidad nos ofrece y exista un estado intelectual y emocional capaz de bucear en el origen de cuanto existe, de buscar lo esencial y habitar lo permanente. Es también la poesía el pulso de lo invisible, y su concepción necesita del organismo vivo de la lengua. Todo esto lo conoce muy bien Ángel Antonio Herrera que, por su condición de periodista, cronista y columnista, aplica su bisturí para abrir en canal el corazón más visible y efímero de lo social. Y sabe al mismo tiempo pasar al otro lado para habitar lo que de eterno hay en la verdad humana y la belleza, hospedado en un lenguaje tan complejo y rico como el barroco, tan navegador por el subconsciente como el surrealismo y con tan potentes metáforas como las alumbradas por la alta temperatura de su imaginación. Así lo ha demostrado en los seis poemarios publicados hasta hora incluyendo el
último, El piano del pirómano (Premio Internacional de Poesía Barcarola), publicado por Calambur, donde también hemos podido leer Donde las diablas bailan boleros y Los motivos del salvaje.
El piano del pirómano, poema en prosa dividido en veintinueve partes, expresa muy bien el carácter de partitura de una vida extrema que representa este libro. Vida en el límite que con todo su riesgo la poesía de Ángel Antonio Herrera no sólo refleja, sino que comete, pues hay en ella una constante acción interior no desvinculada del exterior, de los otros (...) “que no sólo daremos vino a la causa del solitario, sino compañía a los afectos de la fiera, y azúcares al corazón de cualquier desahuciado, y sutura de oasis a la deriva de los que miran el día y ven la misma nada de tardanza”. Se trata de una poesía en la que un yo militante, empeñado en horadar la existencia hasta su pulpa, habla en voz alta consigo mismo hasta crearnos a los lectores una biografía dentro de su voz. Y lo hace mediante una sucesión de imágenes sorprendentes, fúlgidas, fruto de una intuición desveladora de las pulsiones más íntimas del ser humano que, al concatenarse, cobran un sentido de totalidad donde la soledad,
el daño, el miedo, el peligro, el placer, los cuerpos, la infancia, los recuerdos, la melancolía. Todo el entramado físico y anímico de la vida, son perforados por
el lenguaje hasta revelarse desnudos tanto en la idea como en su emanación emocional. Pongo un ejemplo: “La oscuridad la conozco por dentro, cuando el daño decide sus manadas, y el miedo se gusta como un palacio desierto”.
El piano del pirómano está escrito desde la consumación 
y la quemadura, desde “el entendimiento de la vida como
un desván salvaje”; y entre sus elementos basales se encuentran la noche con sus arritmias y veneno (“el corazón lo tengo de nocturna alcurnia”, dice el poeta); la alteración del concepto del tiempo, pues en lo no sucedido
ya respira el pasado, y también
su corporeización, hasta
hacerse cráneo, por la ausencia medular del padre; la música y
su capacidad de abrir el seno de la existencia para iluminarla sin intermediarios y las muchachas siempre en danza que sólo en
su vuelo quedan, vampiras que
en amor amanecen muerte. A lo que debo añadir en esta síntesis lectora de una poesía tan rica,
su poder transustanciador de
lo real y su métrica y sintaxis encarnadas, el entendimiento
de la escritura como un acto de conciencia, con imaginación de imanes. Poesía para arrojarse a la plenitud de ser.

Podéis encontrar la notícia en la revista Mercurio.

lunes, 4 de mayo de 2015

Reseñas: El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera, por Jorge de Arco en "Granada Cultural"


“Poesía, en suma, escrita desde los adentros, que se llueve en su costumbre y en su porvenir y que anhela desvelar la frágil ebriedad de la existencia, la médula de la dichal”.Reseña de El piano del pirómano de Ángel Antonio Herrera (Calambur, 2014), por Jorge de Arco en “Granada Cultural” (marzo 2015).

Tres años después de la publicación de “Los motivos del salvaje”, Ángel Antonio Herrera (1965) da a la luz su sexto poemario, “El piano del pirómano” (Calambur. Madrid, 2014), galardonado con el premio “Barcarola”, en su XXIX edición.

En su anterior entrega -ya citada-, el poeta albaceteño incluía en su pórtico una cita de Pablo Neruda: “Escucho a mi tigre y lloro a mi ausente”. Ahora, en uno de sus textos iniciales, anota: “He venido a fundar una métrica del tigre, un cuaderno de añadidura cuya lira arañe en lo ahondado, un parlamento de mágicas lámparas donde pueda verse que hay en el tambor del alba un daño dormido”.

Con esta intención profunda y totalizadora, se vertebra un volumen que sirve como desahogo confesional y que ahonda en los mimbres que sostienen el decir de su ayer y su mañana: un flujo torrencial, pero riguroso, cuyo cántico se crece de daño y de dicha, y que deviene en un discurso enajenado y ferviente: “No estoy con la suerte que evita la selva, ni entiendo que sea la vida sin un desván salvaje. Amo la noche de escultura parecida al relámpago (…) Sigo ensayando una santidad de incendio para volver a las andadas, un desperfecto de ternura para mejorar el recuerdo siguiente”.

Para esta ocasión, Ángel Antonio Herrera ha elegido la prosa poética -aunque también podría tratarse de un versículo dilatado y sonoro-, y lo ha hecho, según el mismo declaraba días atrás, porque  “quería para este libro de excesos un molde de desmesura, o sea, ningún molde. Para que el lenguaje trabajara libérrimo, barroco hacia dentro y viajara lejos. Se trataba de escribir a lo ancho, con todo el desacato al galope musical”. Ese galope, en ocasiones, desbocado, esa desmesura, en otras, arrolladora, tiene tras de sí el oficio de un escritor que se afana en descifrar su íntima conciencia y ofrecerla -febril o desconsolada- a corazón abierto.

La tensión lingüística que destilan estas páginas, la compleja comunión que asoma por entre la orfandad de su verso y la audacia de su verbo, la intensa y extensa concentración, al cabo, a la que somete al lector, suman atractivos para que las notas de este piano se incendien frente al cristal de un yo lírico nostálgico y deudor: “Me sucede la intuición del desconsuelo y la molienda de la melancolía. Con mi largo revólver avalo al que prefiere la incógnita. Me inspiran epístolas de vampiro, las plácidas muchachas que al atardecer se perfuman para nadie”.

Detrás de la piel candente de las palabras, hay una temática que roza la tristura, la muerte (“qué último carbón se emociona si pulso la pureza de la mácula de aquel septiembre cuando se acabó una madre que fue la mía”), la soledad, el miedo…, pero también el amor, que con fiereza y sin tardanza, se ovilla entre la necesaria y almada certeza que reclama todo ser humano: “El ver
ano me ama. Mato la negrura con metáforas. Entreno la veteranía de sorprender a la belleza entre dos riesgos. Un día mejor, amé en el sur, tuve padre, dije paraíso”.

Poesía, en suma, escrita desde los adentros, que se llueve en su costumbre y en su porvenir y que anhela desvelar la frágil ebriedad de la existencia, “la médula de la dicha”.

Jorge de Arco