Por Amelia Castilla
Babelia, 10/05/2014
Gracias a @manuelrreina por la fotografía |
Antonio Hernández ultima novela y poemario, tras ser aclamado con el Premio de la Crítica por Nueva York después de muerto
Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1943) no dispone de un único rincón de trabajo. La poesía la escribe en una vieja Olympia ubicada en el dormitorio; la narrativa, en una máquina de escribir eléctrica ubicada en otro cuarto de la casa, y los “artículos variopintos” los almacena en el ordenador. En las paredes del salón cuelgan una serigrafía de Picasso, un dibujo de José Hierro y otro de Loureiro. Bajo esa inspiración pictórica se sienta a releer y corregir. “Soy un seguidor absoluto de Juan Ramón; procuro moverme en todos los metros y las distancias”, cuenta ene l sofá de la sala. “En mi caso, la prosa pasa por dos fases: lo espontáneo del momento es sometido posteriormente a lo consciente. El poema sale, lo dejo descansar y después corrijo”. Sobre la mesa reposan esta mañana los folios de su nuevo poemario, En la misma piedra, con el relativismo como base, pero con unas gotas de memoria y sentimiento. Todavía tardará al menos un año en entregarlo a la editorial, pero algunos poemas ya tienen título, como ‘Un momento con Hegel’: “Tesis: cielo, paraíso / antítesis: infierno, Hades. / Síntesis: melancolía”. En paralelo a los cambios en el poemario corrige una novela en la que glosa La isla del tesoro con rasgos de su biografía y su familia.
El sur, el amor, la vida y la muerte. Temas eternos visionalizados desde una moral avanzada marcan la obra de este creador. “Los temas no definen a un poeta, lo importante es cómo los toca y el tono”, añade. Heredero de la poesía totalizadora de Luis Rosales, al que siempre se refiere como “maestro”, el autor de El mar es una tarde con campanas le suma a la base lírica elementos del teatro y de la narrativa hasta completar un puzzle. No encuentra una generación a la que adscribirse, aunque, según la teoría que se aborda ahora, estaría entre los poetas del 68. Como escritor ha hecho lo que define como “realismo socialista, pero no político. Mi único componente ideológico va unido a la defensa de los desfavorecidos. Diría que soy un progresista mesurado o, como apuntó Machado, un jacobino mesurado”.
Hernández ha publicado más de cuarenta libros, incluido uno sobre el Betis, y ha sido traducido a 21 idiomas, pero hace unas semanas recibió el Premio de la Crítica —“a mi juicio, el más prestigioso”– en el apartado de poesía por Nueva York después de muerto (Calambur), un cruce de caminos en el que las vidas de Rosales y de Lorca acaban encontrándose. La crítica lo valoró como un título “sorprendente y arriesgado”. Dividido en tres apartados, el libro concluye con la decadencia de Rosales, que arranca con la embolia cerebral que le obligó a aprender a leer y a escribir. En esa dura etapa final, su discípulo hacía las veces de Lazarillo. La cola de Nueva York después de muerto es el episodio de la muerte del poeta. Junto con Caballero Bonald, Hernández es el único poeta vivo que ha recibido en dos ocasiones este premio.
Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1943) no dispone de un único rincón de trabajo. La poesía la escribe en una vieja Olympia ubicada en el dormitorio; la narrativa, en una máquina de escribir eléctrica ubicada en otro cuarto de la casa, y los “artículos variopintos” los almacena en el ordenador. En las paredes del salón cuelgan una serigrafía de Picasso, un dibujo de José Hierro y otro de Loureiro. Bajo esa inspiración pictórica se sienta a releer y corregir. “Soy un seguidor absoluto de Juan Ramón; procuro moverme en todos los metros y las distancias”, cuenta ene l sofá de la sala. “En mi caso, la prosa pasa por dos fases: lo espontáneo del momento es sometido posteriormente a lo consciente. El poema sale, lo dejo descansar y después corrijo”. Sobre la mesa reposan esta mañana los folios de su nuevo poemario, En la misma piedra, con el relativismo como base, pero con unas gotas de memoria y sentimiento. Todavía tardará al menos un año en entregarlo a la editorial, pero algunos poemas ya tienen título, como ‘Un momento con Hegel’: “Tesis: cielo, paraíso / antítesis: infierno, Hades. / Síntesis: melancolía”. En paralelo a los cambios en el poemario corrige una novela en la que glosa La isla del tesoro con rasgos de su biografía y su familia.
El sur, el amor, la vida y la muerte. Temas eternos visionalizados desde una moral avanzada marcan la obra de este creador. “Los temas no definen a un poeta, lo importante es cómo los toca y el tono”, añade. Heredero de la poesía totalizadora de Luis Rosales, al que siempre se refiere como “maestro”, el autor de El mar es una tarde con campanas le suma a la base lírica elementos del teatro y de la narrativa hasta completar un puzzle. No encuentra una generación a la que adscribirse, aunque, según la teoría que se aborda ahora, estaría entre los poetas del 68. Como escritor ha hecho lo que define como “realismo socialista, pero no político. Mi único componente ideológico va unido a la defensa de los desfavorecidos. Diría que soy un progresista mesurado o, como apuntó Machado, un jacobino mesurado”.
Hernández ha publicado más de cuarenta libros, incluido uno sobre el Betis, y ha sido traducido a 21 idiomas, pero hace unas semanas recibió el Premio de la Crítica —“a mi juicio, el más prestigioso”– en el apartado de poesía por Nueva York después de muerto (Calambur), un cruce de caminos en el que las vidas de Rosales y de Lorca acaban encontrándose. La crítica lo valoró como un título “sorprendente y arriesgado”. Dividido en tres apartados, el libro concluye con la decadencia de Rosales, que arranca con la embolia cerebral que le obligó a aprender a leer y a escribir. En esa dura etapa final, su discípulo hacía las veces de Lazarillo. La cola de Nueva York después de muerto es el episodio de la muerte del poeta. Junto con Caballero Bonald, Hernández es el único poeta vivo que ha recibido en dos ocasiones este premio.
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