
"No es un libro póstumo, Campos lo cuidó hasta el último detalle, dice Emilio Torné"
El jueves 19 de marzo, a las 20,00 h, se presentará, en la sede del Club de Prensa Canaria, la reedición de Liverpool (Calambur 2008), publicado inicialmente por José María Millares Sall en 1949, cuando contaba con 28 años y que fue "silenciado durante la posguerra". El poeta ha sido recientemente nombrado Premio Canarias de Literatura 2009.
El acto de presentación de Liverpool contará con la presencia del propio escritor de 88 años de edad, la consejera de Cultura del Cabildo, Luz Caballero, la escritora y editora Elsa López, el poeta y ensayista madrileño Miguel Ángel Muñoz (en representación de la editorial Calambur), y el ensayista y ganador de la última edición del Premio Viera y Clavijo de Investigación de las Letras, Antonio Becerra.
Liverpool es, todavía hoy, uno de los libros "más sorprendentes de la posguerra", pero que sin embargo, pasó casi desapercibido para los lectores y fue silenciado por la crítica en aquellos años de poetas celestiales y sonetos arraigados. Dos años después, en 1951, la prohibición de Planas de Poesía por la censura y el procesamiento de José María Millares Sall acabaron de enterrar aquel libro que enlazaba con la mejor herencia del expresionismo y el superrealismo de entreguerras.
Para Rodríguez Padrón, 'Liverpool' resulta de "primerísima necesidad en el discurrir de la poesía española de estos sesenta años. 'Liverpool' es un libro diferente y excepcional porque supone una identificación de la realidad poética con la experiencia del individuo".
En su opinión, los seis poemas del libro "están movidos por una energía espiritual que es moral: introducen en la realidad lo que el escritor piensa de su difícil encaje como individuo en el mundo, ajena a ese maniqueísmo tan gustoso a la poesía española, porque la acción poética interviene e interfiere la realidad con voluntad de ruptura".
AGENCIA EFE (León), 12 de febrero de 2009
Editan cartas de Quevedo, del periodo final de su vida
Editorial Calambur acaba de publicar Cartas de Francisco de Quevedo a Sancho de Sandoval (1635-1645), recopiladas por Mercedes Sánchez Sánchez, que recogen correspondencia epistolar del tiempo en el que el escritor estuvo preso en León.
En 1639 Francisco de Quevedo fue detenido en casa del duque de Medinaceli y conducido a la cárcel de San Marcos de León, por razones de Estado, donde estuvo hasta 1643.
Según la editora madrileña, el corpus epistolar publicado ahora sirve para acercar, de la mano de don Francisco de Quevedo, al periodo 1635-1645, en el que España se ve envuelta en guerras, con frentes en el interior y en el exterior, aunque el escritor no supo cómo acabaron la mayor parte de los conflictos que vio iniciarse.
Quevedo comparte con Sancho de Sandoval, vecino en Beas de Segura (Jaén), sus preocupaciones sobre la marcha de los intereses de España, en unas cartas que reflejan al noble pendiente de las noticias de la Corte y al encarcelado que padece y sale de prisión, cuando ve acercarse la muerte.
Mercedes Sánchez Sánchez es doctora en Filosofía y Letras. En el año 2003 obtuvo el Premio Rivadeneira de la Real Academia Española, y actualmente desarrolla su labor profesional en el Corpus del español del siglo XXI, en la Real Academia Española.
Sánchez ha centrado su labor investigadora en el epistolario de Quevedo y ha localizado y editado varias cartas inéditas y autógrafas del escritor, y su tesis doctoral es el origen de este libro que ahora ve la luz.
ANTHROPOS, febrero de 2009
Nada es una gran palabra. Decimos nada para indicar que la realidad es tan escasa que no se ve, nada para restar importancia a las cosas que pudieron tenerla, nada para disculpar al otro –a una mismo– del error cometido, del daño hecho.
Una lección que da la vida es que nada es lo que parece. Por eso, Kepa Murua ha elaborado un primer balance de su vida en No es nada, su último título, publicado a finales de este invierno por Calambur. Es un libro más extenso de lo habitual donde el poeta vasco reflexiona, propone, medita y resuelve el nudo que la vida pone delante de nuestra cara cada día.
Aunque a veces resolver es decir demasiado. Desde el título queda claro que el poeta moderno, si lo es, es humilde en su tono y prudente en su certeza. La humildad se demuestra en el tono bajo de voz; la prudencia, en la forma de caminar despacio. Y en un libro, eso se nota cuando las palabras rebuscadas dejan sitio a las simples, cuando las grandes frases se pronuncian sin énfasis y las verdades se realzan por la niebla de la duda. Si el título anuncia una conclusión que parece definitiva, el último poema, con ese todavía que nos remite a una lectura provisional de la vida, deja abierta una labor que resulta incesante: la de pensar y repensar lo que nos sucede.
Así es No es nada, con sus cambios de tono como un crepúsculo entre luces o una canción donde el oro y la plata, el pasado y el presente, se dan la mano en los recuerdos del escritor. Los poemas de este nuevo Murua destellan por su intimidad, y por una meritoria limpieza formal. Construcciones exigentes y medidas, con poemas de estrofas iguales que sugieren al lector oficio, inquietud y templanza.
Imagino a Murua mirando la vida por una ventana, hablando con su amigo en voz baja, escribiendo despacio en una mañana de sol. Y comprimiendo todo ello en un libro que supone un gran avance en forma y fondo sobre anteriores. El amor, la culpa, el perdón, la amistad o la muerte son tratados sin solemnidad, como sucede siempre en la existencia, donde nadie tiene la palabra definitiva.
Los libros de poesía deben sugerir al lector una voz y darle vida en el espacio y en el tiempo. Poner al hombre ne su casa, en un funeral, en una sobremesa de platos sucios y migas de pan. Cuando lo logran se convcierten en obras de arte donde la música de la palabra se hace palapitación y conocimiento, emoción y verdad. No es nada lo consigue si se lee también a media voz, recreando a Murua en su ventana, en su mañana, en su vida diaria que es la de todos, con esa mezcla de alegría y terquedad que tiene la vida que pasa, el tiempo que llega.
PEDRO TELLERÍA
Abc, 11 de febrero de 2009
Una nueva resurreción. Así es como debe definirse El cuarto día (Calambur), un nuevo, bello e intenso ejercicio poético que Cecilia Quílez ha regalado a sus sedientos lectores. Sedientos porque su cuidada lírica es recibida como un idílico manantial en medio del desolador desierto.
Su andadura comenzó hace ya tiempo, pero su estela se ha ido haciendo intensa y amenaza con quedarse en el imaginario vital de todo aquel que se acerque a su poesía. No hay duda, El cuarto día engancha como la droga más potente e inofensiva, esa sustancia incorpórea que se diluye en la conciencia, a medio camino entre el raciocinio (el mismo que te aleja de la extraña sensación de felicidad) y el irrefrenable deseo de disfrutar de cada momento como si fuera el último.
Ha sido un proceso largo, no sin cierto temblor esquizofrénico por la dualidad sentimental que supone cerrar un proyecto y verse inmersa, sin saber muy bien cómo, en uno nuevo y extenuante. Si para la autora su anterior libro, Un mal ácido, significó una muerte, El cuarto día la ha permitido respirar de nuevo, emerger «del agua de mis primeros recuerdos».Quílez sale al encuentro del mundo, se relaciona con él, lo colorea de dulces matices aterciopelados y regala otro mundo. Un mundo, ahora más que nunca, posible.
Un bello resurgir
Como todo resurgir, en el camino ha dejado desolación y algo de tristeza, pero Quílez, decidida a derrotar con valentía «aquello que te ha devorado el alma», sale victoriosa de una lucha tan literariamente encarnizada. «Los poemas de El cuarto día recorren el camino de seguir buscando otros estados idílicos que nos sigan haciendo dichosos». Una euforia, consecución vital de la autora, que se contagia al lector verso a verso, palabra tras palabra, hasta cerrar la última de las 66 páginas que componen el libro publicado por «Calambur».
Cecilia Quílez tiene claro cuál es el lugar que debe ocupar el poeta, en medio de la fangosa existencia que a día de hoy nos aturde hasta dejarnos sin respiración. «La poesía es el espacio que hay entre esa realidad y la aceptación de nuestro propio desenlace. En ese lugar domina la memoria y la ensoñación por lo pasado y lo futuro. Y la verdad, que es el presente, sea como sea».
Una verdad, encadenada al presente, que Quílez dulcifica al lector para presentarle un pequeño (pero grande al tiempo) universo de intensos sentimientos, descritos desde «la llaga o la euforia». Se reconoce a sí misma como poeta solitaria y tiende a escapar de las multitudes líricas, pero en El cuarto día Quílez sale al encuentro del mundo, se relaciona con él, lo colorea de dulces matices aterciopelados y regala otro mundo. Un mundo, ahora más que nunca, posible.
INÉS MARTÍN RODRIGO