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lunes, 4 de enero de 2016

Reseña: Cuba y la guerra civil española, por Milena Rodríguez


Reseña de Milena Rodríguez Gutiérrez, en la revista LETRAL

foto de Jesús García Latorre,
http://wdb.ugr.es/~milena/



Desde hace varios años, un equipo de investigadores dirigido por el profesor de la Universidad Complutense Niall Binns viene trabajando en un valioso proyecto: rastrear la memoria y el papel de los intelectuales hispanoamericanos en la guerra civil española. Se trata de un proyecto muy ambicioso, pues Binns y su equipo se han propuesto no sólo una aproximación de conjunto a este tema, sino, sobre todo, un recorrido particular, profundo y detallado por cada uno de los países hispanoamericanos. Resultado de esta investigación ha sido la edición de varios volúmenes que recogen los documentos escritos en diversos países: Ecuador, Chile, Perú y Argentina, publicados en la editorial Calambur, dentro de la colección “Hispanoamérica y la Guerra Civil española”, creada por el propio Binns.



Este año, Binns, junto a Jesús Cano y Ana Casado, acaba de editar el volumen correspondiente a Cuba. Se trata de una edición de casi 800 páginas, dedicada a uno de los países hispanoamericanos con mayor presencia e implicación en la contienda española, sobre el que escriben los propios editores: “de ningún país de América Latina llegaron tantos voluntarios a la guerra civil como de Cuba [más de mil, se indica en otro lugar]; en ninguno, quizás, se viviera el conflicto español con tanta pasión, y en ninguno se ha mantenido tan viva la memoria de esa guerra”. El volumen cuenta con una extensa introducción que lleva a cabo una labor loable: situar el complejo contexto histórico‑político de Cuba durante los años previos a la guerra, describir la amplia comunidad de españoles residentes en la isla en esas fechas, y ofrecer un balance de las dos posiciones mantenidas por los intelectuales: la defensa de la República, o el apoyo al franquismo. A continuación se recogen los escritos de autores individuales y, también, editoriales u otros documentos de las publicaciones cubanas de la época que dedicaron una atención sostenida a este acontecimiento histórico, como las revistas Bohemia y Mediodía o el periódico Pueblo.



Los editores no se limitan a reproducir los documentos, sino que los acompañan de notas eruditas, en las que ofrecen una amplia y muy documentada presentación de los autores y materiales recogidos. Estamos ante un libro donde el protagonismo lo tienen los textos y documentos, y en el que, siguiendo la perspectiva de los estudios culturales, se han incluido, junto a los específicamente literarios, documentos periodísticos, o incluso otros cuyo valor reside en su carácter histórico. Esta circunstancia confiere al volumen una gran riqueza y permite a los editores trazar un panorama muy completo en torno a las posiciones de la intelectualidad cubana del momento, entendida en su sentido amplio. Aquí están, desde luego, los intelectuales cubanos que más reflexionaron en torno a la guerra civil española y se posicionaron en defensa de la República (Carpentier, Guillén, Marinello, Pablo de la Torriente Brau, Chacón y Calvo, Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo, Mirta Aguirre, Teté Casuso); pero también otros, cuyos escritos resultan mucho menos conocidos, como Virgilio Piñera, Emilio Ballagas, Gastón Baquero, Jorge Mañach, Fernando Ortiz o Fina García Marruz. Junto a ellos, figuran los propios voluntarios (Policarpo Candón), o figuras políticas (Fulgencio Batista o Eduardo Chibás), o los hispano-cubanos o exiliados españoles residentes en la isla que dieron a conocer sus posturas políticas en publicaciones cubanas (Luis Amado Blanco, Alberto Bayo, Manuel Millares Vázquez). Volviendo a los textos, habría que decir que estos abarcan casi todos los géneros literarios y muchas tipologías discursivas: la poesía, la epístola, el relato, el artículo periodístico, la novela, el teatro, el discurso político, la crónica, la entrevista, el diario, la canción, el manifiesto, la alocución radial, y hasta la encuesta y el telegrama; aunque predominan los artículos periodísticos y los poemas. A pesar de la extensión del volumen, la abundancia del material no permitió a los editores recoger todos los documentos existentes, por lo que en numerosos casos, los documentos que se reproducen constituyen sólo una muestra de lo escrito sobre este asunto por un determinado autor. La diversidad de aristas que contemplan los documentos es también notable; encontramos, por ejemplo, el lamento por la muerte de un amigo; la denuncia de los horrores de la guerra, donde la inocencia y el sufrimiento de las víctimas infantiles ocupa un lugar central; la arenga o el panfleto en apoyo de uno u otro bando; la exhortación a la ayuda material al pueblo español; la descripción de la dramática situación en ciudades como Madrid o Barcelona; o el homenaje a Federico García Lorca (casi un subgénero entre los materiales recopilados), a Antonio Machado, a Miguel Hernández o a León Felipe.




Numerosos hechos que nos dan a conocer estas páginas ejemplifican inequívocamente esa pasión cubana ante el conflicto a la que se refieren los autores del volumen. Menciono dos: la labor de la denominada Asociación de Auxilio al Niño del Pueblo Español (que va apareciendo una y otra vez a lo largo del estudio), que funcionó en Cuba desde 1937 a 1939, y cuyo órgano oficial fue la revista ¡Ayuda!; una asociación que llegó a tener 300 mil socios en la isla y que creó en Sitges, en 1938, con sus propios fondos, un refugio para niños, la Casa-Escuela “Pueblo de Cuba”. O la encuesta que llevó a cabo la revista semanalBohemia durante varios meses de 1937 y que entregó una “Boleta de las Simpatías en la Guerra de España”, donde los lectores debían elegir, marcando con una cruz, si se sentían afines a los “Leales” o a los “Rebeldes”, y en la que añadían también comentarios; una encuesta que llegó a asombrar y a desbordar a los editores de la revista por la enorme cantidad de respuestas recibidas, que llegaron a ocupar hasta ocho páginas de la publicación, y en la que fueron mayoritarias las simpatías hacia los “Leales”.




Estamos, sin duda, ante una investigación rigurosa y ante un aporte de gran valor y utilidad en diversas direcciones: la contribución a la documentación en torno a la Guerra Civil; pero también a la historia de Cuba y del pensamiento en la isla, no sólo alrededor de la contienda española, sino de la propia idea de España. Entre otras reflexiones, la lectura de estos documentos nos hace preguntarnos por las causas de la “pasión cubana” ante el conflicto. Y la respuesta, creo, no es sólo una. Influyó la frustrante situación política en la isla, que hizo poner las energías en otras latitudes. Pero también ofrece algunas claves el poeta Emilio Ballagas en su artículo dedicado a León Felipe; texto que me hace recordar el espléndido ensayo de Moreno Fraginals Cuba/ España. España/Cuba que, aunque no se centra en este período histórico, proporciona, acaso como pocos libros, numerosos elementos para explicar las relaciones entre ambos países. Dice Ballagas: “España nos conquista ya por la tragedia de su pueblo ejemplar y por el amor de sus mejores hombres. Una conquista sin la espada y sin ese revés de la cruz que ocupa el Diablo”.


Para seguir leyendo, véase revista LETRAL, nº 15 (2015).

Reseña: Perú y la guerra civil española, por Julio Isla Jiménez

Esta reseña fue publicada en el nº 6 de la revista peruana LUCERNA. REVISTA DE LITERATURA, en diciembre de 2014.


En los conflictos bélicos en los que una nación ataca a otra para apropiarse de sus recursos o de su territorio no existe, por lo general, mayores problemas para identificar al agresor y al agredido y saber de qué lado se encuentra la justicia. Pero las cosas no resultan tan claras en el caso de las guerras civiles. Al tratarse de una "disputa de familia" en la que se enfrentan bandos que comparten una historia, una lengua y un territorio comunes –y seguirán compartiéndolos al final de las hostilidades–, se hace más difícil comprender el origen y las causas que empujan a la lucha fratricida y determinar quiénes son las víctimas y los victimarios. Como la guerra civil se produce no por meras diferencias ideológicas, sino como resultado de tensiones sociales largamente acumuladas cuya resolución, al no poder alcanzarse por la vía política, deben dirimirse por las de hecho, involucra a la sociedad entera, acentuando sus divisiones y polarizando en grado extremo las facciones en conflicto. Y aunque ambas guerras, la externa y la interna trastornan profundamente a las naciones, el trauma colectivo por excelencia lo constituye, como señala Peter Waldmann, la guerra civil, ya que tiene su origen en la ruptura de la cohesión interna de la sociedad y puede derivar incluso en su disolución.

Por ello, por tratarse de un fenómeno difícil de comprender y porque sus efectos se prolongan muchos años después de terminado el conflicto, siempre será útil toda aproximación que nos ayude a entender las razones y sinrazones que lo originaron. Y no hay mejor material de reflexión que el cotejo de documentos de la época en que se plasmaron las diversas reacciones generadas por la guerra. Este es el propósito que inspira Perú y la guerra civil española. La voz de los intelectuales (Madrid, 2013), tercer volumen de la colección “Hispanoamérica y la guerra civil española”, proyecto editorial que, como ya indica su título, busca documentar las manifestaciones artísticas e intelectuales que el conflicto ibérico (1936-1939) suscitó en los escritores de nuestro país. Como se encarga de mostrar Olga Muñoz, autora del prólogo y de la edición y recopilación de los textos, el curso de los acontecimientos de la guerra fue seguido con el más vivo interés por los intelectuales peruanos, que vieron en el destino de España, un reflejo de lo que sería la situación política nacional de triunfar uno u otro de los bandos enfrentados.


Por ello, la guerra tuvo en el Perú el efecto de exacerbar las tensiones que ya se vivían desde hace décadas y de partir las aguas de la intelectualidad peruana en dos frentes irreconciliables: los que defendieron la República y los que hicieron lo propio con la causa nacionalista. El libro otorga una amplia cobertura a ambas posiciones y lo primero que salta a la vista es que, a pesar de que posturas de apoyo como la de César Vallejo alcanzaron una resonancia ética y estética universales, y de que las producciones artísticas más logradas estuvieron inspiradas por los ideales de la República, la actitud más generalizada entre la intelectualidad peruana fue la de ver en el triunfo del fascismo español una consolidación de los valores tradicionales hispánicos enarbolados por los sectores peruanos más conservadores.
Como se puede comprobar a través de las múltiples editoriales recogidas en este volumen, esta fue la posición casi unánime de la prensa peruana y de la mayoría de escritores e intelectuales cercanos al poder. La minoritaria postura disidente, debido al clima represivo que asfixiaba toda muestra de simpatía hacia la causa republicana, tuvo que expresarse desde la clandestinidad o el exilio. Es paradigmático el caso del boletín del Comité de Amigos de la República Española (CADRE), editado por Manuel Moreno Jimeno, Emilio Adolfo Westphalen y César Moro y publicado de manera anónima, cuyas cuatro ediciones conocidas Muñoz incorpora en su totalidad. En el lado republicano destacan, asimismo, los aportes de Xavier Abril, Luis Alberto Sánchez, Magda Portal, entre otros. En el volumen, la parte del león se la lleva, como era de esperarse, César Vallejo, no solo con España, aparta de mí esta cáliz, incluido en su integridad, sino con cartas, discursos y manifiestos en los que el poeta peruano manifiesta su adhesión sin reservas a la causa republicana. Y aunque, como recuerda la autora, los intelectuales peruanos partidarios del nacionalismo español carecieron de

figuras del talento y de la talla de los que apoyaron a la República, no fueron menos activos ni entusiastas en promover la causa del franquismo en el Perú, ya sea pergeñando indigestos poemas de circunstancias que hoy no tienen mayor valor que el documental, ya sea a través de reflexiones no menos sinceras que las de sus pares republicanos, como es el caso de los escritos de Felipe Sassone y de José de la Riva-Agüero.


Más allá de su indudable valor bibliográfico –al poner en circulación textos de otro modo inaccesibles– un volumen y un proyecto como este adquieren una significación que va más allá de lo histórico y lo literario. Desde el punto de vista de los directamente involucrados en la guerra, sirve al mismo tiempo como ejercicio de la memoria y material para la refl exión y el debate para que una calamidad como aquella no vuelva jamás a repetirse. Desde nuestra orilla, los testimonios aquí recopilados nos sirven para comprobar el gran sentido de solidaridad que un puñado de intelectuales peruanos fue capaz de expresar, en su hora más crítica, por aquella nación con la que tantos lazos históricos nos unen y de la que tanto nos habíamos distanciado.

martes, 5 de mayo de 2015

Novedad: Cuba y la guerra civil española de Niall Binns, Jesús Cano Reyes y Ana Casado Fernández

Cuba y la guerra civil española
La voz de los intelectuales
Introducción, estudio y edición
Niall Binns, Jesús Cano Reyes y Ana Casado Fernández
Hispanoamérica y la guerra civil española. 788 p. 15.5x24 cm.
ISBN: 978-84-8359-355-4
PVP: 35 €


De ningún país de América Latina llegaron tantos voluntarios a la guerra civil como de Cuba; quizá en ninguno se viviera el conflicto español con tanta pasión, y en ninguno se ha mantenido tan viva la memoria de esa guerra como en Cuba. Este libro estudia el impacto de la contienda española en más de ciento cincuenta escritores de la isla. Algunos eran intelectuales ya consagrados, que viajaron a España como periodistas o delegados al Congreso de Escritores Antifascistas. Otros eran diplomáticos que se convirtieron a la fuerza en testigos privilegiados de la guerra, responsabilizándose en la protección de ciudadanos cubanos y españoles que buscaron refugio en la Embajada de Madrid. Otros varios de ellos ya residentes en España lucharon en defensa de la República y dejaron testimonio escrito de su participación en el conflicto. Muchos más respondieron desde la isla a las noticias que llegaban desde la Península, tomando posición ante la guerra más mediática que había conocido la Historia mediante columnas periodísticas, ensayos de opinión, poemas y narraciones que destilaban fervor ideológico (a favor o en contra del fascismo, del comunismo), indignación rabiosa (por la muerte de Lorca o las víctimas de los bombardeos franquistas) y una carga profunda de solidaridad ante la tragedia.

jueves, 22 de enero de 2015

Reseñas: Argentina y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, en la revista Iberoamericana

Argentina y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, Nial Binns (ed.)
Por Aníbal Salazar Anglada (Universitat Ramon Llull, Barcelona)
Iberoamericana, año XIV (2014), nº 55


La Guerra Civil española se ha convertido en un filón editorial inagotable en los lustros que llevamos recorridos del siglo XXI, y aun desde antes. En España, los largos años de “aznarato” –1996-2004–, que dejaron entrever el escoramiento de la sociedad española hacia un pensamiento de derechas, así como la disputa en torno a la Ley de Memoria Histórica puesta en marcha de forma calamitosa bajo la presidencia de Rodríguez Zapatero, y las movilizaciones ciudadanas frente a un gobierno, el de Mariano Rajoy, que se muestra incompetente ante la actual crisis, sin duda son hechos a tener en cuenta a la hora de explicar la brecha reabierta en nuestra sociedad y en la clase política, y la consecuente búsqueda, por parte de historiadores, sociólogos y politólogos, de las claves de tal divisoria en el pasado inmediato: la Guerra Civil, la interminable dictadura y la Transición, tres periodos de nuestra historia social y política que están sufriendo una profunda revisión (sobre todo la Guerra Civil y la Transición) con el aporte de nuevas relecturas e  interpretaciones.
 

En lo que atañe a la Guerra Civil, pese al enorme caudal de publicaciones –ensayos, historias, crónicas, epistolarios, novelas, poemarios, etc.– es mucho lo que aún queda por rescatar del olvido. En el marco de los llamados estudios transatlánticos, por ejemplo, aún está por realizar un estudio sistematizado de la participación de la intelectualidad latinoamericana en la guerra de España, y la recopilación exhaustiva de escritos (de ficción y no ficción) referidos a los trágicos hechos ocurridos en la península entre julio de 1936 y abril de 1939, y a sus consecuencias inmediatas. Ello implica una narración en un doble escenario: España y Latinoamérica, pues importa no solo poner de relieve el compromiso de muchos intelectuales americanos con la República española, que les llevó a desplazarse a España y a participar de un modo u otro en los acontecimientos; sino, además, examinar el reflejo que tuvo el conflicto peninsular en la sociedad civil latinoamericana y el modo desigual en que los gobiernos de turno se posicionaron respecto a uno y otro bando en liza: la legítima República y la Junta Militar establecida en Burgos. A esta tarea tan necesaria como inagotable se ha dado Niall Binns (Londres, 1965), profesor e investigador –además de poeta– de la Universidad Complutense de Madrid, a quien avala una sólida trayectoria en los estudios americanistas. Binns ha confesado su fascinación por la Guerra Civil desde que descubriera España a finales de los ochenta: “Cuando llegué a España por primera vez, en 1987, vine con la mochila llena de lecturas de rigor para un británico de vacaciones: Homage to Catalonia de Orwell; Ask I Walked Out One Midsummer Morning de Laurie Lee; For Whom the Bell Tolls de Hemingway”. Muchos años después, fruto de esta curiosidad por la guerra española, vería la luz el libro La llamada de España. Escritores extranjeros en la Guerra Civil (Barcelona: Montesinos, 2004), al que siguió Voluntarios con gafas. Escritores extranjeros en la Guerra Civil española (2009). El autor da cuenta de aquellos intelectuales foráneos que mostraron una seria preocupación por el conflicto español y actuaron como milicianos, brigadistas, corresponsales, o bien, sin moverse de su lugar, reflexionaron sobre aquel drama humano incomprensible.

El volumen Argentina y la guerra givil española es el número dos de la colección “Hispanoamérica y la Guerra Civil española”, que publica la editorial madrileña Calambur, una aventura entusiasta que tiene su arranque en el proyecto de investigación “El impacto de la Guerra Civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica”, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid y financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia de España. En 2012 se publicaron los tomos correspondientes a Ecuador y Argentina; y en 2013, los dedicados a Perú y Chile. Argentina y la Guerra Civil española se abre con una amplia introducción a cargo de Niall Binns –coordinador de la colección y responsable de la edición de este tomo en particular, así como del de Ecuador– en la que a lo largo de casi un centenar de páginas nos ofrece una minuciosa indagación acerca del impacto de la guerra española en la sociedad argentina, que fue enorme. “Las noticias de la Guerra Civil estremecieron la Argentina entera –afirma Binns–. Las numerosas páginas dedicadas al conflicto por todos los periódicos argentinos ofrecen un testimonio del alcance de ese estremecimiento, que seguiría en pie durante los casi tres años que duró el conflicto […] Argentina vivía la guerra como si fuese suya”. Esta conmoción por lo que estaba sucediendo a más de diez mil kilómetros de distancia y la movilización inmediata de la ciudadanía argentina en ayuda, sobre todo, de las milicias populares y del pueblo español, no es difícil de entender. Proclamada en abril de 1931, la Segunda República española había llevado un halo de esperanza a ciertos sectores desencantados de la sociedad argentina que descubrían atónitos que la suya era una “República imposible”, dicho con la expresión del eminente historiador Tulio Halperin Donghi. Imposible porque la democracia de corte liberal restaurada en 1932, poco menos de un año y medio después del golpe militar del general Uriburu, se reveló un simulacro, un juego electoral orquestado por la oligarquía de signo conservador para perpetuarse en el poder. La República española, contemplada desde lejos y por ello de algún modo idealizada, proyectaba en buena parte de la sociedad argentina el deseo de una carencia motivada por una crisis sistémica de la cultura política del país. Lo que explica que, a pesar de que el eco de la Guerra Civil extremó los posicionamientos en el campo ideológico argentino y redefinió la posición de algunos partidos políticos y sindicatos, el pueblo se volcara mayoritariamente con la causa republicana. Algunos estudios de referencia, como el publicado por Mónica Quijada en 1991: Aires de República, aires de cruzada; la Guerra Civil española en Argentina (Barcelona: Sendai), que cita con frecuencia Binns, nos muestran a partir de una documentación rigurosa cómo se vivió la guerra en Argentina, qué tipo de ayudas a la República española o a los militares rebeldes se activaron y la forma sinuosa en que se condujeron los gobiernos de Justo y Ortiz. Lo que diferencia el trabajo de Binns de sus predecesores, sin restarles a estos su mérito, es la formidable antología que sigue al estudio introductorio, un vasto corpus textual sobre cuanto publicaron acerca de la Guerra Civil española escritores, periodistas y milicianos argentinos a uno y otro lado del Atlántico. De manera que el libro, así como el resto de la serie, constituye un testimonio excepcional nunca antes reunido, que revela en la voz de los intelectuales, entre otras cosas, el sentimiento de hermandad que despertó la guerra de España en las repúblicas latinoamericanas. En lo que toca a Argentina, son conocidos los casos de Roberto Arlt, quien regresó compungido a la Argentina solo unas semanas antes del estallido de la guerra; o de Raúl González Tuñón (el “Raúl” del conocido poema de Neruda “Explico algunas cosas”), quien estuvo en los frentes y dejó escritos un buen número de poemas dedicados a la guerra en Madrid. Más allá de estos y de la presencia de autores tan familiares como Borges, Victoria Ocampo, Oliverio Girondo, Alfonsina Storni o Enrique Anderson Imbert, el volumen armado por Binns reúne alrededor de 180 testimonios –entre artículos, proclamas, manifiestos, crónicas, novelas, cuentos– pertenecientes a intelectuales la mayor parte de cuyos nombres nunca llegaron a tener eco en España e incluso son desconocidos hoy en Argentina. Se agradece por ello la exhaustividad del índice y asimismo las notas biobibliográficas que anteceden a cada autor. De lo dicho en estas últimas líneas, y tomando en cuenta las 700 páginas que abarca aproximadamente el corpus seleccionado, puede inferirse el incalculablevalor documental de este volumen y sus pares, un trabajo de laboriosa arqueología filológica que sin duda debemos agradecer como depositarios de una memoria que no debe perderse en el olvido y que hoy resulta más necesario que nunca recuperar y vindicar. 




jueves, 9 de octubre de 2014

Reseña: 'Chile y la guerra civil española. La voz de los intelectuales', en Anales de literatura chilena

Chile y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, Matías Barchino y Jesús Cano Reyes
Por Rocío Rodríguez Ferrer (Pontificia Universidad Católica de Chile)
Anales de literatura chilena

Año 15, junio 2014, nº 21, pp, 219-224
 

“Y en verdad el drama de España nos despertó, más que a la conciencia, a la inocencia, no a la ingenuidad, según ese reiterado reproche que se nos dirige nacido de la simpatía. El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces imposible que sean ‘otros’; ‘los otros’ o ‘los demás’” (María Zambrano, Los intelectuales en el drama de España).



Cobijar en un volumen diferentes relatos motivados por una guerra como la que tuvo lugar en España entre 1936 y 1939, permite dar forma a un variado imaginario ceñido tanto al molde épico como al trágico. Y, en no pocas ocasiones, al formato apologético. Como la guerra, suceso agónico por excelencia, una obra que gire en torno a ella también revelará paradojas y contradicciones, dependientes de cierta conciencia de circunstancialidad. Enfrentarse a textos que hablan de los avatares de una contienda como la española del 36 es entonces, a sabiendas, encararse con trasfondos ideológicos, dimensiones bélicas y, principalmente, dimensiones humanas, demasiado humanas a veces. Hay algo, pues, de ética humanista en el propósito memorial de un libro como el que han preparado Matías Barchino y Jesús Cano Reyes. Pero asimismo hay mucho de lección histórica y cultural en este archivo que evidencia cómo la Guerra Civil española también se vivió en Chile.

Con introducción, estudio y edición a cargo de Matías Barchino, y con Jesús Cano Reyes en la coedición, la obra Chile y la guerra civil española. Lavoz de los intelectuales se enmarca en un proyecto de investigación mayor, “El impacto de la guerra civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica”, que contó con el apoyo del “Ministerio de la Presidencia de acuerdo a las subvenciones destinadas a actividades relacionadas con las víctimas de la guerra civil y del franquismo”. Publicado en 2013 bajo el sello editorial Calambur, el volumen se integra en una colección mayor, “Hispanoamérica y laguerra civil española”, dirigida por Niall Binns, cuyos aportes y orientaciones se vislumbran con nitidez a lo largo de estas casi setecientas páginas.

Lo que aquí puede encontrarse es tanto la estetización de la política como la politización de la estética, en el decir de Walter Benjamin. Nada de extraño si se considera que fue esta la primera guerra vivida (visualizada y oída) en directo gracias a noticiarios, periódicos, radios y cine, con esa natural consecuencia hipnótica de las representaciones mediáticas. Fue el de la Guerra Civil española un hecho histórico que originó diversos debates, de los que Chile no podía abstenerse. Frente a tanto y tan diverso discurso, el volumen preparado por Matías Barchino revela de inmediato un primer mérito: la garantía de representatividad. No solo los bandos pro-nacionalistas y pro-republicanos están presentes; también las posiciones “neutrales”, si es que estas realmente existen. La investigación impulsada por Nial Binns nos deja libres para extraer nuestras propias conclusiones –interrogaciones e inquisiciones– a partir de la variedad de testimonios recogidos. No otro gesto podría esperarse de un proyecto enmarcado en políticas de recuperación de la memoria histórica en España. Se procura evitar el sacralizar a priori ciertas posturas. Aunque, como afirma Derrida, sabemos que no hay archivos inocentes.

El impacto de la Guerra Civil española en el campo intelectual/cultural chileno se evidencia en “los más de ciento sesenta nombres de autores y [11] medios de comunicación documentados en este libro [que] son solo una breve muestra de ese entusiasmo, que se reflejaba tanto en la producción escrita de los intelectuales como en la demanda de los lectores, en respuesta a la cual hubo una vibrante actividad editorial” (61). Sin duda el interés de algunos de los textos recogidos radica, primeramente, en el autor que lo suscribe y que, atrapado por el peso de lo histórico, se pronuncia de manera literaria o no sobre el conflicto: Eduardo Anguita, Braulio Arenas, Volodia Teitelboim, Manuel Rojas, Marta Brunet, Nicanor Parra, Augusto D’Halmar, Luis Enrique Délano, Alone, Enrique Gómez Correa, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Gonzalo Rojas; Carlos, Pablo y Winett de Rokha, Víctor Domingo Silva… Innecesario, creo, mencionar a Neruda. Justificado, pienso, relevar que la guerra española permitió el vislumbre iniciático de ciertas voces chilenas: es el caso, por ejemplo,de Óscar Castro, “descubierto” en una velada fúnebre a la memoria de García Lorca (como un siglo antes José Zorrilla en el funeral de Mariano José de Larra). Todo ello nos lo recuerda este recopilatorio.

Lógicamente la Generación del 38 es protagonista indiscutida de esta nómina. Si bien su designación recuerda la Matanza del Seguro Obrero, si bien ese fue el año que los aglutinó, en palabras de Eduardo Anguita recogidas en este libro: “en verdad fue el año 36 el primer aguijonazo: la Guerra Civil de España. Todos, escritores y artistas, mayores que nosotros o los de nuestra edad, nos alineamos junto a la España republicana. Su tragedia fue, sin duda, una semilla que fructificó en la lucha de otros pueblos. Es muy seguro que el valor de ‘los leales’, como se llamó a los republicanos, haya estado presente en el espíritu y en la lucha de otros pueblos: en la Segunda Guerra Mundial, en Cuba, en Vietnam (…). Fue la guerra de España, dije, el hecho que más nos emplazó a una ‘poesía comprometida’, a un ‘arte comprometido’…” (101-102). Pero a lo largo de este compendio se descubren asimismo otras figuras, más bien desconocidas u olvidadas en la historia literaria de Chile: Olga Acevedo, Mario Ahués, Laurencio Gallardo, Juan Marín, María Cristina Menares, Carlos Préndez Saldías… De gran utilidad para el conocimiento de nuestra literatura es la presentación biográfica que se hace de cada una de ellas. También la de aquellos personajes que se resisten a abandonar la nebulosa, blindados algunos por seudónimos hasta el momento impenetrables: Pedro Carrillo, Enrique Martínez Arenas, Muñito de Alorca, Martín Pangloss… Conocidos o no, en cada uno de este más de centenar de nombres se reconoce una subjetividad que siguió el imperativo de la filósofa María Zambrano: la inteligencia tiene que ser combatiente. Instinto ético e instinto intelectual han de ir de la mano. O como dirá Volodia Teitelboim en un texto de 1937 titulado “De España viene la salvación” y que podemos leer en esta compilación: “En la Revolución española los poetas, los artistas de verdad encuentran la actitud, la condensación de su ser, su comunidad con el pueblo. Como Hegel decía, el trabajo del escritor debe ser que el espíritu resida en él. Este es su trabajo. El Trabajo Humano” (627).

La Guerra Civil española constituirá un punto de inflexión en lo que a relaciones transatlánticas se refiere, con un marcado énfasis en propuestas de fraternidad y solidaridad. En este contexto, no sorprende que surjan debates de sumo interés desde la crítica postcolonial. Mientras no pocos apelan a esa “madre España” alumbradora, también habrá otras figuras como la del escritor y periodista Ernesto Montenegro, que demandará el establecimiento de un vínculo horizontal y no jerárquico, fraternal y no filial: “Comencemos por recordar la falacia que se manifiesta en ese recurso retórico de ciertos políticos e hispanizantes peninsulares, cuando nos dan por ‘hijos de España’, a nosotros los hispanoamericanos. Ya Unamuno hizo notar con su rotunda lógica que no hay tal matriarcado internacional, puesto que los españoles de hoy son tan ‘descendientes’ como nosotros de la España que mezcló su sangre con la de los americanos autóctonos. La España de hoy es pues, nuestra hermana, o nuestra prima, nunca nuestra madre, puesto que para serlo tendrían que haberse sobrevivido aquellas generaciones seculares y sedentarias que fueron hermanas de las que pasaron a América. Igual que en muchas familias, la España de hoy lleva el nombre de su madre o abuela, la España de antaño. La España y América de hoy tienen una abuela común; eso es todo…” (439). Queda claro, entonces, que el activismo intelectual que desató la Guerra Civil española revitalizó viejas polémicas.

La obra Chile y la guerra civil española. La voz de los intelectuales constituye, en sí misma, un argumento irrefutable de lo acertado de ciertas conceptualizaciones actuales de la crítica literaria, como son los estudios transatlánticos, asentados en un claro principio dialógico, intercultural y transdisciplinar. Esta compilación saca a la luz textos que hablan de flujos y migraciones y que evidencian la movilidad, el dinamismo, el desplazamiento de las fronteras, como elemento clave de toda identidad cultural. Nos descubre un momento agónico de las relaciones entre España y Chile (“dura tarea es definirse en un instante de agonía”, dirá Ricardo Latcham), el impacto transoceánico de un trágico acontecimiento histórico. Es esta obra una pieza clave en la reconstrucción de la memoria histórica de las relaciones transatlánticas y, en este caso, con una particular dimensión ética. Y es, por todo lo expuesto, un ejemplo de los necesarios nuevos derroteros del hispanismo.

Mucho se habla en estas sus páginas de cierta comunidad de destino. Quizás eso explica, por ejemplo, que en estos viajes transatlánticos de ida y vuelta luego haya sido España la que fijara sus ojos en Chile y reaccionara con similar interés y apasionamiento ante otro momento agónico de la historia: el Golpe Militar de 1973 y sus sombrías consecuencias. No deja de resultar inquietante que ciertos textos aquí recogidos se convirtieran en armas cargadas de futuro. Chile vio en el destino de esta España madre/hermana una posible ruta, positiva o negativa según la ladera ideológica desde la que se contemplase. Desde la comodidad de los años transcurridos, podemos afirmar, incluso, que no pocas de las palabras pronunciadas entre 1936 y 1939 escondían también vaticinios del devenir histórico hispanoamericano y, particularmente, chileno. En un juego de sincronizar órbitas, no parece aventurado, por ejemplo, trasladar de 1936 a 1973 declaraciones vertidas en un editorial de El Mercurio, titulado “Situación de España”, dos o tres días después de estallada la Guerra Civil. Tratando de explicar la sublevación se afirma: “Pero hay algo que ya está fuera de conjeturas: la imposibilidad en que día a día, desde su advenimiento al poder, se han ido colocando los jefes del ‘frente popular’ para dominar la situación política… (…). La gran masa de la población española quiere orden; es posible que el sector mayoritario apeteciera un ‘nuevo orden’, pero en todo caso un orden. La llegada al poder supremo del ‘frente popular’ no le ha dado ese orden. Al contrario, esa victoria política ha sido el punto de partida de desórdenes y perturbaciones tanto en el orden social como en el orden económico. Afectado profundamente el principio de la propiedad con variados y contradictorios propósitos de reformas agrarias más y más orientadas en el sentido de una socialización de la tierra…” (246). ¿No podrían acaso estas líneas reproducirse en el mismo periódico para justificar el golpe de Pinochet a partir del caos e ingobernabilidad de la Unidad Popular?

En lo que respecta al ámbito temático, es posible reconocer ciertos ejes a lo largo de los textos aquí acopiados: el rol de la diplomacia española en Chile, las actividades propagandísticas de ambos frentes más allá de las fronteras peninsulares, la crisis de los refugiados y el derecho de asilo, los congresos de intelectuales efectuados en diversos países, la función concientizadora hasta lo paradigmático de figuras como Pablo Neruda o Vicente Huidobro, el asesinato de Federico García Lorca, la revisión de tópicos de la cultura y la historia de España (Cid, Colón, Don Quijote…), la figura de la mujer española y sobre todo de la que tomaba armas en defensa de la República, el sufrimiento de los niños españoles, etc. Pero el mirar nunca es inocente. Y en este ejercicio de contemplar al otro, el intelectual chileno acabará reconociéndose. La Guerra Civil española gatillará y develará propios y regionales conflictos. Los testimonios sobre la guerra española que aquí leemos permiten, por ejemplo, reconstruir otro circuito bélico: el de las peleas y rivalidades entre escritores chilenos. Basta recordar el sabotaje al acto de despedida a Neruda, celebrado en la Universidad de Chile el 1 de julio de 1940, con motivo de su viaje a México para ocupar el puesto de cónsul. Con escándalo, los integrantes de La Mandrágora interpelaron a Neruda sobre el destino del dinero recaudado por la Alianza de Intelectuales para los niños españoles y sobre las supuestas irregularidades cometidas en el envío de los refugiados en el Winnipeg. Pero no son estas las únicas polémicas que se esconden tras el discurso sobre la guerra. El conflicto español también permitió que se hablase de feminismo. A través del boletín La mujer Nueva, del Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile, con figuras como Elena Caffarena, Marta Vergara y Laura Rodig, bajo un discurso de corte antifascista, se problematizaba en torno al papel de la mujer en la guerra.

Así, el campo intelectual chileno de los años 30 se va reconstruyendo a través de esta compilación dedicada a Chile y dirigida, en cuanto gran proyecto marco, por Niall Binns. Pero también supone una contribución a la revisión de la historia de la prensa en Chile, al recordarnos el rol desempeñado por esta en la generación y difusión de un debate de ideas. Fueron estos años tiempos dialécticos visibles en esas pequeñas batallas que tuvieron lugar en las publicaciones chilenas, medios en los que, al igual que en las trincheras españolas, era posible distinguir dos bandos: el de la óptica de la derecha (con periódicos como El Mercurio, El Diario Ilustrado…) y el de la izquierda (Aurora de Chile, Frente Popular, La Opinión, La Hora…). La razón de esta trascendencia la explica el español Andrés Trapiello en su imprescindible ensayo Las armas y las letras: “Nunca antes, ni siquiera en la Revolución Rusa, había arrancado una guerra tantas adhesiones de escritores e intelectuales, quizá porque jamás hasta entonces los pueblos habían tomado conciencia del papel determinante que las ideas publicitadas tenían en la marcha de la historia” (377).

Pero no son solo disquisiciones de intelectuales las que cobija esta obra. Junto a crónicas, editoriales, entrevistas, testimonios, manifiestos, discursos y diversas muestras de oratoria, otros textos también emergen y, desde sus particularidades de forma y contexto, contribuyen a componer ese período altamente ideologizado. Es el caso, por ejemplo, de algunas muestras epistolares, como la carta del miliciano Gustavo Gaete Pequeño dirigida a su “querida y recordada mamacita” desde el campo de batalla: “Me encuentro orgulloso de aportar mi grano de arena en esta Guerra contra el fascismo, o mejor dicho contra la barbarie mayor que ha tenido el mundo” (297). También algunos cuentos (como el de Roberto Borzutzky, bildungsroman en clave morisca, 151), numerosos poemas y hasta una obra dramática (de Arturo Lamarca Bello, 356).

Para cerrar, cabe recoger ciertas palabras publicadas en la revista El Mono Azul de Rafael Alberti, que reseñaban el poemario Homenaje poético al pueblo español (1937) del profesor y escritor chileno Jorge Millas: “Muchos libros se publican, han publicado y se publicarán sobre la guerra española. Los hay que pretenden ser objetivos; otros, de combate; otros, de amor”. (405). Este que ahora nos reclama no es un libro más sobre la Guerra Civil española. Ni sobre la historia de las ideas en Chile. Es una obra que confía en el valor de la memoria trasatlántica. Total acierto el de las palabras finales del estudio introductorio de Matías Barchino: “…merecía la pena buscar estos textos, que casi siempre yacían perdidos en hemerotecas u olvidados en libros, para calibrar la vastedad de lo escrito sobre la guerra civil por intelectuales de Chile y la vastedad, también, de la conmoción que el conflicto provocó en toda la sociedad chilena; merecía la pena rescatar los textos aquí reunidos en la sección de Documentos, pero también otros miles de poemas, artículos, cuentos y crónicas que no hemos podido incluir. Confiamos en que el esfuerzo de recopilación y el análisis de las trayectorias de tantos autores, muchos de ellos poco o nada conocidos, sirvan para esclarecer un momento apasionante y controvertido de la historia de las relaciones entre España y Chile” (68). En este juego especular que facilita el diálogo transatlántico, se agradece también el recordarnos la imagen de ese Chile “mediador humanitario”, en el decir de Edwards Bello, el Chile que abrió las puertas de sus dependencias diplomáticas en Madrid a más de dos mil refugiados (mayoritariamente franquistas), y el Chile que abrió las fronteras a más de dos mil refugiados republicanos que un 3 de septiembre de 1939 descendieron en Valparaíso de un barco cuyo nombre, como diría Neruda, tenía alas.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Reseña: Chile y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, en El País

Don Carlos
Por Jorge Edwards
El País, 31/07/2014

Una diversidad de visiones retrató el drama de la Guerra Civil española

Una editorial española, Calambur, publica testimonios de intelectuales latinoamericanos sobre la Guerra Civil de España. Lo hace por países, en forma escalonada, y a finales del año pasado le tocó el turno a Chile. Un aspecto novedoso de la empresa consiste en que figuran autores de todas las tendencias, de izquierda y de derecha. Estábamos acostumbrados a leer proclamas y poemas épicos, de la línea de España en el corazón de Pablo Neruda. Ahora encontramos escritos y poemas del mismo Neruda, de Rosamel del Valle, de Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, de Ángel Cruchaga Santa María y Luis Enrique Délano, de Eduardo Molina, poeta de un poema único, junto a escritos del inefable Bobby Deglanné, además de Jaime Eyzaguirre, de Maximiano Errázuriz, de Sergio Fernández Larraín, personajes de una derecha connotada y clásica. No sé si esta diversidad de visiones y de posiciones nos permite avanzar algo en el conocimiento de la dramática historia. En general, los puntos de vista parecen polarizados al máximo, enquistados en sus trincheras respectivas. La furia, la rabia de unos, se contraponen a la dureza, a la intolerancia de los otros. ¿Es posible, en estas cuestiones dolorosas, dramáticas, mantener una mirada serena? Hay mucha sangre, muchos fusilados de ambos lados, muchos niños que morían en los bombardeos.

Para mi gusto personal, no necesariamente compartido, uno de los relatos mejores es el de Alberto Romero, el olvidado novelista de La viuda del conventillo, de La mala estrella de Perucho González. Romero, en un libro publicado en 1938 en la Editorial Ercilla, llega en los primeros meses de la guerra a un pueblo que ha quedado en el lado republicano y que se llama Minglanilla. No sé si es un nombre ficticio o si existe en la geografía real. Las páginas de Romero son decididamente antifranquistas, pero tienen un tono de objetividad, de serenidad, incluso de humor soterrado, que eran muy propios del autor y que lo diferenciaban de sus compañeros de generación. En la descripción de Minglanilla descubrimos el hambre, la angustia, la desesperante tristeza que dominaba en el ambiente. Los niños del pueblo, de repente, empiezan a cantar en un balcón. Al comienzo no es más que un murmullo infantil, pero después reconocemos la melodía y la letra de La Internacional. Una señora inglesa camina por la plaza del pueblo tomada del brazo de una madre joven. Las dos mujeres lloran a moco tendido y la inglesa, al final del paseo, levanta la mano empuñada. Alberto Romero visita ese pueblo, no sé si real o imaginario, en compañía del poeta cubano Nicolás Guillén y del inglés Stephen Spender. Spender es alto, desgarbado, británico hasta la médula, y Guillén tiene un color aceitunado oscuro. Todos comulgan apasionadamente con la causa, pero la mirada de Alberto Romero tiene algo humano y a la vez distante, preocupado, pensativo. Llegaré pronto a Santiago, mi ciudad natal, y buscaré libros de don Alberto en librerías de viejo.

Otro fragmento que me interesó en la recopilación de Calambur es de Carlos Morla Lynch. Fue publicado en Sevilla en 2010, pero escrito un martes 28 de marzo de 1939. Como se sabe, Morla, ministro de la legación de Chile, había dado asilo a más de 2.000 ciudadanos españoles que corrían peligro en los años de la República. Ese día martes, las tropas del general Franco hacían su entrada en la capital. Los asilados en la residencia chilena salieron en tropel, eufóricos, y algunos ni siquiera se despidieron del dueño de la casa, que probablemente les había salvado la vida. Pero no había tiempo para despedidas ni para ceremonias. Los primeros camiones de los nacionales, con sus banderas blancas, llenos de muchachos de brazos levantados, desfilaban ya por Cibeles y por la Castellana. Muchos cantaban el Cara al sol, a diferencia de los niños del relato de Alberto Romero. Se abrían ventanas por todos lados, entre gritos de alegría, y las banderas blancas asomaban por todas partes. Don Carlos, a quien conozco muy bien, que fue mi primer embajador en mis años de diplomático, tuvo entonces un gesto muy suyo. Se acordó de que en uno de los rincones de la residencia había un grupo de 17 refugiados recientes del bando de la República. Eran hombres extenuados, deprimidos, que podían esperar lo peor. Morla cuenta que entra, con un nudo en la garganta “y sin pronunciar palabras que considero inútiles, estrecho las manos de cada uno”.

Alguien, hace pocas semanas, describió a Morla en presencia mía como un “hombre de izquierda”. No era el momento de rectificar, guardé silencio, pero puedo asegurar que Carlos Morla estaba muy lejos de ser de izquierda. Era un hombre moderado, más bien conservador, cercano a la familia Alessandri, que representaba a una derecha liberal, civilizada, del Chile de mediados del siglo pasado. Pero el gesto de saludar a los vencidos, de solidarizar con ellos en los instantes más difíciles, era típicamente suyo. Si esto no se entiende hoy, significa que estamos avanzados en tecnología, en máquinas, en cifras, pero trágicamente atrasados en las grandes cuestiones éticas y humanas. E incapaces de ponernos al día, puesto que leer viejas páginas de Carlos Morla Lynch, de Alberto Romero, de gente como ésa, no nos interesa un pepino.



Lee la reseña en El País 

Otros títulos publicados en la colección 'Hispanoamérica y la guerra civil española':
Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales
Argentina y la guerra civil española. La voz de los intelectuales
Perú y la guerra civil española. La voz de los intelectuales

miércoles, 23 de julio de 2014

Reseña: la colección 'Hispanoamérica y la guerra civil española' en Cazarabet


Cazarabet conversa con... Niall Binns, coordinador de la colección "Hispanoamérica y la guerra civil española" (Calambur)

Los países latinoamericanos en la Guerra Civil Española

Editorial Calambur está editando desde un tiempo acá una serie de libros que analizan y estudian el papel de ciertos países en la Guerra Civil Española y es que de Brigadistas que vinieron a defender la II República los hubo de todas las partes y lugares del planeta, pero éstos han llamado mucho la atención a nuestros editores y por ende a nuestros lectores. Calambur ha dado en el blanco en la publicación de esta serie de libros: comenzó editando y acercándose a Argentina, Ecuador para seguir, después y más recientemente con Chile y Perú. Están cociéndose en este momento: los libros dedicados a Cuba y a Uruguay.
Coordina o es el eje principal de esta colección Niall Binns.
 
¿Por qué una colección de libros dedicada a los países del Cono Sur y de Centro América que aportaron opiniones, a favor y en contra de la República?

Te voy a contestar, inicialmente, con una explicación personal. Cuando llegué a España por primera vez, en 1987, vine con la mochila llena de las lecturas de rigor para un británico de vacaciones: Homage to Catalonia de Orwell; As I Walked out one Midsummer Morning de Laurie Lee; For whom the Bell Tolls de Hemingway. En ese entonces había leído a un solo escritor en lengua española, Neruda, y ya conocía en la versión bilingüe de Penguin su poema, para mí impresionante, “Explico algunas cosas”. Luego, poco después de establecerme en Madrid, leí The Spanish Civil War de Hugh Thomas. Es decir, la guerra civil –y sobre todo, la guerra civil vivida por intelectuales de otros países– se me metió bajo la piel desde mi primer contacto con España.

Después de mis primeros meses en España, compré un par de antologías realmente notables, con largas y enjundiosas introducciones del catedrático de Oxford Valentine Cunningham, sobre el impacto de la guerra civil en los intelectuales de lengua inglesa, sobre todo los británicos. Veo ahora que han sido el modelo fundacional para esta colección de libros que estamos publicando en Calambur. Aparte de las antologías de Cunningham, hay varios libros monográficos dedicados a la repercusión de la guerra en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos y en Francia, pero en cuanto me pusiera a indagar en estos temas me llamó la atención el hecho de que se haya escrito tan poco sobre la manera en que la guerra impactó en América Latina y concretamente en sus intelectuales. Hay estudios estupendos, evidentemente, sobre las relaciones con el conflicto de un Neruda, un Vallejo, un Nicolás Guillén, un Carpentier… pero tengo la sensación de que para los estudiosos de los intelectuales extranjeros en la guerra, es como si los latinoamericanos fueran españoles. Pienso, por ejemplo, en Paul Preston y su libro sobre los corresponsales de guerra, traducido como Idealistas bajo las balas, en el que existen los británicos, los norteamericanos, los franceses, algún soviético, algún alemán y ya está: ni Pablo de la Torriente Brau, ni Juan Marinello, ni Raúl González Tuñón. Mientras tanto, los especialistas en literatura española que han escrito sobre la guerra se han dedicado casi exclusivamente a los peninsulares, con las honrosas excepciones mencionadas. Así que es como si la América Latina –en los estudios sobre la guerra española– estuviera en una especie de tierra de nada: demasiado hispana para los estudiosos extranjeros, demasiado extranjera para los españoles.

Cuando publiqué en 2004, en la editorial Montesinos, el libro La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil española, junté conscientemente a los latinoamericanos con los norteamericanos y los europeos. Lo que leí para ese libro me puso en la pista de nuevas lecturas, y me hizo ver que había un trabajo pendiente con la prensa de los países latinoamericanos, en revistas y diarios, para poder determinar el alcance y la naturaleza de la implicación de sus intelectuales en la guerra española.

Tú escribes sobre Ecuador y Argentina y sobre “el efecto” en estos países de la guerra civil española. ¿Por qué escoges esos dos países? ¿Cómo fue la experiencia?

Mientras preparaba el libro que acabo de mencionar, me enteré de la importancia que tuvo España para el escritor guayaquileño Demetrio Aguilera-Malta. Creo que ya había leído su novela Don Goyo, que es otra cosa: una especie de obra pionera del realismo mágico. Descubrí que llegó a Madrid en julio de 1936 con una beca para estudiar en Salamanca, y que terminó quedándose en la capital y luego en Barcelona durante un año. Publicó tres libros sobre la guerra civil, entre ellas una de las primeras obras publicadas sobre el tema en España, su novela ¡Madrid! Reportaje novelado de una retaguardia heroica.

Me picó la curiosidad. Pedí un proyecto de investigación a la Complutense para poder viajar a Ecuador y rastrear más cosas de Aguilera-Malta y de otros intelectuales ecuatorianos, y ver la repercusión de la guerra civil en los diarios de la época me dejó verdaderamente asombrado. Día tras día las portadas estaban llenas de grandes titulares, informaciones y fotografías sobre la guerra. Empecé a recopilar las numerosísimas aportaciones de los intelectuales ecuatorianos sobre el tema: poemas, crónicas, artículos de opinión, panfletos, manifiestos, obras de teatro... Descubrí su implicación apasionada en las campañas de recaudación de fondos para la República y, en algunos casos, para el bando franquista. Encontré la antología Nuestra España, preparada por Benjamín Carrión, que recoge las aportaciones a favor de la República de casi una veintena de poetas y seis artistas visuales. Encontré, también, a dos fascinantes escritores españoles ya integrados en la sociedad y el campo intelectual de Ecuador: el socialista Francisco Ferrándiz Alborz, que con el seudónimo FEAFA se había convertido en uno de los dos o tres críticos más influyentes del país, y que, después de ser expulsado del país en diciembre de 1936, viajó a España para luchar a favor de la República; y el marqués andaluz Alfonso Ruiz de Grijalba, un diestro e ingenioso escritor de romances que se convirtió en el hombre de Franco en el país.

Un año más tarde, formé un equipo de investigadores con Matías Barchino de la Universidad de Castilla-La Mancha y Olga Muñoz Carrasco de Saint Louis University, y empezamos a trabajar no solo sobre Ecuador, sino también sobre tres nuevos países: Argentina (yo), Chile (Matías) y Perú (Olga).

Si la repercusión de la guerra civil en Ecuador fue enorme, rastrearla en Argentina resultó ser una tarea de una vastedad casi inabarcable. He pasado meses y meses y meses peinando diarios y revistas en bibliotecas de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Fue un trabajo de otra índole: Ecuador es un país casi desconocido para los lectores españoles, aun para los que trabajan como yo en la universidad como supuestos especialistas en la literatura hispanoamericana (fue un trabajo maravilloso en ese sentido: han sido años de grandes descubrimientos); en Argentina, en cambio, estaban las figuras de resonancia internacional como Arlt, Borges, Girondo, Marechal, Victoria Ocampo... De todos modos, una de las cosas fascinantes de este proyecto es la capacidad que ofrece de presentar algo así como una radiografía del campo intelectual del país en cuestión –y de sus relaciones con España– en la época de la guerra, dentro de la cual figuran también, por supuesto, escritores que han sido relegados al olvido, justamente o no, pero que tuvieron en su época una importancia notable. Me encontré, por otra parte, con los escritos de numerosos periodistas e intelectuales argentinos que vivieron la guerra en primera persona, muchos de ellos como corresponsales, pero en otros casos como testigos involuntarios, que simplemente estaban en España en el momento de la sublevación militar. De todos modos, una de las cosas interesantes en este proyecto es ver cómo la intensidad emocional que es uno de los rasgos centrales de cualquier testimonio existía también en los intelectuales que veían el conflicto desde la “lejana retaguardia” latinoamericana: una intensidad mezclada, muchas veces, con sentimientos de impotencia y hasta de culpabilidad, por no estar allí, participando en la guerra.

Luego hay otras plumas que se adentran en la relación de Latinoamérica con la España de la Guerra Civil, ¿qué nos puedes decir?

Matías Barchino, con la ayuda de Jesús Cano Reyes, ha preparado el libro sobre Chile. El caso chileno es fascinante, no solo por la recopilación que se ha hecho de textos de tantos intelectuales de peso, sino también porque la guerra española coincidió con el apasionante proceso de la formación y luego el triunfo del Frente Popular chileno.

El caso peruano es otra cosa: gobernaba en el Perú el general Óscar Benavides, que impuso una dictadura después del golpe de estado que lideró para mantenerse en el poder en agosto de 1936. Se prohibía cualquier manifestación a favor de la República Española, así que quizá el texto más fascinante encontrado en el Perú por Olga Muñoz haya sido un texto anónimo: la revista CADRE, escrita por tres autores, entre ellos dos de los grandes poetas del país: César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, que sufrieron, respectivamente, el exilio y la cárcel por su apoyo a la República. El poeta Serafín Delmar escribió sobre la guerra española desde la cárcel; Magda Portal desde la reclusión forzosa en su casa; Víctor Raúl Haya de la Torre desde la clandestinidad. Muchos de los textos más interesantes del libro peruano corresponden a intelectuales conservadores residentes en el Perú (como José de la Riva-Agüero) o bien residentes –hasta el inicio de la guerra– en España (como Felipe Sassone). Y luego están los numerosísimos intelectuales establecidos definitivamente en el extranjero como César Vallejo, Blanca del Prado y Alberto Hidalgo, o bien exiliados: escritores comunistas como Eudocio Ravines y Armando Bazón, pero sobre todo apristas como Luis Alberto Sánchez, Enrique Portugal y Manuel Seoane.

¿Qué nos puedes adelantar del resto de la colección, la que nos espera… tengo entendido que Cuba y Uruguay están al caer?

Jesús Cano Reyes, Ana Casado Fernández y yo estamos trabajando sobre el libro cubano, que saldrá en Calambur a finales de 2014. Los estrechísimos vínculos entre la isla y España hacen que sea un tomo particularmente fascinante.

El libro uruguayo saldrá en 2015. Estoy escribiendo estas respuestas desde Montevideo, en la que está siendo mi cuarta estancia de investigación en Uruguay. Prácticamente vivo en la Biblioteca Nacional... Uruguay, a raíz de la herencia de José Batlle y Ordóñez, debe de haber sido el país más culto de América en los años treinta, y desde luego el país con el nivel más alto de alfabetización. La cantidad de diarios publicados simplemente en Montevideo es realmente impresionante (El País, El Día, El Plata, El Debate, La Mañana, El Bien Público, El Pueblo, El Diario Español, y podría seguir...), así que el trabajo está siendo lento, pero fascinante, realmente fascinante.

¿Cómo explicarías que fue la relación entre los países de Latinoamérica y la defensa de la República en la guerra civil española?

Habría que establecer un matiz básico. Solo México apoyó abiertamente a la República durante la guerra. El gobierno colombiano mostró ciertas simpatías con la República, pero los demás países, muchas veces desde una postura aparentemente no intervencionista, favorecían a Franco desde los primeros meses de la guerra. Rompieron relaciones con la República, durante esos primeros meses, El Salvador, Guatemala, Uruguay... Claro: una cosa es lo que decían y hacían los gobiernos; otra cosa es lo que sucedía con la opinión popular y con los intelectuales. La guerra mediática existía en todos los países donde no imperaba la censura. Por supuesto, había posturas ya establecidas de antemano, pero creo que se puede decir que si bien los franquistas convencían a sectores importantes de las sociedades latinoamericanas al comienzo de la guerra (las imágenes de violencia en la zona republicana, las iglesias incendiadas, las noticias sobre el “caos” comunista y anarquista, los testimonios de latinoamericanos adinerados que regresaban espantados de la península...), las noticias y las imágenes mostraban, con una fuerza cada vez más impactante, otras realidades: la masacre de Badajoz, la intervención masiva de aviones y tanques alemanes e italianos, la participación también masiva de tropas de Mussolini, y sobre todo los bombardeos de las ciudades, las casas derruidas, los niños muertos, las mujeres muertas, los ancianos muertas... Al final de la guerra, las repúblicas de América Latina veían con toda claridad lo que podía significar, para ellas también, el fascismo.

¿Cuáles fueron los países que más intervinieron en el conflicto de manera directa, o sea, mandando a voluntarios a las brigadas internacionales o yendo otros voluntarios a defender el bando fascista?

En términos proporcionales: Cuba, en primer lugar; y luego Argentina. Cuba es el único país donde se ha trabajado sistemáticamente sobre la historia de sus brigadistas: hay varios libros sobre el tema. Hace algunos años un grupo de historiadores de Mar del Plata publicó un libro importante sobre el tema: Voluntarios de Argentina en la Guerra Civil Española.

¿Qué postura mayoritaria adoptaron los ecuatorianos y argentinos, los pensadores e intelectuales de esos países, ante este conflicto?

En el caso ecuatoriano, casi todos los intelectuales importantes de la época dieron su apoyo a la República. Benjamín Carrión, en su prólogo a la antología Nuestra España. Homenaje de los poetas y artistas ecuatorianos, escribió lo siguiente: “aquí, en el Ecuador, hemos podido recoger este tesoro precioso salvado del naufragio, esta verdad consoladora: todos los intelectuales de valor, los que, en realidad, algo han hecho por la cultura, sin excepción válida, sin transfugio penoso, se han puesto, sin vacilaciones, junto a la causa de la república española. Ni una sola voz discordante digna de tomarse en cuenta dentro del gran concierto de rabia contra los bárbaros y de amor por los defensores de la patria materna. Y si alguno ha sentido la tentación de huir, de ser neutral o, peor aún, de traicionar, ha temido a la sanción suprema que impone la cultura a sus tránsfugas: la muerte espiritual”.

En el caso argentino, hubo importantes intelectuales conservadores y nacionalistas que escribieron a favor de España: pienso en Leopoldo Marechal, que tradujo la “Oda a los mártires españoles” de Paul Claudel, o bien en Manuel Gálvez y Carlos Ibarguren. Hubo también liberales que no sabían muy bien dónde posicionarse: Borges firmó un par de manifiestos al comienzo de la guerra –contra la sublevación militar, contra el asesinato de Lorca–, pero prefirió callarse después; Girondo lamentó la “epidemia” de preocupación política que vivían sus compañeros de generación e insistió en la necesidad de dar la espalda a Europa para pensar en cosas americanas; Victoria Ocampo y Eduardo Mallea, los dos intelectuales fundamentales de la revista Sur, ensayaron la neutralidad pero se vieron obligados, en cierto momento, a tomar partido en contra de Franco y sus aliados. Pero claro, la gran mayoría de los intelectuales estaban en contra de Franco desde el comienzo: los anarquistas (Rodolfo González Pacheco, Diego Abad Santillán) y trotskistas (José Gabriel), a favor de la revolución; a la vez, la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (A.I.A.P.E.) reunió a la mayoría de intelectuales de izquierda en una especie de frente común (con predominio comunista) en defensa de la cultura y contra el fascismo.


Cazarabet, también ha podido tener una breve pero muy valiosa declaración de Olga Muñoz Carrasco, que escribió sobre Perú y la GCE:

Olga, tú escribes sobre Perú y sobre “el efecto” de este país en la guerra civil española. ¿Por qué escoges este país? ¿Cómo fue la experiencia?

Conocía Perú desde hacía años cuando comencé a participar en el proyecto sobre la guerra civil e Hispanoamérica, ya que mi tesis doctoral me llevó a estudiar su literatura y el panorama político y cultural del siglo XX. Aunque mis primeras investigaciones se centraron en la poesía peruana de los años cincuenta, los poetas de los años 20 y 30, excepcionales, fueron para mí una lectura muy frecuentada. Y ahí encontramos a un referente imprescindible en la repercusión de la guerra entre los intelectuales peruanos: César Vallejo. Pero no solo él, también otros poetas de esta época como Emilio Adolfo Westphalen o César Moro se comprometieron con la República española a través de publicaciones clandestinas como CADRE (Comité de Amigos de la República Española).

El Perú ofrecía, sin embargo, una dificultad especial con respecto a la búsqueda de materiales que documentaran el impacto de la guerra civil entre sus intelectuales: entre 1936 y 1939 el país andino se encontraba bajo la dictadura del general Óscar R. Benavides, régimen que prohibía cualquier tipo de manifestación de apoyo a los republicanos españoles. La investigación en Lima, por tanto, resultó bastante limitada, pues tanto la prensa como las revistas, en su gran mayoría, respaldaron al bando sublevado abiertamente y solo algunas publicaciones clandestinas –CADRE, España Libre o Voz de España– dieron cuenta de una corriente subterránea en favor de la República. Algunos de los documentos incluidos en el libro, finalmente, fueron recopilados fuera del Perú, gracias a la ayuda de mis compañeros de proyecto. Así sucedió con textos pertenecientes a autores que permanecieron exiliados durante esos años y desarrollando su actividad fuera del país por razones ideológicas.

Pese a todas las dificultades derivadas de la peculiar situación política del Perú entonces, la investigación me permitió trazar un mapa de la época apasionante, pues la guerra civil española se vivió allá como un acontecimiento propio. El hallazgo de ciertos materiales clandestinos de difícil ubicación, como las revistas arriba aludidas, facilitó completar el panorama cultural e ideológico de los intelectuales peruanos en los años treinta. A través de la guerra civil muchos autores del Perú indagaron en su propia identidad nacional y, tanto para unos como para otros, el conflicto español supuso una reconciliación verdadera con España, una reconciliación marcada por la herida de la guerra.

Introducción, estudio y edición de Olga Muñoz Carrasco
562 páginas. 15,5 x 24 cms. 27,00 euros
Calambur














Introducción, estudio y edición de Matías Barchino
696 páginas. 15,5 x 24 cms. 30,00 euros
Calambur 














Introducción, estudio y edición de Niall Binns
824 páginas. 15,5 x 24 cms. 35,00 euros
Calambur













Introducción, estudio y edición de Niall Binns
584 páginas. 15,5 x 24 cms. 30,00 euros
Calambur













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