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lunes, 7 de septiembre de 2015

Noticia: José Luis Puerto, autor de "Trazar la salvaguarda", entrevistado en RNE


José Luis Puerto, autor de "Trazar la salvaguarda" en el programa "No es un día cualquiera" de RNE el domingo 6 de Septiembre a las 12:20h.





Podéis escucharlo del minuto 33 al 47.24 en:

 No es un día cualquiera


jueves, 19 de febrero de 2015

Reseñas: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en la revista Libros & Letras

Trazar la salvaguarda, José Luis Puerto
Libros y Letras, revista cultural de Colombia y América Latina, 06/09/2014

El último poemario de José Luis Puerto refleja la madurez de un poeta que siempre ha sabido colocar su estética al servicio de lo esencial, a disposición de las experiencias constituyentes del ser humano. Trazar la salvaguarda es sobre todo un libro unitario, a pesar de su estructuración en cuatro partes: “Hilos de tiempo”, “Nueve huellas de marzo”, “Cinco motivos clásicos” y “Dextro: la salvaguarda”, puesto que bajo esta división —claramente no arbitraria— se explicita una misma manera de contemplar el mundo y de expresarlo, mediante el ritmo primordial de lo que late y está profundamente vivo. Ya desde el título se apunta a la guarida, al refugio, a la salvaguarda: ese espacio de salvación en los juegos infantiles, a pesar de las heridas que se van acumulando con el paso del tiempo. Y ese hogar recuperado en el que uno se refugia tiene mucho que ver con la unida, con la comunión de todo lo que vive. Por ello, quizá, la belleza no pueda ser separada del canto a la dignidad de los excluidos por la historia, "ese rumor que purifica, / el de los más humildes", los expulsados que aparecen retratados en los objetos y en los paisajes que han sido habitados por ellos. “Proclama tu silencio / La melodía de la dignidad. / Se oyen las voces de los derrotados. / Sus herederos hablan. / Los fusilados del amanecer. / Cunetas y cunetas / Al olvido entregadas / Por la barbarie de los vencedores”, escribe José Luis Puerto, dejando entrar en el verso la honestidad de quien no se limita a nombrar la belleza del universo, sino que, sin perder un ápice de estética y musicalidad, se hace cómplice y hermano del mundo en el que vive. De ahí que todos esos lugares, reales o simbólicos, se conviertan, por la naturaleza de su verdad, en mediadores de la protección, en enviados, en señales ajenas al poder y a sus profanaciones.

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Lee la reseña en Libros & Letras

miércoles, 18 de febrero de 2015

Reseñas: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Lectura y signo

Las voces desterradas como refugio: Trazar la salvaguarda
Por Asunción Escribano (Universidad Pontificia de Salamanca)
Lectura y signo,  9 (2014), pp. 139-14


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Trazar la salvaguarda, el último poemario de José Luis Puerto, es un libro hermoso. Pero no con la belleza fácil de quien se complace cómodo en el mundo, sino con la hermosura que surge de quien, a pesar de percibir las heridas que van dejando los que ejercen el poder sobre las cosas que rozan, es capaz de transformar estas en señales de lo vivo y verdadero. A pesar de su organización interior en cuatro partes: «Hilos de tiempo», «Nueve huellas de marzo», «Cinco motivos clásicos» y «Dextro: la salvaguarda», Trazar la salvaguarda es un poemario estructurado unitariamente y, sobre todo, es una obra que responde a una misma mirada, la que convierte en objeto de su interés los rincones más desapercibidos, pero que permiten al hombre que recala en ellos el aprendizaje de la salvación personal.
Precisamente es en esta última parte, «Dextro», donde el escritor relata cómo buscaba palabras con «x» para la elaboración de un diccionario, y que fue en el ideológico de Casares donde «me encontré con el término dextro: espacio de terreno alrededor de una iglesia, dentro del cual se gozaba de derecho de asilo».El diccionario apuntaba, por tanto, a un terreno de protección y de salvaguarda, lugar común a todos los libros de Puerto, y centro temático de Trazar la salvaguarda. El libro de Puerto construye, por tanto, desde el título su apuesta poética original. La obra supone de este modo la búsqueda simbólica de un refugio donde protegerse. Como sucedía cuando éramos niños y jugábamos a quién se la quedaba en el pilla-pilla o en el escondite inglés, y siempre estaba como última guarida la «casa». Allí nadie nos rozaba con su daño. Después, con el paso de los años, ya de adultos, ni la casa nos protege. Pero todos volvemos una y otra vez a buscar ese espacio íntimo de la memoria para refugiarnos del daño y su miedo, y ese es el nudo en el que sea tan todos los poemas en el libro.



De este modo, Puerto da nombre consciente–como en realidad lo ha hecho siempre en todos sus libros- a esos espacios en los que se siente a salvo, rastreados y sugeridos anteriormente en sus poemarios en términos como «señales»,«estelas», «sílabas del mundo» o «moradas»…, aunque ese rastreo en esta obrase ha realizado más honda y conscientemente. Y esos amparos logrados siempre están vinculados al corazón, como bien se señala desde el inicio en las citas de Hölderlin y de Chagall, donde se habla de dar «nombre a lo que se ama» y de que «sólo es mío el país que se encuentra en mi alma». Comparten ambas menciones la alusión a esa doble naturaleza de ciertas cosas de estar fuera del hombre, pero también de haber pasado a formar parte de esa estructura interior que sostiene, como ocurre con los pilares de los edificios, la propia vida.



Los objetos se revelan ante el poeta. Esa es la esencia verdadera de la poesía: comunión. Todo dialoga con quien es capaz de mirarlo todo con temblor. El primer poema es, de esta manera, especialmente significativo y fulgurante. El poeta conversa con el mundo y este le habla de su naturaleza esencial. Pero de todos los mensajes elige dos o tres con los que construye el abanico de sus certezas y de su identidad. Somos aquél diálogo que hemos elegido como guía cierta de nuestra existencia. Lo escuchamos en palabras de Puerto en el poema inicial, titulado «Bayas»: «Dice:/ En el pequeño arbusto/ tan cargado de bayas,/ en el atardecer,/ los jilgueros en una algarabía/ gozosa picotean/ los frutos de un festín/ destinado a los cielos.// Las bayas de esa voz/ son lasque me alimentan».



De esta manera, Puerto escoge para hablar de sí mismo y de su poesía –él mismo sobre el papel- el centro de su fe: las bayas de una voz (la del mundo, la de la vida…) que le ofrecen, como si de un jilguero se tratara, sus frutos en el atardecer (¿simbólico, real?), un festín que está destinado a los cielos, pero que hasta los seres más pequeños, los pájaros, pueden disfrutar. Pero, ante todo, lo relevante en este poema no es quién habla, el sujeto sino lo que se dice, el objeto. Y ese contenido del decir es en el que instala el poeta su vida. Las bayas con las que alimenta su trinar son los poemas que constituyen el poemario. Los espacios físicos o mentales que hablan de lo esencial.



Entre ellos, y en primer lugar, la belleza de los excluidos. Una estética que tiene más que ver con la dignidad que con la ornamentación, y que deja su huella por todas partes. Pero, al tiempo, es una belleza que exige sobre todo del hombre un equilibrio en su contemplación suficiente como para poder recalar serenamente en ella. Está en objetos tan diversos como los edificios que han superado la prueba del tiempo, pero donde quedan los rastros de los expulsados. El tiempo aparece así como justo señor, y en las piedras –lo más duro- aparecen talladas las señales de lo más frágil, como ocurre en el abrazo en la ermita de Calatañazor: «Dos cuerpos enlazados/ frente a toda intemperie,/ frente al daño que causan/ la avaricia del tiempo,/ la crueldad de los otros», huella que ha conseguido superar los límites humanos; o en la Seo de Zaragoza, donde perdura la estela de «la belleza que dejaron/quienes serían expulsados de/ los espacios del reino./ Y permanece aquí/ con todo su fulgor,/ sobre pasando el tiempo/y hablando de un lugar/ que hoy ya es posible que habitemos todos,/ pues el mundo es morada/ más allá de exclusiones y de dogmas». De igual manera, también los espacios ofrecen a la mirada compasiva del autor una evidente muestra de la exclusión, por lo que le hacen afirmar con tristeza que «Este día proclama el abandono/ de la tierra que piso, que transito/tierras achicharradas/ amarillos del todo calcinados/ pueblos dejados de la mano de/ un Dios vuelto de espaldas».



En segundo lugar están los mediadores de la protección, los rechazados, quienes, por poseer la cualidad de lo vivo, gozan también capacidad de protección, como conciliadores, como enviados, a modo de ángeles (en el sentido etimológico del término). Son lugares sagrados, espacios naturales que hablan al hombre de la Verdad, con mayúsculas. Son ámbitos bienhechores y cifra de lo ajeno al poder económico y a sus profanaciones. Espacios con alma a quienes se les encomienda el cuidado de lo que se ama. De esta manera, al Ara votiva de La Albercale demanda el poeta la defensa de su propio espacio intocado: «Tú, diosa desplazada,/ Ilúrbeda, patrona/ del lugar, de los bosques,/ protege lo sagrado/ que pervive en mi espacio del origen/ y líbralo de tantas/ profanaciones a que es sometido./ Secreta diosa de un oeste pobre,/ te ofrezco hoy, por todo lo que pido,/ el ara más leal de mis palabras». Otros elementos también se tornan en intercesores, por ejemplo una piña de cedro que, además de hablar de su pertenencia al mundo antiguo, «la necesita el corazón» como hilo de su telar, para lograr la tela más limpia del alma. O un puñado de tierra, que loes todo, aunque pase desapercibida, por ser la base del hogar, el cuenco para las semillas, o el amparo futuro para el cuerpo,«don que al misterio me liga»…



Por el poemario transitan, de este modo, lugares, personas y experiencias salvadoras a las que se les pide ayuda y que, aunque pasen inadvertidas, nos sostienen y por ello les debemos gratitud:«Otoño/ te pido protección/ esta mañana clara de diciembre,/ envuélveme en la luz/ y hazme arder en tus oros».



Con frecuencia son elementos pequeños o frágiles, que recuerdan al hombre su naturaleza fundamental, por ejemplo, las alas de la mariposa que «es la belleza humilde/ que me regala el día», y que es signo y posibilidad de un vuelo vital más alto. Son las grafías pequeñas que hablan de otras huellas más grandes y poderosas, y a las que el poeta saber mirar de manera desacostumbrada, traduciéndolas al idioma de los afectos. Muchos de estos signos se vinculan a la infancia como refugio y el escritor las muestra como paradigma delos códigos salvadores de entonces: «Qué llevas en tu vientre,/ pequeño pez de plata» (…),«Dame tu protección, / dime cuál es la frase/ sagrada que contienen tus adentros» (…), «Transpórtame hasta el centro de mi origen»… Son los espacios tocados por la gracia, los ámbitos del corazón, portadores de mensajes de amparo: «Pétalos delicados/ que creáis un espacio circular/ defendido de todos los peligros». Ejemplos de lo pequeño desapercibido, solo descubierto cuando nos visita su fulgor, como ocurre en el poema titulado «Candelina», en el que lo que asciende lo hace por la ligereza de su ser:«Pequeño insecto moteado/ que haces delo minúsculo el emblema/ Más hermoso y más libre».



Entre esos ámbitos redentores, llama la atención por su intensa presencia emocional el mundo de lo femenino, lugar de sanación de todas las heridas. Son los diferentes rostros de la mujer los que preservan la vida del escritor: la madre, la esposa, la hija…, el hogar por excelencia, espacio de plenitud, morada y amparo: «Extiendo bien mi mano,/ la coloco en tu vientre/ como esfera lograda de mi mundo,/ lugar de las semillas,/ calidez protectora,/ espacio femenino que nos salva»… Y junto al salvador espacio femenino, también sostienen la vida propia la experiencia redentora de los más ancianos, que portan la mirada llena del amor y la dignidad de quien va por delante en lo vivido, y cuyo vocablo transporta la claridad con su melodía antigua, «La voz de los ancianos/ la de la potestad/ la que conoce el mundo y lo pronuncia/ la voz de la advertencia y el aviso/ también la dela súplica/ la de la profecía». En la poesía de José Luis Puerto, toda la vida posee un temblor sagrado y todos los objetos naturales tienen esa capacidad de ser intercesores de la bondad.



El tercer ámbito temático es la palabra y su supuesto rostro antagónico, representado por el silencio, cuya cadencia recóndita es reivindicada por el escritor. Puerto considera así que las voces de la derrota se hacen escuchar siempre y, aunque su momento se dilate, su presencia se acaba imponiendo, a pesar de la presión de los poderosos por acallarlas. «Proclama tu silencio/ la melodía de la dignidad./Se oyen las voces de los derrotados,/sus herederos hablan,/ los fusilados del amanecer./ Cunetas y cunetas/ al olvido entregadas/ por la barbarie de los vencedores./ Hay que desenterrar/ la melodía hermosa/ de los asesinados/ que callen las descargas,/ que ofrezca la lengua/ reconciliada y fraternal de todos./ Habla tú melodía/ por tanto tiempo sepultada,/ la del honrado pueblo soberano».



Con el único lenguaje posible, el dela paradoja, ensayado de manera vigorosa desde antiguo en nuestro idioma por poetas y místicos, José Luis Puerto se refiere ala doble identidad de las palabras. Esa doble naturaleza de los vocablos cuando son íntimos que obliga a que para nombrar con contundencia se tenga necesariamente que rozar los territorios del mutismo(«Calla/ y di desde el silencio»; «Pájaro y hombre,/ canto y silencio,/ todo proclama/ la hermosa melodía/ que a todos nos abraza»). Términos que, por otro lado, cuanto más auténticos son, más se imprimen en el alma de quien los pronuncia.



La palabra es, por tanto, un don sagrado y presenta las cualidades que la hacen poseer esta peculiaridad. La palabra puede mostrar todos los gestos posibles de la redención: callada, cantada, rezada, entregada, esperada, buscada, anhelada, ofrecida, sentida… Es «melodía que nos salva» y que nos lleva hasta la plenitud en su afán cabalístico: «¿Y cuáles son las sílabas/ que den con el prodigio que esperamos?», escribe en esta dirección Puerto. Se busca y halla, por otro lado, en el vértice entre lo que percibimos y lo que hay.



Frente a la palabra del poder, vacía,«el gastar palabras para poco», en la que se violenta su sentido sacral, el poema se sitúa en el cruce íntimo entre el mirar y el ser, «el silencio secreto del que calla /el vuelo de los pájaros». De ahí que en la línea de J. R. Jiménez que pedía a la inteligencia su exactitud, Puerto pide al alma que abrace en ella los senderos del corazón: «Canta/ pronuncia la palabra/exacta y clara/ de la mañana/ acaricia las cosas/ abrázalas». La caricia, por tanto, frente al pensamiento. La apuesta por la sensibilidad en lugar de la razón… Por ello, esta actitud respetuosa, casi sacral, frente al nombrar exige unas dosis intensas de sosiego y lentitud al nombrar para permitir el paladeo nominal que hace degustar al vida, como un mantra en el que el escritor consigue «calmar la sed/ y apaciguarnos». Es esta una forma de humildad escogida de quien decide permanecer fuera de los focos, y con ello conseguir hallar las «señales de lo que está escondido».



Finalmente, el cuarto ámbito está constituido por todos aquellos poemas que apuntan a la identidad del hombre verdadero, el hombre que lleva su dignidad como un faro que ilumina. Aquí se encuadrarían una serie de poemas estructurados de manera original en torno a un único componente oracional, que se reitera en variantes anafóricas, con la intención de focalizar y resaltar su importancia: «El que camina con su dignidad/el que va por la calle a cuerpo limpio/ el sobrio, el que se entrega/ el que no pide nada y va en silencio»… Como se puede comprobar, en estos poemas el escritor decide prescindir del verbo principal, puesto que lo que le interesa es el resalte, la función deíctica, señaladora -tan bien manejada por los niños en sus primeros años- manifestada también en la sintaxis, e incidir en la relevancia de esa forma de ser, convertida a través de estos textos en paradigma de autenticidad: «El amigo del sueño,/ el amigo de las constelaciones,/el buscador nocturno de luciérnagas,/ el amigo del vuelo de los pájaros,/ del canto de los pájaros,/ el que contempla desde abajo el mundo/ (…) Ese».



Se construye, de este modo, a través de la reiteración acumulativa de propiedades al hombre auténtico, el digno de ser imitado por los demás. Por ello no extraña que Puerto recomiende a sus lectores «estate bien cerca/ De todo lo que importa»,puesto que lo verdadero se encuentra ya en el propio proceso del buscar y en sus señales lingüísticas. Entre estas, y de manera significativa, el imperativo adquiere en los poemas las propiedades de la advertencia, de la invitación suave pero contundente, a la que apunta con su certeza de verdad. Por ello podemos escuchar en palabras del escritor las siguientes sugerencias convincentes: «Ama las lejanías», «busca, busca»… Además de la sintaxis quebrada y del uso emocional del imperativo, toda la semántica de la entrega se pone al servicio de la construcción de la identidad humana genuina. El Hombre, con mayúsculas, aparece así descrito en sintagmas como los siguientes: «disuelto en lo pequeño», «buscaba hallar plenitud», «se perdía por lo más recóndito»,«se desvivía, amaba»…



Es la poesía de José Luis Puerto, en definitiva, una poesía muy auténtica, al tiempo que enormemente esperanzada. Una poesía que, a pesar de su permanente registro de la injusticia, muestra los numerosos elementos con los que nos podemos salvar. Así lo manifiesta el escritor en el poema titulado «nos queda», donde indica que «nos queda el alma», el «vaso de cristal», el «amanecer», los «árboles», las«sílabas limpias», las «palabras intactas»,los «otros», la «mujer», el «viento», y todo ello dirigido a «que no fracase/ la melodía hermosa/ de la fraternidad». Es por ello un poemario que abre las ventanas dela vida y enseña a mirar y a sentir la belleza que nos rodea. No es fruto de una impostura intelectual, sino que anima al cambio vital necesario tras acercarse a un poemario. Consigue, de este modo, lo que a mi entender debería lograr cualquier libro, especialmente si este es de poesía, no dejar intacto al lector y que esté salga transformado de su lectura. Y, sin duda, tras leer Trazar la salvaguarda de José Luis Puerto uno vuelve de este viaje intelectual y vital siendo otro, tras haber tenido el privilegio de escuchar «ese rumor que purifica,/ el de los más humildes».


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Fuente de la reseña academia.edu.







viernes, 5 de septiembre de 2014

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en la revista Quimera

La salvación de la palabra
Por Asunción Escribano
Revista Quimera, nº 368-369, julio-agosto de 2014


El último poemario de José Luis Puerto refleja la madurez de un poeta que siempre ha sabido colocar su estética al servicio de lo esencial, a disposición de las experiencias constituyentes del ser humano. Trazar la salvaguarda es sobre todo un libro unitario, a pesar de su estructuración en cuatro partes: "Hilos de tiempo", "Nueve huellas de marzo", "Cinco motivos clásicos" y "Dextro: la salvaguarda", puesto que bajo esta división —claramente no arbitraria— se explicita una misma manera de contemplar el mundo y de expresarlo, mediante el ritmo primordial de lo que late y está profundamente vivo. 

Ya desde el título se apunta a la guarida, al refugio, a la salvaguarda: ese espacio de salvación en los juegos infantiles, a pesar de las heridas que se van acumulando con el paso del tiempo. Y ese hogar recuperado en el que uno se refugia tiene mucho que ver con la unida, con la comunión de todo lo que vive. Por ello, quizá, la belleza no pueda ser separada del canto a la dignidad de los excluidos por la historia, "ese rumor que purifica, / el de los más humildes", los expulsados que aparecen retratados en los objetos y en los paisajes que han sido habitados por ellos. "Proclama tu silencio / La melodía de la dignidad. / Se oyen las voces de los derrotados. / Sus herederos hablan. / Los fusilados del amanecer. / Cunetas y cunetas / Al olvido entregadas / Por la barbarie de los vencedores", escribe José Luis Puerto, dejando entrar en el verso la honestidad de quien no se limita a nombrar la belleza del universo, sino que, sin perder un ápice de estética y musicalidad, se hace cómplice y hermano del mundo en el que vive. De ahí que todos esos lugares, reales o simbólicos, se conviertan, por la naturaleza de su verdad, en mediadores de la protección, en enviados, en señales ajenas al poder y a sus profanaciones.

Son eso pequeños elementos, la bayas de los arbustos, las piedras, las piñas, las alas de los insectos, la propia tierra y sus habitantes, los que recuerdan al hombre su naturaleza esencial y, por ello, ejercen un modo original de redención. Son todos ellos esos bienaventurados de los que María Zambrano decía que "están como alojados en el orden divino que abraza sin tocarlas todas las cosas y todos los seres, todas las almas también, como una posesión amorosa que ni necesita ser sospechada en quien la recibe". Entre ellos las mujeres, con su intensa presencia emocional, se tornan un espacio esencial de sanación de las heridas. También los ancianos, que portan la melodía antigua de la profecía, y que nombran con sus existencia la Verdad. Esos ancianos "Que caminan unidos por la calle / De la ciudad sagrada. / El pálpito enlazado de la sangre / De sus manos fundidas / Acaso sea / Esta tarde de marzo / Lo único capaz / De vencer a la muerte".

Enhebrados todos ellos por el hilo nominal de la palabra poética, ese cauce que concede voz a la derrota, pero que nombrándola la ilumina y le da sentido. Canto engarzado en el respeto del silencio. "Canto y silencio, / Todo proclama / La hermosa melodía / Que a todos nos abraza", entona José Luis Puerto. De ahí que en la misma línea de Juan Ramón Jiménez, que pedía a la inteligencia el nombre exacto de las cosas, Puerto solicita al alma que abrace en ella los senderos del corazón: "Canta / Pronuncia la palabra / Exacta y clara / De la mañana / Acaricia las cosas // Abrázalas", concluye el poeta.

Es, en definitiva, la poesía de José Luis Puerto una poesía auténtica y enormemente esperanzada, a pesar de dar cobijo contundente a los claros espacios del dolor. Porque, a pesar de todo, como José Luis Puerto afirma en su poema "Nos queda", el hombre todavía puede encontrar innumerables espacios de redención al alcance de la mano: "el vaso de cristal", el amanecer, los árboles, las "sílabas limpias", las "palabras intactas", el viento. Pequeñas cosas cotidianas que hacen de la vida un lugar digno de ser habitado.




lunes, 18 de noviembre de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Andalucía Información

Trazar la salvaguarda
Por Jorge de Arco
Andalucía Información, 29/10/2013

Tras sus dos últimos títulos, De la intemperie (2004) y Proteger las moradas (2008), José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953), da a la luz Trazar la salvaguarda, un poemario que, en palabras del propio autor «cierra una suerte de trilogía donde yo quiero que la palabra poética sea esencial, leve, sugeridora, frente a los excesos que hay en la sociedad y todos los elementos de consumo, de desgaste».

Hombre de letras y para las letras —profesor, editor, crítico, traductor, ensayista…—, su obra lírica alcanza con ésta su novena entrega, y continúa la línea marcada  —apuntado queda— por una sonora precisión verbal, por un universo donde el Hombre y la Naturaleza conviven fieramenteunidos y por una materia que además de acariciar los temas universales —amor, paso del tiempo, mortalidad…—, se complementa con una forma de mirar la realidad plena de humanismo y espiritualidad: «Días hay en que el ángel/ acude hasta nosotros. Cómo nos apacigua su presencia./ La herida se hace bálsamo./ Las pérdidas, encuentros./ El abandono se hace compañía/ y todo vuelve a ser/ como siempre quisimos».
Y esos ángeles, el rústico, el del asombro, el relojero, el inocente, pueblan también la soledad y la expresión del poeta, y convierten su voz en mensaje sincero y calador: «Sobre la rama verde/ el pájaro/ canta./ En su estancia, abstraído,/ el hombre calla./ Pájaro y hombre,/ canto y silencio,/ todo proclama/ la hermosa melodía/ que a todos nos abraza».


Dividido en tres apartados, el volumen camina en su primera parte, «Hilos de melodía», por los territorios más íntimos, más próximos a un yo poético que traza la salvaguarda a sabiendas de que ésta es protección y de que no hay mejor lugar para hallar tal amparo que refugiándoseen la poesía «un fulgor que nos ilumina y nos pone en contacto con una belleza desusada». 
En su segunda sección, «Nueve huellas de marzo», el lector podrá recorrer de la mano del vate salmantino, los secretos de Fez, esa imperial ciudad marroquí, centro religioso y cultural del país, donde «… se mezclan/ el dolor con el júbilo,/ la lentitud con la celeridad,/ la permanencia con el sacrificio»; y donde «conviven el mercado y la mezquita,/ el regateo y la plegaria,/ la prisa y la quietud».
Por último, «Cinco motivos clásicos», tienen a Ulises, Sísifo, Antígona, Prometeo e Ícaro, como protagonistas del ayer y del hoy, como ejemplos vigentes —¿eternos?— por su sabiduría, su grandeza y su condena.


Al cabo, un poemario donde José Luis Puerto vuelve a dar muestras de que su decir es una síntesis consciente de infinitud y finitud, y de cuyo dualismo nace una esencia lírica plena de libertad, de tradición, de pasión. Su verbo, siempre acompañado por una certera ensoñación rítmica, se torna himno vívido, conciencia común, y protege y guarda de lo que más nos importa: «Enciende la memoria. Lo que buscas/ es un latido de oro/ que está en los arrabales de la noche./ Lleva tu rama allí,/ no te importe empuñarla con tu mano/ más delicada y luminosa./ Te espera la ventura que mereces».



Lee la reseña en Andalucía Información

 






lunes, 7 de octubre de 2013

Noticia: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en El Norte de Castilla

José Luis Puerto ensalza la poesía como protección en su último libro
Virginia T. Fernández
El Norte de Castilla, 5/10/2013

En compañía de poetas amigos, el salmantino presentó ayer en la Fundación Santiago y Segundo Montes Trazar la salvaguarda

Urdimbre sagrada de palabras, realidad del poeta. José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953) se ha identificado a sí mismo como "tejedor de palabras". Y no hay definición más coherente para definir su personalidad poética. Ayer presentaba su último poemario Trazar la salvaguarda (Calambur), en compañía de poetas de la tierra y amigos, en la Fundación Segundo y Santiago Montes.

Carlos Aganzo, poeta y director de El Norte de Castilla, fue quien trazó minuciosamente los elementos que sugiere una obra en la que "se dice mucho sin decir", que el salmantino divide en tres bloques. La parte vertebradora es "Hilos del tiempo". Hilos que, como tejedor pertinaz, tendió Puerto ya en su primer poemario, El tiempo que nos teje (1982), y mantiene hoy, ligados a lo que significa para él la peosía: "La palabra retirada que configura territorios íntimos que nos protegen".

José Luis Puerto habla recurrentemente de territorios. Por múltiples territorios transita profesionalmente (es crítico, traductor, ensayista, profesor, editor, etnógrafo), y muchos territorios visita como creador. El que delimita el título de su último poemario conforma la esencia de Trazar la salvaguarda. En ella se ensalza "la poesía como protección, como palabra que de alguna manera nos da sentido y nos libra del caos, del sinsentido, de las intemperies que vivimos", cuenta el escritor, "En ese sentido aludo a dos símbolos, uno es el 'dextro', el territorio en torno a los templos, donde uno quedaba protegido, no lo podía perseguir la justicia, quedaba salvado", añade.

La dualidad simbólica se completa con la idea del círculo que trazaban los niños en el suelo que les libraba de todos los males durante sus juegos. La vuelta a la pureza propia de la infancia es uno de los temas subyacentes en el peomario. 

Aunque uno de los libros más aclamados de Puerto es Señales (Premio Gil de Biedma 1997), el poeta, colaborador de la edición de Salamanca de El Norte y de La Sombra del Ciprés, vincula Trazar la salvaguarda con De la intemperie (2004) y Proteger las moradas (2008): "Estas obras formarían una suerte de trilogía donde yo quiero que la palabra poética sea esencial, leve, sugeridora, frente a los excesos que hay en la sociedad y todos los elementos de consumo, de desgaste". A la sociedad en cierto modo caótica en la que estamos sumidos se refirió ayer el escritor al insistir en el poder salvador de la poesía. Reivindicó el "territorio de fraternidad que se nos niega", en una época plagada de insolaridades.

Una experiencia personal ha marcado el nuevo poemario: la muerte de su padre el pasado verano. "Más allá de la pérdida, el hecho tuvo consecuencias significativas", afirmó Puerto, porque derivó en inspiración de uan serie de poemas titulada 'Melodías del padre', de la que ayer leyó un par de composiciones. Tuvo palabras de cariño y emoción para él un campesino castellano humilde, y para todos aquellos que "fueron parte del peublo soberano que nunca han pedido nada pero que han levantado el país", y recibido poco a cambio.



 
 

jueves, 20 de junio de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en La Crónica de León

José Luis Puerto atribuye a la poesía un poder de protección
R. Jiménez
La Crónica de León, 17/01/2013

La idea de protección y capacidad que atesora la palabra creativa para ayudar al ser humano a sobrellevar su dolor sustenta la obra poética de José Luis Puerto, también crítico, editor, profesor de literatura y etnógrafo, que acaba de publicar su noveno poemario, ‘Trazar la salvaguarda’ (Calambur).


“La poesía, así ha sido en mi caso, permite configurar territorios donde está presente lo sagrado, el sentido de la protección y otro elemento como es su facultad para curar heridas, apaciguar el dolor de la existencia”, ha explicado a la agencia Efe José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca).


Ocurre también en ‘Trazar la salvaguarda’, cuyo título alude precisamente a esa condición de parapeto o protección que ofrece la poesía a quien recurre a ella “para ponerse a salvo del caos y la destrucción”, ha insistido este autor que, con el libro ‘Señales’ (1997), obtuvo en 1997 el Premio Jaime Gil de Biedma.
La palabra, desprovista de la máscara “que oculta al ser humano en muchos lenguajes contemporáneos”, obra entonces como un “hilo de emoción, de tiempo y de memoria” hasta conformar espacios “que trascienden la realidad, donde impera el espíritu y la belleza es la resultante de una manera de ser y estar en el mundo”, ha añadido.


Esas demarcaciones o áreas de seguridad “son como los muros y los hitos que antiguamente jalonaban determinados espacios considerados sagrados y situados junto a la entrada de las iglesias, ‘dextro’ lo llamaban en la Edad Media”, ha comparado el escritor además de con los círculos que los niños trazaban en la tierra durante sus juegos.


Poesía sin estridencia, intimista, donde la belleza se manifiesta en las cosas más pequeñas, a veces inadvertidas como la naturaleza o el paso de las estaciones, rezuman los versos de “Trazar la salvaguarda”: “Madera de castaño,/ Protege este lugar, tú que lo habitas/ Mucho antes que nosotros”, escribe en una de las primeras composiciones.


El poemario consta de cuatro partes, la más extensa de las cuales, (‘Hilos de tiempo’) tiene a la naturaleza y sus ciclos, el discurrir de la vida, el mundo de la memoria, el rumor de los seres próximos y la desaparición de los más queridos como protagonistas de versos íntimos y emotivos.


Esa dualidad entre la gracia, como anhelo y conciencia de plenitud al que aspira al ser humano, y la herida, fruto de la devastación del tiempo y que precisa curación, es recurrente en la obra poética de Puerto y ya aparece en ‘Señales’ (1997), su quinto poemario después de ‘El tiempo que nos teje’ (1982), ‘Un jardín al olvido’ (1987), ‘Paisaje de invierno’ (1993) y ‘Estelas’ (1995), y al que siguieron ‘Las sílabas del mundo’ (1999), ‘De la intemperie’ (2004) y ‘Proteger las moradas’ (2008).


“Desciende a lo pequeño,/ A esa brizna de hierba,/ A esa gota de lluvia/ que te salvan (...)”, propone al lector en otro pasaje de un libro donde también recrea algunos mitos clásicos relativos a Ulises, Sísifo, Antígona, Prometeo o Ícaro, y que cierra con un texto en prosa.
Puerto es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Salamanca y catedrático de Enseñanzas Medias en el Instituto Lancia de León, ciudad donde reside desde hace casi quince años.


Cofundador de la revista ‘Encuentros’ y editor de la colección ‘Pavesas. Hojas de poesía’, ambas en Segovia, es también autor de los libros en prosa ‘Las cordilleras del alba’ (1991) y ‘El animal del tiempo’ (1999), así como de diversos estudios de etnografía como ‘Teatro popular en la Sierra de Francia’ (1990), ‘Paseos por Las Hurdes’ (1995), junto a Ramón Grande del Brío, y ‘El Camino de Santiago en la literatura’ (2004), entre otros.



José Luis Puerto en La Crónica de León

martes, 11 de junio de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Astorga RedAcción


José Luis Puerto. Trazar la salvaguarda
Eloy J. Rubio Carro
Astorga RedAcción, 19/05/2013

                                                                                      
Pero casi todo lo que los críticos, los poetas
o escritores de ficción, los amantes de la música
dicen acerca de las composiciones es verborrea.

George Steiner


Empecemos por el título de un libro de Hannah Arend, ‘Hombres en tiempos de oscuridad’; ahora imaginemos el contenido del libro. ¿Cuáles fueron las respuestas de esos hombres y mujeres destacados, entre los que se cuentan Rosa Luxemburg, Juan XXIII, Hermann Broch, Walter Benjamin, Beltor Brech, etc, a un tiempo de catástrofes políticas y morales? Vivimos en ese tiempo que aún no ha pasado y que parece tener continuidad de catástrofe. ¿Cuál es nuestra respuesta?

'Trazar la salvaguarda’ es ese juego de niños que traza un círculo que alberga un espacio sagrado donde nada malo puede suceder.

Entre dos de los poemas de José Luis Puerto me atrevo a jugar todo el comentario del libro: ‘Altos carros del cielo’ donde asistimos al nacimiento de un niño en la melodía de la pobreza, en la noche más hermosa de la tierra. Esta melodía es la impronta, el sustrato del que ha de crecer la llama que podrá hacer frente a la pobreza del mundo unidimensional de hoy. En aquella pobreza, bajo el girar de las estrellas, en pleno invierno, se fraguan los frutos de la tierra. Como en el juego de la Oca se traza un círculo que se cerraría en el otro poema: ‘Crece’, sé el rey que albergas, sigue la estela de la estrella, la luz que tienes; persigue tu propia huella; haz que esa semilla de luz engorde, que de ella crezca la flor, la rama, la llama más hermosa, dásela al niño aquel que todavía tienes. Esa alegría que repartes dimana en el corazón de todos, su flor nos da la dicha. Dentro de este círculo que albergan esos dos poemas, merodean  muchos otros círculos, todas las llamas de salvación, todas las Ocas de la belleza.

Entre medias de estos dos escritos, donde quienquiera siguiendo su estrella se encuentra en la de todos, se procede al reparto de las salvaguardas que, aunque disminuidas, todavía surten efectos. La primera salvaguarda es el encontrarse niño desposeído en la infancia, un nacimiento de barro vislumbra tu nacer entre las pajas, es la entrega total, la belleza total. Las estrellas señalan el itinerario de la salvación, cada cual tiene su estrella y éstas le envuelven por doquier. El primer fulgor que nos regala el libro son los frutos que en invierno dormitan esperando su flor, unos nísperos y unos caquis en una caja atesoran el planisferio, por encima contemplamos el engalanamiento del cielo; luego, por San Juan el cielo cae a la Tierra y las luciérnagas corretean por la arboleda que irradia sus frutos, en el interior de los frutos se gestan las chispas de luz que dan lugar al universo.

Son salvaguardas pobres, vibrantes de imágenes, asequibles a todos, para quienes nada tienen, solo con mirar a su interior.

Se nos descubre entonces aquella melodía como música de fondo de la infancia, persíguela, se nos dice, persíguela; "otros ecos habitan el jardín. ¿continuaremos? Deprisa, dijo el pájaro, descúbrelas, descúbrelas, junto al rincón. Tras la primera puerta, en nuestro primer mundo".*

Hay un resplandor continuo, una fluencia de tesoros que permanecerían invisibles; surgen por doquier esos espacios de salvación junto a los espacios de mancilla: El silencio ante la melodía del pájaro. El rumor del juego de los niños protegidos por un círculo de tiza caucasiano. Las ciudades de palabras de la poesía que hacen nuestro mundo habitable. "Habrá un temblor secreto allí donde parece que solo está la nada y el olvido de las ruinas". Un lugar de salvaguarda en la errancia de un laberinto sin sosiego. El espacio de las manos enlazadas de dos ancianos eclipsa la belleza de un ramo de rosas situadas frente a ellos, el estupor ante lo bello es lo más bello; pero es ahí donde nos sitúa, en ese asombro, en ese darse cuenta y eso es lo que nos salva. El cuerpo de la amada como lugar de protección. La hermosura en la nimiedad de un suceso al azar, en las alas de una mariposa.

En ocasiones se proponen estrategias, si el espacio protegido es un espacio errante debemos aprender a vivir en la desposesión, en un centro del mundo móvil, en un reino líquido que se desvanece. Reconocer en lo irreconocible la identidad nuestra y de nuestra época. Dejar marcas estratégicas, otra vez Brecht, que confundan los pasos de los programadores que auscultan nuestra identidad de infancia. Para esos no tiene ningún valor el temblor de un dibujo de niño, tan solo les vale por el papel, y si este no sirve, aún lo utilizarían para arder.

Otros espacios de salvaguarda y no soy prolijo en la enumeración, pues sería de nunca acabar: Una piña de cedro, quizás del Líbano, es mensaje hologramático, sirve para reconocer toda la belleza del mundo. Una brizna de hierba por la que discurre una gota purísima. Un minúsculo pez de plata silba su salmodia  y protege porque evoca el jardín del origen. Hay que decir que estas evocaciones que pudieran surgir espontáneamente, son solicitadas de forma activa a los objetos. Pero este hallazgo interior que se hace poesía en la acción de transmitirse, es punto de partida a la conquista del revés del dextro, en una plenitud del afuera, de la dignidad, de la fraternidad; "un lugar donde todos quepamos, respirable". Esa es la tarea, descubrir los espacios de salvación y comunicarlos, explosionar las chispas del hallazgo y, ya sin temor, recobrar el mundo.

La tarea es sobrehumana, necesitada de ayuda; se invocan entonces posibles aliados: La Naturaleza depredada: "Ven ciervo", apacíguame, bebe en las rosas de mi sangre, ahuyenta mis temores, "Que el dolor no dibuje su sombra en lo que amo". La Naturaleza inanimada; el lugar de la belleza que protegen los pétalos del membrillo cuando se inunda de la luz cenital también es invocado: "Proteged a mi hija en este tiempo / Que salga indemne de la adversidad.". A veces se acude a los dioses del lugar: "Ilúrbeda, patrona / Del lugar, de los bosques, / Protege lo sagrado / Que pervive en mi espacio de origen / Y líbralo de tantas / Profanaciones a que es sometido".

Pero hemos llegado tarde a la memoria y a la presencia de los dioses; tan solo posa en los peñascos el plumaje del ala invisible de un ángel. "El vuelo y la caída / Sostienen el sentido de este espacio / Y hay un susurro de la levedad / Que acompaña al silencio y lo protege". Briznas y despojos de lo que era sagrado y en ello hallamos los hilos que pueden llevarnos a un tiempo de plenitud. Es la tarea del Ícaro lo que produce sentido, lo que crea espacio y salva, no su resultado. Esa es nuestra tarea, la miel de esa belleza para todos que exige cumplimiento.

"Todo se halla dormido, mas vive en la latencia. Es un reino que espera, ay, la resurrección, cuando llegue la luz del tiempo nuevo, cuando el ángel acuda a rescatar gozoso lo perdido. Allí te detendrás, mas solo lo preciso y en silencio, en actitud reverencial y también recogida, para marchar después. Dejarás una rosa como ofrenda".

El poemario se organiza en tres partes: ‘Hilos del tiempo’, hilos para llegar aún a tiempo. ‘Nueve huellas de marzo’, residuos, briznas de otras maneras de vida, de otras culturas, donde el mundo se ve en su diafanidad, tal como es. Y ‘Cinco motivos clásicos’, donde los héroes antiguos son hombres oscuros que pasan con su miseria a cuestas. ¿Será inútil gritarles?

* T. S. Eliot. ‘Cuatro cuartetos’. ‘Burnt Norton’

ELOY J. RUBIO CARRO