El pasado 12 de mayo, Adriana Zapparoli escogió un poema de Rafael Saravia, autor de Carta Blanca, para ilustrar su columna en Cinosargo.
Una brizna cualquiera.
Corre el año treinta y uno y los enseres se vuelven modernidad.
Sin la corporeidad de los levantados no confiaríamos en el calor,
en la prótesis, en la mancha de carbón,
lo que supone en nuestros pantalones la libertad de campana.
Corre el año ochenta y siete y las Páginas de fuego se reivindican,
se apresuran entonces los caciques a cultivar futuro
y la copa de angustia ya sólo necesita de veinte años en barrica de madroño.
Los cormoranes naufragan en el cemento que alicata costas y robledales,
nos untan de sal los labios y lo llaman esperanza.
Fijan el sabor de la desolación tres puntos por encima de la cayena.
Apelan los indeseables al voto transgénico,
queriendo hacernos ver las bondades de los tomates olor cian.
Se tacha en el calendario el quince de mayo del dos mil trece.
Pintan bastos en los mercados internacionales.
La revolución se regala con cada ramillete de franqueza
y el desierto es una inmobiliaria en época de saldos.
Los herederos del juego quieren vender piolets
a los lectores del Manifiesto por un arte revolucionario independiente
y la nieve ya no limpia los fracasos cosidos al pulóver de los embargados.
Una brizna cualquiera.
Pasan las horas cosidas a una adormidera.
En la esquina de la Calle Antonio Gamoneda,
un vendedor de lotería pronostica el cambio:
Le niega la suerte al portavoz del ministerio.
Ese día, los niños de San Ildefonso
confunden las partituras con las de La Internacional.
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