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lunes, 18 de mayo de 2015

Novedad: Poesía reunida (1967-1987) de Aníbal Núñez

Poesía reunida (1967-1987)
Aníbal Núñez
Poesía. 232 p.  14x22.5 cm.
ISBN: 978-84-8359-357-8
PVP: 30 €


En la obra de Aníbal Núñez, el lugar de la poesía es entendido como el espacio de lo abierto, de lo roto, un espacio al azar de los encuentros inesperados. Casa sin terminar, así se titula uno de los libros más conocidos del poeta salmantino. La poesía es un lugar lleno de salientes y aristas, hija de lo múltiple, como Pandora. «De la mutilación de las estatuas/a veces surge la belleza, de los/capiteles truncados cuyo acanto/cayera en la maleza entre el acanto». [?] Aníbal Núñez desconfía del lenguaje, de todos los ídolos con los que se trata de fijar la belleza, y solo busca esa verdad que vive ignorada en el mundo, lejos de palabras y credos. «Nada/hay para mí más bello que el ver que estás alegre/y viva». Su lugar son las ruinas, los corrales deshabitados, las fotografías de las viñas perdidas, las leyendas sobre los poblados antiguos. 

Se recoge en este volumen un total de doce libros, lo que constituye el legado lírico dispuesto y pensado por Aníbal Núñez para su publicación exenta, aunque desgraciadamente el poeta sólo pudo ver publicados en vida algunos de ellos. Se añaden otros tres conjuntos textuales cuya denominación de libros sería quizá discutible, ya que por sus formatos bien pudieran considerarse poema largo. Por último, se incorpora una amplia selección de poemas sueltos ordenada cronológicamente. Aquellos lectores que tengan la fortuna de leer por vez primera a Aníbal Núñez San Francisco (1944-1987) quizá sean deslumbrados por la cegadora luz de su poesía y, desde entonces, además queden heridos por el fulgor de su verbo, conmocionados ante una voz singular poco dada a las complacencias estéticas.

domingo, 3 de mayo de 2015

Noticia: Los últimos días de Trotski en 'La estación azul', RNE

'Los últimos días de Trotski' de José Manuel Lucía Megías, recomendado en el programa especial del 'Día del Libro' de La estación azul, RNE, 19/04/2015

El espacio conducido por Ignacio Elguero y Cristina Hermoso de Mendoza en La estación azul, realizó un programa especial con motivo del 23 de abril, Día del Libro. En compañía de Javier Lostalé y Jesús Marchamalo propusieron lecturas de todos los géneros y para todos los gustos, entre ellas, Los últimos días de Trotski de José Manuel Lucía Megías. Podéis escucharlo a partir del minuto 40 del programa.

jueves, 30 de abril de 2015

Novedad: Astillas, de Miguel Ángel Curiel

Astillas
Miguel Ángel Curiel
Calambur Poesía, 149. 82 p. 14 x 22,5 cm.
ISBN: 978-84-8359-352-3
PVP: 10 €


Miguel Ángel Curiel es un poeta humanista y naturalista con una originalidad profunda y desestabilizadora, un poeta singular que mantiene una relación única e irrepetible entre los hombres y su vínculo con la realidad. Curiel reconquista la cualidad chamánica mediante una creatividad entendida como actividad espiritual. Cree que el ser —con su oscuridad, su instinto y su voluntad, su conocimiento— está en posesión del sentimiento universal capaz de sacar a la luz el conocimiento, los torbellinos inconscientes que germinan en el alma del hombre, pero también en el alma de la naturaleza. Esta poesía es tanto piel como sangre, nieve o ceniza, transparencia y luz, fuerza poética capaz de engendrar incesantemente nuevas energías. Un espacio de pensamiento vertical. ¿Cómo tener un pez vivo entre las manos? Frederich Schiller afirmaba que la belleza es esa forma que no exige ninguna explicación.

Miguel Ángel Curiel nació en Korbach (Alemania) en 1966. Durante 2009 y 2010 vivió en Roma, en la Academia de España, al serle otorgada la Beca Valle-Inclán. En 2013, reunió sus últimos diez años de escritura poética en El agua, volumen donde se recogen los libros Por efecto de las aguas (2007), Los Sumergidos (2011), y Hacer Hielo (2012). Es autor también de El Verano (2000, accésit del premio Adonáis), y de Luminarias (2012), libro de fragmentos y aforismos poéticos a modo de un diario abierto, donde la poesía sirve de nexo al encuentro de los diferentes géneros. Su último libro fue la reedición de Trabajos de purificación (2014).


martes, 28 de abril de 2015

Novedad: Los últimos días de Trotski, de José Manuel Lucía Megías

Los últimos días de Trotski
José Manuel Lucía Megías
Calambur Poesía, 148. 90 p. 14 x 22,5 cm.
ISBN: 978-84-8359-353-0
PVP: 10 €


León Trotski fue atacado mortalmente el 20 de agosto de 1940. Una tarde, como otra cualquiera, que se convirtió en única, en origen de una leyenda. La casa en la que Trotski y su mujer, Natalia, vivieron los últimos años de su vida, en el barrio mexicano de Coyoacán, se ha convertido en un museo, donde el escritorio de Trotski se mantiene inmutable. Al cabo, el mito de León Trotski no ha dejado de crecer desde que, al día siguiente del atentado, fuera enterrado en la compañía de cientos de miles de mexicanos. Los últimos días de Trotski indaga en los años de exilio del que fuera uno de los artífices de la Revolución rusa. Rastrea en su vida, en sus recuerdos, en sus deseos y en sus fracasos, que son los nuestros. Un viaje, no siempre placentero, por una figura incómoda para cualquier régimen. Una figura que nos recuerda la necesidad de ser consecuente en la vida, si queremos mirar al futuro con la cabeza alta, alejados de las ruines trampas del presente.

José Manuel Lucía Megías (Ibiza, 1967) es catedrático de Filología Románica de la UCM. Publicó Libro de horas, su primer libro de poesía, en el año 2000. Le han seguido Prometeo condenado (2004), Acróstico (2005), Canciones y otros vasos de whisky (2006), Cuaderno de bitácora (2007), Tríptico (2009), Trento (o el triunfo de la espera) (en edición bilingüe español/italiano, 2009) e Y se llamaban Mahmud y Ayaz (2012). A partir de sus poemas, se han estrenado dos obras de teatro: Del amor y otros demonios (2009) y Voces en el silencio (2014). Es director de la plataforma literaria Escritores complutenses 2.0 (www.ucm.es/bucm/escritores) y de la Semana Complutense de las Letras.

lunes, 23 de febrero de 2015

Noticias: Ángel Antonio Herrera en 'La estación azul', RNE

El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera
Ignacio Elguero y Cristina Hermoso de Mendoza
La estación azul, RNE, 22/02/2015


Ignacio Elguero y Cristina Hermoso de Mendoza conversaron con Ángel Antonio Herrero sobre su reciente poemario El piano del pirómano. Podéis escucharlo a partir del minuto 9 del programa.



Reseñas: El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera, en ABC Cultural

Ángel Antonio Herrera ante el abismo
Por Diego Doncel
ABC Cultural, 21/02/2015

Viaje interior, vitalismo y tragedia: tal vez la obra más emocionante de Ángel Antonio Herrea.

De dolor y despedidas se alimentan los versos de Ángel Antonio Herrera. También de vértigo y cenizas.

La poesía no es una referencia a la vida sino una emanación de la vida. O, como decía Pessoa, en el verdadero poema hay metáforas que son más reales que la gente que camina por la calle.

Lenguaje metafórico capaz de crear su propia realidad, "barbarie de la escritura", una geografía del dolor, eso es lo que nos vamos a encontrar en El piano del pirómano, sexto libro de poemas de Ángel Antonio Herrera y tal vez el más emocionante de los suyos, el más trágico. Un libro sobre los excesos, los límites y las pérdidas, pero de igual manera sobre la búsqueda de la belleza, sobre el paso del tiempo, sobre los paraísos todavía posibles.

Escrito en prosa, o con un aliento versicular que contamina la prosa. El piano... es un solo poema dividido en veintinueve secciones. Como suele suceder en algunos momentos de la poesía surrealista francesa, el poema en prosa es el idóneo para desarrollar una imaginería desbordante, dramática o, como él escribe, "contraria a la mansedumbre".

La mitad de agosto

Poesía de carácter surreal, pero con una fuerte ascendencia romántica y alucinatoria, viene a expresar muy acertadamente un tiempo personal asediado por el dolor, la muerte o el deseo de seguir apurando el placer de las noches como único remedio contra la amenaza de la soledad y el desamparo.

"Sé que ya se le apagó a mi vida la mitad de agosto [...] pero aún le adivino el soplo del paraíso", nos dice. Y a partir de aquí empieza esta aventura de nombrar el desasosiego del presente, esta colección de cenizas que el fuego del tiempo va dejando. Quizá algunos de los momentos más emocionantes sean los que se refieren a las ausencias y la memoria.

En El piano... nos encontramos, en efecto, todo un memorial de ausencias: mujeres que se fueron, lugares vacíos, noches a la intemperie. Pero sobre ellas las referencias familiares se convierten en símbolos del más extremo abandono, de la pérdida mayor: "Pulso la pureza de la mácula de aquel septiembre cuando se acabó una madre que fue la mía". O: "Despido en el amor a un último remedio, saludo en el olvido a un padre".

Conciencia herida

Vivir es perder, y es en esa dimensión donde el libro alcanza una altura de vuelo que deja al lector delante de esa conciencia herida, como la denominó Lorca. Porque Herrera, como sucedió en su anterior poemario, Los motivos del salvaje, se acerca a ella con esa honestidad, con esa valentía y con esa lucidez capaces de hacer una geografía de los excesos, de las desposesiones y las pérdidas.

"A esto vine, a hacer íntima militancia del límite", escribe. Límites, furias, una poesía que no se detiene ante los abismos de la existencia, antes los excesos de la vida, sino que los hace suyos. Poesía del vértigo, y también poesía que busca en la belleza, en el último atisbo de la belleza, una marca para la redención, para la resistencia.

Libro, por tanto, de un vitalista, de alguien que confía en el exceso de lo que aún ama. Y ante el que cabe preguntarse si no es, en este sentido, un libro sobre el amor, sobre la confianza más allá de las ruinas del presente, más allá de la errancia en la que se continúa buscando la noche y sus perfumes.

Viaje anterior, vitalismo y tragedia, imaginación brillante y continua perturbación hace El piano del pirómano un libro donde Ángel Antonio Herrera se reivindica a sí mismo en su singularidad dentro de nuestra poesía.

viernes, 20 de febrero de 2015

Reseñas:No-Haiku, de José María Millares Sall, en el blog de Santos Domínguez

No-Haiku, José María Millares Sall
Por Santos Domínguez
Encuentros de lecturas, 18/02/2015

Recuperada desde la reedición en 2008 de Liverpool, la voz de José María Millares Sall (1921-2009) es una de las más potentes en el panorama poético de la literatura española de las últimas décadas.

Desde sus Cuadernos hasta el póstumo Krak, pasando por la espléndida antología Esa luz que nos quema de Selena Millares, la atención editorial sobre su obra ha sido constante y se concreta ahora en No-Haiku, una amplia muestra de haikus que publica Calambur con selección y prólogo de Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán.

Aparecen aquí, entre decenas de textos, poemas que contienen revelaciones como estas:

Pisa la huella
donde ahonda la tarde
su piel oscura.


O estas otras:

Pez. Filo de agua.
La navaja en el brillo
del ojo. Salta.



La de Millares es siempre una poesía movida por la ambición visionaria y por la potencia imaginativa. Y en estos haikus, que son un territorio abonado para la imagen, la percepción y la sugerencia, brilla especialmente la mirada que oscila entre lo exterior y lo interior para escribir una poesía que indaga en la realidad y en la memoria entre el juego y el fuego.

Palabra y luz, memoria y piedra, infancia de playas y azoteas, escaleras y alas, pájaros y celdas en una mirada que recuerda, se dirige hacia el interior o hacia el exterior, se eleva en el aire o excava en la sombra y plantea un diálogo constante entre la intimidad y un mundo laberíntico de túneles y pasillos.

La poesía sonámbula y visionaria de José María Millares busca la luz detrás de la piedra, es palabra vertical en vuelo frente al tiempo, la destrucción y el olvido. Es la verticalidad del ascenso espacial o del descenso de las excavaciones, en una poesía en la que luchan la luz y la sombra, entre la celebración y el desgarro, con un lenguaje que es sonido y sugerencia, respiración sutil de la palabra.

Con la contención y la depuración que exige la estructura del poema breve, habitan estos versos los temas habituales en la poesía de Millares Sall: la luz y el tiempo, la búsqueda y el recuerdo, una memoria del espacio más que del tiempo y el chispazo que ilumina la realidad:

Quieto. En el ojo.
En su espejo. El vacío.
Eso que somos.

Una poesía atravesada por la constante libertad creativa que destacan Juan Carlos Mestre y Miguel Ángel Muñoz Sanjuán en su prólogo:

"Millares solo sostenido en la querencia por la esperanza de su propio sueño, silenciado en su invocación por las detonaciones del esperpento franquista y las frondosas esquirlas de su cumplida criminalidad, ejerció su razón de ser en las palabras ensanchando el ámbito de sus sentidos, la libertad como única conducta de su praxis, la desobediencia como transformación inteligente del hábito ante la esclerosis de la rutina. Y de ese asco al miedo, de esa entereza ante la borradura, nace la insumisión de su lenguaje, la bella dinamita de la percepción musical del mundo."
Como aquí:

Pájaro es tiempo.
La jaula está colgada
de su silencio.

O aquí:

Oculta el vidrio.
Líquido. El ojo espejo.
Trazos. Los signos.


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Lee la reseña en el blog Encuentros de lecturas.
 

jueves, 19 de febrero de 2015

Reseñas: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en la revista Libros & Letras

Trazar la salvaguarda, José Luis Puerto
Libros y Letras, revista cultural de Colombia y América Latina, 06/09/2014

El último poemario de José Luis Puerto refleja la madurez de un poeta que siempre ha sabido colocar su estética al servicio de lo esencial, a disposición de las experiencias constituyentes del ser humano. Trazar la salvaguarda es sobre todo un libro unitario, a pesar de su estructuración en cuatro partes: “Hilos de tiempo”, “Nueve huellas de marzo”, “Cinco motivos clásicos” y “Dextro: la salvaguarda”, puesto que bajo esta división —claramente no arbitraria— se explicita una misma manera de contemplar el mundo y de expresarlo, mediante el ritmo primordial de lo que late y está profundamente vivo. Ya desde el título se apunta a la guarida, al refugio, a la salvaguarda: ese espacio de salvación en los juegos infantiles, a pesar de las heridas que se van acumulando con el paso del tiempo. Y ese hogar recuperado en el que uno se refugia tiene mucho que ver con la unida, con la comunión de todo lo que vive. Por ello, quizá, la belleza no pueda ser separada del canto a la dignidad de los excluidos por la historia, "ese rumor que purifica, / el de los más humildes", los expulsados que aparecen retratados en los objetos y en los paisajes que han sido habitados por ellos. “Proclama tu silencio / La melodía de la dignidad. / Se oyen las voces de los derrotados. / Sus herederos hablan. / Los fusilados del amanecer. / Cunetas y cunetas / Al olvido entregadas / Por la barbarie de los vencedores”, escribe José Luis Puerto, dejando entrar en el verso la honestidad de quien no se limita a nombrar la belleza del universo, sino que, sin perder un ápice de estética y musicalidad, se hace cómplice y hermano del mundo en el que vive. De ahí que todos esos lugares, reales o simbólicos, se conviertan, por la naturaleza de su verdad, en mediadores de la protección, en enviados, en señales ajenas al poder y a sus profanaciones.

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Lee la reseña en Libros & Letras

miércoles, 18 de febrero de 2015

Noticias: entrevista a Ángel Antonio Herrera en ABC por "El piano del pirómano"

Ángel Antonio Herrera: «Soy un yonqui de la poesía»
Por Manuel de la Fuente
ABC, 07/02/2015


El poeta y periodista acaba de publicar un poemario combustible, El piano del pirómano, Premio Barcarola


No conozco personalmente a Ángel Antonio Herrera. Todo se andará, pero de momento, casi mejor. Porque es un poeta que echa chispas. Y asegura que vestido de civil (casi siempre de oscuro, aunque algunos cronicones cuentan que en la Martinica, si está vestido, lo hace con camisas hawaïanas), sin los trastos líricos en la mano, sus interlocutores, sobre todo los cortos de ánimo y donosura, se chamuscan. De incendios y arrebatos nos pone al día en su fantástico nuevo libro, El piano del pirómano (Ed. Calambur; Premio de Poesía Barcarola). Preparen su traje ignífiguo, y a incinerarse con este sorprendente vate.
 

¿El piano del pirómano es un libro de poesía o es un episodio de autocombustión?
 

Podría ser las dos cosas. Y es un viaje en medio de la noche a la luz del fondo, siguiendo aquello de Rimbaud, ese forajido hermano: «El poeta es un ladrón de fuego». Se lo digo a usted sin tanto adorno: me gusta birlar ahí donde quizá te quemas.  

Estos versos echan chispas. ¿Se duchaba con agua fría después de cada estrofa?
 

Después de cada estrofa no, pero sí después de cada sesión de escritura, que a menudo era de ocho o incluso diez horas, que es lo máximo que yo aguanto en el atletismo de la escritura. Y lo de atletismo tampoco lo empleo de manera alegre, porque creo mucho en la escritura como acto físico, como sentada de paliza, algo así como ponerse a nadar, o a boxear.De modo que de un poema salgo sin resuello, desencuadernado, y de un poemario ya ni le cuento, casi cadáver. Escribir también es perder peso. La imaginación, o la memoria, son el footing de los que nunca hacemos footing. Ni haremos.
 

¿Qué pinta el piano en este incendio?
 

Me gustaba la estampa de un piano, ahí enmedio, con toda la música dentro, mientras todo arde, incluido el pianista, por momentos.
 

Parece que estaba usted en trance al escribirlo. Fue algo natural o medió alguna especia?
 

Lo natural que puede llegar a ser el encerrarse a solas con la bestia encendida del lenguaje, a ver qué nos averigua de nosotros mismos, cuando la vida se pone entre jodida y muy jodida. No sólo usted ha visto algo, o mucho, o bastante, de estupefaciente en el libro, y no me desgrada el adjetivo. Al contrario. Pero aquí no hay más droga que el daño, y yo sólo escribo versos muy fumado de vértigo.
 

¿En su vida privada también echa usted chispas?
 

Naturalmente. Yo cuido mucho a mi salvaje.
 

Para las quemaduras poéticas, lo mejor siempre ha sido vinagre de endecasílabos o betadine de sonetos. Usted ha preferido usar ungüentos de prosa poética.
 

El poema en prosa, sí. El poema como una imaginación de imanes, que es lo que a mí me gusta. Yo quería para este libro de excesos un molde de desmesura, o sea, ningún molde. Para que el lenguaje trabajara libérrimo, barroco hacia dentro y viajara lejos. Se trataba de escribir a lo ancho, con todo el desacato al galope musical, y pegando aquí y allá un susto de metáfora. A mí el susto de la metáfora siempre me pareció una delicia.
 

¿Que su libro eche humo significa que escribir le deja a usted quemado?
 

Pues no. Estoy como empecé, bajo el desorden de mi espíritu, que ya advierto que de pronto va, entra en despiste, y se pone a componer lírica de nuevo.
 

Supongo que con tanto combustible sobre el folio no se atrevería a encender un cigarro.
 

Lo que pasa es que a menudo el cigarro ni lo apagaba. Muy a menudo no sé si fumo para escribir o escribo para fumar.
 

Ya puestos, ¿le habría gustado descubrir el fuego, o incendiar el Olimmpo o chamuscar a las musas?
 

Lo de chamuscar a alguna musa me emociona especialmente. Decía Huidobro, un poeta hoy desatendido, como tantos de relámpago verbal, que «los verdaderos poemas son incendios». Y atina. Está la vida que arde, y luego la jubilación.
 

¿Qué poetas le han encendido o incendiado a lo largo de su vida? 

Los muchos que nutren «a raza de los acusados», según la acuñación de Cocteau. Los feroces, los que escogen la dirección prohibida, los que ven en el idioma una rebeldía. De todos modos, yo consumo versos bajo un perfecto desmadre. Creo que ya se lo dije a usted en otra ocasión: «Ante todo, soy un yonqui de la poesía».
Cuando lea esto en público le van a tener que poner al lado una bombona de oxígeno. Se va a asfixiar.
No, amigo. La asfixia o ciertas asfixias, ya las pasé. Aunque aquí convido a un abrazo de dinamita.

Pasemos al piano. ¿Es el de Sam de «Casablanca» o el de Arthur Rubinstein?
 

Mi piano es el de los desesperados. Eso sí, con corista al lado, si no es mucho pedir.
 

El caso es que este libro parece escrito a cuatro manos.
 

Porque dentro lleva un hombre. Y un hombre es una asamblea.
 

¿Con «El piano del pirómano» se ha dejado usted los dedos sobre el teclado?
 

Todo está dicho, todo está por decir. Disculpe el tópico, pero es verdad mayor. Todo libro es el borrador del siguiente, si es que algún día hay siguiente.
 

¿Qué hace un poeta arrebatado en los programas del corazón, ponerse taquicárdico?
 

Hace ya tiempo que los programas del corazón no los frecuento. Pero en su momento me ayudaron a invitar a mis amigos canallas a viajes de ricos. O a sacarles de algún desahucio, domiciliar o sentimental. Según lo mires, el dinero es poesía.
 

¿Aparte de pirómano y pianista, hace algo de provecho?
 

A veces logro perder la mañana, en Madrid, viendo pasar valquirias desde un café de la Gran Vía.
 

Dígame la verdad ¿cuántas veces tuvo que llamar al 112 mientras escribía?
 

La verdad le digo. Por no llamar al 112 me puse a escribir este libro.


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Lee la entrevista en ABC








Reseñas: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Lectura y signo

Las voces desterradas como refugio: Trazar la salvaguarda
Por Asunción Escribano (Universidad Pontificia de Salamanca)
Lectura y signo,  9 (2014), pp. 139-14


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Trazar la salvaguarda, el último poemario de José Luis Puerto, es un libro hermoso. Pero no con la belleza fácil de quien se complace cómodo en el mundo, sino con la hermosura que surge de quien, a pesar de percibir las heridas que van dejando los que ejercen el poder sobre las cosas que rozan, es capaz de transformar estas en señales de lo vivo y verdadero. A pesar de su organización interior en cuatro partes: «Hilos de tiempo», «Nueve huellas de marzo», «Cinco motivos clásicos» y «Dextro: la salvaguarda», Trazar la salvaguarda es un poemario estructurado unitariamente y, sobre todo, es una obra que responde a una misma mirada, la que convierte en objeto de su interés los rincones más desapercibidos, pero que permiten al hombre que recala en ellos el aprendizaje de la salvación personal.
Precisamente es en esta última parte, «Dextro», donde el escritor relata cómo buscaba palabras con «x» para la elaboración de un diccionario, y que fue en el ideológico de Casares donde «me encontré con el término dextro: espacio de terreno alrededor de una iglesia, dentro del cual se gozaba de derecho de asilo».El diccionario apuntaba, por tanto, a un terreno de protección y de salvaguarda, lugar común a todos los libros de Puerto, y centro temático de Trazar la salvaguarda. El libro de Puerto construye, por tanto, desde el título su apuesta poética original. La obra supone de este modo la búsqueda simbólica de un refugio donde protegerse. Como sucedía cuando éramos niños y jugábamos a quién se la quedaba en el pilla-pilla o en el escondite inglés, y siempre estaba como última guarida la «casa». Allí nadie nos rozaba con su daño. Después, con el paso de los años, ya de adultos, ni la casa nos protege. Pero todos volvemos una y otra vez a buscar ese espacio íntimo de la memoria para refugiarnos del daño y su miedo, y ese es el nudo en el que sea tan todos los poemas en el libro.



De este modo, Puerto da nombre consciente–como en realidad lo ha hecho siempre en todos sus libros- a esos espacios en los que se siente a salvo, rastreados y sugeridos anteriormente en sus poemarios en términos como «señales»,«estelas», «sílabas del mundo» o «moradas»…, aunque ese rastreo en esta obrase ha realizado más honda y conscientemente. Y esos amparos logrados siempre están vinculados al corazón, como bien se señala desde el inicio en las citas de Hölderlin y de Chagall, donde se habla de dar «nombre a lo que se ama» y de que «sólo es mío el país que se encuentra en mi alma». Comparten ambas menciones la alusión a esa doble naturaleza de ciertas cosas de estar fuera del hombre, pero también de haber pasado a formar parte de esa estructura interior que sostiene, como ocurre con los pilares de los edificios, la propia vida.



Los objetos se revelan ante el poeta. Esa es la esencia verdadera de la poesía: comunión. Todo dialoga con quien es capaz de mirarlo todo con temblor. El primer poema es, de esta manera, especialmente significativo y fulgurante. El poeta conversa con el mundo y este le habla de su naturaleza esencial. Pero de todos los mensajes elige dos o tres con los que construye el abanico de sus certezas y de su identidad. Somos aquél diálogo que hemos elegido como guía cierta de nuestra existencia. Lo escuchamos en palabras de Puerto en el poema inicial, titulado «Bayas»: «Dice:/ En el pequeño arbusto/ tan cargado de bayas,/ en el atardecer,/ los jilgueros en una algarabía/ gozosa picotean/ los frutos de un festín/ destinado a los cielos.// Las bayas de esa voz/ son lasque me alimentan».



De esta manera, Puerto escoge para hablar de sí mismo y de su poesía –él mismo sobre el papel- el centro de su fe: las bayas de una voz (la del mundo, la de la vida…) que le ofrecen, como si de un jilguero se tratara, sus frutos en el atardecer (¿simbólico, real?), un festín que está destinado a los cielos, pero que hasta los seres más pequeños, los pájaros, pueden disfrutar. Pero, ante todo, lo relevante en este poema no es quién habla, el sujeto sino lo que se dice, el objeto. Y ese contenido del decir es en el que instala el poeta su vida. Las bayas con las que alimenta su trinar son los poemas que constituyen el poemario. Los espacios físicos o mentales que hablan de lo esencial.



Entre ellos, y en primer lugar, la belleza de los excluidos. Una estética que tiene más que ver con la dignidad que con la ornamentación, y que deja su huella por todas partes. Pero, al tiempo, es una belleza que exige sobre todo del hombre un equilibrio en su contemplación suficiente como para poder recalar serenamente en ella. Está en objetos tan diversos como los edificios que han superado la prueba del tiempo, pero donde quedan los rastros de los expulsados. El tiempo aparece así como justo señor, y en las piedras –lo más duro- aparecen talladas las señales de lo más frágil, como ocurre en el abrazo en la ermita de Calatañazor: «Dos cuerpos enlazados/ frente a toda intemperie,/ frente al daño que causan/ la avaricia del tiempo,/ la crueldad de los otros», huella que ha conseguido superar los límites humanos; o en la Seo de Zaragoza, donde perdura la estela de «la belleza que dejaron/quienes serían expulsados de/ los espacios del reino./ Y permanece aquí/ con todo su fulgor,/ sobre pasando el tiempo/y hablando de un lugar/ que hoy ya es posible que habitemos todos,/ pues el mundo es morada/ más allá de exclusiones y de dogmas». De igual manera, también los espacios ofrecen a la mirada compasiva del autor una evidente muestra de la exclusión, por lo que le hacen afirmar con tristeza que «Este día proclama el abandono/ de la tierra que piso, que transito/tierras achicharradas/ amarillos del todo calcinados/ pueblos dejados de la mano de/ un Dios vuelto de espaldas».



En segundo lugar están los mediadores de la protección, los rechazados, quienes, por poseer la cualidad de lo vivo, gozan también capacidad de protección, como conciliadores, como enviados, a modo de ángeles (en el sentido etimológico del término). Son lugares sagrados, espacios naturales que hablan al hombre de la Verdad, con mayúsculas. Son ámbitos bienhechores y cifra de lo ajeno al poder económico y a sus profanaciones. Espacios con alma a quienes se les encomienda el cuidado de lo que se ama. De esta manera, al Ara votiva de La Albercale demanda el poeta la defensa de su propio espacio intocado: «Tú, diosa desplazada,/ Ilúrbeda, patrona/ del lugar, de los bosques,/ protege lo sagrado/ que pervive en mi espacio del origen/ y líbralo de tantas/ profanaciones a que es sometido./ Secreta diosa de un oeste pobre,/ te ofrezco hoy, por todo lo que pido,/ el ara más leal de mis palabras». Otros elementos también se tornan en intercesores, por ejemplo una piña de cedro que, además de hablar de su pertenencia al mundo antiguo, «la necesita el corazón» como hilo de su telar, para lograr la tela más limpia del alma. O un puñado de tierra, que loes todo, aunque pase desapercibida, por ser la base del hogar, el cuenco para las semillas, o el amparo futuro para el cuerpo,«don que al misterio me liga»…



Por el poemario transitan, de este modo, lugares, personas y experiencias salvadoras a las que se les pide ayuda y que, aunque pasen inadvertidas, nos sostienen y por ello les debemos gratitud:«Otoño/ te pido protección/ esta mañana clara de diciembre,/ envuélveme en la luz/ y hazme arder en tus oros».



Con frecuencia son elementos pequeños o frágiles, que recuerdan al hombre su naturaleza fundamental, por ejemplo, las alas de la mariposa que «es la belleza humilde/ que me regala el día», y que es signo y posibilidad de un vuelo vital más alto. Son las grafías pequeñas que hablan de otras huellas más grandes y poderosas, y a las que el poeta saber mirar de manera desacostumbrada, traduciéndolas al idioma de los afectos. Muchos de estos signos se vinculan a la infancia como refugio y el escritor las muestra como paradigma delos códigos salvadores de entonces: «Qué llevas en tu vientre,/ pequeño pez de plata» (…),«Dame tu protección, / dime cuál es la frase/ sagrada que contienen tus adentros» (…), «Transpórtame hasta el centro de mi origen»… Son los espacios tocados por la gracia, los ámbitos del corazón, portadores de mensajes de amparo: «Pétalos delicados/ que creáis un espacio circular/ defendido de todos los peligros». Ejemplos de lo pequeño desapercibido, solo descubierto cuando nos visita su fulgor, como ocurre en el poema titulado «Candelina», en el que lo que asciende lo hace por la ligereza de su ser:«Pequeño insecto moteado/ que haces delo minúsculo el emblema/ Más hermoso y más libre».



Entre esos ámbitos redentores, llama la atención por su intensa presencia emocional el mundo de lo femenino, lugar de sanación de todas las heridas. Son los diferentes rostros de la mujer los que preservan la vida del escritor: la madre, la esposa, la hija…, el hogar por excelencia, espacio de plenitud, morada y amparo: «Extiendo bien mi mano,/ la coloco en tu vientre/ como esfera lograda de mi mundo,/ lugar de las semillas,/ calidez protectora,/ espacio femenino que nos salva»… Y junto al salvador espacio femenino, también sostienen la vida propia la experiencia redentora de los más ancianos, que portan la mirada llena del amor y la dignidad de quien va por delante en lo vivido, y cuyo vocablo transporta la claridad con su melodía antigua, «La voz de los ancianos/ la de la potestad/ la que conoce el mundo y lo pronuncia/ la voz de la advertencia y el aviso/ también la dela súplica/ la de la profecía». En la poesía de José Luis Puerto, toda la vida posee un temblor sagrado y todos los objetos naturales tienen esa capacidad de ser intercesores de la bondad.



El tercer ámbito temático es la palabra y su supuesto rostro antagónico, representado por el silencio, cuya cadencia recóndita es reivindicada por el escritor. Puerto considera así que las voces de la derrota se hacen escuchar siempre y, aunque su momento se dilate, su presencia se acaba imponiendo, a pesar de la presión de los poderosos por acallarlas. «Proclama tu silencio/ la melodía de la dignidad./Se oyen las voces de los derrotados,/sus herederos hablan,/ los fusilados del amanecer./ Cunetas y cunetas/ al olvido entregadas/ por la barbarie de los vencedores./ Hay que desenterrar/ la melodía hermosa/ de los asesinados/ que callen las descargas,/ que ofrezca la lengua/ reconciliada y fraternal de todos./ Habla tú melodía/ por tanto tiempo sepultada,/ la del honrado pueblo soberano».



Con el único lenguaje posible, el dela paradoja, ensayado de manera vigorosa desde antiguo en nuestro idioma por poetas y místicos, José Luis Puerto se refiere ala doble identidad de las palabras. Esa doble naturaleza de los vocablos cuando son íntimos que obliga a que para nombrar con contundencia se tenga necesariamente que rozar los territorios del mutismo(«Calla/ y di desde el silencio»; «Pájaro y hombre,/ canto y silencio,/ todo proclama/ la hermosa melodía/ que a todos nos abraza»). Términos que, por otro lado, cuanto más auténticos son, más se imprimen en el alma de quien los pronuncia.



La palabra es, por tanto, un don sagrado y presenta las cualidades que la hacen poseer esta peculiaridad. La palabra puede mostrar todos los gestos posibles de la redención: callada, cantada, rezada, entregada, esperada, buscada, anhelada, ofrecida, sentida… Es «melodía que nos salva» y que nos lleva hasta la plenitud en su afán cabalístico: «¿Y cuáles son las sílabas/ que den con el prodigio que esperamos?», escribe en esta dirección Puerto. Se busca y halla, por otro lado, en el vértice entre lo que percibimos y lo que hay.



Frente a la palabra del poder, vacía,«el gastar palabras para poco», en la que se violenta su sentido sacral, el poema se sitúa en el cruce íntimo entre el mirar y el ser, «el silencio secreto del que calla /el vuelo de los pájaros». De ahí que en la línea de J. R. Jiménez que pedía a la inteligencia su exactitud, Puerto pide al alma que abrace en ella los senderos del corazón: «Canta/ pronuncia la palabra/exacta y clara/ de la mañana/ acaricia las cosas/ abrázalas». La caricia, por tanto, frente al pensamiento. La apuesta por la sensibilidad en lugar de la razón… Por ello, esta actitud respetuosa, casi sacral, frente al nombrar exige unas dosis intensas de sosiego y lentitud al nombrar para permitir el paladeo nominal que hace degustar al vida, como un mantra en el que el escritor consigue «calmar la sed/ y apaciguarnos». Es esta una forma de humildad escogida de quien decide permanecer fuera de los focos, y con ello conseguir hallar las «señales de lo que está escondido».



Finalmente, el cuarto ámbito está constituido por todos aquellos poemas que apuntan a la identidad del hombre verdadero, el hombre que lleva su dignidad como un faro que ilumina. Aquí se encuadrarían una serie de poemas estructurados de manera original en torno a un único componente oracional, que se reitera en variantes anafóricas, con la intención de focalizar y resaltar su importancia: «El que camina con su dignidad/el que va por la calle a cuerpo limpio/ el sobrio, el que se entrega/ el que no pide nada y va en silencio»… Como se puede comprobar, en estos poemas el escritor decide prescindir del verbo principal, puesto que lo que le interesa es el resalte, la función deíctica, señaladora -tan bien manejada por los niños en sus primeros años- manifestada también en la sintaxis, e incidir en la relevancia de esa forma de ser, convertida a través de estos textos en paradigma de autenticidad: «El amigo del sueño,/ el amigo de las constelaciones,/el buscador nocturno de luciérnagas,/ el amigo del vuelo de los pájaros,/ del canto de los pájaros,/ el que contempla desde abajo el mundo/ (…) Ese».



Se construye, de este modo, a través de la reiteración acumulativa de propiedades al hombre auténtico, el digno de ser imitado por los demás. Por ello no extraña que Puerto recomiende a sus lectores «estate bien cerca/ De todo lo que importa»,puesto que lo verdadero se encuentra ya en el propio proceso del buscar y en sus señales lingüísticas. Entre estas, y de manera significativa, el imperativo adquiere en los poemas las propiedades de la advertencia, de la invitación suave pero contundente, a la que apunta con su certeza de verdad. Por ello podemos escuchar en palabras del escritor las siguientes sugerencias convincentes: «Ama las lejanías», «busca, busca»… Además de la sintaxis quebrada y del uso emocional del imperativo, toda la semántica de la entrega se pone al servicio de la construcción de la identidad humana genuina. El Hombre, con mayúsculas, aparece así descrito en sintagmas como los siguientes: «disuelto en lo pequeño», «buscaba hallar plenitud», «se perdía por lo más recóndito»,«se desvivía, amaba»…



Es la poesía de José Luis Puerto, en definitiva, una poesía muy auténtica, al tiempo que enormemente esperanzada. Una poesía que, a pesar de su permanente registro de la injusticia, muestra los numerosos elementos con los que nos podemos salvar. Así lo manifiesta el escritor en el poema titulado «nos queda», donde indica que «nos queda el alma», el «vaso de cristal», el «amanecer», los «árboles», las«sílabas limpias», las «palabras intactas»,los «otros», la «mujer», el «viento», y todo ello dirigido a «que no fracase/ la melodía hermosa/ de la fraternidad». Es por ello un poemario que abre las ventanas dela vida y enseña a mirar y a sentir la belleza que nos rodea. No es fruto de una impostura intelectual, sino que anima al cambio vital necesario tras acercarse a un poemario. Consigue, de este modo, lo que a mi entender debería lograr cualquier libro, especialmente si este es de poesía, no dejar intacto al lector y que esté salga transformado de su lectura. Y, sin duda, tras leer Trazar la salvaguarda de José Luis Puerto uno vuelve de este viaje intelectual y vital siendo otro, tras haber tenido el privilegio de escuchar «ese rumor que purifica,/ el de los más humildes».


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Fuente de la reseña academia.edu.