Jorge de Arco
Otro lunes. Revista hispanoamericana de cultura, julio 2013
Cada nuevo poemario de Juan Carlos Mestre, incide en una
apuesta regeneradora y diferente, en una voluntad de hacer de la poesía materia
moldeable, desobediente y turbadora.
Este poeta y artista visual, nacido en Villafranca del
Bierzo en 1957, tiene ya una decena de poemarios en su haber, algunos de los
cuales han sido reconocidos merecidamente con galardones como el Adonáis
(1985), Jaime Gil de Biedma (1992) y Jaén (1999).
Tras la espléndida acogida que tuviese La casa roja -volumen con el que obtuviera en 2009 el Premio
Nacional de Poesía y en el que el poeta leonés hacía de su verbo sortilegio y
conjuro con ese ritmo único que comportan las ensoñaciones-, llega, La bicicleta del panadero, libro
refrendado hace escasas fechas con el premio de la Crítica 2012.
No cabe duda de que, es esta, una entrega abarcadora y
torrencial, donde se agrupan casi trescientos poemas que conforman un
caleidoscopio diverso y cambiante. No sólo por su extensión, sino también por
su variable contenido, su dispersa temática, deviene en la posibilidad de
múltiples lecturas, de muy distintas interpretaciones que obligan a un
recorrido paciente, si se quiere esenciar lo mucho que cobijan estos versos
mayores.
Sabe Juan Carlos Mestre que toda virtud no puede subsistir
sin sustancia, y por ello, su eclético mensaje, se aferra un hilo conductor que
nace de su espíritu libre y apasionado y de una moralidad individual,
inquietante, enteramente viva: “En cuanto a nosotros, encendidos bajo la misión
del diluvio, / haga la noche un canto para la intimidad de los infelices. /
Oscuros como están en la marmolería del guardabosques, / déjelos la noche
hablar ya que han viajado al perdón de los que no se encuentran (…) Nada cambiará
bajo el peso de la advertencia tras el parimiento, / en esto nos hemos
convertido”, anota en su poema titulado “La presencia”.
En su lírica condición de demiurgo, el autor berciano no
deja ni un instante de observar la realidad, para con posterioridad
denunciarla, pues es consciente de que la conciencia del hombre no es la que
determina su ser, sino, a la inversa, es su ser social el que determina dicha
conciencia. De ahí, que no exista oportunidad de negar la responsabilidad que
como ser humano tiene cada uno ante sus actos ni ante su propia experiencia
terrenal y amatoria: “Acepta la necesidad de mi corazón que sostuvo algo tuyo/
No permitas que mis errores dejen de amarte / Y si fuera estrictamente
necesario acepta finalmente mi vergüenza”
En esta heterogénea mezcla de elementos oníricos, de
historias surreales, de homenajes pictóricos, de referencias musicales, de
paisajes comunes, de conjeturas civiles, de lúcidas visiones, de himnos
solidarios, de lunas inflamadas, de noches en vela…, el lector puede atrapar
retazos de una poética que de forma intermitente asoma por entre los pliegues
candentes de estas páginas. Porque Juan Carlos Mestre se afana en ofrecer
cromáticas pinceladas de cuanto la poesía tiene de certidumbre, de visceral, de
sumisa, de solidaria… y salpica sus textos con notorias alusiones como éstas:
“No mires hacia atrás, poesía, si no quieres que te muerdan/ los perros que
esperan tras la cancela durante el festejo de la matanza”; “Los poetas escriben
ajenos a las rotaciones / de los inciertos cometas por las carótidas del
universo (…) Los poetas son abejas caídas al mar que se sujetan a un lápiz”;
“La poesía nido en el avellano boca de niño que empuja la carretilla de agua
salada (…) La poesía tiene ahorros primaverales piernas salvajes un castillo de
naipes bajo la manga”.
La bicicleta del
panadero, traza, en suma, un itinerario multiforme, una estética despojada
de retoricismos, un universo donde el alma no es materia sino perspectiva, una
inspiración irreductible, una plataforma para la acción común, pues no en vano,
el propio poeta leonés confesó tras la concesión del citado premio de la
Crítica, que su intención no era otra que la de “volver a rescatar la poesía
como lenguaje para el proyecto colectivo de una sociedad en la que los derechos
civiles presidan los parlamentos de la responsabilidad”.
Y aquí quedan, escritos, los utópicos mimbres de un deseo
que no tiene frenos: “es el hijo del panadero, en bicicleta,/ por los túneles
de plomo donde nieva”.
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