«Aprender es crecer, respetar y perder ciertos miedos»
Manuel Cuenya
Diario de León, 12/03/2013
La novelista, autora de Un ángel muerto sobre la hierba, está escribiendo una novela sobre la poeta Marina Tsvietáieva a la vez que perfila un poemario
Aunque nacida, crecida y formada en Madrid, Marifé Santiago Bolaños se siente habitante del mundo, a la vez que ourensana y maragata (esto es leonesa) porque, según la autora de Un ángel muerto sobre la hierba —tal vez su obra más emocionante—, uno nace donde le nacen pero el renacimiento puede ser un acto de libertad. «En Orense aprendí lo que mi corazón intuía desde que era una niña: se renace en cada rincón de la Tierra en el que te abres, sin prejuicios, al aprendizaje de la vida, al desciframiento de su lenguaje, a la complicidad de sus sentimientos». Marifé, que es doctora en Filosofía y profesora de Estética y Teoría de las Artes, decidió estudiar Filosofía porque, desde muy niña, sabía que tendría que dedicar su existencia a la Escritura. «La Filosofía me ha entregado un rigor que viene a ser no temerle a la incertidumbre, a la mágica aparición de la palabra poética… No es una contradicción: María Zambrano lo nombra como "razón poética" y lo acepto», señala la autora de La canción de Ruth, que siente gran admiración por la vida y la obra de María Zambrano, la cual le ha aportado «ese don que no se espera y se agradece. El espejo en el que han quedado guardadas imágenes que, como semillas, florecen cuando se les presta atención, cuando te miras a través de ellas (nunca "en ellas") y descubres el valor de quien hace de la verdad y de la dignidad un modo de estar en el mundo».
Así se expresa esta filósofa, novelista y poeta, que es asimismo una apasionada del teatro. «El Teatro es, en mi vida, ese territorio en el que puedo mirar, de frente, el alma e intervenir, algunas veces, en su manifestación material; un desdoblamiento entre la consciencia y su sombra, entre la realidad y el deseo». Para la autora de El país de los pequeños placeres filosofía y poesía, teatro y filosofía son materias que están íntimamente re-ligadas, al menos en su obra creativa. «Algunos de los personajes de mis novelas se vinculan a la experiencia del teatro… y algunos de mis poemas adquieren esa forma dramática que puede, incluso, entenderse como una obra escénica. Pensar con el cuerpo o sentir la eternidad desde lo efímero».
Marifé es una escritora que mira allá donde las palabras se lo piden, que escucha lo que la vida cuenta y lo que en sus silencios esconde, y que —como dice su admirada Zambrano—, escribe «para conservar la soledad en que se está» porque «nada hace madurar más tal suerte de soledad poética y metafísica que la experiencia». En este aspecto, considera que viajar –ella que tanto ha viajado— es aprender, «y aprender es crecer, respetar y, me parece, perder ciertos miedos que no conducen más que al enfrentamiento y a la violencia. Sin embargo, ese espíritu viajero puede desarrollarse, de un modo magistral, sin que eso implique estar todo el día en aeropuertos y carreteras. Me parece que se trata más de una actitud que de una acción».
Como poeta, está convencida de que cada uno de sus versos tiene su propia personalidad, y ella deja que así sea. «Los sigo, soy la primera lectora… Pero todo lo que ocurre alrededor de sus mundos me es tan ajeno como a cualquier otro lector. Lo que de conocimiento, indagación, reflexión, etc., traigan es mérito del verso, no mío». De este modo, en apariencia tan humilde y en el fondo tan objetivo, se explica, porque la obra, si está bien construida, debe ser autónoma y funcionar por sí misma, con independencia de su autor o autora. «La obra siempre es más importante que su autora. Y tiene una vida absolutamente ajena e independiente». En este mismo sentido, tanto en su obra poética como en su narrativa, hay un hilo que las une a todas ellas, como si solo en su conjunto se pudiera entender cada una. En lo referente a sus poemarios, El día, los días es consecuencia de Celebración de la espera, el cual recoge el testigo de Tres cuadernos de bitácora, que empezó a escribirse cuando ya estaba en marcha La orilla de las mujeres fértiles. Y lo mismo ocurre en su narrativa porque no concibe El tiempo de las lluvias sin que llegase, tras ella, Un ángel muerto sobre la hierba. Esta exigió la llegada de El jardín de las favoritas olvidadas (de hecho en El jardín… —señala— alguien lee Un ángel muerto…), y todas ellas aguardaban La canción de Ruth, donde hay páginas que han sido "robadas" a las novelas anteriores.
Marifé Santiago, cuya obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el bengalí y que figura en prestigiosas antologías, destaca algunos de sus libros de cabecera como Cien años de soledad, Elogio de la sombra, A esmorga, Jardín, Apocalipsis en Solentiname, Luces de bohemia, Poeta en Nueva York… y reconoce a varios maestros literarios, «todos ellos generosos», entre los cuales están: Gamoneda, Valente, Gelman, Juan de la Cruz, Shakespeare, Marguerite Yourcenar, Borges, Kawabata, Jabès, Zambrano, Homero, Cervantes, Artaud, Mestre, Olvido García-Valdés, Celan… Pero su verdadera acompañante literaria y amiga del pasado, como testigo de su propia biografía, es ahora y desde hace años, la poeta Tsvietáieva, «que sabe más de mí que yo misma», porque Marifé está escribiendo una novela —en realidad aún no sabe muy bien qué cuerpo tendrá al final— «en la que Marina Tsvietáieva manda».
Asimismo, perfila un libro de poemas «que, al tiempo, brota entre las sendas de este bosque que es la novela».
Marifé Santiago Bolaños en Diario de León
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