"La poesía es el lenguaje de las metamorfosis"
Por Lázaro Tello Pedró
Periódico de poesía, Junio 2014
El pasado mes de febrero en la ciudad de Villahermosa, Tabasco, se celebró el X Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer. Allí asistieron diversos poetas nacionales e internacionales, entre ellos Juan Carlos Mestre, quien nos regaló palabras iluminadoras sobre su entender de la poesía. Juan Carlos Mestre ha sentido la gran respiración de la poesía latinoamericana y es un poeta que sin duda enriquece la tradición literaria de lengua española. A continuación se reproduce la conversación con el poeta.
Lázaro Tello Pedró: Juan Carlos, ha salido a relucir la vieja rencilla entre la poesía clara y la poesía oscura. Lezama Lima comentaba que esto sucedía con las antiguas escuelas de juglares: el trovar clus, que después se reprodujo con Góngora y Lope, y aún se sigue en esa polémica. Tú nos comentas que hay cosas que no se pueden decir de ninguna otra manera, cosa que está emparentado con lo que decía Federico García Lorca, solo el misterio nos hace vivir solo el misterio ¿Qué podrías añadir a esa percepción que más o menos se entrevé?
Juan Carlos Mestre: Yo tengo muy pocas cosas que añadir a la comprensión de lo difícil, único desafío del habla indagatoria, no tengo nada que añadir a casi todo, me identifico sin voluntad de aporte aunque me apasione cuestionar, esencialmente, las ideas propias. En el diálogo sobre esta inquietud y esta permanente reflexión crítica sobre la claridad o la oscuridad en la poesía, creo que ya es una discusión ciertamente impertinente, periclitada, montaraz, por qué no abordar desde lo esencial a la materia exacta de lo que puede ser la naturaleza de la poesía, que no es otra cosa que una voluntad hacia la inexactitud discursiva. ¿Qué es la poesía, dónde está el canon, dónde está el vigilante, dónde está el inquisidor que establezca cuál es la medida de claridad, cuál es la norma de oscuridad, cuál es el grado de conocimiento o desconocimiento que aporta un poema o una obra poética a la historia de las civilizaciones y de la cultura? Efectivamente, la poesía tal vez sea la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera. Pero esencialmente esa toma de conciencia es una conciencia individual y desobediente a todo tipo de discursos con pretensiones estabuladoras. Lo que tenemos que evitar es la toxicidad, el contagio de los discursos de orden provenientes de los ámbitos del pensamiento ortodoxo y los establos de la preceptiva, de la sociología mediática, de la ramplonería política, de los discursos jurídicos; en suma de todos los discursos de orden que intentan también someter a la poesía a la plantilla del control analítico. ¿Qué es más oscuro, un poema que no dice absolutamente nada desde su previsible conformación, adaptado a la reiteración obsesiva de aquellas formas tradicionales que únicamente repiten lo mismo de lo semejante bajo una manera decorativamente bella, o aquel otro poema que es forjador de significaciones y grados de aparente dificultad y que sin embargo accionan mecanismos intuitivos y asociativos en la conciencia humana, en las lejanías del significado? La poesía es un permanente desafío; la poesía ni es oscura ni es clara, es poesía o no lo es, existe o no existe con rotunda evidencia, por presencia, diríamos, de la cuántica reveladora del lenguaje imantado por la alteridad de los significantes. ¿Es acaso Lezama Lima un poeta oscuro? Afortunadamente a Lezama Lima no se le puede leer como se repasa un periódico, pero esa facilidad, esa claridad informativa que tienen los discursos de la jurisprudencia y la legalística o los recursos retóricos de la nimiedad periodística no aportan al conocimiento humano ningún otro grado de conocimiento que no sea el de la información, el prestigio de la basura informativa. Pero la poesía no es información, si fuera información, el poema cumpliría una tarea en la sociedad y en la historia de la falsa cultura que evidentemente no ha cumplido, y no la ha cumplido fundamentalmente porque se resiste con rotundidad a significar desde lo previsible de la razón; yo participo mucho de la idea de John Keats y de su teoría de la capacidad negativa, de cómo el poeta a través de la intuición, a través de mecanismos que resisten un grado de saber y de conocimiento establecido indaga y genera propuestas que son imposibles de determinar o de fijar en la pragmática de lo observable para acceder a un conocimiento que está más allá de la razón y de los que la pragmática tanto recela. La poesía es indagatoria en la medida que a través de la herramienta fundamental del lenguaje se convierte en una suerte de actividad renovadora y fluyente de porvenir, relacionada con la articulación del lenguaje en la zona en que éste aún no es el idioma de las designaciones, sino de la necesidad y toma de conciencia de las cosas que pueblan el espíritu del mundo a través del nombre de sus cosas y no a la inversa, que da cuenta por tanto de zonas de realidad que no son aprehensibles a primera vista, de existencias que conviven en perfecta armonía con propuestas que han huido de la figuración, la abstracción holística, las imágenes que provienen y son acarreadas de las visiones oníricas y de las experiencias del sueño, de la intuición irrefutable de lo mágico, de la participación en otros sentidos de la verdad imaginaria y de la que no somos, como en tantas otras dimensiones de lo perceptible, conscientes. Nos enfrentamos a un mundo que un noventa y nueve coma nueve por ciento pasa desapercibido para nuestros ojos y del que sin embargo tenemos percepciones intuitivas, es el mundo de lo otro, de la apasionante transparencia, lo invisible saturado de imantaciones, como las hormigas, como la que tienen los pájaros que cruzan los océanos con un mapa de estrellas en el pecho durante las migraciones a la cornisilla del faraón pestañeante. El poeta activa la memoria del idioma, es el pararrayos en el obelisco erosionado por la curiosidad eléctrica de la tempestad, no porque tenga un don particular sino porque ha especializado su manera de estar en lo audible, no en la conducta que le impone la sociedad sino en la desobediencia de estar abierto por vía intuitiva a la fijación esencial de las otras y desasosegantes cosas, la emotividad, la angustia, el sufrimiento humano, el imperativo categórico de esa memoria que no tiene tanto que ver con la crónica épica de la historia como con restituir el concepto de duración allí donde las efímeras circunstancias de la historia interrumpieron la gran aventura de la lucha por la felicidad colectiva, aquellos que nunca tuvieron acceso a su única posibilidad de bien y que ni siquiera tuvieron un lugar entre el olvido del mundo.
La poesía es una permanente utopía que se enfrenta a las inquisiciones que se ejercen desde los relatos del habla, que intenta imponer sin valoración de juicio un grado de culpabilidad a todo aquello que no acepta la legislación sancionadora de lo real. Pero la legislación de lo real no nos la impone la naturaleza, nos la impone los ominosos sistemas de dominación de los sistemas jurídicos que amparan las estructuras dominantes del poder, el secuestro de la democracia civil por el nuevo lumpemproletariado, la casta de los mercaderes, y el renovado bandolerismo de los banqueros sátrapas y agentes de bolsa.
Vemos que el idioma español tiene una apertura con el modernismo e inmediatamente con las vanguardias. Hay poetas que escriben desde el modernismo y desde las vanguardias. El idioma se distiende en un puente difícil de recorrer. El poema que se acaba de escribir esta mañana no tiene diferenciación con el poema que se escribió en 1915, o en 1898, o que quizá se escriba en 2020 ¿Hacia dónde va el español, hacia dónde va la poesía en lengua española?
Creo que la poesía en lengua española va hacia la construcción de su propio destino, es decir, hacia la obviedad de su abismo y su límite. Hay que tener en cuenta que las líneas de tradición están dinamitadas por la afortunada promiscuidad con la que el poeta contemporáneo puede enfrentarse hoy y mantener los hilos de tensión, diálogo y refracción con muy diferentes tradiciones. Es más que probable que hace cincuenta años no fuera tan fácil el acceso a las líneas troncales de la dicción americana o francesa o italiana o lo que se está haciendo en Chile o en México. En estos momentos cualquier joven poeta de provincias en España a través de internet tiene acceso a un repertorio inimaginable de proyectos y articulaciones poéticas con las que establece un diálogo transversal que dinamita toda la configuración legislativa de las retóricas orientadas a lo sancionado por la academia, el poder cultural y toda esta idea repugnante de las literaturas nacionales, que a mí no me interesa absolutamente nada. La poesía se enfrenta y se niega a ser el correlato de los estados nación, habla desde otro proyecto espiritual de lo humano, desde un después que paradójicamente se anticipó a la catástrofe de la racionalidad discursiva del poder político. No, nada tiene que ver la poesía con la patria diferenciadora que segmenta el universalismo de la dignidad humana. Creo que los poetas, la poesía no es un lenguaje de estado ni es un lenguaje de nación, es un lenguaje esencialmente de individuos, de individuos que en una asamblea republicana de pensamiento están dispuestos a ejercer el derecho a estar en desacuerdo entre sí. Digo desacuerdo, porque no se trata de encontrar en la tradición un punto de diálogo para el acuerdo, el consenso de la costumbre que deriva en costumbrismo y gregarismo reaccionario, sino de intentar dejar el idioma al menos en un lugar en el que las posibilidades de expansión de su conocimiento, las posibilidades de significación, abran la lengua hacia un futuro de nuevo conocimiento, que amplíe los espacios de libertad, esos mismo espacios de libertad que en su día abrieron las vanguardias históricas, el psicoanálisis o el marxismo en el pensamiento económico-filosófico, que ha abierto Walter Benjamin en sus reflexiones sobre el arte contemporáneo, San Juan de la Cruz, Whitman o los poetas náhuatl. Creo que el gran desafío de la poesía es el de asumir hoy el múltiple mestizaje que afortunadamente está derribando las estructuras siempre ofensivas, intolerablemente agresivas del poder y sus fábricas de crueldad que también han calificado, constreñido y limitado las posibilidades expresivas de un determinado ejercicio creativamente libre de la lengua. Yo creo que esa actitud desobediente de diálogo con lo múltiple frente a lo concreto, la transversalidad frente a la unidireccionalidad, lo horizontal frente a la verticalidad de lo sancionado jerárquicamente como clásico y por tanto como modelo a imitar, esa idea de una literatura nacional puesta en crisis y que hoy nos lleva a pensar que un joven poeta de cualquier parte del mundo puede tener como antecedentes de su tradición hablante a Saint-John Perse o André Bretón, o a Jorge Teillier o a Enrique Lihn o a Nicanor Parra en una línea de diálogo más abierto y fructífero que el de sus propios compatriotas. En mi caso yo he leído armónicamente, sin ningún conflicto mi tradición pasa por una concordancia entre la lectura de Antonio Gamoneda y de Lezama Lima, por ejemplo, y creo que restituir la lengua en ese lugar de lo múltiple, en ese lugar de expansión crítica, de sedimentos de horizontes expresivos es tal vez la tarea del poeta. No solo mantener inmaculada y pura la sonrisa de los muertos que nos anteceden, sino intentar poner en la voz sin boca de aquellos que no existen un lenguaje que haya ampliado los lenguajes del porvenir, concluida la tarea de pensar en las ideas de la salvación, salvar la verdad que aún tiembla inocente en las primeras palabras del origen.
Hemos hablamos de Antonio Gamoneda y de Lezama Lima, grandes cultivadores de la imagen. Tu poesía, además de esas dos tradiciones, también dialoga con las grandes obras de todos los tiempos, por ejemplo con la Biblia. Recuerdo en el libroLamentaciones aquel versículo que dice: "Nuestra piel se ennegreció como un horno a causa del ardor del hambre". Y en tu obra La tumba de Keats tienes un verso que dice: "Hornea un talco negro el hambre de la muerte". Yo te preguntaría sobre la imitatio, la emulatio, el diálogo con la tradición, la reelaboración de la imagen. Hay una fuerza de los sustantivos en ambas expresiones que impresiona, que sorprende.
Me ha impresionado a mí, no era consciente en ese verso del diálogo con el versículo de las Lamentaciones, pero si está es por algo, el algo siempre es la razón de lo definitivo en la opción misteriosa de lo poético. Pero claro u oscuro aquello de lo que uno no es consciente no quiere decir que no haya sido resplandor o eco de otra voz ya pronunciada, respiramos el aire usado de las víctimas y hablamos en la misma lengua de los libros muertos. Allí en el inconsciente uno va dejando todas las experiencias relacionadas con lo real de la memoria, pero también con la generación imaginaria de aquello que la memoria dinámica establece como gesto de un constructo que tiene su propia vida, sus propias leyes inimitables, pero también sus raíces hundidas en el magmático y sonoro silencio de la cultura. Yo no creo para nada en el originalismo, no creo que un poeta nazca, ni que un poeta tenga ningún otro don que no sea el elegido como práctica para establecer un dialogo de transferencias, de obsesivas voluntades en el acopio, el rechazo, la proximidad, la lejanía, los préstamos para la cimentación. Y en esa polisemia, en esa construcción de todo lo que uno ha leído antes, a donde lo ha llevado la intuición azarosa de lo leído, hay una necesidad de prolongación de pensamiento, es decir, la toma de realidad que de nosotros y del mundo hacemos a través del lenguaje de otros hasta edificar la propia casa donde habitaremos con nuestra propia ausencia, única y permanente invitada a los actos de escritura. Porque eso es lo que hace el poeta, una toma de consciencia solitaria, una interpretación del mundo literalmente irrepetible: así como el geólogo lo hace a través del estudio de la cristalografía, o el investigador médico a través del estudio de los síntomas, las patologías, los fármacos, el poeta lo hace con la materia inaprensible del lenguaje, con las atomizaciones elementales de la lengua. Las palabras de la poesía serían, en términos de física cuántica, las partículas elementales que dan cuenta de la esencia misma de lo nombrado, es decir, cuando lo nombrado empieza a existir con un grado de súbita cualidad de conciencia y significado fuera de la naturaleza de su propia estructura, en la que se hace presencia lo ancestral, pero también se hace presente el desafío de esa ampliación de significados que desde la interioridad misma del poema actualiza la idea de belleza, es decir de consolación y fracaso. Yo no soy consciente en términos retóricos de la construcción de ninguna imagen, no soy consciente de una influencia específica a la hora de establecer los diálogos o las paráfrasis involuntarias o no con otros textos, la poesía se hace presente, eso es todo, habla con el la minoría del otro que soy y hay en mí, pero de lo que sí asumo radicalmente, acaso como única conducta, es la de darme cuenta en términos absolutos de que todo lo que hago, todo lo que escribo, está vinculado a todo lo leído con anterioridad, a todo lo admirado en su utilidad innecesaria y también a todo lo rechazado por excesivamente útil: uno escribe tanto con como contra. Y en ese sentido mis fuentes, mis orígenes, mis afinidades electivas, pasan y están más próximas o son más conscientes en mí en la proximidad de lo revelador que en los rechazos o la divergencia, por ejemplo, a las vanguardias históricas, a la gran respiración de la poesía latinoamericana, desde José Lezama Lima, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas o Jorge Teillier o los poetas españoles que más me han interesado, poetas fundadores en todo orden de referencias, éticas, estéticas sociales, entre los que sin duda alguna está Antonio Gamoneda, más que maestro, más que amigo. Pero también en el distanciamiento hay diálogo y aún respeto hacia aquello con lo que uno a veces tan radicalmente difiere, una voluntad de lejanía de aquellas propuestas no afines que pertenecen a un universo más objetivable y metafórico, entendiendo por ello esa construcción retórica que solo ilustra la realidad sin implicarse en la voluntad transformativa de las metamorfosis, una poética que no cambie la realidad de sitio sino que nos adelante a los significados del porvenir. El lenguaje poético no son banalidades bien entonadas escritas en la mitas de una página, sino una disociación significativa con lo previsible, un salirse del curso para sonar en el más allá, paradoja e incertidumbre, de lo que carece de distancia. El poeta es un camaleón como escribió John Keats, alguien que se identifica con la cosa y la materia de lo nombrado para desde su propia consciencia hacer que exista la otra realidad del mundo, aquello que un instante antes solo era teoría de lo previsible y acaso ahora evidencia inobjetable de la imaginación.
De alguna manera los estudios de retórica y poética me parece que están emparentados, porque así como un discurso trata de convencer al público, también la poesía maneja ese tipo de tesis, de persuasión y convencimiento hacia su lector, ¿qué opinas de esta relación?
Si entendemos a la retórica como el arte de persuadir conmoviendo, posiblemente gran parte de la poesía contemporánea esté aún anclada en esa ambición ingenuista de la preceptiva, algo que el cine ya le ha robado hace mucho tiempo a la práctica lírica.
Pero yo creo que ya el poeta contemporáneo ni intenta persuadir, ni necesariamente conmover en términos de emotividad sentimental. La poesía se instala en la sociedad actual desde otro lugar, ¿desde qué lugar?, pues desde todos los espacios incluidos las especulaciones críticas del vacío, desde el lugar que cada poeta quiera instalarse, elegir como irrespirablemente habitable en el oxígeno de las necesidades de su habla. La relación proporcional de la mala poesía con su cercanía a las retóricas normativas es manifiesta. Cuando el acto de voz se convierte en retóricas las fundaciones del habla no hacen otra cosa que reproducir modelos en serie de lo ya sabido, palabras sordas no para el oyente sino para la lupa del escribiente. No se trata de suplantar una retórica por otra, sino de descatalogarlas todas. No hay retóricas alternativas, cada poeta articula su balbuceo desde su propia posibilidad. Y no es que yo tenga una posición antirretórica, digo que de ninguna manera es hoy exigible su concurrencia en la generación formalista de textos poéticos. No hay por qué proclamar una alternativa a la vieja retórica, porque toda nueva retórica se volvería a convertir a su vez en vieja retórica en el instante mismo de su promulgación. Ahora bien, dicho esto, desde qué lugar escribe el poeta, escribe desde los horizontes abiertos de su propia experiencia en el lenguaje, lo leído, lo hablado, lo escuchado. El lugar de la poesía está hoy allí, esencialmente en el lugar donde está, físico y abstracto, el poeta. Y el poema será aquello que el propio poeta quiera proponer como poema y que existe en la medida que un otro lo reconozca como tal: eso es un poema. Hay que huir de las viejas categorías taxonómicas, esa estabulación en la que los poetas parece que tienen que sentir determinadas ritualidades y someterse a un canon, a un retórica dominante, a un gesto de época convalidado por las estructuras culturales que sancionan como válido determinados modelos de conocimiento, es decir, la tipología de las generaciones, de los movimientos siempre adversativos de las vanguardias frente a la docilidad discursiva de las estéticas dominantes. Creo que todo eso es serrín de encomendero jurídico, muletas para algo que no tiene ya ninguna pretensión de hacerse posibilidad significativa en el sendero tan impar como interminable de las conquistas de sentido. Afortunadamente en la sociedad contemporánea el poeta es más huésped de lo efímero que habitante en residencia permanente, está del lado de los insumisos, de aquellos que se han negado a habitar el pabellón de los reclutados también contra alguna de las formas de su voluntad, el territorio donde los viejos ejércitos del conocimiento escolástico, la fuerza de su minoritario saber, hicieron marcar el paso rítmico de los catorce versos del soneto, de las once sílabas del endecasílabo, toda esa rutina silábica que maravillosa en su tiempo es hoy ruido y falso ritmo de las caballerizas de la costumbre. De todos modos está muy bien que el gusto por las antigüedades se extienda también al de las manías filológicas, algún uso habrá que darle a los discos de pizarra y los extemporáneos manuales de gramática y retórica lírica. Lo falso es negación absoluta de la poesía.
Yo creo que cada poeta debe hacer aquello que quiera hacer desde la intuición de su verdad, de su toma de conciencia del mundo y el azaroso destino del sueño y la imaginación. El desafío está en otra parte, el desafío está en el mismo lugar en el que está el del físico cuántico, en el mismo lugar que el campesino de la filología de los campos y el investigador de secretas voces estelares, donde está la gente que entrega su vida al pensamiento crítico de algo justo, ese conocimiento de la otredad fuera de nosotros mismos, siendo nosotros mismos parte vivísima de la exterioridad, todos esos puntos de encuentro que están empezando a crear espacios que nos permitan interpretar el mundo desde la ampliación y no desde la revisión jerárquica del interés sometido al dividendo de usura. Viejo tema y aún así permanente desafío de la crítica poética. A ningún astrofísico o astrónomo se le ocurriría volver a reponer la teoría de Kepler o a la de Galileo como revisión a los avances actuales en esa materia. La poesía no puede seguir siendo regida por leyes formalistas y hasta temáticas del siglo XII o XVI. Estamos ante un permanente desafío y la poesía ha de seguir posicionándose en esa vanguardia de pensamiento en el que con la herramienta que le ha sido dada, la intuición de su lenguaje, pueda dar respuesta a aquello que nadie nos exige pero por el que algunos están, estamos dispuestos a entregarle todos el esfuerzo intelectual de nuestras vidas. ¿Al fin y al cabo por qué escribe un poeta? Es un encargo que nadie nos ha hecho pero que estamos dispuestos a cumplir hasta el final, acaso porque intuimos que la poesía, como lenguaje de la delicadeza humana, articula posiblemente una de las utopías pendientes de ser cumplidas: la exigencia de la dignidad humana como constructor de todo comportamiento civil. Y ya no sólo las utopías desaparecidas antes de ser vividas, sino de las utopías aún pendientes de ser soñadas, lo definitivamente aplazado del tiempo de la felicidad, la conducta liberadora ante los actos de fuerza concebida en términos de represión, la que ampara en vez de proteger el cumplimiento y ejercicio de los derechos civiles. La poesía ayuda en lo que hace, hacer que uno reconozca en el otro no solo ya al diferente portador de semejantes derechos, sino al exactamente igual en su radical diferencia, un semejante respeto a las personas y a los lenguajes de la vida y los idiomas interpretativos de la muerte. Poesía en el lugar del desafío humano, ante el penúltimo crepúsculo y la memoria del otoño amarillo, la poesía ahí, en la calle con banderitas rojas del olvido, en los aldeas, y en los grandes países, siempre como parte de un irrenunciable derecho, una esencial demanda de justicia y belleza en una sociedad donde la democracia ha sido secuestrada por los mercados y donde el lumpen financiero ha alcanzado sus últimos objetivos: restablecer la nueva seca, el silencio.
Leyendo a Kierkegaard, nos encontramos con que hay tres dimensiones en la poesía, en los poetas, una dimensión religiosa, una dimensión ética y una dimensión estética.
Y en alguna otra entrevista comentaste que uno como poeta debía acceder primero a la bondad. ¿Qué nos puedes comentar sobre esto, sobre la bondad y la poesía?
Yo pienso que la reconstrucción civil de una sociedad más armónica en todo orden de cosas pasa necesariamente a través del retorno a la palabra originaria, la simple verdad de los significados frente a la intoxicación publicitaria como dialéctica del engaño, y creo que ese sigue siendo uno de los desafíos pendientes. Somos una sociedad que proviene en occidente de una civilización que basó en la palabra y en el libro el origen de su manera de estar en el mundo, una palabra revelada por la cultura de la imaginación, tradición crítica que va desde Rimbaud a La Torah en el tiempo inverso de la fundación de los poemas, fruto de un único instante dinámico de la creatividad de los hombres, fruto de esa imaginación es el Apocalipsis y fruto de predictiva imaginación son los textos, es la voz sin boca que habla a Moisés, a Whitman, a Carlos Marx, y que fija en los textos de El Pentateuco, los Cuentos de Canterbury o los poemas de Juan Larrea la primera semejanza con la conducta ética, las primeras articulaciones del mundo como proyecto social de un colectivo intemporal de voces, de ideas que fijan en el habla y la escritura la desembocadura de su mandato. Quedan las reliquias de los religiosos y las armas de los guerreros y, claro está, los trofeos del fetichismo deportivista. El proyecto poético es el último acto de bondad que le queda por ejercer al lenguaje en una sociedad que ha cambiado las palabras del libro por la generación obsesiva y cruel de las plusvalías económicas y las recompensas de jerarquía en el reparto de privilegios.
El ciudadano ha dejado de ser portador de derechos civiles para convertirse en un cliente que lo máximo que tiene a su alcance son hojas de reclamaciones para poder protestar, sin que el ejercicio de su esencial derecho a la felicidad pueda constituir algún tipo de esperanza inmediata. Ahí acaso hable de nuevo la voz sin boca de la poesía reclamando los derechos de su inocencia a la intemperie. En ese sentido, por esa senda va la palabra poética como una palabra que nace de la bondad de la revelación, nace de la misericordia ejercida como un derecho de la imaginación, lo que fundamentalmente viene a fijar en el pensamiento judío tras la remota conducta de los dioses huidos: que los seres humanos somos responsables unos de otros. Y si somos responsables unos de otros, ese pensamiento no se puede enunciar por más contradictorio que pudiera parecer desde otro lugar que no sea el de la imprescindible inutilidad para transformar el mundo de la visión poética. La palabra poética es ética en la medida en que es misericordiosa, se hace cargo de un otro, no solo de aquellos que no tienen voz en el reparto del existir, sino de aquellos que en las silenciosas y tan amargas canteras de la historia jamás han podido ejercer tan siquiera el derecho a un habla de la reclamación de justicia, la prerrogativa a decir “tengo derecho, soy inocente, no me mates”. Creo que de esa reflexión ética nace la manera delicada y por tanto estética no ya de encontrar, sino de mantener el espacio que la poesía ocupó y ocupará en la fundación de los imaginarios del mundo, la guerra como conflicto de lenguajes, los intereses como resultado de los lenguajes de dominación, la dominación como consecuencia de los venenos de la propaganda. Es el pavoroso ruido del mal al que la poesía opone la armónica de cristal, es a la carnicería literal en la que hemos convertido el planeta para los animales que el inmortal ruiseñor de Keats retorna a la rama reflorecida tras el vuelo. Es cierto que las palabras han dejado de cumplir el encargo que a través de la historia de las civilizaciones se había ido acumulando en su invisible bolsita semántica. Lo que significa la palabra justicia, lo que significa el concepto de igualdad, lo que significa la palabra felicidad deletreada ante la infamante miseria, la vida secuestrada por el eufemismo, el buen destino cifrado en las burbujas de cualquier bebida refrescante, el monstruoso lujo del automóvil tras la impositiva fuerza del consumo y el deterioro que su comodidad impone tan brutal como irreversiblemente al medio natural. Poca cosa tiene el poeta en sus manos, pero con las que hay le sobran, volar, decía el poeta malagueño Rafael Pérez estrada, es el resultado de una intensa pasión, nunca de su práctica. La sociedad de la opulencia está generando esclavos, la de la miseria cadáveres. Las calles están llenas de personas que vagan en un todavía infinito en busca de rostro, en busca de ser nombrados, seres anónimos que ante las puertas de Babilonia y de Occidente siguen preguntando por qué aquel lugar en el sufrimiento y no éste, el de la posibilidad de un más justo lugar en el mundo, no puede ser también su sitio. La poesía establece alianza de necesidad con esas voces en cuya boca todavía no se ha podido articular el sueño de las inmensas mayorías que los habitan como futuro, de las multitudes que celebraran la conciencia más justa y libre del porvenir. Creo que hoy ese amparo puede retornar desde la palabra poética, desde las palabras con conducta de la poesía, desde las palabras que frente a la poesía política opten por poetizar las relaciones de intercambio, la jurisprudencia de un bien que algunos, poetas, pájaros y navegantes, creen escritas con sencilla aritmética en el ábaco de las estrellas.
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