Pilar Quirosa-Cheyrouze
La fe en el hombre, ante el desconcierto y las alas
derrotadas, mientras los poetas «escuchan el silencio universal del miedo»
Hay poetas que llenan un espacio lleno de significado, un
trayecto repleto de signos. Así la voz y la palabra en el tiempo de Antonio Hernández.
A todos los reconocimientos que el escritor y critico ha conseguido a lo largo
de estos últimos años: Premio de la Crítica de Poesía, Premio Andalucía de Novela,
Premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes, Premios Rafael Alberti,
Miguel Hernández o Tiflos de poesía, se suma la Medalla de Andalucía en este
2015.
Con el libro de poemas 'Nueva York después de muerto',
editado por Calambur en 2013, Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, Cádiz,
1943), se alzó con el Premio de la Crítica de Poesía Castellana, un compendio
de poemas, divididos en tres partes, donde aúna creación, acotaciones,
reflexiones y diálogos, en el acompañamiento a una Nueva York mítica, de luces
y sombras, la ciudad totémica y el recuerdo de un tiempo pretérito en relación
a la conciencia poética, el camino interiorizado de la herencia literaria, en
las voces y el recuerdo de Federico García Lorca y Luis Rosales, germen
primero. Existe una trayectoria llena de instantes que nos acercan a la
interpretación crítica, a la idea de libertad y también, a las lagunas que
cubren los espejismos. Vertientes de un tiempo que se enmarca en la realidad
histórica, en la aproximación al canto y los matices de esa realidad constructiva
o fragmentada, el exilio, los problemas de la gran dudad llena de cicatrices,
lucha de clases, globalización, automatismo de una vida, donde campea la
desigualdad y las carencias. Un contrapunto vivencial y expresivo, emblema de
arte, vida y muerte de Federico, quien amaba la pulsión de la naturaleza, el
canto de las aves y el murmullo del agua, la eternidad del aire más allá de las
sombras. La fe en el hombre, ante el desconcierto y las alas derrotadas, mientras
los poetas «escuchan el silencio universal del miedo». Protagonista, la ciudad:
la ciudad colectiva y también insolidaria: «La urbe es un teatro, la vida una
comedia», Brooklyn, el Bronx, la estatua de la Libertad, el río Hudson,
Broadway, Marilyn, fotogramas inmersos en la pantalla de los sueños. Cine e
ilusionismo, surrealismo, ficción, caos y azar. Malabarismo de secuencias. El
paso del tiempo, la decadencia, el declive. El macarthismo, la falta de
libertades. Nuestra incivil guerra, el tremendo azote fratricida. El miedo, sin
paréntesis para la esperanza. La gran guerra europea, el nazismo, la barbarie.
La soledad de los tiempos: «Confucio nos mentía en loor de intereses;
Maquiavelo, para lograr el fin,/ justificaba el medio». El legado de culturas
en el ruedo ibérico. «¿Cuánto odio acuñado desde el odio a si mismo? ¿Cuánto
reptil gemelo?». La sociedad uniformada transitada por delirios. El circo
clónico paseando por las calles. El desorden de los días, la injusticia, el
racismo. Homenaje a la literatura y la armonía de los versos en el ritmo
lorquiano del libro tercero: «Ay, amor que se fue y es mi otoño», transitando
los pasos «por las arboledas del Tamarit». La ciudad de Granada, y siempre
Lorca, en eterno y necesario horizonte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario