Reseña de El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera, en la revista Mercurio 171 (mayo 2015), escrita por Javier Lostalé
Poesía en la que un yo militante, empeñado en
horadar la existencia hasta
su pulpa, habla en voz alta consigo mismo hasta
crearnos a los lectores una biografía dentro de su voz. Y lo hace mediante una
sucesión de imágenes sorprendentes, fruto de una intuición desveladora de las
pulsiones más íntimas del ser humano.
La poesía está latente en todo, basta con
que la mirada vea más allá de lo que la realidad nos ofrece y exista un
estado intelectual y emocional capaz de bucear en el origen de cuanto existe,
de buscar lo esencial y habitar lo permanente. Es también la poesía el pulso de
lo invisible, y su concepción necesita del organismo vivo de la lengua. Todo
esto lo conoce muy bien Ángel Antonio Herrera que, por su condición de
periodista, cronista y columnista, aplica su bisturí para abrir en canal el
corazón más visible y efímero de lo social. Y sabe al mismo tiempo pasar al
otro lado para habitar lo que de eterno hay en la verdad humana y la belleza,
hospedado en un lenguaje tan complejo y rico como el barroco, tan navegador por
el subconsciente como el surrealismo y con tan potentes metáforas como las alumbradas
por la alta temperatura de su imaginación. Así lo ha demostrado en los seis
poemarios publicados hasta hora incluyendo el
último, El piano del pirómano (Premio
Internacional de Poesía Barcarola), publicado por Calambur, donde también hemos
podido leer Donde las diablas bailan boleros y Los motivos del
salvaje.
El piano del pirómano, poema en prosa dividido en veintinueve partes, expresa
muy bien el carácter de partitura de una vida extrema que representa este
libro. Vida en el límite que con todo su riesgo la poesía de Ángel Antonio
Herrera no sólo refleja, sino que comete, pues hay en ella una constante acción
interior no desvinculada del exterior, de los otros (...) “que no sólo daremos
vino a la causa del solitario, sino compañía a los afectos de la fiera, y
azúcares al corazón de cualquier desahuciado, y sutura de oasis a la deriva de
los que miran el día y ven la misma nada de tardanza”. Se trata de una poesía
en la que un yo militante, empeñado en horadar la existencia hasta su pulpa, habla
en voz alta consigo mismo hasta crearnos a los lectores una biografía dentro
de su voz. Y lo hace mediante una sucesión de imágenes sorprendentes,
fúlgidas, fruto de una intuición desveladora de las pulsiones más íntimas del ser humano que, al concatenarse, cobran un sentido de totalidad
donde la soledad,
el daño, el miedo, el peligro, el placer, los cuerpos, la
infancia, los recuerdos, la melancolía. Todo el entramado físico y anímico de
la vida, son perforados por
el lenguaje hasta revelarse desnudos tanto en la
idea como en su emanación emocional. Pongo un ejemplo: “La oscuridad la conozco
por dentro, cuando el daño decide sus manadas, y el miedo se gusta como un
palacio desierto”.
El piano del pirómano está
escrito desde la consumación
y la quemadura, desde “el entendimiento de la vida
como
un desván salvaje”; y entre sus elementos basales se encuentran la noche
con sus arritmias y veneno (“el corazón lo tengo de nocturna alcurnia”, dice el
poeta); la alteración del concepto del tiempo, pues en lo no sucedido
ya
respira el pasado, y también
su corporeización, hasta
hacerse cráneo, por
la ausencia medular del padre; la música y
su capacidad de abrir el seno de la
existencia para iluminarla sin intermediarios y las muchachas siempre en danza
que sólo en
su vuelo quedan, vampiras que
en amor amanecen muerte. A lo que
debo añadir en esta síntesis lectora de una poesía tan rica,
su poder
transustanciador de
lo real y su métrica y sintaxis encarnadas, el entendimiento
de
la escritura como un acto de conciencia, con imaginación de imanes. Poesía
para arrojarse a la plenitud de ser.
Podéis encontrar la notícia en la revista Mercurio.
Podéis encontrar la notícia en la revista Mercurio.
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