miércoles, 18 de septiembre de 2013

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en la revista Quimera

Libertad y desbordamiento
Por Agustín Calvo Galán
Quimera, nº 358, septiembre de 2013

Como "La minuta de la funeraria" (pág. 151), como las monedas que los antiguos depositaban sobre los ojos o bajo la lengua del difunto —para que pudiera pagar al barquero Caronte su paso por la laguna Estigia hacia las puertas del Hades—, la transición por la vida nunca es un ejercicio gratuito. Como la bicicleta del padre de Juan Carlos Mestre, el panadero de Villafranca del Bierzo, la vida necesita de un medio para desarrollarse, de un medio para recorrer el trayecto, pagar la tarifa establecida y unir, en un único significado, los extremos que van del nacimiento a la defunción; y, por tanto, como en la religión genuina, un medio de re-ligare, de unir todos los aspectos de la existencia.

Y, no de forma gratuita, Mestre ha escrito un libro intenso y excesivo, un libro de poemas que en otro autor podría haber sido la obra de toda una vida; con sus casi quinientas páginas, sólo puede ser el resultado de una tensión estilística y creativa de gran calado. Un libro, además, que corre el riesgo de dejar al lector exhausto; un libro compendio poético, torrencial; un libro que, para evitar cualquier sensación de indigestión, requiere una lectura calmada y, por supuesto, sin prejuicios, que permita degustarlo sin temor al cúmulo y saboreando el detalle.

Y es que el poeta del Bierzo asume los riesgos del exceso con La bicicleta del panadero —riesgos que, tal vez, sólo podrían plantearse una poeta consagrado como él—, según vamos descubriendo en el libro, por un lado como su propia respuesta hacia una poesía actual que se construye, en numerosas ocasiones, desde el vaciamiento, desde un minimalismo culto —contrario y, en el fondo, igual a la cultura de masas—, que hace del hueco, del espacio en blanco, el andamiaje de una estética efímera e insignificante; y, por otro lado, como propia resistencia vital al relativismo entendido como conformismo acomodaticio. Frente al vacío, Mestre nos ofrece un llenado literario nada complaciente, con una argumentación creativa hecha de significado crítico. Y frente al relativismo historicista alza su palabra moral y reivindica a las víctimas: el poeta se posiciona siempre junto a los perdedores, junto a los que alguna vez sufrieron represión, intolerancia, racismo; uniendo en una sola voz el gemido del inocente, del débil, del represaliado, del judío, del fusilado. Y así consigue tejer una conciencia única del dolor y la dignidad humana: "Quizá solo hayan venido a recordarte que la dignidad / es el prójimo" (pág. 222); una conciencia que convoca a la humanidad entera sin excepción: "El mundo, piensa, es un lugar donde la gente pasa por turnos" (pág. 364).

Y, por tanto, la acumulación implica una visión de la realidad que en ningún caso es ordenada, pero que tampoco es caprichosa; el libro crea su propio orden poético total, en el que el pasado y el presente se confunden, construyendo una inmensa tela fraternal, reforzada en el diálogo con los clásicos, con el individuo y con la colectividad.

La bicicleta del panadero se convierte así en un gran retablo pagano contra los monólogos del individualismo, contra el propagandístico autismo social de las élites, sosteniendo como diálogo polifónico y natural, como tapiz en el que se vienen a verter o a entrecruzar infinidad de hilos y poéticas de diferentes orígenes, de diferentes texturas colores y grosores. El resultado es de un barroquismo bastardo y mestizo, donde la amalgama desbordante, libre y criolla, a la manera de Walt Whitman, crea no sólo una gran riqueza y densidad expresiva, a veces desigual, que permite el contraste y, a la vez, la unión de voces diversas, sino también una argumentación contra varios de los convencionalismos literarios imperantes. Así, Mestre emplea desde la prosa poética hasta el caligrama, un abanico casi infinito de moldes, siempre en la búsqueda de ese trasfondo significante de la forma poética, y que a cada instante, unas veces con la anulación de todo signo de puntuación y otras veces rompiendo las frases, interpela al esfuerzo que esté dispuesto a hacer el lector. Por otro lado, no escatima ironía al referirse al oficio que él mismo ejerce, el de poeta, y en especial a la postura de los poetas, pose tal vez más que postura, que los convierte, al fin, en los verdaderos enemigos de la poesía actual: "Los poetas cazurros desconfían de las entretelas del sueño" (pág. 329).

Como era la bicicleta de su padre, la poesía es para Mestre el medio; no un medio para ganarse la vida, sino el medio para recorrer la existencia. La bicicleta del panadero es la moneda que el poeta deposita sobre los ojos cerrados de su padre: un salvoconducto deslumbrante, honesto y vital.



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