Cazarabet conversa con... Niall Binns, coordinador de la colección "Hispanoamérica y la
guerra civil española" (Calambur)
Los países latinoamericanos en la Guerra Civil Española
Editorial Calambur está editando desde un tiempo acá una
serie de libros que analizan y estudian el papel de ciertos países en la Guerra
Civil Española y es que de Brigadistas que vinieron a defender la II República
los hubo de todas las partes y lugares del planeta, pero éstos han llamado
mucho la atención a nuestros editores y por ende a nuestros lectores. Calambur
ha dado en el blanco en la publicación de esta serie de libros: comenzó
editando y acercándose a Argentina, Ecuador para seguir, después y más
recientemente con Chile y Perú. Están cociéndose en este momento: los libros
dedicados a Cuba y a Uruguay.
Coordina o es el eje principal de esta colección Niall
Binns.
¿Por qué una colección de libros dedicada a los países del
Cono Sur y de Centro América que aportaron opiniones, a favor y en contra de la
República?
Te voy a contestar, inicialmente, con una explicación
personal. Cuando llegué a España por primera vez, en 1987, vine con la mochila
llena de las lecturas de rigor para un británico de vacaciones: Homage to
Catalonia de Orwell; As I Walked out one Midsummer Morning de Laurie Lee; For
whom the Bell Tolls de Hemingway. En ese entonces había leído a un solo escritor
en lengua española, Neruda, y ya conocía en la versión bilingüe de Penguin su
poema, para mí impresionante, “Explico algunas cosas”. Luego, poco después de
establecerme en Madrid, leí The Spanish Civil War de Hugh Thomas. Es decir, la
guerra civil –y sobre todo, la guerra civil vivida por intelectuales de otros
países– se me metió bajo la piel desde mi primer contacto con España.
Después de mis primeros meses en España, compré un par de
antologías realmente notables, con largas y enjundiosas introducciones del
catedrático de Oxford Valentine Cunningham, sobre el impacto de la guerra civil
en los intelectuales de lengua inglesa, sobre todo los británicos. Veo ahora
que han sido el modelo fundacional para esta colección de libros que estamos
publicando en Calambur. Aparte de las antologías de Cunningham, hay varios
libros monográficos dedicados a la repercusión de la guerra en el extranjero,
sobre todo en Estados Unidos y en Francia, pero en cuanto me pusiera a indagar
en estos temas me llamó la atención el hecho de que se haya escrito tan poco
sobre la manera en que la guerra impactó en América Latina y concretamente en
sus intelectuales. Hay estudios estupendos, evidentemente, sobre las relaciones
con el conflicto de un Neruda, un Vallejo, un Nicolás Guillén, un Carpentier…
pero tengo la sensación de que para los estudiosos de los intelectuales
extranjeros en la guerra, es como si los latinoamericanos fueran españoles.
Pienso, por ejemplo, en Paul Preston y su libro sobre los corresponsales de
guerra, traducido como Idealistas bajo las balas, en el que existen los
británicos, los norteamericanos, los franceses, algún soviético, algún alemán y
ya está: ni Pablo de la Torriente Brau, ni Juan Marinello, ni Raúl González
Tuñón. Mientras tanto, los especialistas en literatura española que han escrito
sobre la guerra se han dedicado casi exclusivamente a los peninsulares, con las
honrosas excepciones mencionadas. Así que es como si la América Latina –en los
estudios sobre la guerra española– estuviera en una especie de tierra de nada:
demasiado hispana para los estudiosos extranjeros, demasiado extranjera para
los españoles.
Cuando publiqué en 2004, en la editorial Montesinos, el
libro La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil española,
junté conscientemente a los latinoamericanos con los norteamericanos y los
europeos. Lo que leí para ese libro me puso en la pista de nuevas lecturas, y
me hizo ver que había un trabajo pendiente con la prensa de los países
latinoamericanos, en revistas y diarios, para poder determinar el alcance y la
naturaleza de la implicación de sus intelectuales en la guerra española.
Tú escribes sobre Ecuador y Argentina y sobre “el efecto”
en estos países de la guerra civil española. ¿Por qué escoges esos dos países?
¿Cómo fue la experiencia?
Mientras preparaba el libro que acabo de mencionar, me
enteré de la importancia que tuvo España para el escritor guayaquileño Demetrio
Aguilera-Malta. Creo que ya había leído su novela Don Goyo, que es otra cosa:
una especie de obra pionera del realismo mágico. Descubrí que llegó a Madrid en
julio de 1936 con una beca para estudiar en Salamanca, y que terminó quedándose
en la capital y luego en Barcelona durante un año. Publicó tres libros sobre la
guerra civil, entre ellas una de las primeras obras publicadas sobre el tema en
España, su novela ¡Madrid! Reportaje novelado de una retaguardia heroica.
Me picó la curiosidad. Pedí un proyecto de investigación a
la Complutense para poder viajar a Ecuador y rastrear más cosas de
Aguilera-Malta y de otros intelectuales ecuatorianos, y ver la repercusión de
la guerra civil en los diarios de la época me dejó verdaderamente asombrado.
Día tras día las portadas estaban llenas de grandes titulares, informaciones y
fotografías sobre la guerra. Empecé a recopilar las numerosísimas aportaciones
de los intelectuales ecuatorianos sobre el tema: poemas, crónicas, artículos de
opinión, panfletos, manifiestos, obras de teatro... Descubrí su implicación
apasionada en las campañas de recaudación de fondos para la República y, en
algunos casos, para el bando franquista. Encontré la antología Nuestra España,
preparada por Benjamín Carrión, que recoge las aportaciones a favor de la
República de casi una veintena de poetas y seis artistas visuales. Encontré,
también, a dos fascinantes escritores españoles ya integrados en la sociedad y
el campo intelectual de Ecuador: el socialista Francisco Ferrándiz Alborz, que
con el seudónimo FEAFA se había convertido en uno de los dos o tres críticos
más influyentes del país, y que, después de ser expulsado del país en diciembre
de 1936, viajó a España para luchar a favor de la República; y el marqués
andaluz Alfonso Ruiz de Grijalba, un diestro e ingenioso escritor de romances
que se convirtió en el hombre de Franco en el país.
Un año más tarde, formé un equipo de investigadores con
Matías Barchino de la Universidad de Castilla-La Mancha y Olga Muñoz Carrasco
de Saint Louis University, y empezamos a trabajar no solo sobre Ecuador, sino
también sobre tres nuevos países: Argentina (yo), Chile (Matías) y Perú (Olga).
Si la repercusión de la guerra civil en Ecuador fue enorme,
rastrearla en Argentina resultó ser una tarea de una vastedad casi inabarcable.
He pasado meses y meses y meses peinando diarios y revistas en bibliotecas de
Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Fue un trabajo de otra índole: Ecuador es un
país casi desconocido para los lectores españoles, aun para los que trabajan
como yo en la universidad como supuestos especialistas en la literatura
hispanoamericana (fue un trabajo maravilloso en ese sentido: han sido años de
grandes descubrimientos); en Argentina, en cambio, estaban las figuras de
resonancia internacional como Arlt, Borges, Girondo, Marechal, Victoria
Ocampo... De todos modos, una de las cosas fascinantes de este proyecto es la
capacidad que ofrece de presentar algo así como una radiografía del campo
intelectual del país en cuestión –y de sus relaciones con España– en la época
de la guerra, dentro de la cual figuran también, por supuesto, escritores que
han sido relegados al olvido, justamente o no, pero que tuvieron en su época
una importancia notable. Me encontré, por otra parte, con los escritos de
numerosos periodistas e intelectuales argentinos que vivieron la guerra en primera
persona, muchos de ellos como corresponsales, pero en otros casos como testigos
involuntarios, que simplemente estaban en España en el momento de la
sublevación militar. De todos modos, una de las cosas interesantes en este
proyecto es ver cómo la intensidad emocional que es uno de los rasgos centrales
de cualquier testimonio existía también en los intelectuales que veían el
conflicto desde la “lejana retaguardia” latinoamericana: una intensidad
mezclada, muchas veces, con sentimientos de impotencia y hasta de culpabilidad,
por no estar allí, participando en la guerra.
Luego hay otras plumas que se adentran en la relación de
Latinoamérica con la España de la Guerra Civil, ¿qué nos puedes decir?
Matías Barchino, con la ayuda de Jesús Cano Reyes, ha
preparado el libro sobre Chile. El caso chileno es fascinante, no solo por la
recopilación que se ha hecho de textos de tantos intelectuales de peso, sino
también porque la guerra española coincidió con el apasionante proceso de la
formación y luego el triunfo del Frente Popular chileno.
El caso peruano es otra cosa: gobernaba en el Perú el
general Óscar Benavides, que impuso una dictadura después del golpe de estado
que lideró para mantenerse en el poder en agosto de 1936. Se prohibía cualquier
manifestación a favor de la República Española, así que quizá el texto más
fascinante encontrado en el Perú por Olga Muñoz haya sido un texto anónimo: la
revista CADRE, escrita por tres autores, entre ellos dos de los grandes poetas
del país: César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, que sufrieron,
respectivamente, el exilio y la cárcel por su apoyo a la República. El poeta
Serafín Delmar escribió sobre la guerra española desde la cárcel; Magda Portal
desde la reclusión forzosa en su casa; Víctor Raúl Haya de la Torre desde la
clandestinidad. Muchos de los textos más interesantes del libro peruano
corresponden a intelectuales conservadores residentes en el Perú (como José de
la Riva-Agüero) o bien residentes –hasta el inicio de la guerra– en España
(como Felipe Sassone). Y luego están los numerosísimos intelectuales
establecidos definitivamente en el extranjero como César Vallejo, Blanca del
Prado y Alberto Hidalgo, o bien exiliados: escritores comunistas como Eudocio
Ravines y Armando Bazón, pero sobre todo apristas como Luis Alberto Sánchez,
Enrique Portugal y Manuel Seoane.
¿Qué nos puedes adelantar del resto de la colección, la que
nos espera… tengo entendido que Cuba y Uruguay están al caer?
Jesús Cano Reyes, Ana Casado Fernández y yo estamos
trabajando sobre el libro cubano, que saldrá en Calambur a finales de 2014. Los
estrechísimos vínculos entre la isla y España hacen que sea un tomo
particularmente fascinante.
El libro uruguayo saldrá en 2015. Estoy escribiendo estas
respuestas desde Montevideo, en la que está siendo mi cuarta estancia de
investigación en Uruguay. Prácticamente vivo en la Biblioteca Nacional...
Uruguay, a raíz de la herencia de José Batlle y Ordóñez, debe de haber sido el
país más culto de América en los años treinta, y desde luego el país con el
nivel más alto de alfabetización. La cantidad de diarios publicados simplemente
en Montevideo es realmente impresionante (El País, El Día, El Plata, El Debate,
La Mañana, El Bien Público, El Pueblo, El Diario Español, y podría seguir...),
así que el trabajo está siendo lento, pero fascinante, realmente fascinante.
¿Cómo explicarías que fue la relación entre los países de
Latinoamérica y la defensa de la República en la guerra civil española?
Habría que establecer un matiz básico. Solo México apoyó
abiertamente a la República durante la guerra. El gobierno colombiano mostró
ciertas simpatías con la República, pero los demás países, muchas veces desde
una postura aparentemente no intervencionista, favorecían a Franco desde los
primeros meses de la guerra. Rompieron relaciones con la República, durante
esos primeros meses, El Salvador, Guatemala, Uruguay... Claro: una cosa es lo
que decían y hacían los gobiernos; otra cosa es lo que sucedía con la opinión
popular y con los intelectuales. La guerra mediática existía en todos los
países donde no imperaba la censura. Por supuesto, había posturas ya
establecidas de antemano, pero creo que se puede decir que si bien los
franquistas convencían a sectores importantes de las sociedades
latinoamericanas al comienzo de la guerra (las imágenes de violencia en la zona
republicana, las iglesias incendiadas, las noticias sobre el “caos” comunista y
anarquista, los testimonios de latinoamericanos adinerados que regresaban
espantados de la península...), las noticias y las imágenes mostraban, con una
fuerza cada vez más impactante, otras realidades: la masacre de Badajoz, la
intervención masiva de aviones y tanques alemanes e italianos, la participación
también masiva de tropas de Mussolini, y sobre todo los bombardeos de las
ciudades, las casas derruidas, los niños muertos, las mujeres muertas, los
ancianos muertas... Al final de la guerra, las repúblicas de América Latina
veían con toda claridad lo que podía significar, para ellas también, el
fascismo.
¿Cuáles fueron los países que más intervinieron en el
conflicto de manera directa, o sea, mandando a voluntarios a las brigadas
internacionales o yendo otros voluntarios a defender el bando fascista?
En términos proporcionales: Cuba, en primer lugar; y luego
Argentina. Cuba es el único país donde se ha trabajado sistemáticamente sobre
la historia de sus brigadistas: hay varios libros sobre el tema. Hace algunos
años un grupo de historiadores de Mar del Plata publicó un libro importante
sobre el tema: Voluntarios de Argentina en la Guerra Civil Española.
¿Qué postura mayoritaria adoptaron los ecuatorianos y
argentinos, los pensadores e intelectuales de esos países, ante este conflicto?
En el caso ecuatoriano, casi todos los intelectuales
importantes de la época dieron su apoyo a la República. Benjamín Carrión, en su
prólogo a la antología Nuestra España. Homenaje de los poetas y artistas
ecuatorianos, escribió lo siguiente: “aquí, en el Ecuador, hemos podido recoger
este tesoro precioso salvado del naufragio, esta verdad consoladora: todos los
intelectuales de valor, los que, en realidad, algo han hecho por la cultura,
sin excepción válida, sin transfugio penoso, se han puesto, sin vacilaciones,
junto a la causa de la república española. Ni una sola voz discordante digna de
tomarse en cuenta dentro del gran concierto de rabia contra los bárbaros y de
amor por los defensores de la patria materna. Y si alguno ha sentido la
tentación de huir, de ser neutral o, peor aún, de traicionar, ha temido a la
sanción suprema que impone la cultura a sus tránsfugas: la muerte espiritual”.
En el caso argentino, hubo importantes intelectuales
conservadores y nacionalistas que escribieron a favor de España: pienso en
Leopoldo Marechal, que tradujo la “Oda a los mártires españoles” de Paul
Claudel, o bien en Manuel Gálvez y Carlos Ibarguren. Hubo también liberales que
no sabían muy bien dónde posicionarse: Borges firmó un par de manifiestos al
comienzo de la guerra –contra la sublevación militar, contra el asesinato de
Lorca–, pero prefirió callarse después; Girondo lamentó la “epidemia” de
preocupación política que vivían sus compañeros de generación e insistió en la
necesidad de dar la espalda a Europa para pensar en cosas americanas; Victoria
Ocampo y Eduardo Mallea, los dos intelectuales fundamentales de la revista Sur,
ensayaron la neutralidad pero se vieron obligados, en cierto momento, a tomar
partido en contra de Franco y sus aliados. Pero claro, la gran mayoría de los intelectuales
estaban en contra de Franco desde el comienzo: los anarquistas (Rodolfo
González Pacheco, Diego Abad Santillán) y trotskistas (José Gabriel), a favor
de la revolución; a la vez, la Agrupación de Intelectuales, Artistas,
Periodistas y Escritores (A.I.A.P.E.) reunió a la mayoría de intelectuales de
izquierda en una especie de frente común (con predominio comunista) en defensa
de la cultura y contra el fascismo.
Cazarabet, también ha podido tener
una breve pero muy valiosa declaración de Olga Muñoz Carrasco, que escribió
sobre Perú y la GCE:
Olga, tú escribes sobre Perú y sobre “el efecto” de este
país en la guerra civil española. ¿Por qué escoges este país? ¿Cómo fue la
experiencia?
Conocía Perú desde hacía años cuando comencé a participar
en el proyecto sobre la guerra civil e Hispanoamérica, ya que mi tesis doctoral
me llevó a estudiar su literatura y el panorama político y cultural del siglo
XX. Aunque mis primeras investigaciones se centraron en la poesía peruana de
los años cincuenta, los poetas de los años 20 y 30, excepcionales, fueron para
mí una lectura muy frecuentada. Y ahí encontramos a un referente imprescindible
en la repercusión de la guerra entre los intelectuales peruanos: César Vallejo.
Pero no solo él, también otros poetas de esta época como Emilio Adolfo
Westphalen o César Moro se comprometieron con la República española a través de
publicaciones clandestinas como CADRE (Comité de Amigos de la República
Española).
El Perú ofrecía, sin embargo, una dificultad especial con
respecto a la búsqueda de materiales que documentaran el impacto de la guerra
civil entre sus intelectuales: entre 1936 y 1939 el país andino se encontraba
bajo la dictadura del general Óscar R. Benavides, régimen que prohibía
cualquier tipo de manifestación de apoyo a los republicanos españoles. La
investigación en Lima, por tanto, resultó bastante limitada, pues tanto la
prensa como las revistas, en su gran mayoría, respaldaron al bando sublevado abiertamente
y solo algunas publicaciones clandestinas –CADRE, España Libre o Voz de España–
dieron cuenta de una corriente subterránea en favor de la República. Algunos de
los documentos incluidos en el libro, finalmente, fueron recopilados fuera del
Perú, gracias a la ayuda de mis compañeros de proyecto. Así sucedió con textos
pertenecientes a autores que permanecieron exiliados durante esos años y
desarrollando su actividad fuera del país por razones ideológicas.
Pese a todas las dificultades derivadas de la peculiar
situación política del Perú entonces, la investigación me permitió trazar un
mapa de la época apasionante, pues la guerra civil española se vivió allá como
un acontecimiento propio. El hallazgo de ciertos materiales clandestinos de
difícil ubicación, como las revistas arriba aludidas, facilitó completar el
panorama cultural e ideológico de los intelectuales peruanos en los años
treinta. A través de la guerra civil muchos autores del Perú indagaron en su
propia identidad nacional y, tanto para unos como para otros, el conflicto
español supuso una reconciliación verdadera con España, una reconciliación
marcada por la herida de la guerra.
Introducción, estudio y edición de Olga Muñoz Carrasco
562 páginas. 15,5 x
24 cms. 27,00 euros
Calambur
Introducción, estudio y edición de Matías Barchino
696 páginas. 15,5
x 24 cms. 30,00 euros
Calambur
Introducción, estudio y edición de Niall Binns
824 páginas. 15,5
x 24 cms. 35,00 euros
Calambur
Introducción, estudio y edición de Niall Binns
584 páginas. 15,5 x 24 cms. 30,00 euros
Calambur
Lee el reportaje en Cazarabet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario