Por Juana Murillo
Revista Iberoamericana, Nº53
“Canto” reclama Jorge Rodríguez Padrón a la poesía española
contemporánea.“Ritmo y léxico, las dos carencias mayores de la poesía española”. Más sonido, como el que marca la elección del gerundio que inaugura este volumen, un compendio de artículos cuyo subtítulo, “Debates con la poesía española”, tiene como interlocutor y objeto de estudio la misma obra creativa, así como la crítica
que se ocupa de ella. El libro se estructura
en tres partes: el capítulo uno explica la
motivación del volumen, le siguen quince artículos escritos entre octubre de 2004 y abril de 2007 y para finalizar un breve texto a modo de conclusiones. Desde el principio Jorge Rodríguez Padrón justifica la larga travesía de esta exploración sobre la
poesía española de los siglos XX y XXI: “se
solicita mi palabra crítica, quiero darla. Con todas sus consecuencias (es mi compromiso y responsabilidad)”. Innegable es la trayectoria del autor, amplio conocedor de la poesía española, como así avalan
los numerosos artículos que a ella ha
dedicado en distintas publicaciones como Ínsula o Cuadernos hispanoamericanos. Extenso conocimiento, decimos, como extensa es la nómina de autores rescatados y
rescatables a ambos lados del océano que asoman en estas más de trescientas páginas: José María Eguren, Francisco Pino, Juan Gil Albert, Antonio Gamoneda, Ángel Crespo, Luis Feria, Manuel Padorno, José Miguel Ullán… entre los que ensalza la obra de autores como César Simón, Aníbal Núñez, Eugenio Padorno o Esperanza López Parada.
En este libro, que hace repaso crítico a las más señeras antologías publicadas sobre poesía española de una parte del
siglo XX y el XXI, se intercala un sinnúmero de meditadas definiciones sobre “la poesía”. Fruto de un amplio conocimiento del acto poético y evidentemente alejadas del sentimentalismo del acto creativo, Jorge Rodríguez Padrón plasma una concepción, sabida y pensada, sobre el hecho poético en sí, motivo difícil de
encontrar entre la crítica literaria actual:
“consiste en subvertir el orden impuesto a la lengua y que ésta impone a su vez de modo
inmediato; alterar, en consecuencia, aquella relación con la realidad (y con lo
posible) para que la realidad se nombre como nueva”; o esta digresión sobre la razón verdadera de la escritura poética: “para
mí cabe una pregunta que no podemos dejar de hacernos nunca: ¿para qué poetas en este tiempo de miseria?”. Dado que los artículos que aquí se recogen se escriben en distintos años, (el primero de ellos sobre Francisco Brines lo compone 25 años atrás y en él encuentra ya una
limitación en la poesía “última y penúltima” que confirma en la actualidad), hay
argumentos que encontramos reiterados. En la órbita de asuntos ya trabajados anteriormente aborda la literatura canaria, la revisión
de antologías poéticas o el rescate de
figuras como Pedro Perdomo Acedo. En líneas generales, el autor arremete contra el
uso convencional de la palabra y le achaca a la poesía española un excesivo gusto por el “cuento” en detrimento del “canto”, y a la crítica haber contado la historia
de los últimos 30 años de la poesía española partiendo del culturalismo de los
“novísimos”. Aboga por volver los ojos a la profundidad de la poesía de los místicos
y rescatar un periodo inagotable de la poesía española.
Definido a sí mismo en el primer párrafo:
“Paso por ser, según me advierten, el crítico de la diferencia”, también ejerce
de ello y se completa siendo también un crítico “no al uso”: la cita
bibliográfica completa es obviada. En ocasiones se citan solo títulos, se
omiten datos, edición, año de publicación… y se construye un texto denso y
dialógico. Ya en otras ocasiones había elegido Jorge Rodríguez Padrón este
juego verbal: “Notas del diario de un diálogo” (Ínsula, nº 532-33) o “Notas
para un diálogo de antologías” (Cuadernos Hispanoamericanos, nº 432). Diálogo
con la poesía, pero pleno de llamadas vocativas: “Vengamos una vez más a lo que
de verdad importa. Que no se suele” (marzo 2006); “No me he apartado de nuestro
asunto ni tanto así”; “Pediría al lector un simple cotejo entre dos poemas”;“Vuelvo sobre lo dicho y repetido tanto” (julio 2006); “No me vengan con
lamentos” con una abundante primera persona que exhibe una falsa modestia: “a
mi escaso entender”.
En las diatribas que dirige contra la
crítica que le es ajena se pierde en ocasiones en acusaciones difíciles de
identificar (“se ha dicho” [216]). Datos incompletos que, dada la trayectoria del autor,
funcionan como estímulo para un lector al que propone la búsqueda de lo no
explicitado, bien sean datos bibliográficos u otro
tipo de referencias no aclaradas. Por ejemplo, “Esto escribe en la primera
página de su Cuaderno un Palinuro destemplado: ‘Moramos en la orilla’” (octubre
2006), en referencia al libro de E. Padorno Cuaderno de apuntes y esbozos
poéticos del destemplado Palinuro Atlántico, autor al que dedica
un buen número de páginas. O, en referencia a Juan Carlos Suñén, al no indicar
referencia bibliográfica puede ser que se refiera a La poética de los críticos
(Ínsula, nº 587-588, 1995); o la charla publicada en ABC (2004) entre Francisco
Brines y Paco Marzal, y a la que se refiere Jorge Rodríguez Padrón así: “Dos
poetas hablan de poesía. Son españoles, hablan de poesía española” (289), “Oigo
ahora que el mayor le dice al más joven…” (abril, 2007). No es baladí el
rescate de esta charla (titulada “Brines-Marzal: diálogo de generaciones” los
interlocutores llegan a la conclusión de la inutilidad de las clasificaciones) ni cómo insiste en el diálogo de nuevo y
la palabra dicha y escuchada.
Se le puede censurar a la edición los
abundantes errores tipográficos que recomendaría la imprescindible labor de un
corrector. Pero por qué reseñar este volumen si el autor arremete contra el
trabajo de este mismo formato, la reseña: “En este momento se impone que el
crítico haga justamente todo lo contrario: alzarse contra la anécdota del hecho
literario, dejar las reseñas coyunturales de los libros recién aparecidos […]
en vez de eso […] Reflexionar sobre las condiciones en que se desenvuelve la
creación literaria […] y hacerlos así obliga, igualmente, a situarse al margen
del discurso establecido…” (88). Quizá porque este volumen se construye al modo
de un método singular que expone ideas, opina y propone ejercicios a unos
aventajados alumnos, y elegidos también, ya que el resultado de las propuestas
aporta una privilegiada reflexión sobre el discurso poético como pocas. Jorge
Rodríguez Padrón se muestra en contra de consensuadas consideraciones como el significado de
“generación” en general y la llamada “Generación del 50” en particular. Acusa a
la poesía actual de no arriesgar. Hacerlo supone “la exploración incisiva y
crítica y rupturista en los ritmos, en el léxico, en la imagen” que provocan
abandonos de la poesía: “para arribar a las mansas y beneficiosas playas de la novela”.
Recomendaciones muchas. Entre los libros que disecciona dedica varios párrafos a la labor de Miguel Martinón en Círculo de esta luz, Reflexiones sobre la poesía actual (Madrid: Verbum, 2003). Elogio al que se une la recomendación de la lectura de Los hijos de Nemrod de Nilo Palenzuela (Madrid: Verbum, 2000.), o Lírica y poética en España, de Russell P. Sebold (Madrid: Cátedra, 2003). Pide volver los ojos a los autores del 27 a
través de Ramón Gaya. Reivindica una antología de 1974 que tuvo poca repercusión, Poetas españoles contemporáneos (Barcelona: El Bardo) de J. Batlló, en la que
identifica nuevas voces, como las de Eugenio Padorno o José Miguel Ullán, autores que serán objeto de estudio y referencia
obligada posteriormente.
Valorar y evaluar cada propuesta de autor en distinta medida es lo que
propone Jorge Rodríguez Padrón para dotar a cada uno de su lugar en el panorama crítico, no estableciendo la fácil
similitud entre autores de la misma época. Razón última del volumen, la propuesta ¿y si lo leyéramos todo de nuevo? Propone leer desprejuiciadamente, ya que existe una desproporción entre el interés que la
obra genera y el reconocimiento obtenido. Aunque este concepto lo toma de Víctor Pozanco (Revista de Occidente, Madrid, mayo, 2003), sin embargo le dedica unos de los artículos más combativos. Le
recrimina una cierta complacencia con críticos entre los que él no se encuentra, ya que se reconoce al margen debido a
manifestarse “fuera de la nómina”, y “soy de los que quedaron fuera del mencionado reparto de prestigios”. Oyendo, opinando, explicando y exponiendo los personales argumentos del contexto de la crítica
literaria sobre poesía española que sacude las suaves horas de lectura poética, nos invita Jorge Rodríguez Padrón a hacer una revisión exhaustiva para inquietar, al menos, al lector acomodado a títulos, membretes y calificaciones. Así también propone algunas concepciones sobre el acto poético que no podemos obviar: “si la creación poética no va acompañada de una reflexión sobre su propio ejercicio, nunca transmitirá una verdadera
experiencia de existencia; que si no plantea […] su desacuerdo con la realidad, es a
través de un debate con el lenguaje, la palabra sólo será un instrumento para enmascarar la verdad y no para alcanzar su necesaria epifanía” (26). Y cómo no, abogar por la poética juanramoniana al observar cómo el moguereño ya había considerado la poesía como un proceso de maduración del pensamiento y del lenguaje. Veamos la poesía como “construcción y como ordenamiento verbal […] de la existencia. Una forma para desvelar la mentira de las apariencias, originada en el atrevimiento de la imaginación”.
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