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miércoles, 16 de junio de 2010

Reseña de A vueltas con el autor del Lazarillo

SEPARATA: Revista de pensamiento y ejercicio artístico, n.º 13, mayo de 2010, México

EL NUEVO AUTOR DEL LAZARILLO

Por Andrea Pérez González

A vueltas con el autor del Lazarillo es el resultado de una investigación de años de la paleógrafa Mercedes Agulló, que intenta comprobar en un breve y ambicioso estudio de 140 páginas las hipótesis que desde el s. XVII giran entorno al autor del Lazarillo de Tormes.

Para los amantes de la historia de la imprenta, el libro dará la sensación de ser una novela policíaca: aparición de claves —pistas— una tras otra entretejidas y firmadas con plumas de impresores como Plantino, y dentro de un marco histórico como Amberes o Lyon. El inventario de libros de Don Diego Hurtado de Mendoza, supuesto autor del Lazarillo, y de su editor López de Velasco es la parte más extensa del libro, que desvela el misterio que para muchos especialistas ha sido el caudal bibliográfico más importante de la época, la del Escorial.

La parte sustancial del libro —opinión que compartirá cualquier lector no especializado— sería aquella en que se presentan los argumentos "narrados". No es ninguna sutileza el énfasis; es necesario que el lector se enfrente a esta lectura sabiendo que la mayor parte de sus páginas están codificadas en títulos, lugar de publicación, fechas y nombres. Por eso es deleitante el momento en el que se pueden leer los argumentos que sustentan esta hipótesis, principalmente de corte histórico; porque una prueba basada en el estilo del autor del Lazarillo es insostenible, pues aun siendo una obra innovadora y el germen de la novela moderna, no hay manera de comparar el estilo "bajo" (dentro de parámetros clásicos) con el resto de las composiciones de Hurtado de Mendoza, claramente humanistas.

En este aspecto la autora se cobija bajo la idea tan reciclada de que las novedades en la composición literaria eran presentadas con vergüenza por los escritores cultos, para quienes el único estilo literario era el elevado. la composición culta o humanista era latinizante, despreciaba las lenguas vernáculas y la vida cotidiana y pícara. Es por tanto comprensible que el Lazarillo tuviera un autor culto que utilizara este género naciente y moderno como vía de escape de una tradición artificiosa que definitivamente dominaba, pero que no daba la misma libertad de creación que este género nuevo. Mantener su autoría oculta es también una garantía de libertad mayor que firmar una obra transgresora, censurada por la inquisición y visiblemente opuesta a lo aceptado por la tradición culta.

La autoría del Lazarillo ha sido objeto de debate desde el s. XVII, donde fue atribuido a frailes, diplomáticos, letrados o bachilleres. Ni Hurtado de Mendoza es un candidato recientemente descubierto ni este estudio será el último que asegure "este es el verdadero autor". La última vez que el Lazarillo tuvo un "nuevo autor" fue en 2002, cuando la profesora Rosa Navarro Durán presentó fuertes argumentos que atribuían la obra a Juan de Valdés o a su hermano Alfonso, valiosos letrados y humanistas.

Novedad para algunos, suposición lógica para otros, la autoría del Lazarillo se presenta como resuelta en este reciente estudio. La autora se muestra irónica y soberbia cuando pregunta al lector "¿Y cómo no ha reparado [en ello] ninguno de los numerosísimos estudiosos del Lazarillo?".

jueves, 22 de abril de 2010

Reseña de A vueltas con el autor del Lazarillo

Por Rubén Castillo Gallego

Tres misterios fundamentales planean sobre la historia de la literatura española: el primero es determinar quién fue el autor del «Cantar de Mío Cid»; el segundo, esclarecer qué humanista se aprestó a componer las páginas de «Lazarillo de Tormes»; y el tercero arrojar luz sobre el nombre de quien compuso la biliosa continuación apócrifa de «Don Quijote de la Mancha», que tanto hizo sufrir a don Miguel de Cervantes desde el año 1614 hasta su muerte. Sobre el segundo de esos enigmas (la autoría del Lazarillo) acaba de redactar la profesora Mercedes Agulló y Cobo una interesante aportación, que le ha publicado hermosamente la editorial Calambur, en su colección Biblioteca Litterae. A lo largo de los años y aun de los siglos se han ido amontonando las hipótesis más variopintas y distantes acerca del enigmático escritor que dio vida al primero de los pícaros de nuestra literatura: se ha hablado del jerónimo fray Juan de Ortega, de los hermanos Valdés, de Sebastián de Horozco, de Lope de Rueda, de Torres Naharro e incluso del humanista Juan Luis Vives, por no citar sino los más célebres. Pero la hipótesis que comenzó a fraguarse en 1607, donde se indicaba abiertamente la paternidad de Diego Hurtado de Mendoza, parece convertirse en definitiva tras las sólidas páginas de Mercedes Agulló. En un estudio muy técnico (hay que reconocer que no resulta apto para lectores ajenos a la especialización), la doctora madrileña recorre una serie de documentos bastante esclarecedores, como el testamento de don Diego, el inventario de sus bienes y otros papeles igualmente interesantes. En uno de ellos se indica que en un cajón propiedad de Hurtado de Mendoza se guardaba «un legajo de correcciones hechas para la impresión del Lazarillo» (página 44). ¿Qué sentido puede tener que don Diego corrigiese pruebas de imprenta sobre un libro, si éste no era suyo? La respuesta es cristalina: a él hay que atribuirle la escritura de la obra. Aun así, y con una cautela intelectual que la honra, la profesora Agulló se resiste a mostrarse tajante en sus conclusiones, y anota tan sólo que «estas coincidencias y entreveros apuntan a don Diego como padre de Lázaro» (página 46). No obstante, el hilo lógico que va siguiendo la investigadora es tan implacable que poco lugar a dudas puede quedar sobre la solvencia y la solidez de su criterio. Las fotografías de distintos protocolos, que se aportan como prueba visual, contribuyen también a que la hipótesis tenga visos de ser aceptada unánimemente dentro de muy poco tiempo. Es probable que nuestros hijos y nietos ya no estudien en sus clases de literatura que el «Lazarillo de Tormes» es una obra anónima, sino que se la adjudique a don Diego Hurtado de Mendoza (1504-1575), embajador de España en Venecia y Roma, amigo de santa Teresa de Jesús y celebrado poeta. Habrá quien argumente que la verdad aún no está en nuestras manos, pero nadie podrá negar que la estamos rozando con la punta de los dedos. Y la doctora Mercedes Agulló ha sido la responsable de este progreso.

Título: A vueltas con el autor del Lazarillo. Autora: Mercedes Agulló y Cobo. Editorial: Calambur. Colección: Biblioteca Litterae, vol. 21. Género: Ensayo. Páginas: 140. Prólogo: Pablo Jauralde. ISBN: 978-84-8359-175-8.

http://www.educarm.es/admin/aplicacionForm.php?aplicacion=ETAPA_SECUNDARIA&mode=ampliacionContenido&sec=355&ar=109&dept=1&cont=17438&zona=PROFESORES&menuSeleccionado=290

www.rubencastillo.blogspot.com

lunes, 12 de abril de 2010

Reseña de A vueltas con el autor del Lazarillo, de Mercedes Agulló


ABCD las Artes y las Letras, 10 de abril de 2010

Por Francisco A. Marcos Marín

¿Qué mueve al investigador a aventurarse en los caminos incógnitos de la atribución de autor a ciertas obras literarias? Quizás, dirían Les Luthiers, la falta de capacidad creadora propia o, dijeran otros, el deseo oculto de apropiarse de algo de la fama del autor o, tal vez, una manera de agradecerle el placer de su lectura, devolviendo su nombre al texto. El caso es que no hay erudito que no se haya adentrado alguna vez en la selva de las conjeturas. La autora de este enjundioso estudio tampoco es una excepción. Mas, como se trata de una investigadora capaz e inteligente, envuelve su objetivo principal, presentar a don Diego Hurtado de Mendoza como autor del Lazarillo de Tormes, en el ropaje, perfectamente diseñado, de una investigación profunda sobre testamentos, albaceas, relaciones.

Compensación de una deuda. Ello permite concluir que la aparición en el inventario de los bienes de Juan López de Velasco de Vn legajo de correçiones hechas para la impresión de Laçarillo y Propaladia, en un cajón que guardaba «papeles y libros que recibió al encargársele la administración de los bienes de Hurtado de Mendoza en 1582», es un indicio que refuerza mucho la tesis de que don Diego fue el autor de la vida de Lázaro de Tormes. Una atribución tan antigua como el texto. Todo ello, además, se relaciona con el ansia de libros de Felipe II.

Juan López de Velasco fue secretario de Felipe II, cosmógrafo, gramático, estudioso de las Indias, encargado por el Rey de reunir los libros para formar la Biblioteca de El Escorial y, entre otras muchas cosas, editor de la versión (poco) expurgada del Lazarillo. Todo ello se ofrece de nuevo al investigador como consecuencia del inventario y tasación de los bienes de un abogado, Juan de Valdés, el 27 de abril de 1599, el mismo que había sido testamentario de López de Velasco. Doña Francisca de Valdés, testamentaria de su hermano, añadió al inventario de los bienes de éste el que él había hecho de los de Velasco. Por eso aparecen entre ellos los cajones del embajador Hurtado de Mendoza, guardados por su antiguo administrador. ¿Por qué habría de separar don Diego papeles y libros e incluso repartirlos y esconderlos? La autora lo explica como consecuencia del deseo de que Felipe II no se llevara toda la biblioteca del embajador a El Escorial (como compensación por la cancelación de una deuda que no estaba nada clara), resistencia a lo que considera «rapiña» del Rey, por quien siente una de esas repulsiones que se producen cuando el biógrafo se mimetiza con el biografiado. Esa obsesión real le habría hecho poner al Santo Oficio sobre el Lazarillo, como obra que el Rey sabía que era de don Diego, para presionar a éste y que le cediera sus libros, sin más.

Quema de archivos. Esta trama apasionante permite al lector tener acceso a completas informaciones sobre los libros que formaban parte de la biblioteca de un gran humanista y sobre multitud de aspectos sumamente interesantes a los que sólo se llega tras una larga vida dedicada a una concienzuda investigación archivística. Por ejemplo, la familia Valdés, de Cuenca, a la que muy probablemente pertenecieron don Juan y Doña Francisca. No se olvide que Alfonso de Valdés es uno de los varios autores a los que se ha atribuido el Lazarillo. Desgraciadamente, como se sabe, aunque no se diga, la persecución de los católicos durante la Segunda República causó la quema de muchos archivos, particularmente en Cuenca, donde también ardieron los diez mil libros de la catedral. Se han perdido así fuentes irremplazables.

Aceptar o no la atribución a Hurtado de Mendoza de la autoría del Lazarillo no pone ni quita interés a esta investigación, que vale por sí misma, por los datos que aporta, el mejor conocimiento que proporciona de los bienes de los implicados, con los reflejos socio-económicos pertinentes, además de la información sobre libros y bibliotecas.

Este tipo de investigaciones requiere, para convencer, el complemento del análisis lingüístico, para el que son ayuda imprescindible los corpus del español existentes y las bibliotecas electrónicas. Los datos que estos suministran han de analizarse sabiendo discernir lo general de lo particular. Estos datos concuerdan con quienes han dicho que el Lazarillo fue compuesto por un humanista que conocía bien los escritos de Hernán Núñez conocido como Comendador Griego o el Pinciano, y, especialmente, sus Glosas a Las Trescientas de Juan de Mena (1499 y 1505). A partir de ahí, es libre hacer de detective. 


http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=14281&num=944&sec=32

miércoles, 31 de marzo de 2010

Reportaje sobre A vueltas con el autor del Lazarillo en TVE


Descubierto el autor del Lazarillo de Tormes: Diego Hurtado de Mendoza
  
Tras cinco años de investigación, la paleógrafa Mercedes Agulló descubre uno de los mayores enigmas de la literatura castellana, el nombre del autor de la novela "El lazarillo de Tormes".

www.calambureditorial.com

Redacción NCI  30/03/2010      Duración : 02:32

viernes, 5 de marzo de 2010

El Cultural: El Lazarillo ya tiene autor: Diego Hurtado de Mendoza


El Cultural (El Mundo), 5 de marzo de 2010

La paleógrafa Mercedes Agulló descubre los documentos que acreditan la identidad del padre de la primera novela moderna

La noticia es trascendental para la historia de nuestra literatura. El Lazarillo, considerada como la primera novela moderna, embrión del Quijote, no es anónimo, como hasta ahora se ha venido considerando. La paleógrafa más prestigiosa y reconocida en el mundo académico, Mercedes Agulló, documenta en un libro que aparecerá dentro de unos días en la editorial Calambur con el modesto título de A vueltas con el autor del Lazarillo, que Diego Hurtado de Mendoza -personaje fascinante del siglo XVI- es, con toda probabilidad, su autor. Los papeles encontrados por Mercedes Agulló en la testamentaría del cronista López de Velasco, su albacea, así lo acreditan.

Por Blanca Berasategui


Ala gran paleógrafa Mercedes Agulló (Madrid, 1925) le debemos el hallazgo. Lleva Mercedes décadas -toda su vida de investigadora, en realidad- revisando inventarios de libros, buscando en fuentes documentales de todo tipo, así que A vueltas con el autor del Lazarillo “no es el resultado de un hallazgo casual, sino de la tenaz persecución de un hilo durante todo este tiempo”.

La considerada como primera novela moderna -embrión del Quijote- ha sido motivo de estudio de los mejores especialistas. Durante los dos últimos siglos se le han adjudicado autorías distintas y procedencias estéticas e ideológicas muy diversas, pero nunca se había encontrado un testimonio directo que lo relacionara con un autor, y que permitiera un estudio documentado.
El Lazarillo se publicó en 1554 y, al poco tiempo, en 1559, sus supuestas obscenidades e irreverencias lo llevaron al Catálogo de Libros Prohibidos.

Quiere Mercedes Agulló que quede claro que la casualidad no ha intervenido en su investigación. Y para ello quiere empezar por el principio, por su Tesis doctoral, que versó sobre
La imprenta y el comercio de libros en Madrid. Siglos XVI-XVIII.

- Para redactarla me fue necesario consultar la documentación de Archivos parroquiales, Archivo Histórico de Protocolos y el Histórico Nacional, esencialmente. Entre esos documentos figuran muchos Inventarios de libros, tanto de impresores y libreros, como de personajes. Acabada la Tesis, no terminé yo mi tarea sino que la continué con idea de hacer unas “Adiciones”, que en este momento ya tengo preparadas para su publicación, una vez que la Tesis está en Internet, para que al menos sea útil y no esté sometida a “saqueos”. En estas “Adiciones”, he prestado especial atención a los Inventarios y tasaciones y, en mi búsqueda, di con el de los libros pertenecientes a un abogado Juan de Valdés, dueño nada menos que de casi 300 obras (todas inventariadas con su lugar de impresión y año, lo que no es muy habitual). Más importante todavía es que, junto al Inventario de ese Valdés, su hermana y testamentaria realizó el de los bienes y libros de Juan López de Velasco, de quien el abogado había sido testamentario.
Papeles de López de Velasco
“¡Ese Inventario sí que es una auténtica joya y un centón de noticias!”, subraya Mercedes, que está preparando ya un trabajo sobre ambas “librerías” (como se llamaban entonces las bibliotecas). Nos recuerda la autora la importancia de este personaje de la corte de Felipe II, cosmógrafo, gramático, historiador, que poseía una biblioteca impresionante de libros sobre América. Pero, lo más importante, López de Velasco fue encargado (¿por el Rey?) oficialmente de “castigar” el
Lazarillo en 1573, es decir, de podarlo y censurarlo para poder sacarlo del Catálogo de los libros prohibidos.

“Puede suponer -cuenta Mercedes- con qué atención y minuciosidad leí ese Inventario. Junto a un importantísimo bloque documental de “papeles” americanos y una gran parte de las obras de San Isidoro (recogidas en la Cartuja sevillana de Las Cuevas, en León, en Alcalá… porque López de Velasco estaba trabajando en el tema), se encontraba en una serie de serones y cajones el impresionante lote de documentos acumulados por don Diego Hurtado de Mendoza durante su larga vida -75 años- ya que al Cosmógrafo Real se le había encargado la administración de su hacienda. Ahí encontramos, al lado de “Una copia de
Las guerras de Granada y otros papeles de la hacienda de Carmona”, dos líneas que dicen: UN LEGAJO DE CORRECCIONES HECHAS PARA LA IMPRESIÓN DE LAZARILLO Y PROPALADIA.

“Creo que estuve leyendo y releyendo esas dos líneas no sé el tiempo…” añade.
Todo esto lo cuenta Mercedes Agulló con un garbo y una memoria envidiables, impropios de sus 84 años desde su casa de El Puerto de Santa María, donde vive con su perro, su gato y millares de copias de legajos valiosos, que esconderán sin duda secretos de nuestra literatura y nuestra historia. Ahora trabaja sobre tapiceros y bordadores de los siglos XVI al XIX, “pero de lo que sí presumo -dice entre risas- es de ser una buena paleógrafa”.

La afirmación no es baladí porque la lectura de documentos de los siglos XVI y XVII es una tarea complicadísima, casi imposible, para el común de los mortales. A partir de aquel hallazgo, la investigadora confiesa haber invertido en el Lazarillo sus buenos cinco años, “¡ no siempre escribiendo, claro!, sino esperando libros pedidos que tardaban meses en llegar y cuya petición tramitaba Pilar Alcina, sin cuya ayuda no habría sido posible contar con ellos”. Cinco años de comprobaciones, lecturas, “porque un buen investigador debe siempre conocer, antes de escribir una sola línea, lo que ya se ha dicho y escrito”, y en el caso del
Lazarillo la bibliografía casi alcanza la del Quijote…
Museos de Madrid
Mercedes fue directora durante once años de los Museos Municipales de Madrid , que es la actividad profesional de la que se siente más satisfecha. “De mí dependieron -cuenta con orgullo - el viejo Museo (25 años cerrado hasta mi llegada) de la calle de Fuencarral, el Arqueo- lógico, por algún tiempo el Conde Duque y hasta la Ermita de San Antonio de la Florida. Hicimos algunas de las Exposiciones más importantes sobre Madrid; no le doy títulos porque fueron más de cincuenta, y sus catálogos, hoy en su mayoría agotados, son imprescindibles para el estudio de la Villa”.

Cauta y rigurosa, aunque entusiasmada, Mercedes Agulló insiste en que “desde luego, nada puede darse como absolutamente definitivo, pero el hecho de que el legajo con correcciones hechas para la impresión de
Lazarillo se hallara entre los papeles de don Diego Hurtado de Mendoza, me ha permitido desarrollar en mi libro una hipótesis seria sobre la autoría del Lazarillo, que fortalecida por otros hechos y circunstancias apunta sólidamente en la dirección de don Diego”.

-Su investigación da al traste con dos siglos de estudios por parte de prestigiosos especialistas y eruditos como Martín de Riquer, Blecua, Rico, Rosa Navarro...
-Hasta ahora, todas las atribuciones del precioso librillo no han tenido base documental en que apoyarse.Trabajos excepcionales han considerado diferentes aspectos de la obra, la formación y lecturas de su autor, su conocimiento de la sociedad de su tiempo, tan maravillosamente reflejada en la obra, pero no había referencia a un texto que relacionase autor y obra. Para mí todas las opiniones son aceptables y todas tienen su justificación y son resultado de importantes averiguaciones. Yo he analizado el tema desde el punto de vista de un historiador…
A vueltas con el autor del Lazarillo (Calambur) verá la luz dentro de unos días y conoceremos entonces cuál es la reacción de los especialistas. Probablemente haya que cambiar muchas cosas de los libros de literatura. Mientras tanto, la investigadora me transmite esta petición: “Habrá que pedir al alcalde de Madrid que ponga una placa de don Diego Hurtado de Mendoza en la calle de Toledo y en la casa, que yo he localizado, donde murió.”




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¿Quién era Diego Hurtado de Mendoza?

Don Diego Hurtado de Mendoza era un hombre fascinante. Fue el gran personaje público del siglo XVI. Nació en la Alhambra en torno al 1500. Su padre, Íñigo López de Mendoza, Capitán General del Reino de Granada ejercía de gobernador, y el joven Diego recibió una educación exquisita, contando con los mejores preceptores de la época, como Pedro Mártir de Anglería. Conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, entre otras lenguas. Fue delegado del emperador Carlos V en el Concilio de Trento y embajador en la corte de Inglaterra, en Roma y en Venecia, donde se convirtió en una personalidad respetadísima, protector de Vasari y Tiziano, entre otros.

Escribe Mercedes Agulló en su libro
A vueltas con el autor del Lazarillo que “don Diego Hurtado de Mendoza era un hombre de una pieza, que no tenía miedo a nada, y que dirigió importantes acciones militares. Representa como pocos el ideal renacentista de unión de las armas y las letras”. Hombre extrovertido y generoso, adoraba a su hermana María Pacheco, mujer del comunero Francisco Maldonado, para quien pidió el perdón real. Mecenas de pintores y escritores, lector infatigable de manuscritos, era nieto del Marqués de Santillana, amigo de Gracián y santa Teresa de Jesús, y recibió elogios literarios de Lope de Vega: “¿Qué cosa aventaja a una redondilla de don Diego Hurtado de Mendoza?”. Su vida pública, en cambio, fue todo menos apacible: por ejemplo, siendo gobernador de Siena fue acusado por sus enemigos de irregularidades finacieras y el proceso que exigió para demostrar su inocencia se falló treinta años después con su absolución (1578).

Gozó del favor y del afecto del Emperador Carlos V, pero Felipe II, sin embargo, lo detestaba y fue ruin con él. La investigadora cree que el verdadero motivo de su desafecto “era el deseo del rey de hacerse con la biblioteca de don Diego, una de las más destacadas en la época, tanto en impresos como en su valiosísima colección de manuscritos. Le regaló al rey seis o siete baúles llenos de manuscritos árabes”.

Tras un accidente se le gangrenó la pierta, que tuvieron que cortársela. A los cuatro días, el 14 de agosto de 1575, murió y fue enterrado en el Monasterio de la Latina. La pierna amputada la habían enterrado antes, en la sacristía de la iglesia de los Santos Justo y Pastor. “¡Ah, cuando le cortaron la pierna gangrenada, no usó más anestesia que el rezo del Credo! ¡Échale temple!”, apostilla Mercedes Agulló.


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Primera documentación sobre el autor del Lazarillo

Por Pablo Jauralde

El Lazarillo va a dejar de ser anónimo, aunque tendrá que zafarse del espesor crítico de los últimos cien años, en los que las atribuciones se han disparado. Anónima fue su primera aparición impresa (1554) en cuatro lugares distintos. Tiempos de rigor ideológico, pasó enseguida al Catálogo de Libros prohibidos (1559), por lo que solo pudo leerse, y no sin riesgo, por los que osaron conservar algún ejemplar de las ediciones prohibidas, como hizo quien lo emparedó en su casa de Barcarrota. Censurado se volvió a publicar en 1573 y, a partir de entonces, compartiendo el éxito de la novela picaresca (1587, 1595, 1597…) Expurgado se leyó durante todo el periodo clásico hasta que modernamente se recuperó el texto primitivo de alguna de las primeras impresiones. Al mismo tiempo se fue pasando del anonimato a la búsqueda de un posible autor, avalado por un juicio desacertado de Menéndez Pelayo. Los historiadores actuales han trabajado casi siempre con ese supuesto, y han construido un Lazarillo distinto y peculiar, desde Bataillon a Rosa Navarro, pasando por Martín de Riquer, Caso, Redondo, Blecua, García de la Concha, Rico, Ruffinatto, Carrasco… todo un baile de erudición y filología al son del atractivo de este germen de la novela moderna que siempre despertó el regocijo del lector y las hipótesis del crítico. La obra se ha beneficiado de ese impresionante despliegue crítico, por ejemplo y por citar lo último, del cerco crítico e histórico a que ha sido sometido por el buen hacer de Rosa Navarro. El Lazarillo construido con tanto esfuerzo y primor crítico es el que se nos viene dando a leer, aligerado de erudición, en los libros de bolsillo, en las escuelas, en las antologías.

Una gran investigadora, Mercedes Agulló, va a dar a conocer una documentación (en la Biblioteca Litterae de la ed. Calambur), precariamente utilizada, nunca leída completamente, de Juan López de Velasco, encargado de publicar el Lazarillo expurgado de 1573. Los documentos señalan claramente: López de Velasco, que era el testamentario de Diego Hurtado de Mendoza, en el inventario de sus bienes relaciona, primero, los papeles propios y, luego, los que eran de don Diego y él custodiaba. Uno de estos cajones contiene inequívocamente las correcciones del Lazarillo, junto con las de la Propalladia de Torres Naharro. El hallazgo desatará ríos de tinta y comentarios de todo tipo, especulaciones e hipótesis ingeniosas; pero no hace falta ser demasiado agudo para suponer que la razón más sencilla de que el único testimonio manuscrito del Lazarillo se encuentre en un cajón de papeles valiosos de don Diego es que ése es un “papel” de don Diego, a quien la tradición más antigua atribuyó, con naturalidad, la autoría de la primera novela moderna. Así Tomás Tamayo, el bibliógrafo, toledano -Toledo fue la ciudad de juventud, la ciudad amada de don Diego-. Es imposible comentar ahora los numerosos detalles que se derivan de la documentación exhumada. Otros varios papeles originales -que habrá que ir organizando, pues están dispersos y, en lo que se me alcanza, son desconocidos-, cerrarán documentalmente la recuperación histórica de este episodio.

Hurtado de Mendoza tuvo una relación tortuosa con Felipe II, quien llegó a encarcelarle (en Medina del Campo) y a desterrarle, en años inmediatos a la difusión y prohibición del Lazarillo. El Monarca quería para su nuevo palacio del Escorial la valiosa biblioteca de don Diego, y éste, en actuación sinuosa e irónica, le nombró único heredero de sus bienes. Felipe II, incluso antes de finalizar los trámites legales -en 1576- comenzó a hacer uso de la herencia, al retirar de entre las joyas un “ídolo de oro” que regaló al príncipe don Fernando. Lo que muestra Mercedes Agulló es, por tanto, la primera prueba documental de la autoría del Lazarillo. Que entre los papeles de don Diego Hurtado de Mendoza se conservara un manuscrito con las enmiendas del texto del Lazarillo no tiene mucho misterio sobre lo que significa, aunque siempre habrá quien solicite que don Diego firme una declaración jurada confesando haber escrito la primera novela moderna.

La inmensa tarea de Agulló, que de tantas noticias a lo largo de su vida ha ido surtiendo a historiadores, culmina con esta joya, en donde la insigne paleógrafa, además, recorre varios caminos de la investigación que ella misma ha abierto. Uno de los lugares que más dará que hablar de su trabajo, minucioso y sugestivo, se encuentra en la frase aludida.

En realidad, si como dicen ahora los documentos, de mano del propio autor iba el texto expurgado por Velasco, todas las suposiciones críticas sobre los impresos precedentes pueden ser válidas; pero todas quedan supeditadas a un texto presumiblemente “castigado” por el propio autor, que también habría corregido otros muchos dislates de los impresos. Las consecuencias de este hallazgo podrían llenar cuatro o cinco páginas aderezadas con los nombres más ilustres de nuestra academia y, por cierto, no todas desacertadas. El Lazarillo nos deslumbró a todos e hicimos bien en rodearle de ese espesor crítico, que no son más que irradiaciones de una obrita genial hacia todos los horizontes. Y toda aquella melodía ha enriquecido nuestro conocimiento de la obra y de la época.

Puede que aparezca el borrador manuscrito del Lazarillo, con la letra recia y desmañada de don Diego. Mientras tanto, hay que volver a revisar todo y hay que volver a editar el Lazarillo, pero esta vez desde una autoría difícil de negar.


http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26742/El_Lazarillo_no_es_anonimo












Novedad Biblioteca Litterae: A vueltas con el autor del Lazarillo


Mercedes Agulló y Cobo
A vueltas con el autor del Lazarillo.
Con el testamento e inventario de bienes de 
don Diego Hurtado de Mendoza
Biblioteca Litterae, 21
ISBN: 978-84-8359-175-8
2010. 144 págs.
PVP: 17 €

Resulta deslumbrante el conjunto documental que edita Mercedes Agulló, rodeado de circunstancias que han convertido al foco de estas investigaciones —el Lazarillo de Tormes— en uno de los enigmas mayores de nuestra historia literaria. El lector saboreará el cúmulo de huellas y relaciones que se tejen en torno a la obra y a algunos de los protagonistas de nuestra historia, ahora por fin revelados documentalmente, aproximados y contextualizados, sobre todo a partir de la figura histórica de don Diego Hurtado de Mendoza. He aquí, presentados y leídos por la autoridad de Mercedes Agulló, entre otras perlas, el conjunto documental de cajones y serones donde se conservaban los papeles de don Diego, en poder de López de Velasco, el editor del Lazarillo expurgado. Los hallazgos documentales que brindan estos papeles suscitan, sin duda, nuevas lecturas de la obra y fijan, por primera vez documentalmente, una propuesta sólida de autoría.

Mercedes Agulló y Cobo (Madrid, 1925) es licenciada en Historia por la ucm y doctora por la misma universidad con la tesis La Imprenta y el Comercio de Libros en Madrid. Siglos XVI-XVII, fuente inagotable de datos valiosos para investigadores. Entre otras ocupaciones profesionales, fue Directora de los Museos Municipales de Madrid y Ermita de San Antonio de la Florida. Es Miembro Numerario del Instituto de Estudios Madrileños. Asimismo, dirigió las revistas Villa de Madrid, Gaceta del Museo Municipal y Estudios de Prehistoria y Arqueología Madrileñas. Sus rigurosas investigaciones documentales han alumbrado las historias del libro, de la pintura, de la escultura, del teatro…; o la historia madrileña, de la que es una excelente conocedora. Entre su extensa obra, se pueden destacar Madrid en sus diarios (5 vols.), Documentos para la Historia de la Pintura Española (3 vols.), Documentos para la Historia de la Escultura Española, o Relaciones de sucesos, 1477-1619.

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Prólogo de Pablo Jauralde:

Escribo estas líneas sobre el libro de Mercedes Agulló en Roma, en donde he estado recorriendo viejas bibliotecas. Roma amontona libros, como iglesias, turistas y restos arqueológicos, hasta el no puedo más; en el caso de los libros y, sobre todo de los manuscritos, el legado supera el conocimiento, el interés y, sobre todo, el presupuesto necesario para ordenar y conocer ese universo. Letras difíciles en papeles ocultos y espacios insólitos que llevan nombre de próceres o de papas (Casanatense, Vallicelliana, Angélica, Alexandrina…). ¿Cómo va a interesar eso en la época de los ordenadores, las imágenes, las digitalizaciones, la facilidad para tener a golpe de teclado casi todo? Y, sin embargo, si nadie va ni nadie lee lo que en algún momento se decidió conservar, allá irá quedando, en las oscuras bodegas de la historia.

Mercedes vive en una casa, si bien se mira, paleográfica, con pinitos arqueológicos, en El Puerto de Santa María, en la que trabaja a diario y a la que he tenido ocasión de acudir para catar documentos exquisitos que se amontonan por todos lados, mientras charlábamos con Pilar Alcina, amiga y bibliotecaria, cuidados por un enorme alaskan malamute, de edad ciertamente avanzada, y al que trata como un documento exquisito, con familiaridad y conocimiento. O más bien cuidando de él. De cómo una madrileña de origen navarro (que entre sus muchos méritos llevó la dirección de los Museos Municipales de Madrid) ha ido a caer en ese sur maravilloso y a enredarse en amistades peligrosas conmigo se sabe más bien poco, porque empleábamos nuestro tiempo en lucubrar sobre lo que había pasado con el Lazarillo expurgado, cuya liebre salta ahora, implicando a los protagonistas de una historia complicada como la vida misma, sobre la que cabe proyectar cada vez mayor claridad gracias a los hallazgos documentales de Mercedes, quien suele exponer con familiaridad las inquinas de Felipe II contra el antiguo embajador de Carlos V, don Diego Hurtado de Mendoza, y cómo andaba tras sus libros.

Es difícil trabajar sobre documentos artísticos, literarios, históricos, y no encontrarse con algún repertorio que ella no haya exhumado y dispuesto para apoyo del investigador, al que se ahorra la localización, la frecuente y dificultosa lectura y su ordenamiento en series. Toda su vida con generosidad de investigadora que trabaja con fuentes originales y las ofrece a los colegas de sillón con orejeras, en casa. Deshaciendo letras e interpretando malos latines para ver los entresijos de la historia a través de lo que cualquier lector no avezado tendría por las manchas incomprensibles en un papel viejo.

Resulta deslumbrante el conjunto documental que ahora edita, rodeado de circunstancias que han convertido al foco de estas investigaciones en uno de los enigmas mayores de nuestra historia literaria. Dejo que el lector saboree el cúmulo de huellas, reclamos, noticias que se tejen en torno a uno de los protagonistas de nuestra historia, don Diego Hurtado de Mendoza, antes y después de su doloroso final y en circunstancias que permitirían novelar su rica biografía. Para trazarla con cierto rigor muchos investigadores como Mercedes Agulló se necesitarían. Y para seguir hablando del Lazarillo de Tormes y de su autoría se habrá de tener en cuenta las novedades que la documentación nos trae.

Quede este libro como un modelo sucinto de investigación histórico-literaria, que arranca de los días perdidos en los archivos y las bibliotecas para remontarse poco a poco, con paso cierto y documentado, hasta las páginas llenas de vida del Lazarillo, que tanto siguen encandilando al buen lector, quien ahora quizá decida leerlas sobre un fondo autorial distinto.