jueves, 8 de septiembre de 2016

reseña: La tumba de Keats, de Juan Carlos Mestre, por Santiago Trancón

Juan Carlos Mestre, la poesía sustancial                                    
La nueva Crónica
8 de septiembre de 2016                                                   



                                                                                            Por Santiago Trancón


Entre mis lecturas de este verano quiero destacar un libro de Juan Carlos Mestre, ‘La tumba de Keats’, Premio Jaén de Poesía en 1999, recién reeditado por la editorial Calambur e ilustrado por el propio Mestre. Se trata de un largo poema escrito con un gran impulso y una energía poderosa que le otorga una unidad de tono, ritmo y estilo absolutamente original. Ni por su estructura ni por su lenguaje se parece a cualquier otro libro de poesía. Quien se adentre en sus versos se verá obligado a dejar de lado su idea preconcebida sobre lo que es un poema para entregarse a lo fundamental: la experiencia poética.

El libro nace de una visita que Mestre hace en 1997 a la tumba de J.Keats, poeta romántico que murió muy joven en Roma. El marco físico es la ciudad de Roma, «cadáver esencial», símbolo y metáfora del mundo, por la que el poeta camina y se pierde. Lo importante es la vivencia arrebatada que provoca este deambular, que acaba convirtiéndose en un viaje interior: «No he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida». La belleza y horror, el orden y el caos, las cúpulas y las cloacas, el pasado y el presente, todo se mezcla fuera del tiempo y provoca asociaciones insólitas, imágenes fascinantes y sentimientos desbordados.

El exceso. Mestre nos hace reflexionar sobre el mundo como exceso, algo esencialmente inabarcable, inexplicable, incomprensible para la experiencia humana. Algo que está siempre más allá de lo humano. Ante eso que nos desborda, el poeta, movido por la angustia y la desazón, busca lo esencial, lo sustancial, aquello que permanece en el mundo bajo todas sus infinitas formas. En esta búsqueda comprende que él no es más que otro sustantivo perdido en una cadena interminable de sustantivos. Todo es fragmento asociado a otro fragmento sin que podamos explicar el sentido de esa asociación. Nada de extraño que use la construcción nominal, la elipsis verbal, la anáfora y el paralelismo como recursos dominantes.

El caos y el orden no son más que una ilusión, todo está conectado con todo formando una red sustancial que apenas percibimos. La palabra es también un objeto sustancial que se mezcla, enlaza y asocia movida por su propio impulso. El verbo nace del sustantivo, no al revés. «El obstinado aliento / de la cansada luz de octubre en el baúl de las abejas». «La implacable hormiga en el blando bulbo de la boca helada». «… Un reloj de sol bajo los párpados,/ la aguja inmóvil como retina fría de los caballos muertos».

El poeta no hace otra cosa que liberar la energía de la palabra. El irracionalismo es un medio para ampliar el poder del lenguaje y la conciencia. El lenguaje se extraña de sí mismo, la palabra se mira y se sorprende a sí misma. La transgresión del género poético es una necesidad, no algo buscado por sí mismo. El resultado será ese fluir torrencial de concordancias, asonancias, resonancias y sincronías que otorgan a la palabra un poder esencial contra el orden impuesto, el orden de la sintaxis, pero también el orden político, civil, social. Hay, detrás de esta poesía desbordada, una conciencia cívica rebelde, irreverente, que lucha contra la imposición y la banalidad. «Están llenas de estiércol todas las escobas de la patria», dice en ‘La bicicleta del panadero’. Y: «La muerte anda viva entre nosotros».

No pretende el poeta imponer un orden humano al universo, sino describir lo que ve y siente. Una especie de monólogo exterior, de fuera hacia adentro, del mundo a la palabra. No hay propiamente subjetividad, sino conexión interior: el poeta como sustancia transparente en la que se refleja el mundo. «Llamas vivir al terrible corazón que rueda sin otro oficio que la necesidad».

El tono bíblico, salmódico, con ecos proféticos y alegóricos, la iluminación de los oráculos, es la forma adecuada para dar cauce a esta experiencia poética. El poeta poseído por la palabra, sustituto de la carne, también materia impenetrable. El cuerpo como un sentir desgarrado, atravesado por la palabra. «Conozco el lóbrego lugar del mundo donde los astros mueren». «He sido poseído por un extraño canto de insecto». Feliz lectura otoñal, para quien no lo haya hecho todavía.

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