Morada
Esther Ramón
Calambur. Madrid, 2015. 100 páginas, 10€
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI | 13/05/2016 |
Esther Ramón. Foto: Círculo de Bellas Artes.
Calambur. Madrid, 2015. 100 páginas, 10€
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI | 13/05/2016 |
Esther Ramón. Foto: Círculo de Bellas Artes.
Esther Ramón (Madrid, 1970), profesora de escritura creativa, ha dirigido un programa de radio dedicado a la poesía. Sus textos han sido incluidos en diversas antologías. Es autora de siete poemarios publicados.
Las cuarenta y dos composiciones del libro Morada están distribuidas en tres apartados. Ninguna de ellas lleva título. El primero de los poemas ya transmite la atmósfera del conjunto. La escritora describe un mundo inacabado e inestable. En él, la luz está guiada por las sombras. Entre derrumbes, señales de arcilla y letras rotas, se nos habla de vínculos que desconocíamos. Vivimos en las raíces enfermas de un olmo. El gusano que levanta su cabeza antes de morir es también nuestra casa. Objetos desaparecidos y seres que huelen a piedra cavan en los paisajes. Muros, agujas y ruedas forman el decorado de quienes deciden “abandonarse al caballo / herido de la música”.
La poesía de Esther Ramón no abarca sólo un surrealismo liberador. Las tres secciones de la obra (“Excavación”, “Velocidad”, “Piedra de agua”) contienen una escritura diáfana y de múltiples significados. En sus páginas, las poderosas imágenes muestran pulsiones variadas. La hormiga, el lobo, la araña y la serpiente comparten los espacios con el espino, la baldosa y el cristal. Existe una asociación de deseos que avanzan. Como si la etiqueta fuese una cáscara superflua, los lugares y personas carecen de nombre. El agua aparece de manera casi obsesiva en el libro. Leemos: “He tomado con vértigo / los cabellos del agua, / los he trenzado / sin mojarme”. Y la poeta concluye: “Me inunda al caminar / una blanca hemorragia”.
La escritora crea un entramado poético con las estancias de una vivienda. Cita goznes, tinajas, llaves, vaivén de cortinas. En el exterior, troncos que susurran, depredadores, resuellos, brasas, crujidos, rozaduras de reptiles. ¿Cómo concilia Esther Ramón tantos elementos dispares? Su uso certero del lenguaje contribuye a una expresión natural. Menudean las conexiones insólitas, pero el poema no deja de fluir a favor del lector.
Los versos de Morada son columnas delgadas que a menudo sólo encierran dos, tres o cinco vocablos. Con tan escueto material, nos comunican realidades complejas. Terminada la lectura, tenemos la impresión de que Esther Ramón ha construido un laberinto que nos transparenta.
Las cuarenta y dos composiciones del libro Morada están distribuidas en tres apartados. Ninguna de ellas lleva título. El primero de los poemas ya transmite la atmósfera del conjunto. La escritora describe un mundo inacabado e inestable. En él, la luz está guiada por las sombras. Entre derrumbes, señales de arcilla y letras rotas, se nos habla de vínculos que desconocíamos. Vivimos en las raíces enfermas de un olmo. El gusano que levanta su cabeza antes de morir es también nuestra casa. Objetos desaparecidos y seres que huelen a piedra cavan en los paisajes. Muros, agujas y ruedas forman el decorado de quienes deciden “abandonarse al caballo / herido de la música”.
La poesía de Esther Ramón no abarca sólo un surrealismo liberador. Las tres secciones de la obra (“Excavación”, “Velocidad”, “Piedra de agua”) contienen una escritura diáfana y de múltiples significados. En sus páginas, las poderosas imágenes muestran pulsiones variadas. La hormiga, el lobo, la araña y la serpiente comparten los espacios con el espino, la baldosa y el cristal. Existe una asociación de deseos que avanzan. Como si la etiqueta fuese una cáscara superflua, los lugares y personas carecen de nombre. El agua aparece de manera casi obsesiva en el libro. Leemos: “He tomado con vértigo / los cabellos del agua, / los he trenzado / sin mojarme”. Y la poeta concluye: “Me inunda al caminar / una blanca hemorragia”.
La escritora crea un entramado poético con las estancias de una vivienda. Cita goznes, tinajas, llaves, vaivén de cortinas. En el exterior, troncos que susurran, depredadores, resuellos, brasas, crujidos, rozaduras de reptiles. ¿Cómo concilia Esther Ramón tantos elementos dispares? Su uso certero del lenguaje contribuye a una expresión natural. Menudean las conexiones insólitas, pero el poema no deja de fluir a favor del lector.
Los versos de Morada son columnas delgadas que a menudo sólo encierran dos, tres o cinco vocablos. Con tan escueto material, nos comunican realidades complejas. Terminada la lectura, tenemos la impresión de que Esther Ramón ha construido un laberinto que nos transparenta.
Veáse también en http://www.elcultural.com/revista/letras/Morada/38074
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