¿Para qué las letras?
(El
reverso de la historia de Jordi Ibáñez Fanés)
Quimera, 390, mayo 2016
José Antonio Vila
Jordi
Ibáñez Fanés es un personaje bastante conocido en el mundo intelectual de
Barcelona, pero creo que menos fuera de él (cosas de la insularidad catalana,
supongo), hombre de talante irónico y escritor de trayectoria discreta pero muy
sólida, escribe poesía en catalán, es autor de una novela notable La vida en la calle (2007), y de varios
ensayos, entre los que destaca el interesantísimo Antígona y el duelo, a caballo entre la reflexión estética y la
filosofía moral. De algunas líneas temáticas de ese libro de 2009 surgen muchos
de los planteamientos que recoge El reverso
de la historia, ensayo en forma de dietario y con el que comienza su
andadura «Criterios», la nueva colección que la editorial Calambur dedica a la
prosa de ideas. El libro trata de la crisis de las humanidades, y más
específicamente de la crisis de las facultades de letras, ¿cuál es el sentido
de las humanidades, cuál puede ser su utilidad en la enseñanza superior, y, en
última instancia, qué pueden aportar a la sociedad en su conjunto? El reverso de la historia no es un
ensayo convencional, sino que se trata de un libro en el fondo autobiográfico,
escrito desde el yo y articulado sobre la experiencia de la primera persona (y
que se completa con tres estudios sobre el gusto, el mal y el «final de la
historia» que sirven de colofón en el último tercio de la obra), es el libro de
un pensador y profesor de universidad que reflexiona sobre la función de los
libros –filosofía y literatura- en nuestras vidas, sobre el modo en que
problematizan pero también enriquecen nuestra existencia. Es un ensayo que nace
también de una frustración personal: su dimisión, tras año y medio en el cargo,
como director del Departamento de Humanidades de la barcelonesa Universidad
Pompeu Fabra, dieciocho meses de obstáculos y bloqueos debidos al vicioso
círculo de intereses, intrigas y politiqueos «que lo enredaban todo y
convertían todo esfuerzo en un juego agotador y penoso» (un mal que, sospecho,
no es privativo de este centro de enseñanza sino que se da, en mayor o menor
medida, en todas las universidades, por lo menos en las españolas).
Ibáñez Fanés se plantea el problema
de la vocación intelectual en el contexto de la crisis contemporánea, crisis
económica en la superficie, pero política y moral en lo más profundo como
sugiere el autor en el texto, el tiempo de la historia que nos ha tocado vivir
y que ha sacudido particularmente el ámbito de la cultura. Asediadas por la
lógica economicista, el imperativo de la productividad a ultranza y el culto a
lo técnico-científico como única forma de instrucción, las humanidades, o
letras, corren el riesgo grave de verse como algo residual, ornamental, o, en
el peor de los casos, un hobby de segundo orden que no puede competir con los
entretenimientos del mainstream, los que
proporcionan las pantallas (de ordenadores y televisores) y los grandes fastos
del deporte (sospechosamente, los nuevos gurús de la economía y la política son
muy aficionados a las metáforas deportivas, como Ibáñez Fanés señala con gracia
y acierto). Es necesario volver a dotar de sentido a las humanidades, o letras,
aunque eso implique, como hace el autor, no renunciar a preguntarse por el
sentido de lo que hacemos, ni acabar de despejar la sospecha de la ausencia de
ese sentido. El libro no tiene un tono sermoneador, ni deliberadamente
nostálgico como el de Jordi Llovet en Adiós
a la universidad (2011), sino vibrante, a veces divertido pese a la
seriedad de los temas que se abordan, no da respuestas fáciles ni disimula sus
perplejidades, es rico en sus referencias, de una cultura deslumbrante pero
jamás exhibicionista, en el que, por ejemplo, se enlaza la pulsión ética de
Hannah Arendt con brillantes interpretaciones de novelistas tan dispares como
Balzac o el marqués de Sade, y su lectura nos propone «avanzar como si sólo
nosotros estuviésemos despiertos, en medio de un mundo de sonámbulos», tal vez
para buscar nuestro espacio en este reverso de la historia. Y quizá construir,
sin utopismos, sociedades un poquito mejores de las que tenemos.
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