ÁNFORAS DE LOS QUE SON CENIZA
José Enrique Martínez
DIARIO DE LEÓN
3/7/2016
La tumba de Keats es un poema complejo. Lo que he leído sobre él no pasa de vaguedades y rodeos. No aspira esta reseña a dar con la clave, por supuesto, sino a suscitar el interés por su lectura. Sin embargo, hay un verso hacia el final del libro que puede aproximarnos a una interpretación apropiada: «He pasado la tarde junto a la tumba de Keats... / no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida». En ese infierno cabe la crítica a los que ejercen «asuntos de fuerza» civil o eclesiástica y la piedad por los oprimidos. Roma se convierte en símbolo o síntesis del esplendor y la miseria, de las lacras históricas veladas por el brillo de las cúpulas, en la gran cloaca que mancha incluso las palabras, que llaman «conducta a la obligación y fidelidad al silencio». Pero en el poema hay, además, un pasmoso alarde imaginativo del que se hace gala: «La imaginación hizo resucitar a Jesús, / la imaginación es un túnel de tierra ante los ojos del topo...». La imaginación, unida a la memoria, crea mundos desconocidos: «Cada visión del hombre es una idea nueva que visita el mundo». Es esta facultad creadora la que hace del ámbito poético de Mestre un mundo singular.
«Adiós Roma, adiós dolorosa luz indescifrable». Es la despedida ante la tumba sobre la que reza un célebre epitafio que Juan Carlos Mestre incorpora como verso final a su poema: «Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua».
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