viernes, 22 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en El Norte de Castilla

Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto
Antonio Colinas
El Norte de Castilla, 16/02/2013
 

Hacia lo absoluto

A la obra poética de José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953), me parece una de las más significativas y profundas de nuestros días. En primer lugar, por el tiempo del que arrancó, muy sometido a las influencias: por un lado, a la eclosión de los artificios novísimos o ‘culturalistas’, pero también a un poetizar simple y plano —el poema-fotografía en gris—, desposeído de sentido y sustancia, lo que José María Valverde reconoció muy tempranamente como poesía ‘desvitaminada’. La clave, a mí entender, de ese camino seguro y personal que emprende Puerto sin prisas y desde sus dos primero libros —El tiempo que nos teje (1982) y Un jardín al olvido (1987), editados por Adonáis— brota de su propia y personal voz. Estamos desde un principio, ante un poeta que, en forma y contenido, es fiel a un modo de decir que revela, por una parte, una extremada depuración formal, un equilibrio no exento de emoción siempre muy contenida y tierna, y por otro a un pensar que es consustancial al poema que quiere ser completo. Bajo este punto de vista, el carácter meditativo de la poesía de Puerto entraña, ante todo, un compromiso con los problemas esenciales del ser humano.

¿Qué problemas o que preocupaciones son estos? Para responder a dicha pregunta nos bastaría con observar los títulos de algunos de sus libros últimos, como De la intemperie (2004), Proteger las moradas (2008) y el que ahora aparece y comentamos, Trazar la salvaguarda (2012). En libros como estos no solo madura su obra sino que se nos dan las claves de esa larga meditación que ha supuesto su vida y de esas preocupaciones que retornan a sus poemas. Muchas veces, en los mismos y significativos títulos están las claves de ese mundo humanísimo. Intemperie y salvaguarda son dos términos decisivos en ese planteamiento radical en el que el autor reflexiona y siente, y lo hace con muy pocas palabras. Y es que la salvaguarda protege frente a la intemperie, la morada frente al vacío existencial. Luego, nuevos términos de otros títulos (estelas, señales, sílabas), remiten a la simbología que dicha meditación exige para expresarse. No es posible, pues, testimoniar sobre esa actitud existencial y contemplativa extremadas sin hacer estas valoraciones de los símbolos.

Tampoco son ajeas a cuanto el poeta nos quiere decir, las citas que ha puesto al frente de su libro. En ellas encontramos lo que se «ama»; sentimiento el amor que sin embargo se da en «paraje algunos», es decir, en el ya mentado vacío existencial. Pero también en esas citas orientadoras aparecen otros términos que son consustanciales a la poética de Puerto y que nos prueban que ese vacío existencial puede tener contenido gracias a la plenitud de ser: país, casa, refugio, alma… Son los ámbitos en los que se manifiesta la experiencia interior. Y en esta expresión en donde se encuentra la clave imprescindible de esta poesía que ahora, en Trazar la salvaguarda, madura de una manera extremada.

Sin embargo, esa ‘casa’ o ‘morada’ posee una significación múltiple, pues de entrada puede ser la de la naturaleza de sentido universalizado, esencial en este poeta, por más que sepamos que dicha naturaleza proviene de un ámbito concreto: el de su tierra natal o el de nuestra Comunidad, el de las serranías y valles de su infancia, el de la memoria. Naturaleza a la que accede desde la experiencia, pero también desde el llano contemplar.

Casa y seres queridos son también ‘moradas’ en las que salvaguardarse, pero qué duda cabe que la naturaleza es el ámbito primordial, hasta el extremo de que las mismas palabras acaban siendo ‘ciervo’; las palabras que no han nacido par ala mera retórica sino que en este poeta llevan consigo una exigencia, pues remiten a cantar y a orar, anhelar y a esperar. Es palabra sagrada, y así se nos dice directamente en el poema titulado variaciones vocálicas.

Hay también en el escribir de Puerto una poética del descenso, del abajarse, pero siempre como un paso previo a un ascenso hacia la consciencia, hacia el conocimiento absoluto. Unas veces esta actitud se manifiesta con imágenes físicas, realísimas (como en el poema comenzar desde abajo), o de manera muy lúcida y radical en el poema candelina, en el que el ser es consciente de que en la tierra no se puede adquirir ‘vuelo’ alguno y que, como el insecto, está destinado a abrasarse en la llama, en la luz. Hay también, al nombrar este término, una luminosidad en la poesía de Puerto que se manifiesta de manera irisada, pues la luz remite a la llama de la candela, pero también a la luz del conocimiento, que su vez viene revelada previamente por la luz física de las horas del día y de las estaciones del año, la que acaricia los montes en las albas y en atardeceres. La luz como la llave que abre el mensaje del poema (Abre la luz); la luz que ilumina el espacio, en el que se da la letanía y el cántico, la palabra que salva.

A veces, en este libro, el poeta sale de los territorios de la memoria de la infancia, por más universalizados que ellos estén. Así sucede en los poemas nacidos de un viaje a Fez, en Marruecos. El ‘espacio fundacional’ responde ahora a otras señales históricas y a otros signos culturales, pero al decir esencial para el poeta es el mismo, y por ellos los símbolos son los humildes de cualquier ámbito: la ruina de una escalinata, una abeja, la ciudad-laberinto, las cabras sacrificadas, los dos ancianos que caminan agarrados de la mano…

En el fondo de este libro, inusual por su verdad, late un afán de silencio fértil, pues a fin de cuentas solo cuenta, se nos dice, escuchar lo que calla. Pero este callar no remite a evasión o a sumisión, a mordaza. Y es que el poeta es muy consciente de que lo que cuenta en último extremo es la libertad frente a ‘Quienes quieren cortar todas las alas/ y enjaular cualquier vuelo’. Pero no es fácil escribir sobre lo que Puerto escribe. El poema no es en su caso texto para el análisis fácil, pues suele ser materia, ser vivo destinado a musitarse y a orar con él. Hay igualmente un gran afán de resistencia frente a la intemperie. La palabra es el medio ideal para lograrlo. La palabra —como la naturaleza, el tierno humanismo, la fuerza de la sangre, las raíces—, están para sanar y salvar.

Y escribir sin que sobre ni falte palabra: poesía esencial en lo que transmite, en el mensaje, y en cómo lo transmite. La poesía española actual ha recuperado la libertad de decir y de sentir, sale de lo simple y lo plano, de lo impuesto, para abrir nuevos caminos fértiles. Uno de esos caminos es, sin embargo, el que Puerto ya había abierto allá por los comienzos de los años 80, alejado de los ‘cantos de sirena’ de aquellos días. Mantenerse en la libertad de la propia voz sin titubeos ni máscaras es una de las lecciones que la poesía de José Luis Puerto nos ofrece en este nuevo libro mayor.

1 comentario:

Asunción Escribano dijo...

Libro precioso y verdadero... Profundo y enraizado en la verdad de la vida. Totalmente recomendable.
Asunción Escribano