Jordi Valls
Blog felix orbe, 29/12/2012
Hay algo en Juan Carlos Mestre que me parece más que original, diría mágico. Quizás porque es un artista de difícil definición. Poeta de la imagen, del concepto, de la transformación del mito en materia moldeable, en la forma y en su significación.
La fragua de la creación de Juan Carlos, moldea lo anodino y lo trascendente, lo mítico y lo cotidiano. Dos mundos que se interrelacionan mas a menudo de lo que los eruditos son capaces de reconocer. Juan Carlos Mestre trabaja como grabador y realmente sus imágenes impactan, muestran una tensión que lo hacen identificable, la composición de la realidad entre los impasos del estruendo vital. Mestre se acerca, desde el grabado y desde la poesía, al abismo de la existencia.
El mundo que ordena Juan Carlos es un mundo no exento de convención. Su estrategia es reordenar las imágenes y la jerarquía de objetos y acciones que aparecen habitualmente de forma anodina, la descripción es sorprendente y nada está en el lugar que uno espera. La verdad, para Juan Carlos es huidiza y solo las aristas de lo observable la hacen imperecedera en lo mítico y en lo trivial. Aquí, a mi modo de ver, la lucha de Juan Carlos es acercarnos de alguna manera a conocer más mundo que aquel que reconocemos en nuestros límites, desde el conocimiento de la tradición y del sistema de valores que en exceso aparece demasiado rígido. Admiro la precisión y la exactitud de su narrar ético justo en la frontera de la afirmación contundente. En el poema “La herida de la verdad” explica ese límite: “El mero hecho de huir de la tiniebla hace que creamos en la realidad, otra negrura que asesina al concertino en la orquesta de viento del absurdo, el por todos conocido hobby preferido de Thánatos.” Su poesía és diáfana, de una extraña amenidad que no suele ser propia del género, que nos lleva a entender la relación humana con la realidad de otra manera, a veces con el sarcasmo, con la deriva de los símbolos hacia lo contemporaneo. La voz de Juan Carlos es única, pero existen pasillos ocultos que lo conectan con otras voces paralelas: la imaginería de Antonio Gamoneda, la multiplicidad del lenguaje del primer John Ashbery, la lucidez de Adam Zagajewski, la extrañeza cotidiana de Charles Simic, la demoníaca mirada de Màrius Sampere, o la sutil ironía de Paul Muldoon, por citar algunos de los nombres relevantes.
La cita del libro de Francis Picabia, -uno de los grandes gamberros de la poesía dadaísta-, ofrece una aproximación a la mirada de Juan Carlos: “Los descontentos y los débiles hacen la vida mas bella”. Picabia llego a cuestionar la existencia de la poesía, pero que al mismo tiempo ofreció una mirada más abierta al esplendor de la vida en todo su detalle lírico.
Del libro “La Poesía ha caído en desgracia” merecedor del Premio “ Jaime Gil de Biedma” y publicado en 1992, justamente en el poema último del libro que es una de las múltiples conclusiones a las que el poeta nos acerca a ese límite a que antes me refería, de alguna manera y de forma tan temprana y esplendorosa, Juan Carlos diagnostica tempranamente la enfermedad crónica de la poesía: “La poesía ha caido en desgracia y las salamandras azules del mediodía entran en la ruina de sus vasijas ceremoniales con los ojos desorbitados por el sol de la muerte”.
Podemos concluir que en “La bicicleta del panadero” Juan Carlos Mestre ha dado una vuelta de tuerca importante, un libro de 468 páginas de poesía es todo un reto lanzado al lector acostumbrado a dosis menos pantagruélicas, -y a menudo exhasperantemente nada nutritivas- superado el terror de enfrentarse al trayecto de largo recorrido que lleva esta bicicleta fondista, Mestre nos demuestra ser un gran funambulista de la palabra, justo se ha desembarazado del peso lúgubre de la poesía y la ofrece así, con la frescura y la liviana belleza de la existencia: “La poesía os lo repito yo tiene mas cuento que Carracuca dios te perdone si meto la pata” Solo los poetas de la altura de Mestre tienen esa capacidad de enfocar y no ser alcanzados por el rayo entumecedor de un lenguaje manoseado hasta la saciedad por el discurso contemporáneo. Leedlo, no perdáis más tiempo.
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