miércoles, 29 de enero de 2014

Reseña: Nueva York después de muerto, de Antonio Hernández, en el blog Literatura española actual

Nueva York después de muerto
Por Francisco Morales Lomas
Blog Literatura española actual, 9/12/2013


La querencia de Antonio Hernández hacia la poesía de Luis Rosales viene de muy antiguo. Los unió una buena amistad y Antonio se consideró heredero del sentimiento y la técnica literaria del granadino. Pero en este nuevo poemario Antonio Hernández ha querido unir a esa querencia la de otro granadino universal, Federico García Lorca, y la no menos cosmopolita Nueva York.

Un triángulo mágico que determina la esencia de un poemario que formalmente aspira al mestizaje de géneros tanto como a la taracea de individuos, símbolos y valores que convergen en un Aleph para crear un poemario nuevo, insólito y rupturista. Se ha producido en él una convergencia, una interacción sincrónica entre forma y contenido desde un consciente claramente predeterminado que muestra un impulso poético generoso en la creación, con continuas referencias intertextuales que posibilitan los reajustes conceptuales, las gradaciones y los inestimables recursos expresivos de toda laya. Antonio Hernández aspira a esa unidad consciente desde la multiplicidad de sensaciones, espacios, técnicas, mixturas textuales y aciertos expresivos en una obra que se hace extensa, sinuosa y enérgica en su macroestructura y en su intenso ritmo.

Hay un acierto evidente en sus selecciones léxicas, en la fusión de simbologías diversas y en la yuxtaposición de mundos que se van cruzando al crear una malla semántica de afirmaciones, elisiones y sustituciones en aras de conducir el poemario por la vertiente totalizadora, poesía total que como en su momento Dos Passos en narrativa, aspira a la complementariedad como elementos que configuran el todo en la información reveladora, las acotaciones, los diálogos o los montajes.

En la Justificación inicial explicita el origen de este título: “Luis Rosales, mi maestro (…) quería terminar su obra con una trilogía titulada Nueva York después de muerto”. No lo pudo hacer y este es el mejor homenaje que en su centenario durante 2010 (y desde la desembocadura del Río San Pedro, en Puerto Real, Cádiz) Antonio Hernández quiso dedicar al maestro granadino, donde temáticas como Nueva York, el exilio, la mecanización, el automatismo, la desigualdad de razas… están presentes, como lo estuvieron en Poeta en Nueva York, del genial escritor de Fuente Vaqueros.

Los tres libros del conjunto no son sino la macroestructura textual que organiza este mundo desorganizado en el que se mueven las vías comunicativas formales y semánticas en un intento de dotarlo, desde ese triángulo mágico, de una perfecta armonía. Hay una forma interior que va a ir progresivamente elevándose desde esa pluralidad exterior, desde ese depósito de substancias temáticas e intelectuales resultantes y desde esa estructura tripartita en libros que se le presenta al lector.

El Libro Primero, que ocupa casi la mitad de la obra en su totalidad, lleva tres citas: una de Edith Wharton que alude a la mediocridad de los norteamericanos; otra de Enric González en la que define la idiosincrasia de Nueva York como ciudad que nació del comercio, apenas rozó la esclavitud y nunca brilló por su respeto a la autoridad; y, finalmente, unos versos de José Hierro sobre el desangramiento del poeta en su escritura. En definitiva, la esencia y la forma de descubrir esa esencia desde el artificio del poeta y su sangre en ebullición.

Esta primera imagen nos advierte de su voluntad de incidir en la ciudad de los rascacielos como Aleph del espíritu norteamericano y para ello opta por la retórica del discurso narrativo desde el inicial contacto con Luis Rosales, en los primeros versos, y Federico García Lorca hasta sus críticas aseveraciones sobre la realidad norteamericana actual y el Tea Party. Tras exculpar a Rosales de todos los ataques a que fue sometido por su intento de mancillarlo y acusarlo como corresponsable en la muerte de Lorca, crea el contexto de esa España, “Un país lleno de ratas y telarañas”, pero también de resentimiento y de odio. Antonio Hernández emplea el lenguaje en esos momentos con la aspereza del estilete y la templanza de los afectos hacia las personas amadas. Pero siempre surge con fervor la traslación de la palabra, su valor como apotegma y como reverente presencia y el homenaje a la casa encendida y la memoria de odios y cárceles.

Hay un discurso ensayístico con valor de proyección lírica tensa, cerrada y fuerte en donde la abstracción del léxico (cuadrícula, reglamentación, simbiosis) conviven con ese enmarque de la ciudad de Nueva York en los destinos de ambos poetas: Luis Rosales y Lorca. En este primer desafío hay una voluntad de amparo y salvaguarda clara del maestro. Para después, recurrir simbólicamente a esta Nueva York, este símbolo de la modernidad, con los emblemas y mestizajes de la palabra de Dos Passos y su Manhattan Transfer, al decir que fue este quien hizo protagonista también a la ciudad. Antonio Hernández acuerda ese despliegue de medios formales para conformar una imagen en la mente del lector que sintetice las contradicciones, las paradojas, el gran oxímoron de la ciudad de ciudades, de la Babilonia de la era poscontemporánea.

Busca la fortaleza de la representación semántica y crear una especie de cosmogonía mítica de la gran ciudad a través de una progresión selectiva de elementos. Pero antes de llegar a ello Lorca vibra en el poema como estandarte de una época de terror el nazismo, el miedo al anarquismo… y el americano que ama el dinero tanto como a su bandera. En esta simbiosis de símbolos diletantes, Antonio Hernández se revuelve crítico y adusto pero conmovedor y tierno en una singladura de distancias y contradicciones que convergen en la gran ciudad, que mixtura a la vez con sus experiencias personales (como aquella novia americana que tuvo) para después advertirnos de la génesis genealógica de razas y pueblos que convergieron en la gran ciudad: judíos, italianos, chinos… para componer esa detención a caballo entre el ensayo y la lírica de corte neoclásico en su afán patriótico y desmitificador de una realidad que nos presenta bajo múltiples aristas. En ese deambular del monólogo interior, que toma como estructura, surge la alegorización de su asesinato y la intertextualidad definitoria sobre la idiosincrasia española vía Antonio Machado (“Mala gente que camina”) y ese fascismo asesino, ese otro yo de la sociedad española.

En el errar por la ciudad de los rascacielos, los negros ocupan un espacio querido, a través de esa figura, de ese mito efusivo y delirante, que sirve de reclamo axiomático: Baltasar: “Baltasar, el músico, el poeta, el que no lleva oro,/ ni incienso, ese alimento de la soberbia,/ sino mirra aromática”. Es un deambular por la metafísica de los impulsos del espíritu, con la música ocupando un espacio solemne pero también la fina ironía y el sarcasmo agraz contra los sajones en la figura de Pound, ese fascista, nazi “carteleado por sus obsesiones/ de zarandeador dispuesto a devorar”.

Existe en sus impulsos de realismo deformador un íntimo deseo de construir la mecánica de las imágenes y realizar un cálculo casi naturalista de las insuficiencias, tanto como un ensalzamiento de los grandes escritores de la generación perdida. Pero su actitud crítica lo redime. Los escritores que forman el síndrome de su persistencia surgen con fortaleza por boca de Huxley o Poe, a los que con el bisturí de un Quevedo sondea y descuartiza con un lirismo a ratos deformador y a ratos sentimental. Y mientras los poetas son la cuna del verso, el pretexto es América y su definición de territorio en formación, “es un país sietemesinamente/ inmenso y autorrecetado/ (…) una ira de Biblia contra Europa,/ su vieja madre corrompida,/ su puta madre indolente,/ la filosofía estéril del pasado/ contemplando las nubes, perezosa./ Las maravillosas nubes que pasan”.

El objeto poético es América, su forma de pensamiento, sus grandes escritores y su voluntad de ser un país que crece y se multiplica como una especie de conmovedora alegoría deshumanizadora. La poesía de Antonio Hernández transfigura la normalidad activa de las cosas, crea la densidad poética del mito. Y en ese deambular por los grandes escritores tiene un lugar especial para Walt Whitman y sus Hojas de hierba. Whitman y su don de la transparencia, ese visionario extravagante y tosco, vocinglero que cultiva la espiritualidad de Asia en la América arrogante. La metáfora se apodera entonces del verso como una especie de arúspice que advierte del personaje y su rico mundo.

Hernández hace un recorrido de estancias y paseos, describe un mundo físico y mental, un espacio que sueña pero también un ámbito demoledor. A través de él pueden aparecer todos los emblemas de ese mundo como Central Park o los irlandeses y la presencia de Garrido Moraga mientras se habla de Eliot en la Hispanic Society. En esa suculenta peregrinación el universo se amplía y se metaforiza, se construye un mito cósmico, un mito universal en el que el poeta, en su apasionada ebriedad, se embriaga de ese mundo y nos ofrece la imagen de un sentimiento: “La vida es un sueño del que no podemos despertar”.

Y finalmente, en este recorrido casi canónico, casi laico de la ciudad de Nueva York, no pueden faltar los desarrapados de la manzana podrida, y tampoco esa ideología que los conduce hacia las tinieblas del Tea Party. Es curioso que Nueva York, en última instancia, confíe toda su esperanza al destino.

Antonio Hernández ha querido en este primer libro desenmascarar un espacio y unos personajes hundiendo certeramente el bisturí en los símbolos, como si se tratara de una historia que contar o recontar o difundir con toda la fuerza de la que la hace posible la literatura. Invariablemente oportuna y profundamente narrativa y enmarcada en su evolución de fascinante objeto poético, desde ese conglomerado personal y totalizador.

Entrega del Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija
a Antonio Hernández en 2013
En el segundo libro hay una cita inicial de Kierkegaard que revela los peligros de arriesgarse o no en la vida como una forma de pérdida de equilibrio o de merma de sí mismo respectivamente, y otra de Quevedo en torno a una manera de nacer y muchas de morir. El centro es Luis Rosales y la poética como médula de su discurso metaliterario. Una poesía definida como holista, total, en diálogos de Rosales y Hernández, como realidad que enhebre todos los géneros en un magma comprensivo y sistémico o armónico. En esa creación las enumeraciones juegan el papel de relevante selección de nombres: Machado, Borges, Onetti… pero también Félix Grande y Paca, tan amigos del poeta granadino. Antonio Hernández se redime a través de la memoria de aquel diálogo en torno a la poética de Rosales tomando como avío esta especie de diálogo diferido en el monólogo, metafórico, rutilante, hurtado por el don de la ebriedad de la palabra dada. Hay frases que juegan al cripticismo del misterio y que solo él las conoce en el territorio que juega. Pero existe algo conmovedor que sirve de reclamo y acicate: el culto de la esperanza y su razón de ser como territorio que amplía nuestra mirada.

“Por eso ahora vamos a hablar/ como siempre de poesía/ —la poesía es la máscara/ que nos descubre—, vamos/ a hablar de nuestra catarata/ siempre cayendo, de esa tempestad del poeta”, dirá Antonio Hernández mientras trata de recordarse en aquellos momentos y a ese poeta joven con su corazón de campana. La metapoesía se convierte en el objeto de reflexión que reconozca la discursividad de las vivencias y el reclamo de la definición del poeta, de su acento, de su vivir dos veces. Y en este ámbito encuentra el camino para hablarnos de que la forma y la materia, el espíritu, deben estar al unísono en una armonía que produce la cadencia, pero también la emoción y cuanto el espíritu acomete: “Y, apréndetelo bien,/ que no se escribe, se ama/ con gozo y sufrimiento. Y ese es el corazón”. A veces se ha tenido la vocación de cerrarlo, de pensar que bastaban las palabras, pero realmente lo que basta es la vida y esa identidad esencial del discurso poético. Y en ese convencimiento, la figura de Federico surge relevante y reveladora en su alegría proclamada o en ese amor a la vida que era como la iconoclasia del ser en sí.  Como un emblema que se define y se acaricia: “Federico era un tropel/ y era agua bendita, la que cae de los ojos/ porque está bendecido el sufrimiento”.

A través de fulgores, los chispazos del alma, construye los poemas, nacen del protagonismo que tiene la palabra y el hombre, de la intuición y de la memoria del subconsciente y el ensueño, un misterio, una ilusión… que crean la dimensión de la inmediatez y la luminosidad. Porque eso es al fin y al cabo el poema: una lumbre en mitad del bosque y la hojarasca de la vida. Los recursos al humor, entiende el poeta gaditano, pueden ser un instrumento, pero también una trinchera o una daga.

Progresivamente se va apoderando de su poesía la voz de Luis Rosales, en cuya palabra se desdobla el poeta de Arcos para desde su sentimiento ausente proyectar parte de su mundo, elevando la experiencia humana sensible, acomodándose a su sensibilidad, convirtiéndose en el personaje Luis Rosales. Un poeta que habla desde la vida, desde la vejez y desde la muerte, “la congelación del sufrimiento”.

En ese ejercicio de desdoblamiento aparece un Rosales reflexivo que nos conduce por la experiencia vivida y su reflejo en la felicidad o su ausencia, en la fascinación del demonio o en las resultas de ese corazón que todo lo llena. Habla Rosales desde ese viaje de sombras y su visión de la muerte como si se mirara en un espejo. Hay en sus palabras un deje de tristeza, de recurrencia a la melancolía en esa búsqueda de sí y de lo que representan en su vida las grandes ideas, en esa hora poética de los símbolos y las evocaciones: “Mis amigos saben/ que siempre investigué/ en el color de los sueños”, dirá con la fortaleza que dan los años y la vida vivida, pero también de la decadencia del vivir, de eso que llaman vejez (“En la vejez llaman arrugas/ a las heridas”) y ese destierro sublime que nace de la desolación y el agotamiento de vida. Y en ese recorrido  reconoce que un día Antonio Hernández le confesó que no aguantara el dolor, “que el dolor/ que se aguanta apretando los dientes/ se instala en el cerebro”.

Luis Rosales habla de Antonio Hernández del que dice que le trae los libros de consulta, llama a un taxi o le cobra la propina en premios. Un Luis Rosales que se deja llevar por los consejos del joven poeta que lo acompaña por los centros educativos y las universidades y es leal sin excepción. Es una confesión en toda regla, sincera y sentida. Después habla de su mujer, María, María Fouz: “María era la juventud y tenía el nombre/ de la naturaleza que hace la vida/ íntima y luego rompe el molde”. Palabras generosas y definitorias que sirven de intermedio para esa continuidad de los actos de Antonio, que le lleva la silla de ruedas y lo acompaña y al que le cuenta historias de Granada, como aquel día con José López Rubio, que da pie para cerrar este libro con la memoria de Federico: “¿Y no has visto, maestro, a Federico,/ no estará entre las nubes su tumba?”.

En este segundo libro se nos conduce desde la metapoesía hacia la vivencia de Rosales y el recuerdo entrañable y siempre afable de Lorca desde el dolor. Hay un misterio que se evoca con la fortaleza de ese desdoblamiento pero con la melancolía de lo pasado, de esa memoria que deviene unas veces muerte, añoranza o entrañable recordatorio.

Antonio Hernández y F. Morales Lomas
en Arcos de la Frontera (Cádiz)
En el tercer libro toma una cita de Lorca: “Callar y quemarse es el peor castigo que nos podemos echar encima”. Mucho más constante la presencia de Lorca desde el inicio aunque, a medida que avance, la síntesis de ambos poetas será recurrente y operará como un conjuro, una valencia mítica de singularidades que se acercan y se van acomodando en una emoción que nos conduce en el poema final que nos presenta los últimos momentos vitales de Luis Rosales.

La sonoridad de los primeros poemas nos reencuentran con aquella musicalidad asonantada del escritor de Fuente Vaqueros y los símbolos de su Darro, Genil y Guadalquivir, los llantos de la guitarra y también los pobres y los males que los acosan. Es un claro homenaje en el soneto “No sé si fue morir más espantoso” con el que auspicia las grandes ideas que sobrevolaron su vida. La guerra, el tormento, el sufrimiento, el amor. Imágenes que adquieren una inmensa notabilidad estética como cuando se define a sí mismo en esa especie de desdoblamiento poético en Lorca. Los símbolos lorquianos aparecen con su fortaleza antigua, como la herida negra o el rey Baltasar y esa ironía de la economía como fondo: “Nadie es negro si es de oro,/ si es de oro su cartera”.

Alguna copla nos habla de ese lloro por la muerte del poeta y de su entierro, y otros, siguiendo el estilo del escritor granadino, recuerdan su lucidez y su simbología metafórica en torno a los niños gitanos o las navajas y la sangre: “No se saca una navaja/ si no se lava con sangre/ y con honor no se guarda”. Su estilo se hace más Lorca en sus ritmos y en su simbología de argumentos poéticos y metáforas que nos recuerdan al genial escritor.

Pero poco a poco ambos poetas se van acercando, Rosales y Lorca. Y cuando esto sucede surge el enorme reconcomio de Rosales en torno a su muerte, y ese sufrimiento heredado del que muchos lo hicieron depositario: “Si me hubiera expresado con mis mejores armas,/ me hubiera defendido con éxito, sin gloria,/ en lo de Federico, y no hubiera tenido que sufrir/ tanta calumnia, tanta grosería/ seudointelectual”.

Habla un poeta dolorido, acosado por la época y por ese mundo cainita. Pero también un poeta adulado en esa especie de sístole y diástole que es la existencia con sus desdichas y su materia sagrada. Aunque su dolor estará siempre presente como una ofensa que viene una y otra vez a través de sus palabras maltratadas: “Me han insultado en todos los idiomas”. O en la acusación de una señora en Buenos Aires de haber matado a Miguel Hernández y en Caracas de haber compuesto el Cara al Sol y Montañas Nevadas. Es un padecimiento que está ahí presente en la voz de Luis Rosales. Una confesión que a veces necesita, para no sucumbir, del sarcasmo y la ironía, como cuando dice que “yo siempre fui católico aunque degenerando”. Un poema en donde surgen con fortaleza las desmitificaciones de época con su proliferación de psicópatas y de desdichas, pero siempre con la idea de la ética como frontispicio: “Vale más una nota de honra en la fama/ que atasco en la cartera”. Achacable todo ese mundo a las envidias que todo lo adornan con sus iniquidades.  Ironías que van cerrando en el poema donde surge de nuevo aquel Nueva York del principio con intención de aclimatarlo al cierre cíclico: “¡Nueva York, esa libertad/ donde se tambalea el Universo!

El último poema, con la cita de Luis Rosales de que “Cuando todo termine quedará lo más nuestro”, retoma el discurso épico-lírico para contarnos los últimos momentos del poeta granadino y su llegada al hospital Puerta de Hierro, jadeando y con los ojos cerrados. Los familiares cercanos y “Juan Antonio Ceballos le cogía/ la mano con ternura de amigo/ que alentara a un padre”. Y esos versos transfiguradores y epistémicos ante la muerte del poeta amado: “Y al volver a cerrarlo presentimos,/ unificados por la voz del alma,/ que algo acababa de estrenarse/ arriba, en las estrellas”.

La poesía de Nueva York después de muerto de Antonio Hernández es uno de los poemarios más heterodoxos e iconoclastas que se han escrito en los últimos tiempos en la poesía española. Crea un mundo totalizador desde la síntesis de tres perspectivas que confluyen en un emblema con carácter de axioma. Un universo mítico que nace en la ciudad de Nueva York con su conformación de espacio épico-lírico para progresivamente ir conformando un lirismo sentido y un impulso antropológico en el que el hombre triunfa sobre el emblema haciéndose más humano. Desde la ciudad se confluye en el hombre y en su memoria, construida de afectos. Un enorme poemario que acredita una vez más la altura intelectual y humana de este gran escritor español.





Presentación: El día anterior al momento de quererle, de Concha García


Presentación y lectura de: 
El día anterior al momento de quererle, de Concha García

El acto será presentado por Ana Rossetti

Casa del Lector
Paseo de la Chopera, 14. Matadero Madrid

Viernes, 31 de enero de 2014, 19:00 horas

A partir de elementos ya presentes en la larga e intensa trayectoria poética de Concha García —la voz instalada como entidad de conciencia tanto poética como ideológica; una mirada sobre la realidad no lineal en la que los tiempos y los personajes se entrecruzan, solapan y dialogan; la indagación en lo cotidiano—, El día anterior al momento de quererle es, paradójicamente, un libro iniciático, un libro que se sostiene en la inminencia y, a la vez, en la memoria. Concha García recorre en él las épocas de la vida que incluyen también la de los antepasados y la de los muertos, cuyas voces resuenan en los vivos. A través de la metamorfosis de un yo en otros y otras, se des pliega el mapa de los poemas
que aluden a instantes en permanente movimiento. Secuencias de situaciones posibles que transforman la realidad en una superficie de fulgores e intensidades en las que una conciencia súbita e instantánea cuestiona y desarticula la sólida y supuesta permanencia de los sistemas de pensamiento establecidos.

Concha García nació en La Rambla (Córdoba) en 1956. Ha vivido la mayor parte de su vida en Barcelona. Es autora de diez libros de poesía, entre ellos: Otra ley (1987), Pormenor (1983), Ayer y calles (Premio Jaime Gil de Biedma, 1994), Cuántas llaves (1998), Árboles que ya florecerán (2001), Lo de ella (2003) y Acontecimiento (2008). También es autora de la novela Miamor.doc (2001 y reedición en 2010); del cuaderno de viaje La lejanía. Cuadernos de Montevideo (2013); y del libro de ensayos sobre poesía Asomos de Luz (2012). Su poesía ha sido traducida al italiano, inglés, francés, árabe, portugués y sueco. Parte de su obra está incluida en varias antologías. Gran viajera, ha publicado dos antologías de poesía de la Patagonia.


Reseña: El día anterior al momento de quererle, de Concha García, en Culturamas

El día anterior al momento de quererle
Por Violeta Nicolás
Culturamas, 25/01/2014

La autora cuenta con una gran trayectoria en la escritura de poesía, y con este poemario sigue en su línea creativa, con sus constantes que ya forman parte de su propia identidad.

Es un libro que anima a la lectura veloz, con un ritmo creciente en cada poema, que esboza ritmos en el fluir de las palabras, de los versos, como pensamientos e impresiones fugaces pero decisivas. La sucesión de poemas, sin títulos, resultan fragmentos que conforma una misma atmósfera, un clima oscilante —entre distintos apartados: un día, otro día, una mujer, otra, un encanto, un desencanto, el triunfo de lo caduco—, que nos sugiere distintos lugares, un barco, una habitación, ese momento de la presencia que se deja ir tras el vacío que se desliza de cada segundo. También hay una filosofía de vida, de recreo en las palabras con las que construimos un tiempo personal y subjetivo, en constante mudanza.

Es una poesía que es antecedente, de todo lo previo a una emoción o antes de la evidencia de un suceso que a través de la poesía se precede o prevé en la intuición, sin dejar por ello de sorprendernos. En aquello cotidiano, común a nuestros días, se entrelaza la memoria, y hay un deseo de alejarse, para contemplar, de volver a los momentos previos a aquello que se nos muestra con una emoción clara, un pensamiento contundente y conclusivo, se desea retener cada detalle que conforma el tiempo de antes, sobrevolar, eso que era una posibilidad, que no estaba previsto, y observar las huellas, las pistas, pruebas que ha dejado el destino, o algo similar al mismo con el nombre que le queramos dar.

Ayer, entre las cosas que tiro,
fotos, papeles, ropa, llovían plazoletas,
donde estuve hace tiempo
los singulares rostros de arcángeles,
que bordeaban algunas fuentes blancas
transitaban conmigo en el anterior día
de la tristeza.


No tiene sentido dice.
Sentido. Lo profundo del ser
y el caparazón que no se busca
y cae a veces al salir
no a un lugar sino al reencuentro
de un aturdimiento
en el trayecto
al tomar la distancia.
Así nacen las cosas. 

Presenta su libro en Madrid, en la Casa del Lector (sala Patronato), el próximo día viernes 31 de enero, a las 19h, como moderadora la escritora Ana Rossetti, intervienen la autora Concha García y el escritor Gonzalo Torné, una gran oportunidad para disfrutar con ellos del libro, de la literatura, y de la vida.

Concha García (1956). Es autora de diez libros de poesía, entre ellos, Otra ley (1987), Por mí no arderán los quicios ni se quemarán las teas (1986 Premio de Poseía Aula Negra), Ayer y Calles (1995 premio Gil de Biedma), Ya nada es rito (1988 premio Barcarola de Poesía). También es autora de la novela Miamor.doc (2001 reeditada en 2010); del cuaderno de viaje La lejanía. Cuaderno de Montevideo (2013); y del libro de ensayos sobre poesía Asomos de luz (2012). Gran viajera, es autora de dos antologías de poesía de la Patagonia. Es co-traductora de la obra poética de Ingeborg Bachmann editada en 1999 y 2001 en la editorial Hiperión. Ha colaborado como crítica literaria en diversas publicaciones. Su obra ha sido traducida al italiano, inglés, francés, árabe, portugués y sueco.

Lee la reseña en Culturamas


viernes, 24 de enero de 2014

Noticia: Rafael Saravia y su poemario Carta blanca en Granada, Córdoba y Málaga


Rafael Saravia presenta su poemario Carta blanca en Granada, Córdoba y Málaga

Granada. Librería Picasso
Presentado por Miguel Ángel Contreras
Viernes, 24 de enero de 2014, 19:30 h
c/ Obispo Hurtado, 5

Córdoba. Librería Luque
Presentado por Antonio Luis Ginés
Lunes, 27 de enero de 2014, 20:00 h
c/ Jesús y María, 6

Málaga. Centro Andaluz de las Letras
Presentado por Isabel Pérez Montalbán
Martes, 28 de enero de 2014, 20:00 h
c/ Álamos, 24


Más información en la web del Rafael Saravia

martes, 21 de enero de 2014

Reseña: Carta blanca, de Rafael Saravia, en la revista Qué Leer

Es martes de poesía: Rafael Saravia
Por Milo J. Krmpotic'
Revista Qué Leer, 5/11/2013


Altazor y la subida de (la) luz

Una brizna cualquiera.
Corre el año treinta y uno y los enseres se vuelven modernidad.
Sin la corporeidad de los levantados no confiaríamos en el calor,
en la prótesis, en la mancha de carbón,
lo que supone en nuestros pantalones la libertad de campana.
Corre el año ochenta y siete y las Páginas de fuego se reivindican,
se apresuran entonces los caciques a cultivar futuro
y la copa de angustia ya sólo necesita de veinte años en barrica de madroño.
Los cormoranes naufragan en el cemento que alicata costas y robledales,
nos untan de sal los labios y lo llaman esperanza.
Fijan el sabor de la desolación tres puntos por encima de la cayena.
Apelan los indeseables al voto transgénico,
queriendo hacernos ver las bondades de los tomates olor cian.
Se tacha en el calendario el quince de mayo del dos mil trece.
Pintan bastos en los mercados internacionales.
La revolución se regala con cada ramillete de franqueza
y el desierto es una inmobiliaria en época de saldos.
Los herederos del juego quieren vender piolets
a los lectores del Manifiesto por un arte revolucionario independiente
y la nieve ya no limpia los fracasos cosidos al pulóver de los embargados.
Una brizna cualquiera.
Pasan las horas cosidas a una adormidera.
En la esquina de la Calle Antonio Gamoneda,
un vendedor de lotería pronostica el cambio:
Le niega la suerte al portavoz del ministerio.
Ese día, los niños de San Ildefonso
confunden las partituras con las de La Internacional.

(De Carta Blanca, Ed. Calambur, 2013.)

Rafael Saravia. Poeta, editor y fotógrafo. Nace en Málaga en 1978 pero vive en León desde muy temprana edad. Desde el 2012 ejerce como columnista para el Diario de León. Fundador del Club Cultural Leteo y Ediciones Leteo. En el ámbito literario, ha colaborado con diversas publicaciones nacionales e internacionales (Ágora, Cuadernos Hispanoamericanos, Turia, Nayagua, The Children´s book of american birds, Entrelíneas, Punto de Partida –UNAM-, etc) así como en recitales (España, Portugal, Brasil, Italia, México, etc) y páginas web.

Tiene publicados los poemarios Pequeñas conversaciones (Leteo, 2001; Amargord, 2009), Desprovisto de Esencias (Renacimiento, 2008), Llorar lo alegre (Bartleby, 2011) y Carta Blanca (Calambur, 2013). Participa en las antologías Novilunio (1998), Petit Comité (2003), Antología del beso, poesía última española (2009), A Pablo Guerrero, en este ahora (Ed. El Páramo, 2010) o Por donde pasa la poesía (Baile del Sol, 2011) entre otras. Suya es la edición y el prólogo del libro El río de los amigos, escritura y diálogo en torno a Gamoneda (Calambur, 2009) con colaboraciones de Gonzalo Rojas, Jaime Siles o Juan Carlos Mestre entre otros.

En el ámbito fotográfico ha desarrollado tres exposiciones individuales: “Nos queda la memoria”, en el Varsovia; “Ramblas” y “Contrastes” para la Junta de Castilla y León. También otras cuatro colectivas: “No tan mayor”, “Arrabalescos”, “Aleteos del camino” y “Estupor y Temblores”, ésta última junto a Chema Madoz entre otros.






martes, 14 de enero de 2014

Presentación: CANTOS : & : UCRONÍAS, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán





Presentación: CANTOS : & : UCRONÍAS, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán
Los viernes de la Cacharrería, Ateneo de Madrid
 
Presentado por Jorge Rodríguez Padrón
Con la colaboración de Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre
 
Viernes, 17 de enero de 2014, 21:00 h
Ateneo de Madrid
C/ Prado, 21. 28014 Madrid 


CANTOS : & : UCRONÍAS es un sorprendente ejercicio de escritura que desafía a la costumbre y a la corrección discursiva. Textos que asumen la perturbación del lenguaje ante lo irreal y las posibilidades significativas de la palabra. Poesía intuida como destino y razón de su propio saber, una radical activación de las utopías del conocimiento con la que el autor prosigue su apasionante deconstrucción crítica del enigma y los límites del lenguaje. Un libro donde la memoria de lo lingüístico habla de lo ausente, permutaciones entre la semántica y lo ortográfico como prefiguración de los textos de cultura, poemas en diálogo con lo premonitorio de las ensoñaciones y la gramática generativa de nuevos imaginarios. Signos de una descentralización que en su voluntad abstracta otorgan naturaleza a la duda, abren grietas en el muro de la pesadumbre realista y ofrecen una consciente resistencia ante los utilitarismos de lo banal. Una poética imprescindible en tiempos de desamparo, el testimonio de la conciencia contemporánea ante la transformación de sus ruinas y los significados del porvenir. 
Juan Carlos Mestre

Miguel Ángel Muñoz Sanjuán (Madrid, 1961) es autor de los poemarios Una extraña tormenta (1992), Las fronteras (2001), Cartas consulares (2007) y Los dialectos del éxodo (2007). Ha sido incluido en Poesía Experimental Española (Antología incompleta) (2012). Fundó y dirigió la colección de poesía Abraxas (1989). Ha participado en diferentes ediciones de poesía, prosa y ensayo: e.e. cummings, Buffalo Bill ha muerto (Antología poética 1910-1962) (1996); R. Pérez Estrada, La palabra destino (2001); El universo está en la noche (2006), poesía, mitos y leyendas mesoamericanos; E. Gil y Carrasco, El señor de Bembibre (2004); y O. Mandelstam, Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos (2005). 




martes, 7 de enero de 2014

Reseña: El día anterior al momento de quererle, de Concha García, en el Diario de León

Aquellos son los años que nos quedan
Por José Enrique Martínez
Diario de León, 29/12/2013


Concha García es un nombre indispensable en cualquier antología de poesía contemporánea. En 2003 reunió su obra en Ya nada es rito y otros poemas; a ella se han sumado Acontecimiento en 2008 y el libro que ahora reseño, El día anterior al momento de quererle.

De la poesía de Concha García se ha dicho que "es ejemplo de un realismo inmisericorde que se incrusta en los poros de la realidad hasta fragmentarla" (Prieto de Paula). A la vez se ha subrayado la relevancia del sujeto femenino de su poesía. Ambos aspectos se perciben en el nuevo libro, que opta por no titular los poemas, huyendo de esa especie de síntesis que es el título y de ofrecer una primera puerta al lector. Otra característica es la brevedad de los poemas, pequeñas escenas cuya posible dificultad no reside en el concepto, sino en lo escueto. Lo poetizado nos llega como trozo de realidad. Y el poema, sin continuidad con el anterior o el siguiente, como pieza completa, aunque la realidad se ofrezca astillada. No es infrecuente que el poema comience con algo habitual: "Ahora llueve", "Pones la fritura en un plato blanco / y recuerdas que aún no has dejado / de fumar", etc. Es la prosa de la vida llevada a la poesía. No grandes acontecimientos, pequeñas cosas, menudas sensaciones, visos de soledad, recuerdos sin brillo, transiciones en las que apenas se advierte el cambio, fotografías que provocan alguna constatación menor, como la que dice que "aquellos son los años que nos quedan". Y, sin embargo, algo nos turba, sin que sepamos bien por qué. Acaso porque es una poesía cuyo atractivo reside en que sin decir, dice, sin expresar profundos sentimientos, hace sentir, sin aparentes honduras, ilumina fugaces pensamientos. El mismo índice del poemario incide en lo señalado: Un día, otro día, una mujer, otra, un encanto, un desencanto... O si lo decimos como lectores: una foto, otra, un amor, otro, lo de ayer, lo de hoy, etc. Y el sujeto de cada poema no es un ser entregado, como si dijera: estoy aquí, pero guardo las distancias, miro, pero no intervengo, con excepciones como el poema que comienza: "Ella se desnuda", con entrega total al amor, con el deseo de que el instante permanezca. Pero no es así: todo pasa; no hace falta que la poeta lo diga. Lo insinúa simplemente en otros poemas: el cambio, indica, "fue poco a poco, aunque lo supimos / de golpe"; de golpe supimos y sabemos el rotundo final del poemario: "ya nada, no hay nada, nada".


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Reseña: Pobreza, de Víktor Gómez, en Tendencias 21

Pobreza, de Víktor Gómez: la insurrección que comienza en el lenguaje
Por Antonio Mochón
Tendencias 21, 18/12/2013


El autor madrileño publica su último poemario con la editorial Calambur

El poemario Pobreza (Calambur, 2013), del poeta madrileño Víktor Gómez, parte de una situación inicial clara: la penuria de la poesía, del lenguaje y, en última instancia, del mundo. En él, textos herméticos, pero trabados como vasos comunicantes, nos trasladan a esa indisimulada perversión de nuestros días, y plantean una insurrección que comienza dentro del lenguaje. Por Antonio Mochón.

Acusa Witold Gombrowicz‎ en su célebre libelo titulado Contra los poetas a esa poesía relamida y esnob que ha perdido pie con el suelo firme y que se ha convertido en un ritual autocomplaciente, en una forma huera sin sentido pues, recuerda, “hasta la religión muere cuando se convierte en rito”.

En respuesta, como aludido, le escribe Czeslaw Milosz‎ una carta que comienza así: "¡Señor Gombrowicz!" En ella, el poeta, también polaco, hace una defensa de lo que llama “la pureza del tono” con la que sucesos normales y hasta triviales pueden elevarse a la dimensión de lo duradero.

Defiende Milosz la poesía que no es fin en sí misma y que sirve de puente entre poeta y lector a partir de un interés compartido. En esta tensión de difícil equilibrio se movería la poesía moderna, unas veces vencida hacia uno de los extremos, otras vencedora de ambos.

La del madrileño Víktor Gómez (1967) en su libro Pobreza (Calambur, 2013) supone un desafío singular: el de no dejarse abrumar por esa panoplia del verbo y el artificio que el lector puede encajar como agresividad.

Pero también el de saber armarse con un fino cedazo que separe las partes sutiles de las gruesas, que desgrane lo que hay de vínculo y de interés común con nosotros, lectores, en este libro de rara intensidad, que por fortuna es mucho.


La penuria del lenguaje

Parte este libro de una situación inicial clara: la penuria de la poesía, del lenguaje y, en última instancia, del mundo. La pobreza moral del hombre en un momento de la historia en el que el protagonista aparente es el vencido, el que está abajo, inerme, injuriado, represaliado o violado en un estado de excepción que ha convertido la protesta en delito:

rabiosa la rata corre en zigzag huye de palos tiros golpes hasta que una porra una bota una piedra le impactan en el lomo la cabeza el vientre y cae para morir como una rata destruida por otras ratas uniformadas sin denuncia ni delito ni jurisprudencia (p. 64)

Sin embargo, en la práctica, ese protagonismo puede que no sea sino otra forma de capitulación: figurar como nota a pie de página para que la historia siga su curso ajena a él.

“Aún sin nombre” es, de manera significativa, el título de la primera y más extensa parte de este libro. El adverbio temporal alude y denuncia una falta que se ha extendido en el tiempo, solicita una restitución –de la dignidad– aún por llegar. El protagonista que Víktor reivindica siquiera dándole presencia, situándolo aquí, no puede darse, hurtada su identidad, más que en el anonimato: los amarillos las naufragadas los morenos las sinoficio los indóciles las callejeras (p. 62).

Un anonimato, que como nos mostró Saramago, es espacio para la solidaridad pero también para la barbarie. Nótese de nuevo ese doble filo, la antinomia como eje vertebrador: entre pureza e impureza, artificio y candidez, apariencia y ser, dentro y fuera. La misión del poeta, observador contradictorio, parece construirse sobre un juego de ocultamiento y desvelo: oscurecer el discurso para dar mejor luz:

en la discordia de la luz y el cuerpo –viejos topos– hemos tropezado violentamente con las claridades (p. 34)

aprieto el puño abro la mano y espolvoreo luz
abro la mano cierro el puño y amaso sombra
(p. 53)


 

La poesía tampoco está exenta
Textos herméticos, pero trabados como vasos comunicantes, nos trasladan esa indisimulada perversión de nuestros días que consiste en exhibir la indecencia a plena luz del día. Nuestra realidad social, económica y política más inmediata, su degradación a espectáculo, las contradicciones internas y la escalada salvaje de desigualdad.

Todo esto funciona como leitmotiv en unos poemas que encuentran, además, felices hallazgos, ráfagas de luminosidad.

[…] la utilidad sobrevalorada caducados los cartuchos fuma la mejor hierba sin intermediarios –desnudo sobre el pecho arcilla verde ilegible– el espasmo la invasión invisible devora lo que eres química farmacológica Caballo de Troya destruyendo tus defensas en nombre del progreso –extravío– benefactor (p. 33)

La pobreza, generalizada en todos los ámbitos de nuestra vida, no impide sin embargo el deber cívico. Al contrario, le sirve de aliento. Estar fuera es otro modo de estar dentro, y viceversa (canto dentro de un adentro, p. 69).

Fijémonos –recordando el imprescindible libro La gobernanza del miedo, de Alicia García Ruiz– en las fronteras interiores de nuestras ciudades que invisibilizan a ciertos sectores condenados a una lenta muerte social. Pensemos en la configuración del espacio urbano siguiendo el modelo de un inmenso escaparate que gestiona la desigualdad arrinconando lo que no ha de verse.

muertecito de miedo descelebra el pericote su inminente libertad tras media vida cautivo su condena empieza ahora quizá por eso hay una ley que les prohíbe morirse en el centro de la ciudad o en lugares de interés turístico –oh dolor del ver que inventaste las alcantarillas ay dolor del diálogo (p. 65)

La voz del poeta recoge este desgarro, en el que se siente incluido. Este es el lugar de la poesía en el año 2013 en España, entre smartphones, tabletas, en un tiempo de libertad vigilada, de espectacularización de nuestras vidas irreales que consumimos como simples espectadores.

No son pocas las voces que se alzan, la del poeta es una más, con sus resortes propios pero con la misma actitud: cuestionar el estado de excepción que se nos ha impuesto como una consecuencia lógica y natural. La insurrección comienza dentro del lenguaje mismo que había olvidado sus posibilidades combinatorias, su capacidad de saltarse las normas, su libertad.

y en la tesitura teselas del calígrafo zurdo hablandar la escucha y deshuchar sus monedillas cruzar en rojo los semáforos dejar que fermente lo inverosímil no pronunciar la jaula miedo (p. 49)

Víktor Gómez nos plantea en Pobreza un collage de textos nacidos de una aguda conciencia lingüística y social, textos híbridos que hacen de la agramaticalidad, la torsión sintáctica y la apelación directa al otro el arma de resistencia adecuada para un mundo disperso y fracturado.

Su puzle no aspira a ser resuelto, sino a mostrarse, a ser; y en ese estar aquí y ahora encuentra su misión: decir, decirse y decirnos. La marginalidad de la poesía y de las letras en general, con sus convenciones estéticas más o menos habituales, también con su invisibilidad y sus propias corruptelas, como todo acto cultural que permita la libre expresión de la conciencia, contiene un latido revolucionario.

Una poesía, podríamos decir, de la utilidad, pues se levanta sobre la reivindicación de la palabra como ética necesaria; de la inmediatez, pues por sus intersticios se filtra la miseria moral de nuestro tiempo; y de la búsqueda, pues del empobrecimiento espera que surja una energía latente.

Esta marginalidad, territorio poético predilecto, puede recrearse a partir de un romanticismo donde el sujeto, replegado en círculos concéntricos, hace saltar, en ese cerrarse, chispas de formidable intensidad como Maite Dono en Sobras (El Gaviero).

También puede recrearse en un yo expansivo que aspire a una comunicación verdadera con el otro, al que llama y apela a un diálogo, a la palabra, como símbolo de esa suma que propicia la colectividad. En ambos casos, el yo soy otro aparece como solicitud y requerimiento, es decir, como un yo dependo del otro. Por tanto, la pobreza es asimismo riqueza. Por más que nos hayan enseñado justo lo contrario, las afueras son justamente el centro.

Comenzaba este texto planteando una confrontación al hacer dialogar las palabras de Gombrowicz con las de Milosz. Tras una lectura atenta, creo que los poemas de Víktor Gómez, tan alambicados como humanos, están libres de toda sospecha. No son fines, sino medios para expresar una verdad que nos concierne de manera crucial. En palabras del escritor polaco, la palabra es devuelta a su verdadera vocación: la comunión del hombre con el hombre.

El exceso poético, con querencia a dejarse llevar por terrenos ficticios o afectados, es refrenado y equilibrado aquí por una conciencia de estilo de más hondura y alcance. Un espíritu vitalista, unitario y de militancia recorre este libro y concita al lector que se acerca a sus páginas hacia un choque del que la poesía tampoco está exenta. 



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viernes, 3 de enero de 2014

Reseña: Nueva York después de muerto, de Antonio Hernández, en Diario la Torre

Nueva York después de muerto
Por Paloma Fernández Gomá
Diario la Torre, 08/09/2013


La  trayectoria poética de Antonio Hernández es destacada y prolífica con premios tan significativos como el Premio Nacional de la Crítica,  Adonais, Miguel  Hernández, Tiflos  o Vicente Aleixandre; pero a la  hora de  hablar  de  su poesía, también hemos  de  hacerlo de su producción en el género narrativo y ensayístico. Así pues cuando hablamos de la obra de Antonio Hernández no debemos obviar que hablamos  de  un  gran escritor nacido  en  Arcos de la Frontera y andaluz universal.

De él dice Francisco  Morales Lomas,  con  respecto a su  narrativa:  “Es capaz de dotar al  relato de expresividad y fuerza   convincentes como no se hacía en la  narrativa española desde Valle Inclán y su “Ruedo  Ibérico” o  desde “La Familia de Pascual Duarte” de Camilo  José Cela”.

Pero no  será sólo en el relato  donde Antonio Hernández  ejerza esta gran expresividad y fuerza, sino también en la  poesía, pues traduce en verso lo más sublime  de la naturaleza humana,  posibilitando  así todas  y cada  una de  las rutas que conducen a una obra de  ingente trascendencia.

El  compromiso  humano es una constante que siempre  está presente en la obra de Antonio Hernández. Como en Miguel  Hernández en su poesía hay tres heridas profundas: la de la vida,  la del amor y la de la muerte y desde este triángulo toma la palabra para que su conciencia poética e histórica reivindiquen su pensamiento humanista, siempre desde estas tres concepciones muy especiales y de una enorme fuerza vital  para nuestro poeta;  así pues  entran  en escena: Gracia Lorca,  Luis Rosales Y Nueva York para ser inspiración del último libro  de Antonio Hernández: Nueva York después de muerto.  García Lorca (la muerte), Luis Rosales (la vida) y Nueva York (el  amor). La  muerte  de García Lorca condiciona la vida de Luis Rosales y Nueva York  es la ciudad donde convergen todas las emociones y el  amor se expande tejiendo un  vasto  universo  de  sensaciones contarías,  de odios, lujo y pobreza, mitos y emociones, siempre por despertar.

Nueva York después de muerto editado por Calambur reivindica el título homólogo del último  libro de Luis Rosales, que estaba en iniciación y no llegó a  ser  publicado.

La voz de Antonio Hernández interpreta la  voz de Luis Rosales,  reescribe los poemas  de Federico y se adentra en las arterias de  Nueva York: Central Park, Broadway, Manhattan preguntando y dialogando con mitos de la cultura contemporánea: la libertad, la reflexión en torno a la  comunicación, la  información cibernética o un espacio necesario para el lirismo;  todos ellos componentes necesarios y no únicos para  hacer  realidad el poema contemporáneo.

Antonio Hernández nos insta a no confundir  riqueza con pecado,  pobreza con virtud,  como el catolicismo.

Y nos  describe Nueva York como un teatro,  la  vida como una comedia.
En el poema “Tenemos que hablar, tenemos que hablar” Antonio  Hernández grita en la  voz de  Luis Rosales:

“que tenemos que  hablar,  tenemos
que  hablar, conste,  porque la palabra
refresca más que la lluvia, más
que el  agua más  fría, más aún
que el hielo y la mente
se rehabilita como el pasado
cuando  empieza a fluir la memoria
que  es la palabra del alma”

Sostiene Antonio Hernández que el hombre cabal no se siente vejado, si no se ofende él mismo con  una acción plebeya.

Y será el sentimiento humanista de  nuestro poeta el que  se manifieste una  vez más en su poesía para hablar más tarde de la  muerte como una  realidad aliada a la  vida; para terminar diciendo: “Entre la  noche y la alta madrugada se entreteje la sombra de la muerte”.

Y será la palabra una vez más, y en la  voz de Luis Rosales a través del poema "Por eso ahora vamos a hablar",  la que discurre por los propios labios de Antonio Hernández para recitarnos: “Vamos a hablar como  siempre de   poesía -la poesía es la máscara que nos descubre- vamos a  hablar de  nuestra  catarata”.

Y es la poesía  catarsis última que  ejerce de Jung y se autoanaliza,  ejerciendo una demostración de  autoanálisis exclusiva, para conmemorar el  reencuentro  de  los  belenes de Granada,  la  guerra de Vietnam o el cruce de Río Grande para recordarnos que la América profunda vive y siente, es y fue ayer  carne  caribeña  y filipina,  y hoy Oriente Medio y Próximo;  frente  a los  belenes de Granada: “El belén donde aún late una promesa tatuada”,  los ríos de Granada:  Darro y Genil,  el  Mulhacén y el  Veleta, el  llanto de Federico,   Wal Stret,  La Campana de la Vela y el  hospital Puerta de Hierro,  donde Luis Rosales dijo adiós.

Y todo se  funde,  se hace parte de las  partes de un todo  indiviso donde la trilogía: Nueva  York, García Lorca y Luis Rosales son esencia  permanente de
Nueva York después de muerto. “Cuando todo termine quedará los  más nuestro“, decía Luis Rosales.
 

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