Trazar la Salvaguarda, de José Luis Puerto.
Luis Bagué Quílez
Babelia, El País, 16/02/2013
El
último libro de José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953) da
testimonio de una escritura que se acoge a sagrado para alzar su
edificio discursivo. Frente a la intemperie de los medios de
comunicación, el autor reivindica el quietismo contemplativo. La trama
de intuiciones desplegada en estas páginas se inserta en el Dextro del
poema: el espacio en torno a las iglesias que aparece en el epílogo del
volumen como emblema del derecho de asilo al que han recurrido las
palabras en unos días de perplejidad milenarista. Este territorio
protegido, en el que aún es posible gestionar la convivencia, se erige
en metáfora de los vínculos colectivos y de la gravitación de la
historia. Así, el ascetismo de Puerto atiende al parpadeo cromático del
paisaje y a la caligrafía de sus asombros (‘Amarillo’, ‘Brizna de
hierba’, ‘Coral’), a los estilos arquitectónicos que representan “la
avaricia del tiempo” (‘Mudéjar, seo de Zaragora’) y a los lugares
domésticos que preservan la memoria de antiguos afectos (‘Hortus’).
Sin
embargo, la pulsación elegiaca se subordina a un tono admonitorio que a
menudo adopta la forma de una oración, un himno o un salmo al viento.
Las preguntas retóricas, lanzadas al abismo de la duda, devuelven un eco
rotundo en aquellos versos que funcionan como avisos morales y
apelaciones conativas al lector: “Calla / Y di desde el silencio / Eso
que no se escucha”. El poeta maneja aquí un doble registro. Por un lado,
el acendramiento expresivo de algunas composiciones se aproxima al arte
pobre del bodegón y a la blanca epifanía de Zurbarán. Por otro, puede
apreciarse cierta exuberancia visionaria en los vislumbres de Marruecos
de la sección ‘Nueve huellas de marzo’, o en las relecturas mitológicas
de ‘Cinco motivos clásicos’. Más allá de la babel de ruidos en la que se
ha convertido el siglo xxi, la belleza ingenua de este libro defiende
una fraternidad universal y un idioma común con el que “compartir el
mundo”.
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