lunes, 26 de julio de 2010

Antonio Hernández en La estación azul (Radio Nacional de España)

Se puede escuchar a partir del minuto 26:52 y del minuto 48:10:

Poesía y música en Los Veranos de la Villa: Juan Carlos Mestre + Amancio Prada / Marifé Santiago Bolaños + María José Cordero

El ciclo Poesía en Concierto de los Veranos de la Villa presenta este año a dos queridos autores de Calambur: Juan Carlos Mestre (junto a Amancio Prada) y Marifé Santiago Bolaños (junto a María José Cordero).

Miércoles 28 de julio, 21 h. Teatro Español (sala pequeña). 15 €
Juan Carlos Mestre + Amacio Prada: Elogio de la palabra

Jueves 29 de julio, 21 h. Teatro Español (sala pequeña). 15 €
Marifé Santiago Bolaños + María José Cordero: La orilla de las mujeres fértiles


Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, galardonado con Premio Nacional de Poesía 2009 por su obra La Casa Roja. Autor de los poemarios Siete poemas escritos junto a la lluvia, La visita de Safo, Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo, premio Adonais. Las páginas del fuego, La poesía ha caído en desgracia, premio Jaime Gil de Biedma y La tumba de Keats, premio Jaén de Poesía, libro este último escrito durante su estancia como becario de la Academia de España en Roma.

Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007). Asimismo, es autor de El universo está en la noche (2006), libro de versiones sobre mitos y leyendas mesoamericanas.

En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, EE.UU., Europa y Latinoamérica. También ha editado numerosos libros de artista, como el Cuaderno de Roma (2005), versión gráfica de La tumba de Keats, y ha acompañado con sus grabados los poemas de Antonio Gamoneda, Diego Valverde, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Gonzalo Rojas, Jorge Riechmann.

Su colaboración con otros creadores y músicos como Amancio Prada, Luis Delgado o José Zárate, ha sido recogida en varias grabaciones discográficas.

Amancio Prada (León, 1949) es uno de los cantautores más personales de nuestro país. Desde su primera actuación en París junto a Georges Brassens, sus discos y actuaciones fueron creciendo hasta obtener gran reconocimiento del público y de la crítica, y sus composiciones se acercaron siempre a temas profundos, hasta cristalizar en obras tan singulares como "Cántico Espiritual", recogido en su última versión en "Canciones del alma". Sus últimos trabajos discográficos son "Vida de Artista" y "Canto de Amor Vivo". De reciente aparición, cabe destacar el disco- libro editado por Editorial Casariego, "Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique", con música y voz de Amancio, caligrafía de Pablo González, e iluminado por Juan Carlos Mestre, como en un nuevo códice del siglo XXI.

_________________

Marifé Santiago Bolaños (Madrid, 1962), es Escritora y Doctora en Filosofía. Profesora de Secundaria y Especialista en Estética. Desde hace casi veinte años, investiga en torno al diálogo entre la Filosofía y la Creación artística, entendida esta como un camino de conocimiento y una fuente pedagógica de desarrollo personal y social. En tal sentido, ha publicado numerosos trabajos sobre autores que han transitado las mismas preocupaciones, y dirigido, durante diez años, el Aula de Investigación Teatral de la Facultad de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.

Fruto de su estudio en torno al encuentro de los planteamientos estéticos orientales y occidentales, es el libro Mirar al dios: el Teatro como camino de conocimiento, donde ha dedicado atención especial al análisis de la influencia de la Filosofía de India, Japón y China en el Teatro Europeo Contemporáneo. Entre sus libros destacan: María Zambrano: el canto del laberinto - La llama sobre el agua: María Zambrano y Pérez Carrió - La mirada atlántica: literatura gallega y peregrinación interior - Lo que guardan las musas: literatura y filosofía - La palabra detenida (una lectura del símbolo en el teatro de Buero Vallejo). En el ámbito literario, ha publicado, entre otros, los poemarios Tres Cuadernos de Bitácora, Celebración de la espera, El día, los días, poemas en lengua gallega enPoesía dos Aléns, relatos recogidos en libros colectivos, periódicos y revistas; y las novelas, El tiempo de las lluvias, Un ángel muerto sobre la hierba, y El jardín de las favoritas olvidadas. Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, ruso o bengalí. Sus últimos libros publicados en 2010 son la novela, La Canción de Ruth, y el poemario, La orilla de las mujeres fértiles.

María José Cordero. Compositora, pedagoga y cantante. Fundó, junto a Fidel Corral, el grupo de música sefardí SIRMA. Ha compuesto un centenar de obras sinfónicas, y escrito el guión y la música de varios montajes pedagógico-teatrales sobre la vida y obra de Mozart, Gaudí y Salvador Dalí, entre otros. Es directora artística del montaje escénico "Retrato de la Dulce Dulcinea", con texto de María Fernanda Santiago Bolaños. Ha estrenado, la obra "Ondi stá la llave di tu curaçón" con letra del poeta argentino Juan Gelman, que se incluye en el disco "La llave de tu corazón", un recopilatorio de canciones sefardíes; así como: "Liturgia del Verso y la Palabra". En la actualidad, es profesora de Lenguaje Musical y Educación Auditiva, en el Conservatorio "Cristóbal Halffter" de Ponferrada, León.

viernes, 23 de julio de 2010

jueves, 22 de julio de 2010

Reseña de Las moradas del verbo en Diario de León

El Filandón, Diario de León, 18 de julio de 2010

Donde el verbo halló morada digna

Por José Enrique Martínez

Frente a antologías de poetas jóvenes, algunos con obra escasa e insuficiente, con las que nos abruman conocidos cazadores de nuevas piezas que más que aclarar nos sumen en el caos de la medianía, otros como Ángel Luis Prieto de Paula, conscientes de su labor, elaboran una antología de poetas con obra suficiente y de ponderada calidad. Una antología como Las moradas del verbonos da, verdaderamente, el canon de la poesía que siguió a 1975, fecha emblemática, aunque convencional a efectos literarios. Como buen antólogo, justifica los contornos de su selección: poetas nacidos entre 1954 y 1968, con sus primeros títulos aparecidos en el último cuarto del siglo XX y con obra relativamente amplia que conjugue calidad y representatividad. Merece la pena leer el denso prólogo de Prieto de Paula, uno de los grandes conocedores e intérpretes de la poesía española contemporánea, cuya evolución, tras la irrupción novísima, ordena. No podemos entrar en matices: el lector interesado debe acudir directamente a las páginas introductorias de esta excelente antología. Pero en osado y apresurado resumen podemos situarnos en ese momento (años que siguen a la muerte del dictador) en el que se rompe el muro alzado por los «novísimos» y afines contra la expresión de los sentimientos y la poesía vuelve a la figuración argumental, un cierto prosaísmo y un cierto humor (bien representada esta línea por L. A. de Cuenca y otros poetas más jóvenes), más la preeminencia de la poesía elegíaca (Sánchez Rosillo) y la del intelectualismo escueto (Siles, Robayna). A comienzos de los ochenta es ya manifiesto el cansancio de la poesía «novísima» (permítaseme llamarla así, más como caracterización que como nombre) y la poesía nueva asimila la tradición española (la generación del 50 tuvo aquí su mayor reconocimiento) y propende a la representación, dando mayor entidad al sujeto emisor y al motivo o tema del poema. En diversos lugares surgió la necesidad de una poesía relacionada con su tiempo histórico: aquí ha de situarse «La otra sentimentalidad» granadina, cuyos modos acabaron desembocando en la poesía de la experiencia, espléndidamente caracterizada por Prieto de Paula. Vendrán pronto las «líneas de contestación al pacto realista»: el irracionalismo (Andreu) y otros modos visionarios (Mestre, Llamazares...), el realismo mismo con procedimientos y alcances diferentes (Concha García), la poesía de reflexión ontológica, escueta y esencialista (Ada Salas, Casado...). Los propios poetas experienciales, los últimos sobre todo, cambiarán hacia otros modelos (Marzal, Gallego) o se moverán por nuevos compromisos, marxistas, ecológicos, etc. (Riechmann, Méndez Rubio...) o unirán satisfactoriamente pensamiento y contemplación (Valverde, Doce...).

Es la de Prieto de Paula una magnífica introducción a la lectura de los diferentes poetas, lectura que puede equilibrar el afán de conocer y el gozo desin-teresado. Son 32 los poetas seleccionados, todos ellos con calidad contrastada, representativos de las diferentes líneas de poesía actual, con obra que el tiempo ha ido cerniendo y asentando, de M. Casado y María Antonia Ortega (los mayores) a L. Oliván y E. Falcón (los más jóvenes). Por el medio -“no puedo citar a todos- J. Llamazares, Martínez Mesanza, Concha García, T. Sánchez Santiago, J. C. Mestre, A. Luque, M. A. Velasco, Ada Salas... He nombrado aquellos con los que mejor comulgo, por diferentes razones que no son del caso.

http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=541398

martes, 20 de julio de 2010

Entrega de los Premios Nacionales de Cultura 2009. Juan Carlos Mestre recibe el Premio Nacional de Poesía, por La casa roja (Calambur, 2008)

Los Príncipes presiden la entrega de los Premios Nacionales de Cultura 2009

Elmundo.es

Los Príncipes de Asturias, Don Felipe de Borbón y Doña Letizia, han presidido este mediodía la entrega de los Premios Nacionales 2009 del Ministerio de Cultura en Palacio Euskalduna de Bilbao

La capital vizcaína, que ha tomado el testigo de la ciudad de Teruel, ha acogido por primera vez la entrega de los máximos galardones nacionales de la Cultura. El alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, ha dado la bienvenida a los Príncipes "por su tercera visita en este año" y ha agradecido que el acto se celebre en su ciudad.

Don Felipe, vestido con un traje gris, y doña Letizia, ataviada con un traje pantalón oscuro y camisa blanca, fueron recibidos en el exterior del Palacio Euskalduna por el lehendakari, Patxi López, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, la presidenta del Parlamento Vasco, Arantza Quiroga, la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, la consejera de Cultura del Gobierno vasco, Blanca Urgell, y el delegado del Gobierno central en el País Vasco, Mikel Cabieces.

Posteriormente, han accedido al interior del Palacio Euskalduna, donde los Príncipes de Asturias han sido recibidos con el tradicional aurresku de honor.

Don Felipe de Borbón ha destacado que la sociedad española "necesita" a los galardonados porque su labor "nos enriquece como sociedad", a la vez que ha pedido a los ganadores de estos galardones que, "como exponentes de la cultura española que sois, perseveréis en vuestro camino porque nos enriquecéis como sociedad y os necesitamos". "Vuestro ejemplo ayuda a arrinconar las manifestaciones más degradantes que existen en la cultura contemporánea", ha añadido.

El Príncipe ha querido aprovechar que el acto se ha celebrado en la capital vizcaían para elogiar la "espléndida transformación" urbanística, económica y soocial de Bilbao, que ya le ha valido este año el prestigios premio Lee Kuan Yew World City, considerado como los Nobel de las ciudades. "Sin la aportación de la cultura, realmente no podríamos comprender su revitalización", ha recordado.

Los premiados han subido uno a uno al escenario del Euskalduna. Primero lo han hecho los de la Música, después los de Bellas Artes y en tercer lugar los de las Letras.

Entre los más aclamados han estado el cantautor Joan Manuel Serrat, la actriz Vicky Peña y Nacho Criado, premio de Artes Plásticas, que ha recibido el premio a título póstumo, pues falleció en abril.

El escritor Rafael Sánchez Ferlosio ha arrancado las carcajadas de la gala. "No podría elogiar a los que pertenecen a mi grupo porque realmente vivo muy apartado y no conozco a nadie. Aquí sólo conozco a Joan Manuel Serrat y a nadie más", ha dicho. Además, añadía: "Vengo demasiado premiado", y recordaba que ya tiene el Premio Cervantes, ahora éste y se preguntaba qué más le van a dar.

El modisto Manuel Pertegaz ha sido el único que ha recibido el premio de manos de la Princesa Doña Letizia, con la que se ha entretenido hablando y que hay que recordar que fue el que diseñó su vestido de boda.

Otro de los premiados, Gervasio Sánchez, que representaba a las Bellas Artes en cuento a las Artes Plásticas, ha recordado que "la guerra es el gran fracaso que tiene la humanidad" y ha puesto el punto emotivo del acto al recordar a sus compañeros periodistas caídos en misiones de guerra como José Couso, Julio Fuentes, Miguel Gil o Julio Anguita Parrado.

La ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, ha hilvanado un discurso recordando los viajes "que se realizaban en Citroën y en Seat" en los veranos de los años 60 y 70, el que ha hecho referencia a todos los premiados y en el que ha destacado el papel de la cultura "como anticuerpo contra el catastrofismo interesado".

Patxi López ha reconocido el trabajo del escritor vizcaíno Kirmen Uribe, Premio Nacional de Narrativa, al que ha citado para decir que "la cultura sirve para establecer puentes entre las personas".

http://www.elmundo.es/elmundo/2010/07/20/paisvasco/1279623610.html

lunes, 19 de julio de 2010

Reseña de La experiencia de la memoria (poesía 1957-2009), de Joaquín Benito de Lucas en Revista Nayagua

Revista Nayagua 13, junio de 2010

Por Manolo Romero

JOAQUÍN BENITO DE LUCAS

LA EXPERIENCIA DE LA MEMORIA (POESÍA 1957-2009)

Comenzando la década de los 90, la profesora María del Pilar Palomo, en el Ateneo de Madrid, presentaba una nueva marca poéticogeneracional: “El Grupo de los 60” (el Grupo español de los sesenta, porque hay muchos grupos poéticos del sesenta en los países de habla hispana) .

Trataba María del Pilar Palomo de llamar la atención esa tarde hermanando a un grupo de poetas desubicados, velados por la crítica, (los gaditanos, Ángel García López, Manuel Ríos Ruiz, Rafael Soto Vergés, Antonio Hernández; el melillense Miguel Fernández, el zamorano Jesús Hilario Tundidor; el madrileñoconquense Diego Jesús Jiménez… y Joaquín Benito de Lucas (que por edad y otras circunstancias como la estrecha relación profesional y de amistad con Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Carlos Sahún, Eladio Cabañero…debería estar incluido en el grupo de los 50 )

Al saltar fulgorosa, a bombo y platillo, la Antología de Castellet, Nueve novísimos, caprichosa urbanización que ocupó la primera línea de playa en la costa poética, chupó todos los planos de críticos y profesores, despistó al lector, y ocultó y olvidó a este grupo sólido y brillante de maestros.

Pero gracias a María del Pilar Palomo fueron puestos en su sitio acuñándolos como Grupo del 60, y ellos, hicieron una gira que comenzó en Zamora y terminó en Melilla para proclamar su sitio.

Del estudio que la profesora hizo del Grupo, hay que destacar el capítulo:

«La coherencia poética de Joaquín Benito de Lucas», en Poetas del 60. Experiencia y lenguaje, número monográfico de Omarambo, nº 8, Talavera de la Reina, 1992.

En dos tomos y más de 1300 páginas se embarca la poesía reunida de Joaquín Benito de Lucas con el título LA EXPERIENCIA DE LA MEMORIA. Lleva un prólogo del poeta y profesor de la Universidad de Valencia, Pedro J. De La Peña, que es un estudio profundo, sociológico y estético, de la personalidad del poeta talaverano. Inicia el preludio: Al situarse ante la obra de Joaquín Benito de Lucas, su extensión, su diversidad temática, su cambio de registros y la pluralidad de sus inquietudes y maneras de expresarlas, nos sugiere la existencia de un ser viviente para la comunicación de su subjetividad y el encuentro con elementos externos que logran explicarla.

Personaje emotivo, de honda sensibilidad, afectuoso, humanitario y de inquebrantables amistades, Benito de Lucas se nos presenta como uno de esos personajes cálidos y cercanos, que congregan a lo largo de su existencia un conjunto de personas que lo valoran por sus múltiples conocimientos y cualidades esenciales….

Y en las solapas de ambos tomos, una corte de opiniones de poetas y críticos dan testimonio de la trascendencia del autor:

Matías Barchino: La poesía de Joaquín Benito de Lucas tiene hondísimas raíces en la experiencia personal y colectiva de su propia existencia, pero también de su familia, de su pueblo, de su país…

José García Pérez:La poesía auténtica-ésta de Joaquín Benito de Lucas- coloca al hecho poético en su dimensión y espacio real: la universalidad…

Pedro Antonio González Moreno: Al contrario del Tajo garcilasiano, el río de Joaquín Benito de Lucas no es un elemento paisajístico, no forma parte de ninguna escenagrafía lírica, el poeta no canta al río, es el río el que suena dentro de sus versos.

José Hierro: Pureza: he aquí una palabra clave para navegar por la poesía de Joaquín Benito de Lucas…Pureza es esencialidad, inmaterialidad, que sirve para iluminar las palabras…

Luis Jiménez Martos:…Las raíces líricas de Benito de Lucas se hallan, como ya digo, en un terreno poco transitado en las calendas actuales: entrañan un depuramiento de lo romántico, sometido a necesaria sobriedad…

Manuel López Sánchez: Como suele ocurrir en esta clase de poetas, “claros” y “fáciles” para el lector, subyace en el entramado del poema un férreo trabajo de construcción, una disciplinada labor de poda…

Abraham Madroñal: …Talavera no es una ciudad concreta, es la ciudad por antonomasia; su río, todos los ríos, sus calles, todas las calles por las que puede transitar cualquier persona…

José Montero Padilla: … Creo, creo sinceramente, que Joaquín Benito de Lucas ha escrito una obra importante, de poesía verdadera y ya indeleble, que no se deberá, no se podrá borrar, y permanecerá como parte destacada de la mejor poesía española.

Rafael Morales: Pero nos sólo está presente en la poesía de Benito de Lucas un río concreto, es decir, el río Tajo a su paso por Talavera de la Reina, sino también el río abstracto, el río ideal, el río como imagen.

Francisco Morales Lomas: Benito de Lucas es grandísimo escritor, Un poeta que desde 1964 ha realizado una obra solvente, de gran altura de miras, profundamente humana…

Alberto Torés García: El verso de Benito de Lucas está donde la emoción misma que transmite con la mirada inocente…

Luchador, de enorme empeño, Benito de Lucas aprovecha su energía, desde muy joven, a ejercer intensamente como profesor, animador y estudioso de la literatura española; le avalan variadas publicaciones eruditas y de divulgación, como los estudios sobre Berceo, La Celestina, Jovellanos, Poetas de Posguerra, José Hierro, Rafael Morales…, la dirección de colecciones como, Reflexiones sobre mi poesía ( Reflexiones de poetas pertenecientes a diversas promociones, tendencias y estilos poéticos…)

Pero, sobre todo, hay que destacar su voluntad constante de ejercer de poeta, su compromiso vocacional, su perseverancia en la creación.

Me ha llamado mucho la atención, en el tomo segundo, la inclusión de sus primeros poemas, su primer libro, injustamente silenciado y retenido, ¿por qué?, titulado Los senderos abiertos. Lo he leído despacio, sorprendiéndome la extraordinaria técnica, tanto de versificación como de composición, y la vertebración del poemario. De haberse publicado en el año que lo escribió, 1957, hubiera llamado la atención como lo hicieron los primeros libros, de Claudio, Sahagún, Brines…Tiene este libro una virtuosa orquestación temática, que con el ejercicio de los octosílabos y heptasílabos en romance, acuerda los tonos, tan difíciles de lograr, de la poesía mística.

Tiene su poesía múltiples planos. Sigue las corrientes poéticas del momento en algunos de sus libros, como el esteticismo culturalista, en Antinomia; la experiencia descriptiva en Invitación al viaje; desarrolla temas de encargo como el bestiario, El reino de la niñez, o el largo poema a lo romántico, homenaje a la industria talaverana de la cerámica“Canción del ánfora”(en la La sombra ante el espejo, aparece, Ánfora, como título metafórico de uno de los poemas más emocionantes que puede uno encontrarse en la poesía de todos los tiempos); experimenta con los caligramas en Noces d´argent y se derrama, elegíaco, en La sombra ante el espejo, Álbum de familia, La escritura indeleble…

Agradece y homenajea frecuentemente con préstamos literarios (tonos, variaciones sobre el verso, o citas) a sus maestros, como en ese canto de vida y esperanza que es La sombra ante el espejo que arranca Yo soy aquel que ayer decía…

Como el azúcar y el vino van directamente al cerebro y lo estimulan, así la poesía de JBL llega directamente al corazón y lo emociona. Este poeta permanecerá, así que pasen siglos. La introspección, el recuerdo que secuestra las emociones provocando la inspiración, la infancia, siempre presente, como un remolino de sensaciones palpitantes… Su río heraclitiano nos lleva con su melodía, como hace Smetana con el Moldava, a los recodos y meandros de su memoria, desde la infancia hasta sus tres cuartos de siglo, desde las aguas claras y someras, a las profundas y salitrosas.

Conversacional y narrativa, de línea clara y elegíaca, son las características de la obra poética de JBL, que deja a los lectores un recado de buen amor.

lunes, 12 de julio de 2010

Reseña de Insurgencias (Poesía 1965-2007), de Antonio Hernández

Odiel Información, 11 de julio de 2010

Por Manuel Garrido Palacios

Moga et la vie

Por Álvaro Valverde

No es la de Eduardo Moga una poesía complaciente. Quiero decir que ni es simple ni es sencilla y que el lector debe vérselas con un poeta que se caracteriza por su exigencia; de voz potente, arrolladora (no pocas veces) y muy personal, que no suele andarse con chiquitas. Por eso me ha sorprendido Bajo la piel, los días, uno de sus libros más personales (personalísimo, mejor), que acaba de publicar la imparable Calambur (¡vaya racha!) en su colección de Poesía. Sí, lo digo porque en realidad estamos ante un "diario poético" (como reza en la nota editorial) que, me temo que desde el principio, aspiró a eso: a ser poesía. ¿En prosa? Puede ser. A estas alturas, lo de los géneros... Por el tratamiento del lenguaje, poesía desde luego parece. O está muy cerca. ¿Detrás? La vida, qué si no. La enfermedad (sus acúfenos, su insomnio, la diabetes de Álvaro...), la muerte (la del padre), el sexo (hay páginas muy crudas —por explícitas— al respecto), la ciudad (las ciudades), la literatura (con opiniones contundentes sobre algunos autores), la amistad (Tomás, Sergio...), el amor (Ángeles)... Que nadie espere, en fin, lindezas, delicuescencias ni falsos lirismos sino aspereza, ironía y desgarro. Y melancolía, ay, mucha melancolía.

http://mayora.blogspot.com/2010/06/moga-et-la-vie.html

jueves, 8 de julio de 2010

Reseña de Tormenta transparente, de Javier Lostalé

La Razón, 8 de julio de 2010

Amar sin cuerpos revueltos

Por Antonio Puente

Dice Fernando Vallejo en su último libro, «El don de la vida», que el amor es necesariamente unilateral, una flecha que se lanza de una sola punta sin retorno alguno. Unas veces desde la diana («Ciego sin sombra soy de ti») y otras es ese espacio sin correspondencia, el de un corazón varado hasta el solipsismo, el tema de la poesía de Javier Lostalé (Madrid, 1942). Como desde la posición del arquero inmóvil («Parálisis» se llama un poema, que deja al amante así de anónimo y clandestino: «Tan dentro de una sombra existes / que nunca por nadie serás reconocido»). Lo era ya en su primer libro, «Jimmy, Jimmy» (1976) y, desde entonces, recorre el conjunto de su obra –reunida en 2002 en el volumen «La rosa inclinada (1976-2001)»–, en un itinerario circular, como una insistente tentativa de purga y despojo para la ardua conjura del desamor.

Si en aquel poemario inicial se aseveraba, con juvenil dramatismo, que «muertos yacen los amantes antes de haber nacido», la perspectiva de la edad madura que asiste a esta «Tormenta transparente» permite una cierta celebración contemplativa: «Inmolados así a su deseo / brillarán eternos sin historia». Ningún poema se priva de la quemazón por el abandono o el incumplimiento amoroso, pero la edad le otorga cierta aproximación a un misticismo capaz de celebrar «la epifanía de lo ausente», y atisbar en el espejo a «quien puro se reconoce / en el fervor único de lo que perdió». Digo sólo una cierta aproximación, pues —al igual que sus admirados García Baena o Francisco Brines, a quienes dedica el libro—, Lostalé fija su poesía en la inmanencia —y la inminencia— de la carne, pese al purismo formal; esto es, se sitúa en el vórtice de la «tormenta», por más que ésta caiga «trasparente» a la mirada y el palpo del poeta.

Desde el refugio de la memoria, una cierta causticidad, más que sosiego, permite reinterpretar el desagarrado adiós de antaño como «una despedida con claridad de quirófano». Aun desde la máxima soledad, sin apenas esclusas ni ventanas (pues «sólo me queda ya la brisa de una imagen / despertada en el cruce solitario / de nadie conmigo mismo»), la voz poética se obliga a que no decaiga, pese a todo, la ceremonia del amor.

Entrevista a Jesús Hilario Tundidor en Cuadernos del Sur (Diario de Córdoba)

Cuadernos del Sur (Diario de Córdoba), 3 de julio de 2010

martes, 6 de julio de 2010

Reseña de La casa roja, de Juan Carlos Mestre, en Revista de Libros

Revista de libros, nº 163-164, julio-agosto 2010


Lo que canto es lumbre


Por Eduardo Moga


Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) es un poeta de la imaginación. Desde su primer poemario, Siete poemas escritos junto a la lluvia (1982), hasta este La casa roja, con el que ha ganado el Premio Nacional de Poesía en 2009, Mestre ha construido una obra de acentos órficos y pesquisas surreales, caracterizada por su intensidad metafórica y su potencia visual, anómala en el conjunto de la poesía española reciente, que circulaba mayoritariamente por los derroteros antagónicos del figurativismo y la asimbolia. En su último libro, como en toda su poesía, lo maravilloso irrumpe en la realidad: “La belleza es por derecho mitológico esposa del trípode y el camaleón”, leemos en la primera estrofa del primer poema. La sensibilidad genésica del poeta, catalizada por el ojo, envuelve cada acto, cada objeto, y los transforma en otra cosa. La transmutación operada por Mestre no actúa en el vacío, sino en la más sólida e inmediata realidad: la imaginación se deposita en ella como una lluvia incandescente, y luego la resquebraja, como si se hubiera helado en su interior y dilatase sus junturas hasta romperla. Así, lo común se mezcla con lo inaudito; lo visible, con lo subterráneo; lo invisible, con lo palpable. Un buen ejemplo lo constituye el poema “Instructivo para llamar al teléfono móvil de la eternidad”, en el que las robóticas instrucciones de los sistemas de atención telefónica sirven para componer una incisiva letanía irracional: “Pulse asterisco. Espere a oír el evangelio de estas rosas en la nada. Marque el cero seguido de eclipse con oxígeno. Aguarde a oír su confidencia en la catedral de las ballenas. Marque luego el siete…”. Las cosas se entrelazan y superponen voluptuosamente: lo pequeño y lo enorme, lo material y lo abstracto, lo íntimo y lo cósmico, se abrazan e interpenetran, en una trepidante urdimbre de tactos. En esta orgía de ensoñaciones, en este encendido tumulto ontológico, brota sin pausa la asociación insólita, el maridaje de lo disímil o antitético, haciendo bueno el axioma, observado con rigor por las vanguardias históricas, según el cual una metáfora es tanto más fuerte cuanto más difieran los elementos que la componen: “Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patria”, dice el primer versículo de “El anzuelo de la libélula”. En La casa roja, la realidad está siempre naciendo: sus páginas testimonian un incesante alumbramiento de seres bellamente monstruosos, o de hechos imposibles, pero de cuya existencia no nos cabe ninguna duda. Complementariamente, algunos poemas constituyen catas oblicuas en el figurativismo, como “Carpe diem”, en el que se relacionan las consecuencias de una ruptura amorosa, o “Cibercafé”, donde el poeta observa una escena fugaz, de ribetes eróticos, entre dos adolescentes en un cíber urbano. Antonio Gamoneda, uno de los más visibles antecedentes de Juan Carlos Mestre, ha podido escribir en El cuerpo de los símbolos que “la realidad es simbólica y yo soy un poeta realista, porque los símbolos están verdadera y físicamente en mi vida. (…) Cuando digo: “Esta casa estuvo dedicada a la labranza y la muerte”, hay aparición de símbolos, sí, pero sucede, además, que esta casa estuvo realmente dedicada a la labranza y la muerte”. Del mismo modo, Mestre se revela como un poeta realista, pero no como se ha entendido, desdichadamente, en las últimas décadas, es decir, como un fatigado comentarista de las trivialidades de lo real, sino como un metódico cultivador de su esencia: como alguien que lo vivifica, que lo rescata del desgaste y la anodinia, mediante una nueva enunciación.

En la poesía de Juan Carlos Mestre no hay retorcimiento sintáctico: las frases fluyen con la naturalidad de un recitativo, como una cantinela bíblica, sostenida por la coordinación y el polisíndeton. Los resabios litúrgicos y ceremoniales, en los que se trasluce la tradición mosaica, tiñen las exuberantes monodias de La casa roja. Sus versos, además, contienen pocos adjetivos: las imágenes aparecen desnudas, poseídas por su voluntad afirmativa, por su propia insurgencia ontológica. Cuando García Lorca escribe “el salto jabonoso del delfín”, está construyendo una imagen estrictamente verbal; cuando Mestre dice que el tiempo “es conducido a punta de revólver hacia el cementerio de las ambigüedades”, dibuja algo que excede al verbo y que atañe a los actos, a los conceptos. Mestre medita con la pupila, y su pensamiento se articula en imágenes. De hecho, reflexiona con todos los sentidos, como el Alberto Caeiro pessoano y con un razonable desorden, obedeciendo al mandato rimbaudiano de descoyuntar la percepción para incrementar el conocimiento; de ahí sus lúcidas sinestesias: “oigo lo rojo”, “olía musicalmente”, pero lo visual conserva una irreductible preeminencia. Y, como la visión es continua –aunque durmamos, seguimos viendo–, también su lenguaje lo es. La casa roja dispone un flujo versicular e hímnico, que celebra el hecho inverosímil de existir, y que se coagula a menudo en anáforas y enumeraciones, en las que se advierten ecos testamentarios –un poema se titula “Salmo de los bienaventurados”– y la influencia de dilatados autores contemporáneos, como Neruda o Saint-John Perse. Hay quienes opinan que la poesía de Juan Carlos Mestre acumula demasiadas imágenes. A esto cabe replicar lo que contestó Octavio Paz a quienes objetaban lo mismo a la poesía de Marco Antonio Montes de Oca: criticar su exceso de imágenes es como criticar a la nieve por ser blanca, o al desierto por tener arena. Ese supuesto exceso es el núcleo de su creación, y, además, no es un exceso, sino la manifestación natural de su sensibilidad. La palabra de Mestre, barroca y proliferante, pero nunca innecesaria, contiene la “abundancia justa”, como quería Lezama, otro de sus poetas tutelares.

El carácter multiforme y fluvial de la poesía de Juan Carlos Mestre alcanza también a los sujetos hablantes. La casa roja está diseñado como una vasta amalgama de voces líricas, provenientes de una heterogénea galería de personajes. Tiene, pues, una naturaleza coral, y aun épica, si por literatura épica entendemos aquella en “que el autor no participa en el poema como individuo privado, sino que asume todas las voces de la colectividad y se transforma en ‘operador de la lengua’”, como ha señalado José Antonio Gabriel y Galán en referencia al Anábasis de Perse. “Apócrifo del nuevo mundo”, por ejemplo, se sitúa en 1543. En “El mensajero de los astros”, habla Galileo: “Yo, Galileo Galilei, músico por vocación, he oído las moscas de la eternidad”. En otras composiciones, lo hacen las criadas o los inquilinos. Todo el libro es un torbellino elocutivo, en el que hablantes austeros suceden a fabuladores libérrimos, o sombríos incisos administrativos, a exaltados susurros. Más aún: los poemas brotan de noticias de prensa, o se articulan en forma de diálogo, como “C.3.3” –una suerte de sketch patafísico y desquiciado– o, incorporan bibliografía, como “¡Ojo con Polifemo!”. La casa roja está plagada de alusiones históricas y sociales, que se vierten en el caudal de la alucinación, en la turbamulta de lo imaginario. Los tiempos, los lenguajes, los referentes y las formas –desde el poema en prosa hasta los versos de cabo roto– se precipitan unos sobre otros, se amontonan y fecundan, hasta configurar una poesía total, porque alude a todas las facetas de lo existente, y también porque la poesía misma lo impregna todo, desde las historias de amor hasta lo que lleva un poeta en la mochila. Con esta totalidad, sin embargo, Mestre no pretende afirmar ninguna certidumbre, sino dar cuenta del alucinado desmigajamiento del yo, de la disolución de la identidad contemporánea en un cosmos de infinitos estímulos e infinitas vaciedades, en el que toda experiencia conduce a una nueva decepción o a un nuevo asombro.

Por eso, quizá, La casa roja presenta también una perceptible dimensión satírico-burlesca, que es fruto de una aproximación crítica a una realidad insatisfactoria, pero también herramienta de subversión de esa misma realidad, a la que se obliga a convivir con su caricatura o su antípoda. Destacan varios poemas que tienen por objeto satirizar a la academia (“Las espinas de la mandrágora”), o la jerga lírica convencional (“Sobras completas”), y que forman parte de un propósito más amplio de “La casa roja: despojar a lo poético de cuanto perturbe su deslumbrada aprehensión por parte del lector o emborrone su capacidad para suscitar otros paisajes, otros delirios; de situarlo a ras de suelo, o a ras de sueño; de ceñirlo a la estremecida presencia de las cosas, y de lo que las cosas ocultan. “La lírica no existe”, escribe el poeta en “Asamblea”: “ha decidido dar por terminadas sus funciones”; premonitoriamente, uno de sus libros más celebrados se titula La poesía ha caído en desgracia (1992). Así es: la poesía entendida como una acumulación inane de engranajes y fórmulas, como una tramoya verbal que impida acceder a la pulpa de la vida, a su meollo sangrante, ha de desaparecer, para que la sustituya algo más alto y más puro. Porque Mestre es también un poeta puro, como lo fueron Juan Ramón Jiménez o Jorge Guillén, aunque su pureza no consista en roer los poemas hasta dejarlos en sus más transparentes huesos, sino en hacer que esos huesos se multipliquen, y se revistan otra vez de carne, y construyan una apretada jungla de latidos. En su busca de esa pureza abrasiva, el lenguaje del libro adopta registros distintos, casi nunca exentos de un deje irónico, que se transforma, a veces, en brochazos grotescos. Mestre gusta también de salpicar los poemas con frases hechas o locuciones vacías, para subrayar su extrañeza, cegada por el uso cotidiano, establecer contrastes o fundamentar ironías: “En resumen –concluye “Sistema planetario”–, los astros no son simples cuerpos celestes / que deambulen por el espacio para darnos conversación. / Un as tendrán bajo la manga para brillar tan seguros”. También las frases anómalas, asintácticas, remarcan esa extrañeza que Mestre aspira a despertar en el lenguaje y, por ende, en las cosas: “He, no sé lo que he, qué prohibición de las rosas menores, qué de Ti mismo”, leemos en “Pan de los ángeles”.

La casa roja es, por último, un sostenido homenaje al parnaso personal del poeta, compuesto, entre muchos otros, por el brasileño Lêdo Ivo –de quien Mestre, con Guadalupe Grande, acaba de poublicar La aldea de sal, una antología imprescindible– y Walt Whitman; por César Moro y Joseph Brodsky; por Louis Aragon y Diego Jesús Jiménez; por T. S. Eliot y Arthur Rimbaud, acaso el más citado de todos; y, desde luego, por lo más granado de la imponente poesía chilena, con la que Mestre observa una singular afinidad: Vicente Huidobro, Rozable del Valle, Humberto Díaz-Casanueva, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Javier Bello. En síntesis, por todos aquellos que han configurado la mejor tradición visionaria de la literatura moderna.

lunes, 5 de julio de 2010

Reseña de Insurgencias (Poesía 1965-2008), de Antonio Hernández, por Manuel Ríos Ruiz

Diario de Jerez, 2 de julio de 2010


Las Insurgencias de Antonio Hernández


Por Manuel Ríos Ruiz


CALAMBUR ha editado los poemarios de Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) en dos tomos, bajo el título de "Insurgencias". Y todo atento lector sabe que insurgir significa levantado o sublevado. El poeta ha reunido los libros "El mar es una tarde con campanas" (1965), "Oveja negra" (1969), "Donde da la luz" (1978), "Metaory" (1979), "Homo Loquens" (1081), "Diezmo de madrugada" (1982), "Compás errante" (1981), "Indumentaria" (1986), "Campo lunario" (1988), "Lente de agua" (1990), "Sagrada forma" (1994), "Habitación en Arcos" (1997), "El mundo entero" (2001) y "A palo seco" (2007). Estamos ante una obra poética de primer orden dentro del contexto de la poesía española coetánea. El prólogo que la precede, original de Francisco J. Peñas-Bermejo (Director del Departamento de Lenguas de la Universidad de Dayton y Presidente de la Spnish Professionals in América), es un admirable y profundo estudio de la poesía de Antonio Hernández. Finaliza con la siguiente definición: "Poeta de sustancia y de desbordantes matices, andaluz y universal, Antonio Hernández tiene duende para transfigurar el poema en el espíritu de lo que canta, en comunidad y en compenetración con el entorno. Entregó su alma a una hechicera de nombre Poesía, porque como él declara, `si existe el pago es el augurio/ que se da en la emoción, esa presencia/ del misterio, imprecisa, esa luz de alas, turbia,/ con tantas alas torpes como un nido./ Con tantas alas niñas que no obstante/ te hacen volar más alto que las nubes`. Su elegante verso, cordial y firme, fluye entre la fábula, el asombro y la pasión, configurando un fiel artístico de excepcional calidad que le individualiza como una de las voces más personales y renovadas de la poesía española contemporánea". Indiscutiblemente, Antonio Hernández es una figura sumamente significativa de su generación, la de los sesenta, la de la marea alta del lenguaje, la del compromiso irrenunciable con la vida, yendo por intensidad a la belleza. En el poema "Donde da la luz", que abre el andaluciente libro del mismo nombre, leemos: "Se hace la pequeñez como un relámpago/ que ilumina un instante cuanto observa/ callado - cuanto/ es parte de ella misma, también poco-/ y entonces se engrandece./ Acaso sea/ vivir para los otros nuestra forma/ de ser el mundo entero, lo que existe/ y lo que revelamos en el trance/ del amor que nos crea./ Acaso crear sea/ encender nuestras breves miniaturas". Insurgencias de un poeta levantado sobre la palabra entera, sublevado contra los tópicos y las falsedades, comprometido con la verdad a través de la ética y la estética, en aras de brindar la luz de su voz verso a verso, para poder decir con el marinero del romance viejo: "Yo no digo mi canción/ sino a quien conmigo va".