viernes, 22 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en Filandón, suplemento cultural del Diario de León

Trazar la Salvaguarda, José Luis Puerto
José Enrique Martínez

Filandón, suplemento cultural de Diario de León, 28/01/2013

Que mi voz sea semilla y corazón
 
En el libro De la intemperie (2004) poetizó José Luis Puerto la precariedad del hombre, por lo que en Proteger las moradas (2008) buscó la protección, la salvación de un territorio anímico y vital que se remonta a la infancia o, en un sentido simbólico, al jardín perdido y siempre anhelado. Trazar la salvaguarda, finalmente, incide en la búsqueda de espacios de protección frente a la intemperie. Forman los tres libros una verdadera trilogía de poesía depurada, en busca de la esencialidad de la palabra.

Como los jilgueros alborozados ante el festín gratuito que les proporcionan las bayas de un arbusto, el poeta canta también en acción de gracias por lo recibido, el don de la poesía, que extrae de lo más humilde: unas flores en el campo, una brizna de hierba, la evocación del origen, «las raíces del jardín», en fin, «la belleza humilde» de las cosas humildes: lo esencial en su sencilla plenitud. Lo humilde tiene una representación sagrada, espacio sustancial de esta poesía compasiva, ascética, entregada: un pesebre, un nacimiento, un niño. Además de lo humilde, hay otros factores también de salvaguarda frente al desamparo existencial, la profanación de los espacios sagrados, las sacudidas del tiempo y «la herida», signo reiterado de dolor, de la pérdida, del anhelo nunca conseguido. Entre esos factores está el amor que representa la mujer, las «santas mujeres», verdaderas «figuras de protección», lo sagrado y la poesía, que el poeta concibe como un pan que se reparte y comparte y que, como en Machado, se orienta hacia el misterio. En este ámbito de lo que salva, el poeta elabora una serie de símbolos de amparo: unas rosas blancas contempladas por dos ancianos, la pobreza como ámbito de piedad y entrega recíproca e ideal de ascesis y despojamiento, el pan, símbolo primordial, «bondad entregada» y comunión, un puñado de tierra, pues la tierra es vida, fructificación, casa y morada final, la nieve y su pureza, el ángel, bálsamo de la herida, el vientre, otro símbolo esencial, lugar del fruto, de amor y plenitud, las manos abiertas y oferentes, los círculos que los niños trazan en sus juegos, imagen de salvaguarda, como lo es el círculo salvador de la palabra del poeta.

Contemplación, sentimiento, meditación, inquisición y trascendencia. Tal me parece el proceso de esta poesía de lo humilde, lo sagrado, la ascesis y la revelación, de esta poesía entregada como el pan, para compartir, y que quiere ser, en suma, palabra salvadora.


Filandón

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