Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto
Antonio Colinas
El Norte de Castilla, 16/02/2013
Hacia lo absoluto
A
la obra poética de José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953), me
parece una de las más significativas y profundas de nuestros días. En
primer lugar, por el tiempo del que arrancó, muy sometido a las
influencias: por un lado, a la eclosión de los artificios novísimos o
‘culturalistas’, pero también a un poetizar simple y plano —el
poema-fotografía en gris—, desposeído de sentido y sustancia, lo que
José María Valverde reconoció muy tempranamente como poesía
‘desvitaminada’. La clave, a mí entender, de ese camino seguro y
personal que emprende Puerto sin prisas y desde sus dos primero libros
—El tiempo que nos teje (1982) y Un jardín al olvido (1987), editados
por Adonáis— brota de su propia y personal voz. Estamos desde un
principio, ante un poeta que, en forma y contenido, es fiel a un modo de
decir que revela, por una parte, una extremada depuración formal, un
equilibrio no exento de emoción siempre muy contenida y tierna, y por
otro a un pensar que es consustancial al poema que quiere ser completo.
Bajo este punto de vista, el carácter meditativo de la poesía de Puerto
entraña, ante todo, un compromiso con los problemas esenciales del ser
humano.
¿Qué problemas o que preocupaciones son estos? Para
responder a dicha pregunta nos bastaría con observar los títulos de
algunos de sus libros últimos, como De la intemperie (2004), Proteger
las moradas (2008) y el que ahora aparece y comentamos, Trazar la
salvaguarda (2012). En libros como estos no solo madura su obra sino que
se nos dan las claves de esa larga meditación que ha supuesto su vida y
de esas preocupaciones que retornan a sus poemas. Muchas veces, en los
mismos y significativos títulos están las claves de ese mundo
humanísimo. Intemperie y salvaguarda son dos términos decisivos en ese
planteamiento radical en el que el autor reflexiona y siente, y lo hace
con muy pocas palabras. Y es que la salvaguarda protege frente a la
intemperie, la morada frente al vacío existencial. Luego, nuevos
términos de otros títulos (estelas, señales, sílabas), remiten a la
simbología que dicha meditación exige para expresarse. No es posible,
pues, testimoniar sobre esa actitud existencial y contemplativa
extremadas sin hacer estas valoraciones de los símbolos.
Tampoco
son ajeas a cuanto el poeta nos quiere decir, las citas que ha puesto al
frente de su libro. En ellas encontramos lo que se «ama»; sentimiento
el amor que sin embargo se da en «paraje algunos», es decir, en el ya
mentado vacío existencial. Pero también en esas citas orientadoras
aparecen otros términos que son consustanciales a la poética de Puerto y
que nos prueban que ese vacío existencial puede tener contenido gracias
a la plenitud de ser: país, casa, refugio, alma… Son los ámbitos en los
que se manifiesta la experiencia interior. Y en esta expresión en donde
se encuentra la clave imprescindible de esta poesía que ahora, en
Trazar la salvaguarda, madura de una manera extremada.
Sin
embargo, esa ‘casa’ o ‘morada’ posee una significación múltiple, pues de
entrada puede ser la de la naturaleza de sentido universalizado,
esencial en este poeta, por más que sepamos que dicha naturaleza
proviene de un ámbito concreto: el de su tierra natal o el de nuestra
Comunidad, el de las serranías y valles de su infancia, el de la
memoria. Naturaleza a la que accede desde la experiencia, pero también
desde el llano contemplar.
Casa y seres queridos son también
‘moradas’ en las que salvaguardarse, pero qué duda cabe que la
naturaleza es el ámbito primordial, hasta el extremo de que las mismas
palabras acaban siendo ‘ciervo’; las palabras que no han nacido par ala
mera retórica sino que en este poeta llevan consigo una exigencia, pues
remiten a cantar y a orar, anhelar y a esperar. Es palabra sagrada, y
así se nos dice directamente en el poema titulado variaciones vocálicas.
Hay
también en el escribir de Puerto una poética del descenso, del
abajarse, pero siempre como un paso previo a un ascenso hacia la
consciencia, hacia el conocimiento absoluto. Unas veces esta actitud se
manifiesta con imágenes físicas, realísimas (como en el poema comenzar
desde abajo), o de manera muy lúcida y radical en el poema candelina, en
el que el ser es consciente de que en la tierra no se puede adquirir
‘vuelo’ alguno y que, como el insecto, está destinado a abrasarse en la
llama, en la luz. Hay también, al nombrar este término, una luminosidad
en la poesía de Puerto que se manifiesta de manera irisada, pues la luz
remite a la llama de la candela, pero también a la luz del conocimiento,
que su vez viene revelada previamente por la luz física de las horas
del día y de las estaciones del año, la que acaricia los montes en las
albas y en atardeceres. La luz como la llave que abre el mensaje del
poema (Abre la luz); la luz que ilumina el espacio, en el que se da la
letanía y el cántico, la palabra que salva.
A veces, en este
libro, el poeta sale de los territorios de la memoria de la infancia,
por más universalizados que ellos estén. Así sucede en los poemas
nacidos de un viaje a Fez, en Marruecos. El ‘espacio fundacional’
responde ahora a otras señales históricas y a otros signos culturales,
pero al decir esencial para el poeta es el mismo, y por ellos los
símbolos son los humildes de cualquier ámbito: la ruina de una
escalinata, una abeja, la ciudad-laberinto, las cabras sacrificadas, los
dos ancianos que caminan agarrados de la mano…
En el fondo de
este libro, inusual por su verdad, late un afán de silencio fértil, pues
a fin de cuentas solo cuenta, se nos dice, escuchar lo que calla. Pero
este callar no remite a evasión o a sumisión, a mordaza. Y es que el
poeta es muy consciente de que lo que cuenta en último extremo es la
libertad frente a ‘Quienes quieren cortar todas las alas/ y enjaular
cualquier vuelo’. Pero no es fácil escribir sobre lo que Puerto escribe.
El poema no es en su caso texto para el análisis fácil, pues suele ser
materia, ser vivo destinado a musitarse y a orar con él. Hay igualmente
un gran afán de resistencia frente a la intemperie. La palabra es el
medio ideal para lograrlo. La palabra —como la naturaleza, el tierno
humanismo, la fuerza de la sangre, las raíces—, están para sanar y
salvar.
Y escribir sin que sobre ni falte palabra: poesía
esencial en lo que transmite, en el mensaje, y en cómo lo transmite. La
poesía española actual ha recuperado la libertad de decir y de sentir,
sale de lo simple y lo plano, de lo impuesto, para abrir nuevos caminos
fértiles. Uno de esos caminos es, sin embargo, el que Puerto ya había
abierto allá por los comienzos de los años 80, alejado de los ‘cantos de
sirena’ de aquellos días. Mantenerse en la libertad de la propia voz
sin titubeos ni máscaras es una de las lecciones que la poesía de José
Luis Puerto nos ofrece en este nuevo libro mayor.
1 comentario:
Libro precioso y verdadero... Profundo y enraizado en la verdad de la vida. Totalmente recomendable.
Asunción Escribano
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