Un mapa fiel
Desde la histórica de Gerardo Diego y la Generación del 27 hasta ayer, las antologías de poesía han sido en España una extraña mezcla de instrumento de promoción y arma de fuego. La mayoría ha tratado de influir sobre el canon futuro tomando posiciones desde la salida. Y olvidando, para su desgracia, que al negar el pan y la sal a los poetas de tend encias distintas estaban renunciando a lo único que daría la verdadera medida de una obra en su contexto: un rival de altura. De ahí el valor de una antología como Las moradas del verbo, que, retomando el clásico periodo generacional de 15 años, selecciona poetas nacidos entre 1954 y 1968 cuyos primeros títulos aparecieron en el último cuarto del siglo XX. Fiel al espíritu, riguroso y abierto, de obras suyas como 1939-1975: Antología de la poesía española (Aguaclara) y de la inatacable Poetas españoles de los cincuenta (Almar), Ángel Luis Prieto de Paula ha sabido analizar el bosque con la agudeza de un generalista sin dejar de estudiar los árboles con la precisión de un especialista. El resultado es una antología con ambición histórica. Así, conviven las más dispares tendencias de la poesía última. Por tirar de categorías tantas veces malinterpretadas: de la poesía de la experiencia (Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes) a la del silencio (Miguel Casado, Ada Salas) pasando por el irracionalismo iluminativo (Julio Llamazares, Juan Carlos Mestre), la meditación (Vicente Valero) o la crítica social (Jorge Riechmann, Enrique Falcón). Sin olvidar la brillante síntesis entre clasicismo y posmodernidad de Juan Antonio González Iglesias y Aurora Luque. Claro que cada lector añadiría a sus propios autores, pero el hecho de que poetas incontestables pero poco habituales de las antologías como Tomás Sánchez Santiago, Miguel Ángel Velasco o Antonio Moreno aparezcan en ésta es el mejor ejemplo de lo que toda selección tiene de apuesta. Pocas veces se ha contado mejor la evolución de la poesía española desde la Transición.
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
3 comentarios:
Comparar la poesía de Miguel Casado con la de Ada Salas es uno de los disparates más grandes que he visto en mucho tiempo. !Qué tiene que ver la poesía incapaz de un autor que aburre a los muertos con una lírica y sensibilidad esencial y emotiva como la de Ada, a años luz de la de este desangelado vallisoletano. Así son los críticos. Incapaces que sobran.
!Cuánta bizarría! Lo que queda claro es que a quien hace gala de no haber estudiado en eso de la luna y el queso le gusta una y desdeña lo del otro. Y después, con suficiencia probada, sentencia lindamente, fiado de su talento, que no necesita de más contrastes que su propio juicio. Olé. Como comentarista, graciosísimo de tan arrogante.
Tener una buena brújula para leer y apostar por ciertos gustos evita no perderse o arruinarse. Y, como el buen escribir, es un don, por cierto no tan ajeno a muchos. A la postre, cualquier claro lector salva y disfruta antes a Guillén que a Quintana, antes a F. Pino que a Nuñez de Arce, antes una poesía del Renacimiento que siempre asombra que no la de un XVIII que queda como capa geológica para eruditos venerables. Pues eso, procuro distinguir lo fósil de lo que siento vivo. Y esa equiparación en la etiqueta para mí absurda del silencio del amigo reseñista, me ha recordado la diferencia entre lo rancio y lo exquisito. Si a alguien molesto, buenas noches y lo siento. Sueño con Galatea, que no Aldonza Lorenzo.
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