miércoles, 15 de diciembre de 2010

Reseña de Un único día, de Jesús Hilario Tundidor, en Revista Turia

Revista Turia, n.º 96 (nov. 2010-feb. 2011)

Vigilia germinal de Tundidor

Por Javier Lostalé

"Esta obra es mi vida: Un desafío, pero también una necesidad. Una edificación por el lenguaje. Se construyó cantando lo real como conocimiento y amor, y ordené su consecuencia con la triple arquitectura de la palabra, la inteligencia y el corazón". De este modo resume casi cincuenta años de creación poética Jesús Hilario Tundidor: once libros reunidos este año bajo el título Un único día en dos volúmenes publicados por la editorial Calambur, que el propio poeta ha estructurado, corregido en algunas ocasiones y dotado de una unidad orgánica generada por la propia existencia. No se trata de una Obra Completa en sentido estricto (ninguna lo es hasta la muerte del autor si su pulso no pierde temperatura), porque abarca desde Río oscuro, a parecido en 1960, hasta Las llaves del reino, editado en 2000, más un poema inédito, "Holocausto de los huracanes", que en una visión totalizadora calcifica en el lector todo lo que durante su lectura ha germinado. No se incluyen, en cambio, por su peculiaridad, los libros Mausoleo (1988) ni Fue, publicado en 2007 por Cálamo. Ambos, según afirma Tundidor, formarán una trilogía con otro texto aún no concluso.

Antes de sumergirnos en poemarios en los que la realidad es habitada en sus últimos intersticios, no debemos olvidar que Jesús Hilario Tundidor es uno de los nombres con mayúscula de la generación de los 60, cuya obra, siempre nueva dentro de su unidad, se sustenta en la íntima comunión entre el hombre y la naturaleza y en la incorporación celular, por su encarnación en el ser, del tiempo, la historia y la cultura. El lenguaje es para el poeta zamorano "un hecho antropológico", y la escritura, respiración. Las palabras no sólo son sonidos bellos, sino que generan conciencia, con vehículo de conocimiento a través de un pensamiento fecundante, donde lo instintivo al pasar por el cedazo de la inteligencia s convierte en intuición, como diría Juan Ramón Jiménez. De ahí ese presentimiento que late en su poesía, donde la Naturaleza tiene un carácter constitutivo, pues existe una transfusión sanguínea entre ella y quien la considera como parte de su biología. Y se entabla en sus poemas una lucha dialéctica con el Tiempo en la que intervienen como interlocutores filósofos como Heráclito y Kierkegaard; escritores como Baudelaire, Eliot y Claudio Rodríguez y músicos como su dios Mozart. Un combate en la búsqueda de la inmortalidad desde el estremecimiento producido por la conciencia de la fragilidad de todo que no se queda en aventura solitaria, sino que siempre cuenta con el otro hacia el que observa "un epicúreo sentimiento de piedad", es expresión de Jaime Siles. Y hay, asimismo, en su obra una constante reflexión sobre el hecho poético y su capacidad de alumbramiento y de posesión de las cosas nombrándolas, de la que se deduce su entrega absoluta a la escritura como lugar donde sucede el mundo, se ordena el caos y se produce —afirma Tundidor— "la salvación ontológica". Todo ello se substancia en Un único día en el que la apuesta es total, título común, como dijimos al principio, de los dos tomos en los que se recoge su universo poético, encabezados por un prólogo diáfano de la poeta y narradora Natalia Carbajosa. El primero de los dos volúmenes figura bajo el epígrafe "Borracho en los propileos", denominación de uno de los poemas de Tetraedro, libro incluido en la primer aparte, integrada también por el citado Río oscuro, Junto a mi silencio, Las hoces y los días, En voz baja, Pasiono y Tetraedro.

Síntesis de esta primera parte, y me atrevería a decir que de toda la creación de Tundidor, "Borracho en los propileos" (acceso occidental a la Acrópolis de Atenas), está inspirado en El banquete, de Platón, y narra el ascenso de Sócrates, borracho, en busca del conocimiento, de lo esencial, de la sublimación del amor. Como pensaba Sócrates, el poeta cree que existe una soga que nos ata y nos impide trascender la materia, y que nuestra vida es una bisagra entre la luz y la sombra: "abres las duras, las pesadas puertas de la ciudad, ruge / el cobre o la muerte, la luz sin ya dominio de la sombra, / la bisagra o la vida. (pesado, gordo, austral, / borracho entraba Sócrates). / Abres las duras, las pesadas puertas de la ciudad, nadie / podía comprender: hijo-dolor, callado vientre impuro, falsa / soga del conocer, el bien, ¿el bien allí cantaba? / ¿Era la libertad? ¿O la belleza? Amor, muerte, lujuria ¿nadie / comprendía / la salvación?". Sócrates, a pesar de tanta incomprensión, de tanto dolor y destierro como encierra la vida, de tanta dificultad para reconocerse y ser con los demás, continúa su ascensión o purificación: "Y Sócrates subió, siguió / subiendo, pesado, gordo, austral, siguió /subiendo, subiendo hasta perderse / definitivamente entre las nubes, el espacio y la luz. / No retornó, sabedlo, leyenda es la cicuta".

Con estas claves la escritura de Jesús Hilario Tundidor se llena de horizonte y coloca el pensamiento y el corazón del lector en un alto nivel de tensión, que no cesará a lo largo de un itinerario en compañía del autor hacia el descubrimiento de la verdad de su existencia. Lo hará a través de un lenguaje popular y culto, vanguardista y clásico, sin abandonar nunca un proceso consciente de elaboración artística; a través de lo más íntimo y de lo colectivo; dentro de una plena inserción en lo telúrico; mediante la convivencia de los planos real y onírico; con una música interior desveladora de lo invisible y un cordón umbilical entre la palabra e imagen fundado en la contemplación; con presencias mitológicas y rostros y almas con el humus de la tierra; con una gran carga simbólica provocadora de estados donde reine, pura, la emoción, y una auténtica metafísica del cuerpo femenino. Y desde luego nutrido todo por dos grandes fuerzas: la del amor y la del arte, capaz este último de convertir el instante en eternidad.

El poema en Hilario Tundidor es, además de lo dicho, el lugar de la duda, de la pérdida, de la dicha, de la soledad, de los orígenes, de la resurrección también. En la primera parte, correspondiente al primer volumen "Borracho en los propileos", a la que volvemos tras esta visión global aplicable al conjunto de su poesía reunida, "la materia fundamental unitivia, organizante del libro, es la emoción existencial y sentimental del individuo ante la existencia y lo consuetudinario", en opinión de uno de los principales estudiosos de Tundidor, Pedro Hilario Silva, o como indica el propio Tundidor "la búsqueda del conocimiento y la luz en la emoción de la escritura poética". Algunos versos escogidos esgrafiarán dentro de cada lector lo dormido que despiertan, las sucesivas capas interiores gracias a ellos amanecidas, sin apartarse nunca de esa ascensión hacia la luz en medio de tanta tiniebla que es el conocimiento, a partir siempre de la médula de la realidad. Son meros relámpagos: La carpa de un circo se torna metáfora de la existencia: "Vienen sombras, carátulas, /figuras de oro falso y papel viejo,/barras, trapecios, trampolines, pistas,/la dulce musiquilla del rugido/del hombre… Todo/para un último fin que nadie sabe". Y el corazón engendra el latido entero de la vida: "Dentro / de su volumen cabe / la desesperación y la esperanza, / los ríos en tinieblas y la clara / posesión de la luz (…) Bajo / su sencillez de forma, / en el ámbito /luminoso de su noche serena / reposa, / da principio y concluye / el triste sueño humano". Caben en el corazón las sombras de los amantes: "También en cada esquina/o marco, ¿no lo sientes?, respiran/en nuestro amor enamorado el aire,/ viven, antiguos inmortales, hondos/amantes que desde épocas/remotas llegan hoy zurcidores, continuos,/ continuados, hasta/el homenaje de la luz izada/por no sé qué secreta pulsación de mi sangre (…) Todo/lo grande y lo pequeño, lo victorioso/y lo vencido, siente/en nuestro pecho el claro/deseo de la vida". Flamear de sombras que a través de los años deviene compañía, navegación de alcoba "Dame, María Rosario,/todo el sosiego de tu compañía./Ven, entremos con humildad, tan limpios/como nieve en el aire, en el albor/de la ternura (…) No quieras más. Hermoso/es este instante donde permaneces". Un deseo de inmortalidad alienta, así lo siente el lector, en los versos citados, que en nada contradice las bodas con la realidad de Tundidor, con su pulso más sencillo: "El cenicero, la pequeña llama/ de gas, la corva arquitectura/del tazón, la sombrilla/de otoño. Tan humildes,/tan reciamente cumplidoras, tan/sin patria y de todos: Oíd/su humana/respiración, tocad su viento/ azul, su merecida/amistad y esperanza". Otra patria, España, que en época reciente midió la historia por sus heridas asoma también su rostro en la obra del poeta, y la pregunta es encarnación: "¿Fue necesaria tanta/muerte, tanta cruz, tanto/dolor? Oh, quién te puso/tan pálida, quién clavó en la raíces/más hondas de tu estrella inmortal estremecida/cardos airados, nieblas/ de largo pómulo?". Y en cualquier momento, tan secreta como el alma, los poemas alumbran salvación: la del arte, en concreto la música, y la de la naturaleza: "Entre constelaciones a deriva/se incendiaban los bosques/residenciales de los palcos, la fugaz/permanencia del tiempo./ E igual que agua naciente,/el pensamiento, bajo la cúpula del ánima,/extendía su clámide de amor estremeciéndose/sobre el río y la hondura/del vivir"; o "Y así de pronto me rodean los pinos/bajo el azul intenso de la tarde( que hace amistad, granero e himno". Entusiasmo señala la temperatura lectora en este punto, estado de ánimo que nos conduce al segundo volumen de Un único día, que el autor tituló "Repaso de un tiempo inmóvil", y cuyo contenido como él mismo nos dice, gira sobre "la dialéctica del encuentro del ser y el mundo". Integran este tomo, o segunda parte, Libro de amor para Salónica, Repaso de un tiempo inmóvil, Construcción de la rosa, Tejedora de azar, Las llaves del reino y el ya aludido poema inédito "Holocausto de los huracanes". El lugar donde se produce esa inserción entre el ser y el mundo, son los cinco sentidos del lenguaje, su articulación de la memoria, su gravedad de espacio y tiempo. Lenguaje en su máxima tensión significativa o poesía. palabras que, como en la doctrina platónica, nos permiten llegar a realidades trascendentales o ideas de un universo inteligible. Estamos hablando de creación que se vuelve sobre sí misma en la obra de Tundidor en un proceso de reflexión que desemboca en que lo escrito desaparezca en lo concebido, de tal modo que el poema es la misma vida.

A poner algunos ejemplos sobre lo que decimos, apoyándonos en versos de Construcción de la rosa y Tejedora de azar, dedicaremos las próximas líneas, encabezadas por el intento de definir lo indefinible, convertido sin embargo en alumbramiento: "De que alta mar en ola desprendida,/onda o albor o espuma, el alba/al alma así amanece (…) ¿Quién nos acerca aquella/serenidad con que el despierta el roble, ese/conocimiento/del corazón?". Y tras este intento consumado para habitar lo preexistente: "¿Cómo sin la metáfora/ o el retráctil sentido de la imagen/tocarías el mundo?/Dificultad de ser/en la contemplación, de conocer aquello/que en sí, poema o rosa o vida/contigo, inalcanzable realidad,/preexiste". Ya la construcción de una mirada que venza el tiempo, que le dé profundidad: "Construye donde ya se apresura/el advenimiento solo/en que la breve vida de la rosa yace./No hay tiempo, edifica/el andamio de la contemplación,/el ardor vivo/ en que existe el poema". Mirada, y movimiento de la mano del poeta que siente el peso del mundo en cada palabra: "Toda la cercanía: esta sopresa/ de la semántica, ese tejido de las palabras/con que se dan al mundo, reposa ahí, bajo tu mano./¡Cómo sientes la vibración, el estremecimiento/de la fábula!¿Y qué los nombres sean, y/que los nombres hagan maternidades, limiten/ vida…! (…) poesía esencial, /única, viva, derramada/desde el ser a las cosas, de las cosas/ al ser, convertida en pasión, oh, prometida". Y el papel no es blanca mudez en espera de ser calado por signos, sino que una ciudad en él se levanta dispuesta a ser conquistada por impulsos y avances que en misterio y asombro el creador transforma en materia: "La ciudad/del papel se ofreció al fuego/ y allí empezó la invicta transparencia/de la mañana". Materia única reñida con el espíritu, sino mundo sucesivamente construyéndose, ordenándose, mostrándose y ocultándose, donde el ser racional y emocional se cumple; ámbito de lo real y de lo irreal, de lo visible e invisible formando una misma naturaleza, hasta el punto de que una operación tan abstracta como comprender es "extender una mano, abrir el / fuego, poner los pies en los ojos y andar, andar, andar".

Debo terminar aquí mi invitación hondamente necesaria a la lectura de Un único día, la poesía reunida de Jesús Hilario Tundidor. Lo hago consciente de lo que todavía se podría decir de una obra tan rica semánticamente, tan variada, emocionalmente y solidaria, donde el lector se ve envuelto en una noble energía carnal y espiritual, siempre fundidas. Sólo quisiera como epílogo volver a unos versos del autor zamorano, dirigidos a Mozart, que son recapitulación de una vida: "haber vivido, Wolfgang Amadeus Mozart, es haber navegado / sobre bancos de nieblas y callejas recónditas donde las olas rompen / después de haber cruzado ínsulas y penínsulas, archipiélagos / estremecidos, continentes que arrastran fuerzas fluorescentes / de ensueños / y una nostalgia triste de estrellas en la aurora".

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