Lumbre sostenida
Por Ángel Rodríguez Abad
La figura del corredor de fondo —en su soledad y radicalidad más inseparables, originadoras de un espacio propio— guarda cierta similitud con la trayectoria de algunos poetas. Sobre todo, allí donde la lateralidad de los modos y modas o el silenciamiento público sólo permiten hacer fructificar una obra a la larga. Recordemos (son casos bien diversos) cómo Juan Eduardo Cirlot fue más conocido en vida como crítico de arte (y autor de un excelente Diccionario de símbolos) que como poeta y que, sólo mucho después de su fallecimiento, ha podido el lector común acceder a su obra entera. Antonio Gamoneda, por su parte, no entró en el circuito obvio de los otros miembros de su generación hasta publicarse la edición de sus poemas en Cátedra por parte de un certero Miguel Casado; y aún hoy, en determinados aquelarres del gremio tratan de rebajar su condición. O, un raro excelso, tenemos asimismo la peripecia del poeta canario Luis Feria; quien por seguir un camino no trillado y retirarse en vida a la periferia no ha sido reivindicado en su alto valor hasta ser editado pro Pre-textos. En el caso de Javier Lostalé (Madrid, 1942), su larga y meritoria tarea profesional como periodista cultural en Radio Nacional de España (también el hecho de haber reservado su territorio lírico para una íntima necesidad arrebatadora y pausada, sin estridencias editoras innecesarias) parece haber opacado el reconocimiento de su obra escrita. Aunque, afortunadamente, la justicia poética comienza a abrirse paso.
La reunión de toda su poesía (más de hondo poeta de veras que extensa en títulos) por Calambur en 2002 —La rosa inclinada (Poesía 1976-2001)— nos hizo más asequible un corpus que se caracteriza por forjar un emplazamiento muy personal donde el amor, un afán espiritual de ávido anhelo y la preocupación por el propio acto poético se entrecruzan en su luminosidad. En un poema de su primer libro —Jimmy, Jimmy (1976)— llamado significativamente "Pureza" se dibuja ya el lugar de su escritura: "Que en tu pecho herido por la rosa inclinada de la tarde / la palabra no sea sino una hoja suspendida en el claro de la tormenta, / una forma luminosa de unos labios exhalada". Un título medular en su obra es Hondo es el resplandor (1998). Quizá desapercibido al haber visto la luz en una pequeña colección marbellí (en 2001 será reeditado por los conjurados de Melibea), es justo subrayar cómo allí se establecía el orbe externo de objetos y conceptos que abordaban el núcleo de su reflexión; el de un razonador sensualista que sostiene —en su creer salvífico del propósito lírico— que "al espíritu se llega a través del cuerpo". El poema que cerraba aquel libro, "Juntos en el resplandor", se insertaba en la retórica del diálogo amoroso entre los amantes para calibrar así la posición cenital del amor (en su identidad más inmaterial, férvida, soñada pero también respirada hasta el borde más excesivo de su asunción) como "el resplandor de un sueño mío contigo". Pulsación, música, pensamiento, temblor se adivinan en cada poema de aquel libro que nos indicaba todo lo que rodea —intelectual y sensualmente— a lo que en otros títulos de Lostalé se desnuda como el sitio del amor, del rapto y del ensimismamiento.
Esta Tormenta transparente de 2010 puede leerse como el libro complementario del título exento La rosa inclinada (1995). Ambos forman un díptico en torno al Amor. El pulso del amor siempre ha latido nítido en la poesía de Javier Lostalé. Él ha recordado repetidamente (leal a su querido maestro y amigo de velintonia, Vicente Aleixandre) la afirmación aleixandrina de que "la memoria de un hombre está en sus besos". El propio Lostalé ha aseverado como una suerte de lema amoroso (y de fe de vida) que "Nadie sabe sino lo que amó". Y en esta Tormenta transparente se remite, en el poema que abre su sección central —"Adolescencia"—, a sus propias imágenes de antaño (verano, pájaro, cama, nube translúcida, cuerpo a punto de alumbrar) para plasmar, y casi exigir, ese "Beso que resplandece / en su estación total". Más explícito observamos tal fervor amante unido al centro mismo que da nombre a esta entrega, la tormenta; centro expansivo que aparece declarado en el poema "Espejo": "Quieto en su tormenta trasparente / el pulso del deseo se abre en ondas radiantes". El amor opta, pues, en su límite extremo por volverse destino.
Ahora bien, lo que en La rosa inclinada había de noción imaginadora hacia fuera, incorporando al poema elementos ajenos que se convertían en símbolos, a veces con un toque pop o surreal (máquinas tragaperras, ginebra derramada en una mesa, sábanas tendidas en la noche silenciosa, cervecerías clausuradas cercanas a un cementerio, trenes nocturnos de ojos azules) deviene ahora un paradójico denso adelgazamiento que hace del propio proceso amoroso materia prima que se resuelve en una comunión sensual, abisal, quemante, espiritual… herida gozosa sin término.El signo del amor explora ser abrazo unitivo totalizador; así, en el poema "Dentro": "Como una tormenta respiras dentro de mí". La corporalidad de la rosa se hace esencialidad en esta tormenta. Consideramos que un poema como "No nacido" —que nos traslada a las simas afectivas de que hablamos— ("Antes de que existieras / todo ya me esperaba en ti") podría titularse "Deglutido" o "Resurrecto", en la proximidad de una aniquilación mística del amor, en una secuencia donde cupiesen trabados: ceniza, espuma, tormenta, escritura. El amor ya no es enfermedad sino destino, elevación del deseo hacia el interior de la sangre, epifanía amorosa que parece fagocitar al propio deseo hasta convertirlo en llamarada íntima; otra vez en "No nacido": astro silente que en mi sangre germinas / con la quietud llameante de la revolución".
Tormenta transparente es, en resumen, un libro de amor, un canto al amor por sí mismo. Y desde su más despojada hondura. un libro que hace de la posesión todo un itinerario transfigurador. Nos sumergimos en una cadena de eslabones que nos traspasan: anunciación, ascensión, entrega, desvanecimiento, semilla y sueño de una recepción nutridora. Ahondamos desde el cuerpo del ser amado al poema escrito… hasta sentirnos habitados en una soledad que irradia. La carga eléctrica de la tormenta nunca llega a desatarse… y se torna transparencia; así, claro, en el poema "Transparencia": "Quien conoce la transparencia / se hunde traspasado por la lluvia de todos sus deseos / y se consuma en lumbre que no amanece". lumbre que no amanece, quizá, pero sí que persevera en su brillante fulgor. El poeta se ofrenda a lo que ama _he aquí la clave del libro— hasta desaparecer. Véase el poema "Cierro los ojos" donde el uso del oxímoron no reconoce sino un firme propósito imperecedero de la llama de amor viva: "Cierro los ojos para ver en amor, / desprovisto de otra luz que no sea la tuya"; o bien, esa cima final: "Mirada, ya ciega, / que late contigo en transparencia". Desde el atrio puro de su fecunda soledad el poeta canta. Y sigue habiendo ligazón con aquella rosa inclinada (por ejemplo, en el poema "Cuánto de nada": "El aroma de una rosa / colma mi pecho de eternidad"). Lostalé pudiera atestiguar, desde este jardín cerrado casi secreto y en tormenta, que es el Deseo quien mueve el mundo, que Amor siempre vence aun en las derrotas particulares… porque él es un amante del amor. Éste es un libro de consumación y de purificación. Tormenta transparente: lumbre sostenida de amor tatuada en una palabra que resplandece plena de transparencia vivificadora.
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