miércoles, 18 de marzo de 2009

Presentación de "La vida de otro modo" en Badajoz

El próximo viernes 20 de marzo de 2009, a las 20,00 h, en la Biblioteca de Extremadura (Plaza Ibn Marwan, s/n, Badajoz) se presentará el libro
La vida de otro modo (Poesía 1983-2008)
de Ángel Campos Pámpano,
editado por CALAMBUR.

El acto ha sido organizado por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, a través de la Dirección General de Promoción Cultural.
Intervendrán: Francisco Javier Alonso de la Torre (Director General de Promoción Cultural), Miguel Ángel Lama (Universidad de Extremadura) y Emilio Torné (Calambur).
Poetas y amigos leerán poemas de la obra.
Felipe Hernández interpretará algunas composiciones propias al piano.

Algunos enlaces de interés relacionados con la presentación que tendrá lugar esta tarde de La vida de otro modo en Badajoz:

http://www.hoy.es/20090320/sociedad/lama-destaca-coherencia-obra-20090320.html

http://ecodiario.eleconomista.es/espana/noticias/1110374/03/09/La-Asociacion-de-Escritores-Extremenos-propone-la-Medalla-de-Extremadura-a-titulo-postumo-para-el-profesor-Angel-Campos.html

martes, 17 de marzo de 2009

Presentación de "Liverpool" en Las Palmas de Gran Canarias

El jueves 19 de marzo, a las 20,00 h, se presentará, en la sede del Club de Prensa Canaria, la reedición de Liverpool (Calambur 2008), publicado inicialmente por José María Millares Sall en 1949, cuando contaba con 28 años y que fue "silenciado durante la posguerra". El poeta ha sido recientemente nombrado Premio Canarias de Literatura 2009.

El acto de presentación de Liverpool contará con la presencia del propio escritor de 88 años de edad, la consejera de Cultura del Cabildo, Luz Caballero, la escritora y editora Elsa López, el poeta y ensayista madrileño Miguel Ángel Muñoz (en representación de la editorial Calambur), y el ensayista y ganador de la última edición del Premio Viera y Clavijo de Investigación de las Letras, Antonio Becerra.

Liverpool es, todavía hoy, uno de los libros "más sorprendentes de la posguerra", pero que sin embargo, pasó casi desapercibido para los lectores y fue silenciado por la crítica en aquellos años de poetas celestiales y sonetos arraigados. Dos años después, en 1951, la prohibición de Planas de Poesía por la censura y el procesamiento de José María Millares Sall acabaron de enterrar aquel libro que enlazaba con la mejor herencia del expresionismo y el superrealismo de entreguerras.

Para Rodríguez Padrón, 'Liverpool' resulta de "primerísima necesidad en el discurrir de la poesía española de estos sesenta años. 'Liverpool' es un libro diferente y excepcional porque supone una identificación de la realidad poética con la experiencia del individuo".

En su opinión, los seis poemas del libro "están movidos por una energía espiritual que es moral: introducen en la realidad lo que el escritor piensa de su difícil encaje como individuo en el mundo, ajena a ese maniqueísmo tan gustoso a la poesía española, porque la acción poética interviene e interfiere la realidad con voluntad de ruptura".

José María Millares, Premio Canarias de Literatura 2009

Ayer lunes 16 de marzo, le ha sido concedido a José María Millares el Premio Canarias de Literatura 2009, otorgado por el Gobierno de Canarias.
José María Millares ha reeditado recientemente en Calambur su obra Liverpool, que no había vuelto a ver la luz desde su primera publicación en 1949.

Premios Ausiàs March

Dos obras editadas por Calambur han sido incluidas entre las mejores del año, según el colectivo Addison de Witt, editor del blog Crítica poética y contracrítica. Liverpool, de José María Millares, obtuvo un accésit, y La casa roja, de Juan Carlos Mestre, quedó entre los finalistas.


lunes, 16 de marzo de 2009

Reseña de El cuarto día, de Cecilia Quílez

16 de marzo de 2009

http://apuntaguia.com/content/blogcategory/23/24/

La página del Téllez

“No quiero que amanezca / sin haber herido una noche / para mí sola”, escribe la escritora Cecilia Quílez (Algeciras, 1965), en su libro de poemas El cuarto día (Ed. Calumbur, 2008). Se trata, como ya le ha aplaudido la crítica, de profundizar en una poética de la que conocemos dos entregas anteriores. La posada del dragón (2002) y Un mal ácido (2006, mención especial del premio Francisco de Quevedo) y que la propia autora consideró como la muerte de una etapa vital. Su nueva obra ha sido reconocida por lo tanto como “una nueva resurrección”, en palabras de Inés Martín Rodrigo (Abc, 11 de febrero de 2009), una alegoría con la del Cristo, tal y como explica en el epílogo de la obra. Estructurado en tres partes –Columna de peces, El orden de las cosas y Propósito de enmienda–, su nuevo libro propone un viaje sentimental en donde van compareciendo emociones e impresiones, lecturas, obras de arte o máquinas de escribir, pero sobre todo un invitado poderosísimo: el lenguaje, cuidado y sugerente. Hay rasgos de humor — “Nunca volveré a celebrar más fiestas en la morgue”—, confesiones íntimas —“El infierno es un día de abstinencia”—, o cuentos para despertarnos en vez de dormir. Pero, sobre todo, hay mucho más: complicidad y alma. El pretexto último de estos nuevos versos suyos es el de la renovación del ser humano que soñara César Vallejo y que ella relata en primera persona, como síntoma tal vez de una experiencia personal que le marcara poderosamente.

Cecilia Quílez, con José María Prieto o José Lupiáñez, entre otros, pertenece a ese grupo de autores nacidos en el Campo de Gibraltar pero que apenas han guardado relación posterior con esta comarca. En su caso, nació en Algeciras mediados los 60 y vivió en La Línea de la Concepción hasta los 5 años, edad con la que se traslada a Madrid, donde reside desde entonces. Incurrió inicialmente en el teatro, pero desde muy temprano escribió poemas. Con posterioridad, participa en el programa de radio Onda Sur con diferentes artículos e intervenciones de otra índole. Publica varios relatos cortos y poemas en revistas literarias
—Álbum de las letras, La Cultura de Madrid, Microfisuras, Ágora—, pero publica su primer libro al borde de los 40 años, en 2004, lo que delata sin duda no sólo una prueba de madurez sino de autoexigencia. Al tiempo, ha coordinado y dirigido varias exposiciones y conferencias de pintura y escultura para diferentes instituciones y artistas. Colabora como ponente en la Fundación Alberti (Poesía Última 2006) así como en varias lecturas y conferencias en Madrid y fuera de España, dando a conocer su obra en programas de televisión y entrevistas en radio. En la actualidad, eso dicen, concluye la redacción de una novela y de un cuento infantil que no creo que tenga que ver con los penúltimos versos de su último libro: “¿Me entenderías si te dijera que guardo una bala de plata / en un nido de águilas imperiales, / que salgo al bosque con un fusil escondido en mi capa? / ¿A qué crees que viene un hacha tras la puerta / y esa extraña colección de patas de lobo disecadas? O por qué odio las manzanas rojas y adoro los espejos / o pregunto qué se hace por las noches / por miedo a que devoren mi lazo almidonado. / ¿Me creerías si te contara que olvidé sus rostros, / que no sé si fue una pesadilla el beso detenido / y el huso envenenado una legión de soldados fugitivos? / ¿Por qué crees que escapé de las nieves y la reina mentirosa? / Ha sido bueno recordar quién soy yo hoy, / dormir con un cántico recitado por tu voz / y el susurro celestial de las perdices / expirando en los fogones”.

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

viernes, 13 de marzo de 2009

Novedad: Las profundas aguas

Alfonso López Gradolí
Las profundas aguas

Calambur Poesía, 92
Madrid, 2009.
64 páginas
ISBN: 978-84-8359-037-9
8,00 euros (con IVA)


El poeta valenciano Alfonso López Gradolí es autor de varios libros de poesía: El sabor del sol (1968); Los instantes (1969); El aire sombrío (1975); Una muchacha rodeada de espigas (1977); Las señales de fuego (1985); Una sucesión de encuentros (1997) y Los signos de la soledad (2000). Estas obras se incluyeron en el volumen Los bosques de la memoria, publicado por Calambur en 2001. Completan su bibliografía poética Los días luminosos (2000) y Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche (1971), un conjunto de collages y poemas narrativos, considerado por el suplemento literario de The Times, en noviembre de 1971, «una obra maestra de la poesía visual».


«Es ésta una poesía del recuerdo, de ver volver. El hoy y el ayer se superponen, pero sus límites son diferentes; rara vez coinciden lo recordado y lo presente. De ahí la profunda temporalidad de estos versos, su nostalgia, su acento reflexivo y doliente. La poesía de Alfonso viene a ser una meditación sobre el tiempo. Los ojos, por tanto, tienen poco que ver aquí. Y la imagen, lo plástico, apenas tiene importancia. Como también la musicalidad de la palabra —en ese sentido de “gran orquesta”—, pues es poesía como rezo, como confidencia, en la que sobra toda estridencia de color y sonido. Pertenece, por tanto, a la línea interior, que decía Juan Ramón, esa que viene de Manrique a través de Bécquer, de Machado, de Cernuda.”».

JOSÉ HIERRO

jueves, 12 de marzo de 2009

Novedad: Arde el monte de noche


Arde el monte de noche
Juan Tomás Ávila Laurel

Calambur Narrativa, 41
Madrid, 2009.
236 páginas
ISBN: 978-84-8359-127-7
15,00 euros (con IVA)

Escritor prolífico y polifacético, JUAN TOMÁS AVILA LAUREL ha abordado con constatada calidad todos los géneros literarios, en los que ha publicado obras merecedoras de varios premios nacionales e internacionales.

Entre sus obras destacan la novela La carga (1999); El desmayo de Judas (2001), libro por el que recibió el Tercer Premio de Narrativa del xxxv Certamen Internacional Odón Betanzos Palacios que organiza el Círculo de Poetas y Escritores de Nueva York; el poemario Historia Íntima de la Humanidad, (1999), merecedor de una mención honorífica en la misma edición del antes mencionado certamen.

La presente novela, Arde el monte de noche, sigue a la reciente publicación de Ladrón de cerdos, avión de ricos (2008), y representa la confirmación de la paulatina presencia de la literatura guineana en el panorama literario español.

Ávila Laurel se consolida como un exitoso conferenciante a nivel internacional tras haber visitado varias universidades extranjeras en los últimos años, entre ellas la Rutgers University, Missouri-Columbia y Bates College (Estados Unidos), la de Zurich (Suiza) o la de Seúl (Corea del Sur). Además, en 2003 fue nombrado Joseph Astman Distinguished Faculty Lecturer en la Universidad de Hofstra (Nueva York).


Isla, frontera, literatura

Las fronteras (políticas, culturales, literarias) son espacios tan complicados de habitar como propicios para la fabulación. Y si encima son islas, y comunican con mares insondables, que hierven extrañamente (como hierven o hervían los mares de esta novela) de peces sin número y de calamares que acababan varados en la playa, pues mejor que mejor. Para los que nos alimentamos de fabulaciones (sin despreciar los peces ni los calamares) por lo menos.
Las fronteras han sido, desde la antigüedad, escenarios privilegiados de la épica (y del relato de aventuras, que no se sabe muy bien si es hermano o si es hijo de la épica), geografías permeables (demasiado permeables) para la tragedia, rutas sobre las que insisten, una y otra vez, los libros de viajes. En la literatura de hoy, las fronteras pueden ser también escenarios naturales de la introspección psicológica, de la etnografía literaria, del memorialismo que pone un pie en el recuerdo y otro en el sueño.
La remota (según desde donde se mire, claro) isla de Annobón, una especie de volcán selvático perdido en el Atlántico, es el finis terrae más ignoto, acaso el más misterioso también, del mundo que se expresa en español. No con exclusividad, claro, pues, si hemos de hablar con justicia, la lengua legítima de Annobón es el annobonés, y el español no deja de ser una segunda lengua: un idioma, eso sí, umbilical, que comunica con otros mundos, según nos vienen a demostrar las páginas, en un español bien timbrado y original, de esta hermosa novela annobonesa.
En las selvas y playas de Annobón, desde cuyas alturas no pueden contemplarse otros horizontes que los del infinito y fronterizo mar, hunden sus raíces la familia y la cultura de Juan Tomás Ávila Laurel, por más que él naciese ya en Malabo, la capital de otra isla mucho más poblada y mucho menos periférica. De aquellas selvas y de aquellas playas de Annobón nace también, por supuesto, la literatura de Juan Tomás, que es una literatura que reúne los ingredientes típicos del relato de frontera: un poco de épica, algo de tragedia, la sinceridad descriptiva de un memorialismo que tiene mucho de biográfico y no poco de etnográfico. Y, planeando por encima de todo, la conciencia (profundísimamente arraigada en el ideario del autor) de cumplir la función de habitante, testigo y cronista de un margen (geográfico, lingüístico, cultural) desde el que se contempla muy lejano el centro, y muy cercano el abismal azul.

Juan Tomás Ávila Laurel ha ido articulando en la ya larga cadena de sus prosas anteriores, y alcanzando una cota que supera a las demás en esta novela, una obra literaria hecha de brisas periféricas, de angustias isleñas, de lirismos entreverados de oscuras tragedias. A él le ha correspondido ser el cronista trasterrado de Annobón, como Derek Walcott (Nobel en 1992) lo es de Santa Lucía, como Seamus Heaney (Nobel en 1995) lo es de Irlanda, como V. S. Naipaul (Nobel en 2001) lo es de Trinidad, como la inspirada Edwidge Danticat lo es de Haití. O como el delicadísimo poeta Jean-Joseph Rabearivelo lo fue, a comienzos del siglo xx, de Madagascar, o como el inmenso, incalculable narrador (grande entre los más grandes) Pramoedya Ananta Toer lo fue, hasta que murió en 2006, de Java y de Indonesia.
A todas esas exóticas mitologías literarias isleñas, que parecen estar construidas sobre personalidades enormemente acusadas, y sobre obras y títulos de calidades insólitas, que han sido capaces de conquistar el centro del prestigio literario (el canon cuyo trono es el Nobel) desde islas que se hallan en el espacio liminal que queda entre el mar y la nada, es preciso sumar desde ahora la isla de Annobón medio evocada y medio soñada, en su personalísimo español, por el autor de Arde el monte de noche.
Isla ardiente en medio del mar de Atlante, jalón inesperado en los varios océanos de la literatura moderna en lengua española, minúscula pero intensa Ítaca de la que han salido, al asalto de muchas Troyas dispersas en el nunca agotado mundo de las lecturas y de los lectores, estas palabras encantadoras y odiseicas.


José Manuel Pedrosa
Universidad de Alcalá de Henares
(“Introducción” de la presente edición)

Novedad: Si me quieres escribir

Si me quieres escribir:
Canciones políticas y de combate
de la Guerra de España


Colección: Poesía, 91
Madrid, 2009. 396 páginas
ISBN: 978-84-8359-038-6
29,00 euros (con IVA)

Maryse Bertrand de Muñoz, hispanista canadiense, catedrática emérita de la Université de Montréal, comendadora de la Orden de Isabel la Católica, especialista de la literatura de la Guerra Civil española, ha publicado un gran número de libros y ensayos sobre la novela, el teatro y la poesía de dicho conflicto en editoriales y revistas europeas y americanas.

Recientemente ha editado el volumen Romances populares y anónimos de la Guerra de España (Calambur, 2006).

Si me quieres escribir recopila, en sus textos y variaciones, un centenar de canciones españolas y extranjeras de los dos bandos enfrentados en la contienda española de los años treinta. De unas cuantas se ofrecen sus partituras y, para completar el conjunto, se incluyen un CD con unas treinta canciones y un libreto. Esta música tuvo un gran éxito durante la guerra, y ha suscitado el interés y el entusiasmo del pueblo y de excelentes compositores, cantantes y cantautores en su tiempo y posteriormente. En estos momentos de «memoria histórica», la autora ha querido devolver la vida a estas canciones, para que sean recordadas y para ayudar, con ellas, a que nunca se olviden aquellos trágicos años.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Recital de Miguel Ángel Bernat


Presentará su nuevo libro en Calambur:
La belleza del silencio

Jueves 12 de marzo, 20:30 h.

La Buena Vida-Café del Libro

C/ Vergara, 10
28013, Madrid
Ópera

Abierto de 12 a 24 h. todos los días
labuenavida@cafedellibro.es

lunes, 9 de marzo de 2009

Presentación de "La vida de otro modo" en Madrid

El pasado viernes 6 de marzo se presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el libro La vida de otro modo (Poesía completa 1983-2008), de Ángel Campos Pámpano, poeta y traductor extremeño, tristemente fallecido el pasado noviembre.

El acto contó con la presencia de numeroso público, amigos y familiares de Ángel Campos. Intervinieron Miguel Casado, Miguel Ángel Lama y Emilio Torné (en la foto). Leyeron poemas de la obra: Elías Moro, Tomás Sánchez Santiago, Álvaro Valverde, José María Lama, Juan Carlos Mestre, Isabel Pérez, Jordi Doce, Olvido García Valdés, Pablo Guerrero, Ada Salas y José Antonio Zambrano.

En los últimos días, dos espacios radiofónicos ligados a la poesía han dedicado sus programas a Ángel Campos Pámpano.

El día 2 de febrero lo hacía "La estación azul", el programa de Radio 3 conducido por Ignacio Elguero y Javier Lostalé. En él se entrevista a Miguel Ángel Lama (a partir del minuto 36). Escuchar

El día 4 de marzo lo hacía "Definición de savia", dirigido por Jordi Doce y Esther Ramón, en Radio Círculo. En él aparecen sendas entrevistas a Miguel Ángel Lama y Tomás Sánchez Santiago. Escuchar

Cartas de Francisco de Quevedo a Sancho de Sandoval (1635-1645)


AGENCIA EFE (León), 12 de febrero de 2009

Editan cartas de Quevedo, del periodo final de su vida

Editorial Calambur acaba de publicar Cartas de Francisco de Quevedo a Sancho de Sandoval (1635-1645), recopiladas por Mercedes Sánchez Sánchez, que recogen correspondencia epistolar del tiempo en el que el escritor estuvo preso en León.

En 1639 Francisco de Quevedo fue detenido en casa del duque de Medinaceli y conducido a la cárcel de San Marcos de León, por razones de Estado, donde estuvo hasta 1643.

Según la editora madrileña, el corpus epistolar publicado ahora sirve para acercar, de la mano de don Francisco de Quevedo, al periodo 1635-1645, en el que España se ve envuelta en guerras, con frentes en el interior y en el exterior, aunque el escritor no supo cómo acabaron la mayor parte de los conflictos que vio iniciarse.

Quevedo comparte con Sancho de Sandoval, vecino en Beas de Segura (Jaén), sus preocupaciones sobre la marcha de los intereses de España, en unas cartas que reflejan al noble pendiente de las noticias de la Corte y al encarcelado que padece y sale de prisión, cuando ve acercarse la muerte.

Mercedes Sánchez Sánchez es doctora en Filosofía y Letras. En el año 2003 obtuvo el Premio Rivadeneira de la Real Academia Española, y actualmente desarrolla su labor profesional en el Corpus del español del siglo XXI, en la Real Academia Española.

Sánchez ha centrado su labor investigadora en el epistolario de Quevedo y ha localizado y editado varias cartas inéditas y autógrafas del escritor, y su tesis doctoral es el origen de este libro que ahora ve la luz.


Reseña de No es nada


ANTHROPOS, febrero de 2009

Nada es una gran palabra. Decimos nada para indicar que la realidad es tan escasa que no se ve, nada para restar importancia a las cosas que pudieron tenerla, nada para disculpar al otro –a una mismo– del error cometido, del daño hecho.

Una lección que da la vida es que nada es lo que parece. Por eso, Kepa Murua ha elaborado un primer balance de su vida en No es nada, su último título, publicado a finales de este invierno por Calambur. Es un libro más extenso de lo habitual donde el poeta vasco reflexiona, propone, medita y resuelve el nudo que la vida pone delante de nuestra cara cada día.

Aunque a veces resolver es decir demasiado. Desde el título queda claro que el poeta moderno, si lo es, es humilde en su tono y prudente en su certeza. La humildad se demuestra en el tono bajo de voz; la prudencia, en la forma de caminar despacio. Y en un libro, eso se nota cuando las palabras rebuscadas dejan sitio a las simples, cuando las grandes frases se pronuncian sin énfasis y las verdades se realzan por la niebla de la duda. Si el título anuncia una conclusión que parece definitiva, el último poema, con ese todavía que nos remite a una lectura provisional de la vida, deja abierta una labor que resulta incesante: la de pensar y repensar lo que nos sucede.

Así es No es nada, con sus cambios de tono como un crepúsculo entre luces o una canción donde el oro y la plata, el pasado y el presente, se dan la mano en los recuerdos del escritor. Los poemas de este nuevo Murua destellan por su intimidad, y por una meritoria limpieza formal. Construcciones exigentes y medidas, con poemas de estrofas iguales que sugieren al lector oficio, inquietud y templanza.

Imagino a Murua mirando la vida por una ventana, hablando con su amigo en voz baja, escribiendo despacio en una mañana de sol. Y comprimiendo todo ello en un libro que supone un gran avance en forma y fondo sobre anteriores. El amor, la culpa, el perdón, la amistad o la muerte son tratados sin solemnidad, como sucede siempre en la existencia, donde nadie tiene la palabra definitiva.

Los libros de poesía deben sugerir al lector una voz y darle vida en el espacio y en el tiempo. Poner al hombre ne su casa, en un funeral, en una sobremesa de platos sucios y migas de pan. Cuando lo logran se convcierten en obras de arte donde la música de la palabra se hace palapitación y conocimiento, emoción y verdad. No es nada lo consigue si se lee también a media voz, recreando a Murua en su ventana, en su mañana, en su vida diaria que es la de todos, con esa mezcla de alegría y terquedad que tiene la vida que pasa, el tiempo que llega.

PEDRO TELLERÍA

Reseña de El cuarto día


Abc, 11 de febrero de 2009

Una nueva resurreción. Así es como debe definirse El cuarto día (Calambur), un nuevo, bello e intenso ejercicio poético que Cecilia Quílez ha regalado a sus sedientos lectores. Sedientos porque su cuidada lírica es recibida como un idílico manantial en medio del desolador desierto.

Su andadura comenzó hace ya tiempo, pero su estela se ha ido haciendo intensa y amenaza con quedarse en el imaginario vital de todo aquel que se acerque a su poesía. No hay duda, El cuarto día engancha como la droga más potente e inofensiva, esa sustancia incorpórea que se diluye en la conciencia, a medio camino entre el raciocinio (el mismo que te aleja de la extraña sensación de felicidad) y el irrefrenable deseo de disfrutar de cada momento como si fuera el último.

Ha sido un proceso largo, no sin cierto temblor esquizofrénico por la dualidad sentimental que supone cerrar un proyecto y verse inmersa, sin saber muy bien cómo, en uno nuevo y extenuante. Si para la autora su anterior libro, Un mal ácido, significó una muerte, El cuarto día la ha permitido respirar de nuevo, emerger «del agua de mis primeros recuerdos».Quílez sale al encuentro del mundo, se relaciona con él, lo colorea de dulces matices aterciopelados y regala otro mundo. Un mundo, ahora más que nunca, posible.


Un bello resurgir

Como todo resurgir, en el camino ha dejado desolación y algo de tristeza, pero Quílez, decidida a derrotar con valentía «aquello que te ha devorado el alma», sale victoriosa de una lucha tan literariamente encarnizada. «Los poemas de El cuarto día recorren el camino de seguir buscando otros estados idílicos que nos sigan haciendo dichosos». Una euforia, consecución vital de la autora, que se contagia al lector verso a verso, palabra tras palabra, hasta cerrar la última de las 66 páginas que componen el libro publicado por «Calambur».

Cecilia Quílez tiene claro cuál es el lugar que debe ocupar el poeta, en medio de la fangosa existencia que a día de hoy nos aturde hasta dejarnos sin respiración. «La poesía es el espacio que hay entre esa realidad y la aceptación de nuestro propio desenlace. En ese lugar domina la memoria y la ensoñación por lo pasado y lo futuro. Y la verdad, que es el presente, sea como sea».

Una verdad, encadenada al presente, que Quílez dulcifica al lector para presentarle un pequeño (pero grande al tiempo) universo de intensos sentimientos, descritos desde «la llaga o la euforia». Se reconoce a sí misma como poeta solitaria y tiende a escapar de las multitudes líricas, pero en El cuarto día Quílez sale al encuentro del mundo, se relaciona con él, lo colorea de dulces matices aterciopelados y regala otro mundo. Un mundo, ahora más que nunca, posible.

INÉS MARTÍN RODRIGO

Reseña: Historias de la fatal ocasión, de Carmen Busmayor, en Diario de León

1 de febrero de 2009
Diario de León, “Filandón”
En 1989 publicó José Luis Gallero una Antología de poetas suicidas; y en 1993, la revista Hora de poesía dedicaba un número triple a “Poetas suicidas”. Es indudable que la muerte voluntaria nos lleva morbosamente a lanzar una mirada hacia lo que fueron sus vidas, reflejadas acaso en sus escritos. Yo mismo, llevado por ese “interés malsano por personas o cosas, o atracción hacia acontecimientos desagradables” que, según el diccionario académico, es el morbo, publiqué hace años en “Filandón” una página doble dedicada a alos poetas suicidas y, poco después, otra referida al poeta suicida de Villafranca, Gilberto Ursinos. Ahora, Carmen Busmayor –reciente ganadora del González de Lama de poesía– nos presenta una visión poética y una lectura particular de aquellas vidas y aquellas muertes. Antonio Colinas ha introducido el poemario con gran acierto, señalando sus aspectos principales: unidad temática y de visión, la muerte como tema central del libro, estilo fluido, creación de una atmósfera envolvente, interpretación lírica de esas vidas voluntariamente aniquiladas, significado trascendente (“el sentido último del vivir”) y actitud de la poeta (“Lucidez y templanza”).
“Mis labios son su memoria”, escribe la poeta. En toda muerte queda figurada nuestra vida. La poeta interioriza las muertes de los poetas suicidas, no de los suicidas en general, sino de estos ilustres por los textos que nos legaron más que por su biografía, en muchos casos nada relevante si no fuera por esa decisión última sobre su vida. La poeta Carmen Busmayor reabre ese punto cerrrado del instante fatal en que una decisión íntima y última se cumple. Cuando la identificación entre la poeta y el personaje suicida es mayor, la palabra poética fluye con calidez y configura poemas como “Vendrá la muerte”, uno de los mejores del poemario.
“Al borde de la cicatriz”: la inminencia de la muerte está presente en nestos poemas de Busmayor, el momento en que la decilsión fatal ya ha sido tomada, ese instante fronterizo entre el vivir y el morir. Es el instante de más íntima y desolada soledad. Porque junto a la muerte, el otro tema de esta poesía es la soledad del suicida. Cuando leemos poema tras poema es como si reuniéramos nombre y muertos en una gran comunidad de poetas que, sin embargo, no se conocieron entre sí y que vivieron en soledad total la decisión sobre sus propias vidas individuales.
El poemario de Carmen Busmayor es un signo de homenaje poético a unos seres cuya herencia disfrutamos. En cierto modo, la palabra de la poeta viene a suplantar las palabras no dichas, las que mutiló el silencio de la muerte voluntaria. Lo decisivo, al fin, es que tras la interpretación lírica de la poeta de hoy acudamos a los textos de los poetas cuyo gesto final aún nos sigue perturbando.
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
Diario de León, 22 de febrero de 2009
Carmen Busmayor
Carmen nació en el Bierzo más fronterizo, que es el del valle del Valcarce, apenas a unos metros de Galicia. Bajo el monte Capeloso, ayuntamiento de Barjas. Bierzo verde, remoto; uno de los más hermosos. Allí escuchó el viento y el río, el monte y los árboles. Luego esas músicas naturales, unidas a la palabra de los padres, de otras personas, de las lecturas más tarde, de la curiosidad y de vivir en otros lugares, fueron tejiendo su identidad. De la que surgió una revelación en algún lejano día de la adolescencia: Carmen era poeta. Ser poeta es algo que viene dado, que nadie puede ser si no lo es desde la raíz. Enigmas del arte; lo mismo sucede con los músicos, los pintores que tienen mirada propia. Carmen era poeta, empezó su vida civil, se licenció en filología, se abocó al oficio de ser profesora de literatura en la enseñanza secundaria.
Vivió en Fabero, daba clase allí. Fue cuando muchos supimos de ella. Hará unos 30 años. Una chica emprendedora, que salía en los periódicos, que escribía, entusiasta. Recuerdo animosas entrevistas en la prensa. Una chica de Fabero que era poeta. Luego se me borró su senda, para reaparecer en León. Con sus libros nuevos, con su apellido topónimo, con su voz trazando ya vuelos más personales.
Me empezó a mandar sus libros; cada uno diferente del anterior, pero todos en una misma línea. De autenticidad y búsqueda. Carmen es la búsqueda, eso se nota enseguida. Yo he ido conociendo sus veredas, sus descubrimientos, sus poemas exóticos, su bello canto a la marginación y al dolor. Libros de versos muy unitarios y líricos. Y no debo olvidar su excelente y documentado ensayo sobre Antonio Pereira ni su trabajo sobre el alzhéimer. Pero faltaba un escalón por cubrir. Crucial. Un salto difícil y venturoso, lúcido y de plena madurez. El paso que solo el talento confiere. La precisión nueva y antigua, la llegada adonde uno quería llegar. Secreta, intensamente.
Carmen ha llegado a ser Carmen Busmayor. Ha alcanzado ese lugar del escritor donde la voz fluye. Donde se armoniza la memoria, la imaginación y el uso personal y artístico del idioma. Su nuevo libro, Historias de la fatal ocasión, publicado hace semanas en la prestigiosa editorial Calambur, es espléndido. Es un poemario breve, esencial, intenso. Tocado por el vértigo y la compasión, el respeto y la hondura. Un sabio y libre homenaje a cuarenta y un escritores suicidas. Carmen Busmayor, poeta, ha caminado con belleza y melancolía por la más humana flor del frío. Y del tiempo.
CÉSAR GAVELA

martes, 22 de julio de 2008

Nuevos poemas de Javier Lostalé

ESPEJO


Astral invisibilidad

se torna nube en tu corazón

que llueve translúcida una borrosa imagen

donde en libertad se desnuda el sueño

y la palabra se desvanece en su embrión de oro.

Quieto en su tormenta transparente

el pulso del beso se abre en ondas radiantes,

mientras te inclinas a su húmedo rosal

que un instante te enclaustra

en alto y efímero sentir;

para regresar después al solitario espacio innominado

donde el tiempo se redime

con todo lo que fuiste.

Entre ti y lo amado

suena lento el atardecer.


*******************


La memoria de la tarde

declina en el silencio,

ajeno en su horizonte,

de un olvidado ramo de rosas.

Hay en todo una penumbra triste

que se hunde sin rostro

mientras el corazón se escucha

el latido puro de las sombras.

Una nube fija irradia

en lento vaho tu nombre

y toda la habitación se empeña

con su cuerpo transparente.

El tiempo es vuelo sin anuncio

en el que la mirada se pierde

hasta que el pensamiento alumbra

núbil criatura de espuma.

Un advenimiento sin nadie

se consuma entonces en el pecho,

y las lágrimas se nublan

en su hondo cielo sellado.

Una cegada luna

fluye sin hora en la sangre,

mientras la soledad es una estancia

que se va quedando sin aire.

La memoria de la tarde declina

como un labio entreabierto sin beso.



Javier Lostalé nació en Madrid, en 1942. Además de por su condición de poeta, Lostalé es ampliamente conocido por su trabajo en el mundo de la radio. Desde Radio Nacional de España ha venido desarrollando una constante labor divulgadora de la literatura y especialmente de la poesía, a través de programas como Escribir, El ojo crítico y La estación azul. Su poesía –reunida en la antología La rosa inclinada (Calambur) y espigada a lo largo de los años en libros como Jimmy, Jimmy (1976, 2000), Figura en el paseo marítimo (1981), La rosa inclinada (1995), Hondo es el resplandor (1998) y La estación azul (1998-2000)- crece ceñida a los sentimientos. “Poesía del corazón”, en palabras de Antonio Colinas, intensa aproximación al sentido mágico de la existencia, exaltación del amor como centro de gravedad, emoción al margen de escuelas poétcias y modas pasajeras. Lostalé cultiva el esplendor del instante y dibuja los escenarios del alma. porque, como él mismo dice, ese alma “no existe, nos existe”, porque “somos desde el olvido con que su llama nos quema”. En 1971 fue incluido en la antología Espejo del amor y de la muerte y antologó la poesía de Aleixandre (uno de sus máximos referentes poéticos, junto con Cernuda) con el título de Antología del mar y la noche. Entre los premios que ha recibido están el Ondas, el Nacional de Fomento de la Lectura a través de los medios de comunicación, el Internacional para medios audiovisuales Antonio Machado por su programa sobre poesía, el de Poesía Juan de Baños por La rosa inclinada y el Villa de Madrid de Poesía Francisco de Quevedo.

No es nada en El Cultural

EL CULTURAL de El Mundo, 17 de julio de 2008

Túa Blesa

“No es nada”, la expresión que da título a este libro y a uno de sus poemas, es común en la lengua coloquial y sirve para quitar importancia a un hecho o un sentimiento, para relativizar un incidente, y da nombre aquí a un extenso conjunto de poemas en el que Kepa Murua (Zarautz, Guipúzcoa, 1962) aborda una gran variedad temática, la muerte, los muertos recordados, el amor actual o perdido, etc., y de todo ello sería la conclusión ese “no es nada”: la vida continúa, todo, hasta lo más trágico o lo más tierno, pasa a la memoria o al olvido. Sin embargo, sí queda
un resto de todo ese mundo que se nombra: estos poemas y no son precisamente poca cosa.

Con un decir que se acerca al de la conversación, a lo que contribuye la reiterada presencia de un tú a quien se habla y que en ocasiones es representación del lector, Murua lleva a cabo en este libro una especie de recapitulación general de una vida con una mirada a la que, como queda señalado, casi nada le es ajeno. Y todo eso que pasa, en los poemas, en la vida, conduce a una conciencia de que hay que vivir desprendiéndose de las verdades heredadas, los ideales, que llegan tantas veces a justificar hasta lo más horrendo. Se trata, pues de una conciencia escéptica: “Nada es lo que parece: / la duda nos rodea con su luz / como lámparas que coinciden / en mostrar las verdades inútiles”, dice uno de los textos invirtiendo el simbolismo de la luz como conocimiento. Hay aquí, como en los anteriores libros de este autor, una efectividad poética de la palabra, en cada uno de los poemas y, por supuesto, en el conjunto del libro. Pese a ese coloquialismo apuntado, el decir recurre a imágenes sorprendentes, que sirven de contrapunto eficaz a lo que podría haber sido un discurso confesional.

No es nada se diría escrito como si se quisiera comprender la vida y este empeño descomunal conduce a que “Nada es lo que parece / cuando la vida no tiene sentido. / Nada la soledad si el amor no existe”. Ésa es en fin la fuerza de la vida y lo que da sentido a este libro de un autor de lectura imprescindible.

martes, 8 de julio de 2008

En torno a Diez poetas, diez músicos

Una visión sobre dos obras del libro “Diez poetas, diez músicos” / Calambur Editorial S.L.

Antonio Gamoneda (poema) / Mercedes Zavala (música)

María Victoria Atencia (poema) / Claudio Prieto (música)


"¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son."

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral / F. Nietzsche

La arbitrariedad del lenguaje llevaba a Nietzsche a preguntarse sobre el valor de la verdad en la génesis de la palabra. Sólo mediante el olvido, el hombre puede habitar las palabras como provisional asilo que le permite dar cuenta del mundo, compartir el mundo, a costa de simularlo. Un olvido de sí mismo como sujeto que a cambio consigue dar la forma universal, tranquilizadora de una conciencia.
Sin embargo, cabe pensar que el simulacro sea precisamente una condición de la verdad, y el olvido una condición para el simulacro, aquello que sostiene el impulso hacia ese principio de verdad. Entonces, simulacro y olvido entrarían en juego en la creación para rastrear o para desarmar la posibilidad de una conciencia, cuando no es posible conquistar ese asilo o acomodo.

Desarmar una conciencia:

He atravesado las creencias. Durante mucho tiempo

nevó sin esperanza.

Había madres que enloquecían al amanecer: oigo sus gritos
amarillos.

Aún nieva. Creo en la desaparición.

Creo en la ira.

A. Gamoneda (de Arden las Pérdidas)

Un acto que contiene el sinsentido de nuestro acceso a lo real. Se trata de poner carne en el concepto, prenderlo en lo real no como una pregunta, no una abstracción, un discurso armado para un destino, sino como visión sensible, objeto. Hay que leer lo concreto donde creemos leer lo general, eso que quedaría en algo compartido o canónico si no se dejara mecer en el olvido del discurso y en la reminiscencia de los sentidos, que nos llega rota en los nombres particulares de cada cosa, cada sentimiento, que entra en el presente con sus paradójicas estampas. Es la verdad: ráfagas en síntesis del mundo.


Rastrear la conciencia:

Llegué cuando una luz muriente declinaba.
Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
el lugar en su roja belleza insostenible.
Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
entre plantas que crecen por mi recuerdo solo.

Levanté con los dedos el cristal del agua,
contemplé su silencio y me adentré en mi misma.

M.V. Atencia (de Compás Binario)

Sería el proceso agitador de lo íntimo, sin otra dirección que la profundidad y con una memoria cercada en el punto preciso para ahondar. Media una experiencia excepcional de la percepción, con la que el sujeto entra tras de sí en el vacío o en el silencio: un mundo vigilante, una conciencia en vela, encerrada en sí misma, observándose a sí misma, abocada a seguirse dentro de sí misma, porque tras la conciencia sólo hay más conciencia. Y fuera, un mundo subvertido en lenguaje que da el instante (la hora crepuscular), tiempo que va olvidando su transcurso, para que el cuerpo se pueda desnudar sin accidentes. Todo lo exterior es interior.


http://loscontenidos.ech.es/el_margen_de_la_letra/b.pl?ref=101137

Resistencia moral


ABCD de las Artes y las Letras (ABC), 5 de julio de 2008

Luis García Jambrina

La casa roja es el nuevo libro de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), tras la publicación de La tumba de Keats en 1999. Se trata de un poemario extenso y abarcador, escrito bajo la advocación de Walt Whitman, al que se menciona en el encabezamiento (¿Qué oyes, Walt Whitman?) y en varios momentos del mismo (Asunto delicado tumbarse en la hierba con alguien que no ha leído a Whitman) y con el que el autor comparte una marcada predilección por la poesía de largo aliento, torrencial y expansiva, que, por lo general, se derrama en extensos versículos y que, en el caso de Mestre, desemboca en el poema en prosa, del que es uno de nuestro mejores cultivadores.

LA SENDA DE LORCA. Su poesía tiene, por supuesto, mucho de canto y de himno, pero también de denuncia y de crítica del mundo contemporáneo; de hecho, en sus últimos libros, el autor ha logrado hacer compatibles el irracionalismo y la expresión alucinada con el compromiso ético, siguiendo en ello la senda abierta por Lorca en Poeta en Nueva York, lo que, a su vez, lo ha convertido a él en un referente fundamental para los jóvenes poetas que se mueven en esta órbita.

En La casa roja, este aspecto cobra una mayor eficacia gracias al empleo de la parodia y la ironía, con todo su poder desacralizador y desmitificador de los lenguajes del poder. Esto explica la gran variedad de formas discursivas a las que el poeta apela, irónicamente, a la hora de construir los textos: el salmo (Bienaventurado el que a la cuarentena no ha conocido la recompensa y llama virtud al cordón de un zapato), la alocución (Sastres y compatriotas: Ya lo dijo el marxismo: lo más parecido a lo igual es casi siempre lo mismo), la conferencia (Señoras y señores: cuando yo comencé a escribir ustedes no habían nacido), la ponencia, el informe (Cada cuarto de hora alguien compra una peluca de pájaro), la confesión (Padre, sé que he prometido enmendarme, pero confieso que los ricos que siguen poniendo furioso...), las instrucciones, la epístola, el telegrama, el reparto, el calendario, el epitafio..., incluso encontramos un poema –“¡Ojo con Polifemo!”- que incluye al final una especie de bibliografía consultada.

En los poemas, por otra parte, no habla un yo único e individualizado, sino una multiplicidad de máscaras o voces. El título alude, por lo demás, a la propia poesía (Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna). Asimismo, hay varios textos que nos hablan de la situación de la poesía (A partir de este momento la lírica no existe, / con el permiso de ustedes la poesía / ha decidido dar por terminadas sus funciones este invierno) y de la condición del poeta en estos tiempos de indigencia espiritual (Antes los poetas maldecían a los burgueses / los poetas malditos / los malditos poetas / la poesía ya no sirve a la felicidad de los burgueses / los pequeños burgueses detestan a los poetas oficinistas / cuentan las sílabas con los dedos, roban estilográficas).

LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE. En muchos poemas, además, el yo lírico dialoga irónicamente con otros autores (“Eclipse con Rimbaud”, “A la memoria de Joseph”), reescribe o reinventa sus fábulas (Aquella mañana, después de un sueño reparador, / Gregorio Samsa despertó sobre su cama convertido en una adorable persona) o recrea y actualiza los viejos mitos (el ya mencionado “¡Ojo con Polifemo!”, “El pasaporte de Orfeo”). Además de la parodia y la ironía, encontramos otros recursos que se mueven en esa misma línea, como la deslexicalización o desautomatización de expresiones fijas (Tintero del que no has de beber déjalo, acaso, correr; la ignorancia es lo último que se pierde). Asimismo, destaca la gran originalidad de sus símiles (Tengo razones para sostener que la verdad anda zascandileando como un canguro que ha extraviado a sus crías; llueve como si estrujaran ropa en la lavandería).

Pero lo más importante de estos poemas es su gran fuerza rítmica e imaginativa, que da lugar a una escritura proteica y vigorosa, muy coherente con su intencionalidad crítica y ética. Porque, para Mestre, como para su admirado John Keats, la verdad es belleza y la belleza es verdad. Es la poesía entendida, en definitiva, como una forma de resistencia moral frente a la injusticia y la banalidad del mundo.

lunes, 7 de julio de 2008

El cuarto día, de Cecilia Quílez

Diario de León, sección “El Aullido”, 5 de julio de 2008

Luis Artigue

Cecilia Quílez representa y resume una forma de entender la poesía y la feminidad. Y ya que en lo femenino está el origen de la lírica –por eso hoy leemos a Safo como regresando a donde todo empieza- esta poeta bien cimentada en sus clásicos escribe y exhibe su intimismo no sólo para defenderse y proclamarse, sino también para redefinirnos a todos nosotros.

Cada vez está más claro que ha quedado obsoleto el tradicional y sobreactuado modelo masculino mayoritario y, como nos enseña ese elogio de la convivencia que siempre es la poesía, urge una evolución en la forma de ser hombre. Por eso hay que leer mucha poesía escrita por mujeres.

En este sentido la poesía de Celicilia Quílez, perfectamente insertada en la tradición selecta de la poesía escrita por mujeres a lo largo de toda la historia de la cultura, e imbricada igualmente en las más actuales poéticas del realismo, propone indirecta pero decisivamente una revisión del modelo dominante de masculinidad. En esta clave puede leerse su primer libro –La Posada del Dragón- atendiendo especialmente a poemas como El chico del Cosmopolitan, El traje nuevo del emperador o El infiel- y también así el segundo titulado brillantemente Un mal ácido –ahí deslumbran temáticamente poemas como El milagro de los peces o Llegas de nuevo-.

Pero si en La Posada del Dragón había una poesía fresca, con voz, con imaginación y ritmo, muy preocupada por construir un discurso poético sin salirse de los márgenes del realismo postmoderno –lo mejor de ese libro es, como se ha dicho, el logrado ritmo y la alternancia de poemas breves y otros de largo aliento, en Un mal ácido esta poeta incorpora otro valor que ya caracteriza su obra: el ingenio. Y esos dos componentes –el talento rítmico y el ingenio metafórico- llegan a su cenit en su nuevo poemario recién publicado por la Editorial Calambur y titulado El cuarto día -colección de poemas que sorprende por la naturalidad con la que efectúa un impactante streep-tease emocional-.

El cuarto día es, pues, un libro intimista de cuidado ritmo donde, gracias al peculiar ingenio de la autora, se llega a una plasticidad casi radical en las metáforas. Además las referencias culturales que salpican los poemas dan hondura al texto y, a la vez, configuran un mundo poético denso y apetecible (junto con “Prólogo”, merece especial atención el poema “Regresar desde el agua”, bello alegato que nos demuestra que toda poética es una forma de ver la vida).

Se trata de un libro duro, catártico, con voluntad de contención en lo formal -aunque no rehuye los poemas largos cuando es necesario- y en el cual llama la atención el ritmo construido mediante la intuición y la repetición, como en el jazz. Pero, de nuevo, temáticamente fulgura esa forma panteísta de entender lo femenino y lo poético para convertir este libro en un necesario testimonio.

He aquí pues el último libro de la poeta más próxima que hay en España, en mi opinión, al tono y al mundo de Anne Sexton y Marianne Moore, las poetas dolorosas y desairadas, las reencarnaciones de Safo, las mujeres-dragón, mujeres-jaguar, madres del minotauro, flores hermosas con pétalos de mil colores y no monocromáticas...

No es cierto que hay que leer mucha poesía escrita por mujeres para entender a las mujeres. Hay que leer mucha poesía escrita por mujeres para entendernos a nosotros mismos y mejorar la convivencia en nuestro mundo; para saber que necesitamos un nuevo modelo de hombre más allá del que nos muestra el cine, los estadios de fútbol y la prensa rosa, para un mejor acercamiento entre hombres y mujeres y para un mayor grado de felicidad doméstica que es la base, en mi opinión, de la felicidad.

jueves, 3 de julio de 2008

Ala quieta del instante



Suplemento cultural ABABOL, del diario La Verdad, junio de 2008

José Belmonte Serrano

La trayectoria literaria de Sebastián Mondéjar ha sido impecable. En poco más de diez años ha publicado tan sólo tres libros, dos de ellos, El jardín errante y el que aquí reseñamos, La herencia invisible, premiados con dos importantes galardones: el primero con el Oliver Belmás, mientras que con el segundo de los citados ha sido distinguido como único finalista del I Premio Internacional Los Odres, de la Fundación López Rejas. Trayectoria impecable que hace justicia a una poesía que sabe a fruta madura, a vida vivida intensamente y no precisamente debido al ajetreo del autor; un hombre que viene de la música más serena, del jazz, sino a sus finas dotes de privilegiado observador que contempla el paso del tiempo desde su butaca y en primera fila, sin que se le escape el más mínimo detalle.

De esa manera, la poesía de Sebastián Mondéjar (Murcia, 1956) se nos antoja, para empezar, cosa sencilla, porque sus palabras atesoran esa música antigua que siempre ha acompañado al hombre desde que el mundo es mundo: desde el sonido de la lluvia hasta la respiración acompasada de una dama que nos aguarda a altas horas de la madrugada. No nos extraña, pues, que algunos de estos poemas estén dedicados a otros escritores y poetas, amigos y contemporáneos de Mondéjar, como Pepe Rubio, Eloy Sánchez Rosillo, Pedro García Montalvo o José Antonio Martínez Muñoz.

La herencia invisible sabe a verdad, como un abrazo, como el calor que desprende una criatura mientras duerme. Nos parece muy significativa la cita que va al frente de uno de sus primeros poemas, titulado “Introspección”, del casi ya olvidado escritor francés Michel de Montaigne: “Que me arrastren los años si quieren, pero hacia atrás”: “La vida es tan potente, que la muerte –escribe Mondéjar en esa misma composición- / es pura anécdota, discreto asentimiento”. Ahí reside la clave, a nuestro entender, de este poemario que posee una sólida cohesión interna, y que, asimismo, destila música por todos sus poros. Son memorables muchos de sus poemas extensos, como el titulado “El malecón”, dedicado no por casualidad, a uno de los novelistas más exquisitos de todo el panorama de la narrativa nacional, Pedro García Montalvo. Pero tampoco conviene dejar a un lado esos otros poemas con los que, en apenas dos o tres versos, inventa un mundo desde la nada, o desde ese todo que es la vida: “Ala quieta del instante. / Latido detenido en su constancia”: Amén.

miércoles, 2 de julio de 2008

Fronterizos

Diario de León, 29 de junio de 2008

MIGUEL Á. VARELA

Aquella noche se oyó en las ciudades el estruendo alegre de la victoria sobre la selección italiana, pero algunos estábamos en la Casa Roja, la que se levanta en las afueras y cuya ilusión está llena de peces que no ven el fútbol. Las avenidas tronantes de cláxones y pólvora roja y amarilla están lejos de esta casa, que tiene paredes de agua y la Vía Láctea por techo. Había dieciséis millones de españoles pendientes del penalti de Cesc y un puñado de desobedientes golpeados por el calor del que carga una mochila llena de recados por las aceras solitarias del mediodía y se refugia a la sombra del que se quita el sombrero ante un cerezo en flor . Esa misma mañana se abrieron las puertas de la Casa con el discurso sobre la dignidad de los humildes que, durante unos minutos, puso ramas a los desnudos plátanos de la Alameda villafranquina, justo cuando el Burbia trajo una brisa de silencio que se cortaba con la voz del poeta, el testigo incómodo cuyas palabras testimonian verdad ante el tribunal donde no se sentencia castigo . Algunos creerán que La Casa Roja es un nuevo libro de poemas de un tal Juan Carlos Mestre, el hijo del panadero de Villafranca, el nieto del sastre que cruzó el mar en una cruz de palo, el niño apoyado hace cuarenta años en uno de esos árboles del jardín que hoy agradece a sus antepasados la caña de pescar relámpagos en el arroyo ilegal de la belleza. Bendita ingenuidad. ¿Acaso alguien cree que el hechicero necesita escribir un libro para levantar la fortaleza a la que van a parar los latidos salados de la emoción? Esta noche volverá a pararse el mundo ante las pantallas redondas de los gladiadores y un montoncito de rebeldes con causa buscará otra vez refugio en la Casa Roja, ese país abandonado por gente como nosotros.

La poeta favorita de Ava Gardner


El País, 6 de junio de 2008

Pilar Paz Pasamar vuelve a Madrid para presentar su nuevo libro, 'Los niños interiores', medio siglo después de que Juan Ramón Jiménez la tildara de "genial"

JESÚS RUIZ MANTILLA - Madrid - 06/06/2008

Una poeta como Dios manda debe tener la intuición afilada. Por eso, a Pilar Paz Pasamar de poco la sirvió que Ava Gardner acudiera a la presentación de su primer libro en Madrid de la mano de Mario Cabré. Se titulaba Mara y aquel puñado de versos deslumbró también a Juan Ramón Jiménez. En una entrevista, el pope de la poesía española le confesó a Ricardo Gullón que se trataba de "una niña genial". Corrían los años cincuenta y aquella chica de Jerez de la Frontera era la dulce promesa de la lírica. Pero fue la intuición, dice ella, quien la apartó de todo aquel ruido. Por eso se fue. Desapareció y volvió a Andalucía: "Algo me decía que allí iba a ser feliz", comenta.

Ayer regresó. Con la misión del hallazgo de sus días dichosos más o menos cumplida, con cuatro hijos, cinco nietos y un nuevo libro debajo del brazo. Se trata de otro poemario que mira a aquella dorada juventud y busca dentro respuestas a preguntas hondas. Se titula Los niños interiores (Calambur) y sus versos atestiguan la madurez y la calidad elevada que intuyeron en su día Juan Ramón, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego o sus compañeros de la ahora conocida como generación del 50.

"Yo fui muy precoz y ellos eran muy golfos. De todas formas, me convertí en la niña que querían proteger. Cuando llegaba la noche y se perdían por las tabernas, a mí me mandaban a casa, con mis padres", recuerda Pilar. No querían por nada del mundo José Caballero Bonald o Fernando Quiñones, sus amigos del alma, que se distrajera. "Lo malo es que también se gastaron en parrandas un dinero que nos envió Juan Ramón desde Puerto Rico para ayudarnos".

Pero nunca se lo tendrá en cuenta. La amistad es sagrada para ella. Como la poesía. O como Dios... Uno de los temas a los que ha dado vueltas y vueltas probando que aquel deslumbramiento de nueva poesía mística intuido en ella por el autor de Platero y yo era cabal. "Para mí es una búsqueda, lo que va más allá del conocimiento, de la trascendencia, incluso". ¿No es dogma entonces? "¡Huy, por Dios, qué va. Él es nuestra libertad, chiquillo!". Pero además de la sombra de los místicos, ha estado atenta a las vanguardias, aunque apartada, ajena a los mundillos. "A mí no me gustaba toda aquella parafernalia, no me iba". Aun así es consciente de que Ava Gardner no ha ido a la presentación de muchos autores de la época. "Vino con Mario Cabré al Ateneo porque él quería ser poeta. No recuerdo ni lo que me dijo, porque yo sólo me veo a mí, como una boba, dándole la mano y mirando a aquella diosa. No he visto una mujer más guapa en mi vida".

Tanto como las estrellas de cine, a Pilar le impresionaban los poetas en carne y verso. Aunque a Juan Ramón nunca le vio, se intercambiaron cartas. "Siete u ocho. Fueron un gran aliento para mí. Imagínate, una jovencita perdida, sin saber si lo que escribía merecía la pena...". A Vicente Aleixandre también quiso conocerle. Nunca olvidará su estampa en Velintonia, aquella casa que fue el refugio de todos los exilios interiores y que tanto está costando salvar de las especulaciones. "Recibía en un sofá, con una mantita sobre las rodillas. Pero desde allí sentado lo dominaba todo: la poesía que se hacía dentro y la del exilio".

Hoy, suele escuchar a todos los jóvenes que la buscan como a una reliquia. Le gusta la poesía que se hace hoy y no le preocupa el futuro. "Como en todos los finales y principios de siglo, parece que se avecina una catástrofe. Pero el mundo no se acaba", dice. Aunque nadie va a poder evitar ciertas transformaciones. "Las nuevas generaciones no serán ajenas a lo que llegue de Internet, los jóvenes poetas de hoy han viajado más, hablan más idiomas y eso se verá reflejado para bien en su poesía. Lo que no deben olvidar es que en sus versos prenda la emoción, el sentimiento, ese pellizco que debe surgir como en el cante".