Diario de León, “Filandón”
En 1989 publicó José Luis Gallero una Antología de poetas suicidas; y en 1993, la revista Hora de poesía dedicaba un número triple a “Poetas suicidas”. Es indudable que la muerte voluntaria nos lleva morbosamente a lanzar una mirada hacia lo que fueron sus vidas, reflejadas acaso en sus escritos. Yo mismo, llevado por ese “interés malsano por personas o cosas, o atracción hacia acontecimientos desagradables” que, según el diccionario académico, es el morbo, publiqué hace años en “Filandón” una página doble dedicada a alos poetas suicidas y, poco después, otra referida al poeta suicida de Villafranca, Gilberto Ursinos. Ahora, Carmen Busmayor –reciente ganadora del González de Lama de poesía– nos presenta una visión poética y una lectura particular de aquellas vidas y aquellas muertes. Antonio Colinas ha introducido el poemario con gran acierto, señalando sus aspectos principales: unidad temática y de visión, la muerte como tema central del libro, estilo fluido, creación de una atmósfera envolvente, interpretación lírica de esas vidas voluntariamente aniquiladas, significado trascendente (“el sentido último del vivir”) y actitud de la poeta (“Lucidez y templanza”).
“Mis labios son su memoria”, escribe la poeta. En toda muerte queda figurada nuestra vida. La poeta interioriza las muertes de los poetas suicidas, no de los suicidas en general, sino de estos ilustres por los textos que nos legaron más que por su biografía, en muchos casos nada relevante si no fuera por esa decisión última sobre su vida. La poeta Carmen Busmayor reabre ese punto cerrrado del instante fatal en que una decisión íntima y última se cumple. Cuando la identificación entre la poeta y el personaje suicida es mayor, la palabra poética fluye con calidez y configura poemas como “Vendrá la muerte”, uno de los mejores del poemario.
“Al borde de la cicatriz”: la inminencia de la muerte está presente en nestos poemas de Busmayor, el momento en que la decilsión fatal ya ha sido tomada, ese instante fronterizo entre el vivir y el morir. Es el instante de más íntima y desolada soledad. Porque junto a la muerte, el otro tema de esta poesía es la soledad del suicida. Cuando leemos poema tras poema es como si reuniéramos nombre y muertos en una gran comunidad de poetas que, sin embargo, no se conocieron entre sí y que vivieron en soledad total la decisión sobre sus propias vidas individuales.
El poemario de Carmen Busmayor es un signo de homenaje poético a unos seres cuya herencia disfrutamos. En cierto modo, la palabra de la poeta viene a suplantar las palabras no dichas, las que mutiló el silencio de la muerte voluntaria. Lo decisivo, al fin, es que tras la interpretación lírica de la poeta de hoy acudamos a los textos de los poetas cuyo gesto final aún nos sigue perturbando.
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
Diario de León, 22 de febrero de 2009
Carmen Busmayor
Carmen nació en el Bierzo más fronterizo, que es el del valle del Valcarce, apenas a unos metros de Galicia. Bajo el monte Capeloso, ayuntamiento de Barjas. Bierzo verde, remoto; uno de los más hermosos. Allí escuchó el viento y el río, el monte y los árboles. Luego esas músicas naturales, unidas a la palabra de los padres, de otras personas, de las lecturas más tarde, de la curiosidad y de vivir en otros lugares, fueron tejiendo su identidad. De la que surgió una revelación en algún lejano día de la adolescencia: Carmen era poeta. Ser poeta es algo que viene dado, que nadie puede ser si no lo es desde la raíz. Enigmas del arte; lo mismo sucede con los músicos, los pintores que tienen mirada propia. Carmen era poeta, empezó su vida civil, se licenció en filología, se abocó al oficio de ser profesora de literatura en la enseñanza secundaria.
Vivió en Fabero, daba clase allí. Fue cuando muchos supimos de ella. Hará unos 30 años. Una chica emprendedora, que salía en los periódicos, que escribía, entusiasta. Recuerdo animosas entrevistas en la prensa. Una chica de Fabero que era poeta. Luego se me borró su senda, para reaparecer en León. Con sus libros nuevos, con su apellido topónimo, con su voz trazando ya vuelos más personales.
Me empezó a mandar sus libros; cada uno diferente del anterior, pero todos en una misma línea. De autenticidad y búsqueda. Carmen es la búsqueda, eso se nota enseguida. Yo he ido conociendo sus veredas, sus descubrimientos, sus poemas exóticos, su bello canto a la marginación y al dolor. Libros de versos muy unitarios y líricos. Y no debo olvidar su excelente y documentado ensayo sobre Antonio Pereira ni su trabajo sobre el alzhéimer. Pero faltaba un escalón por cubrir. Crucial. Un salto difícil y venturoso, lúcido y de plena madurez. El paso que solo el talento confiere. La precisión nueva y antigua, la llegada adonde uno quería llegar. Secreta, intensamente.
Carmen ha llegado a ser Carmen Busmayor. Ha alcanzado ese lugar del escritor donde la voz fluye. Donde se armoniza la memoria, la imaginación y el uso personal y artístico del idioma. Su nuevo libro, Historias de la fatal ocasión, publicado hace semanas en la prestigiosa editorial Calambur, es espléndido. Es un poemario breve, esencial, intenso. Tocado por el vértigo y la compasión, el respeto y la hondura. Un sabio y libre homenaje a cuarenta y un escritores suicidas. Carmen Busmayor, poeta, ha caminado con belleza y melancolía por la más humana flor del frío. Y del tiempo.
CÉSAR GAVELA
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