Abc, 11 de febrero de 2009
Una nueva resurreción. Así es como debe definirse El cuarto día (Calambur), un nuevo, bello e intenso ejercicio poético que Cecilia Quílez ha regalado a sus sedientos lectores. Sedientos porque su cuidada lírica es recibida como un idílico manantial en medio del desolador desierto.
Su andadura comenzó hace ya tiempo, pero su estela se ha ido haciendo intensa y amenaza con quedarse en el imaginario vital de todo aquel que se acerque a su poesía. No hay duda, El cuarto día engancha como la droga más potente e inofensiva, esa sustancia incorpórea que se diluye en la conciencia, a medio camino entre el raciocinio (el mismo que te aleja de la extraña sensación de felicidad) y el irrefrenable deseo de disfrutar de cada momento como si fuera el último.
Ha sido un proceso largo, no sin cierto temblor esquizofrénico por la dualidad sentimental que supone cerrar un proyecto y verse inmersa, sin saber muy bien cómo, en uno nuevo y extenuante. Si para la autora su anterior libro, Un mal ácido, significó una muerte, El cuarto día la ha permitido respirar de nuevo, emerger «del agua de mis primeros recuerdos».Quílez sale al encuentro del mundo, se relaciona con él, lo colorea de dulces matices aterciopelados y regala otro mundo. Un mundo, ahora más que nunca, posible.
Un bello resurgir
Como todo resurgir, en el camino ha dejado desolación y algo de tristeza, pero Quílez, decidida a derrotar con valentía «aquello que te ha devorado el alma», sale victoriosa de una lucha tan literariamente encarnizada. «Los poemas de El cuarto día recorren el camino de seguir buscando otros estados idílicos que nos sigan haciendo dichosos». Una euforia, consecución vital de la autora, que se contagia al lector verso a verso, palabra tras palabra, hasta cerrar la última de las 66 páginas que componen el libro publicado por «Calambur».
Cecilia Quílez tiene claro cuál es el lugar que debe ocupar el poeta, en medio de la fangosa existencia que a día de hoy nos aturde hasta dejarnos sin respiración. «La poesía es el espacio que hay entre esa realidad y la aceptación de nuestro propio desenlace. En ese lugar domina la memoria y la ensoñación por lo pasado y lo futuro. Y la verdad, que es el presente, sea como sea».
Una verdad, encadenada al presente, que Quílez dulcifica al lector para presentarle un pequeño (pero grande al tiempo) universo de intensos sentimientos, descritos desde «la llaga o la euforia». Se reconoce a sí misma como poeta solitaria y tiende a escapar de las multitudes líricas, pero en El cuarto día Quílez sale al encuentro del mundo, se relaciona con él, lo colorea de dulces matices aterciopelados y regala otro mundo. Un mundo, ahora más que nunca, posible.
INÉS MARTÍN RODRIGO
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