martes, 8 de julio de 2008

Resistencia moral


ABCD de las Artes y las Letras (ABC), 5 de julio de 2008

Luis García Jambrina

La casa roja es el nuevo libro de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), tras la publicación de La tumba de Keats en 1999. Se trata de un poemario extenso y abarcador, escrito bajo la advocación de Walt Whitman, al que se menciona en el encabezamiento (¿Qué oyes, Walt Whitman?) y en varios momentos del mismo (Asunto delicado tumbarse en la hierba con alguien que no ha leído a Whitman) y con el que el autor comparte una marcada predilección por la poesía de largo aliento, torrencial y expansiva, que, por lo general, se derrama en extensos versículos y que, en el caso de Mestre, desemboca en el poema en prosa, del que es uno de nuestro mejores cultivadores.

LA SENDA DE LORCA. Su poesía tiene, por supuesto, mucho de canto y de himno, pero también de denuncia y de crítica del mundo contemporáneo; de hecho, en sus últimos libros, el autor ha logrado hacer compatibles el irracionalismo y la expresión alucinada con el compromiso ético, siguiendo en ello la senda abierta por Lorca en Poeta en Nueva York, lo que, a su vez, lo ha convertido a él en un referente fundamental para los jóvenes poetas que se mueven en esta órbita.

En La casa roja, este aspecto cobra una mayor eficacia gracias al empleo de la parodia y la ironía, con todo su poder desacralizador y desmitificador de los lenguajes del poder. Esto explica la gran variedad de formas discursivas a las que el poeta apela, irónicamente, a la hora de construir los textos: el salmo (Bienaventurado el que a la cuarentena no ha conocido la recompensa y llama virtud al cordón de un zapato), la alocución (Sastres y compatriotas: Ya lo dijo el marxismo: lo más parecido a lo igual es casi siempre lo mismo), la conferencia (Señoras y señores: cuando yo comencé a escribir ustedes no habían nacido), la ponencia, el informe (Cada cuarto de hora alguien compra una peluca de pájaro), la confesión (Padre, sé que he prometido enmendarme, pero confieso que los ricos que siguen poniendo furioso...), las instrucciones, la epístola, el telegrama, el reparto, el calendario, el epitafio..., incluso encontramos un poema –“¡Ojo con Polifemo!”- que incluye al final una especie de bibliografía consultada.

En los poemas, por otra parte, no habla un yo único e individualizado, sino una multiplicidad de máscaras o voces. El título alude, por lo demás, a la propia poesía (Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna). Asimismo, hay varios textos que nos hablan de la situación de la poesía (A partir de este momento la lírica no existe, / con el permiso de ustedes la poesía / ha decidido dar por terminadas sus funciones este invierno) y de la condición del poeta en estos tiempos de indigencia espiritual (Antes los poetas maldecían a los burgueses / los poetas malditos / los malditos poetas / la poesía ya no sirve a la felicidad de los burgueses / los pequeños burgueses detestan a los poetas oficinistas / cuentan las sílabas con los dedos, roban estilográficas).

LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE. En muchos poemas, además, el yo lírico dialoga irónicamente con otros autores (“Eclipse con Rimbaud”, “A la memoria de Joseph”), reescribe o reinventa sus fábulas (Aquella mañana, después de un sueño reparador, / Gregorio Samsa despertó sobre su cama convertido en una adorable persona) o recrea y actualiza los viejos mitos (el ya mencionado “¡Ojo con Polifemo!”, “El pasaporte de Orfeo”). Además de la parodia y la ironía, encontramos otros recursos que se mueven en esa misma línea, como la deslexicalización o desautomatización de expresiones fijas (Tintero del que no has de beber déjalo, acaso, correr; la ignorancia es lo último que se pierde). Asimismo, destaca la gran originalidad de sus símiles (Tengo razones para sostener que la verdad anda zascandileando como un canguro que ha extraviado a sus crías; llueve como si estrujaran ropa en la lavandería).

Pero lo más importante de estos poemas es su gran fuerza rítmica e imaginativa, que da lugar a una escritura proteica y vigorosa, muy coherente con su intencionalidad crítica y ética. Porque, para Mestre, como para su admirado John Keats, la verdad es belleza y la belleza es verdad. Es la poesía entendida, en definitiva, como una forma de resistencia moral frente a la injusticia y la banalidad del mundo.

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