ANTHROPOS, febrero de 2009
Nada es una gran palabra. Decimos nada para indicar que la realidad es tan escasa que no se ve, nada para restar importancia a las cosas que pudieron tenerla, nada para disculpar al otro –a una mismo– del error cometido, del daño hecho.
Una lección que da la vida es que nada es lo que parece. Por eso, Kepa Murua ha elaborado un primer balance de su vida en No es nada, su último título, publicado a finales de este invierno por Calambur. Es un libro más extenso de lo habitual donde el poeta vasco reflexiona, propone, medita y resuelve el nudo que la vida pone delante de nuestra cara cada día.
Aunque a veces resolver es decir demasiado. Desde el título queda claro que el poeta moderno, si lo es, es humilde en su tono y prudente en su certeza. La humildad se demuestra en el tono bajo de voz; la prudencia, en la forma de caminar despacio. Y en un libro, eso se nota cuando las palabras rebuscadas dejan sitio a las simples, cuando las grandes frases se pronuncian sin énfasis y las verdades se realzan por la niebla de la duda. Si el título anuncia una conclusión que parece definitiva, el último poema, con ese todavía que nos remite a una lectura provisional de la vida, deja abierta una labor que resulta incesante: la de pensar y repensar lo que nos sucede.
Así es No es nada, con sus cambios de tono como un crepúsculo entre luces o una canción donde el oro y la plata, el pasado y el presente, se dan la mano en los recuerdos del escritor. Los poemas de este nuevo Murua destellan por su intimidad, y por una meritoria limpieza formal. Construcciones exigentes y medidas, con poemas de estrofas iguales que sugieren al lector oficio, inquietud y templanza.
Imagino a Murua mirando la vida por una ventana, hablando con su amigo en voz baja, escribiendo despacio en una mañana de sol. Y comprimiendo todo ello en un libro que supone un gran avance en forma y fondo sobre anteriores. El amor, la culpa, el perdón, la amistad o la muerte son tratados sin solemnidad, como sucede siempre en la existencia, donde nadie tiene la palabra definitiva.
Los libros de poesía deben sugerir al lector una voz y darle vida en el espacio y en el tiempo. Poner al hombre ne su casa, en un funeral, en una sobremesa de platos sucios y migas de pan. Cuando lo logran se convcierten en obras de arte donde la música de la palabra se hace palapitación y conocimiento, emoción y verdad. No es nada lo consigue si se lee también a media voz, recreando a Murua en su ventana, en su mañana, en su vida diaria que es la de todos, con esa mezcla de alegría y terquedad que tiene la vida que pasa, el tiempo que llega.
PEDRO TELLERÍA
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