miércoles, 18 de febrero de 2015

Reseñas: Pobreza, de Víktor Gómez, en la revista Paraíso

Pobreza, Víktor Gómez
Por Rafael Saravia
Paraíso, revista de poesía, nº 10, 2014


Este es un libro difícil. No sólo por lo complejo del vocablo sino por ser un libro que incom oda al «yo» en su búsqueda intrínseca.

Víktor nos ofrece en Pobreza un marco de textos que surgen de una dilatada y perspicaz conciencia lingüística y cívica, textos sin definición que hacen de la ausencia de lo gramatical una competencia mordaz a una lectura alegre y desenfadada.


Pobreza, de Víktor Gómez (Madrid, 1967), publicado en la editorial Calambur, es un libro que no huye del daño. Un libro que implica y reclama la complicidad del lector para poder hacer alarde del discurso poético por antonomasia: la trascendencia del lenguaje como ente de comprensión superior.
 

Víktor viene desarrollando un discurso formal en torno a lo fragmentario y la heterodoxia desde libros anteriores. Poeta tardío en lo referente a publicaciones, ofrece su primer libro en el 2010, con el título Huérfanos aún. A éste le sucederán otros como Detrás de la casa en ruinas, Incompleto y Trazas del calígrafo zurdo como monografías antes de llegar al que será su libro más rotundo y del que estamos hablando ahora.

No obstante, hay que constatar que pese a la obvia evolución de los textos hacia un lenguaje más depurado, el eje visceral de los poemas de Víktor sigue intacto, como si unos libros bebiesen inexorablemente delos otros hasta tal punto, que lo hace patente en poemas como «soltar el deseo fulgente su salto con la carne quemada salta estrena el agujero» (p. 38). Donde alude con claridad —y lo refleja en las anotaciones finales— a libros anteriores. Y donde se asoma la idea del poema continuo a la manera de Helder, Whitman o Enrique Falcón.


Pobreza se configura en dos partes. Dos maneras de buscar/encontrar, preguntar/contestar la matriz del dolor y su exhortación. Dos maneras de comulgar con el yo que aflora y el yo que subyace. Dos maneras de conversar con lo humano y de gritar/silenciar lo amonestable como símbolo moral pero sin doctrina.


La primera parte, «Aún sin nombre», genera el cuerpo del libro. Es sin duda la púa y la llaga provocada. Es respuesta a la vez que multitud de preguntas. En este conjunto de poemas que abarcan más de dos terceras partes del poemario, la denuncia se vuelve eje vital. Denuncia del propio cuerpo que renuncia a sí mismo y no comprende la precariedad del yo: «¿Qué atroz punzada era aquella que abriendo la carne dejaba circular entre tendones lo insufrible?» (p. 25).
 

Los poemas, desde la autocrítica, caminan en torno a lo humano y el lenguaje, como símbolos de libertad o aspiración de ella. Asume la controversia alrededor de las relaciones humanas, de la convivencia, del poder que lo sexual conforma en favor de lo inherente al Ser abierto a lo feliz. También alega, cómo la represión acelera lo oscuro, y convoca los márgenes que alteran la plenitud vital: «fiera ...furcia en la batiente ...así el azúcar resbala en la curva ...comisura dulce del cuello a la cadera ...melosa caída no hay ángel sucio en estas lides ...que diga ...soy» (p. 40).

Pero tal vez la parte más reseñable de la voz de Víktor Gómez, sea esa que convoca la deserción de lo lingüísticamente fútil y el marcado vínculo en contra de las afecciones humanas. Es decir, un compromiso cívico espectacular que, si es verdad que en esta parte del libro se aborda desde una desesperanza, abogando por la crítica y la voz rotunda frente a los valores que atentan contra lo humano, luego, en la segunda parte, en «Jana», torna radicalmente.


Hay innumerables poemas que desde el discurso fragmentado, desde la sintaxis rota, denuncian una realidad abrumadora y atroz. Pero la voz de Víktor se alza con el deber de invocar, desde el disenso y lo plural, el testimonio del pueblo que se yergue en pro de la palabra que coloniza la definición de este libro: Pobreza.
 

Son la mayoría de los textos ejemplo de esta voz exigente: «es inmortal ponerse gravemente enfermo en el estado de bienestar ser improductivo escribir un poema sin porqué o hacer nada —en la tortura está la virtud del no atentarás contra los tiranos» (p. 50).

Pero si la rotundidad en esta primera parte del libro nos empuja a una sensación de lucha sin posibilidad de éxito (pero necesaria desde la moral y la conducta cívica), la segunda parte, titulada «Jana», se articula desde el reencuentro y la compasión.


En esta parte el amor y sus experiencias se desarrollan con la precisión del que comprende que el Yo es a veces una traba para la construcción de felicidad; y sólo en la entrega y en el acto de conciencia como ser amado se consigue el camino de la redención. «yo he convertido / mi tristeza en luz / yo / que sólo soy un cuarzo / en tus manos» (p. 103).


Esta manera de amar, de ser consciente como objeto amado, se extrapola a cada uno de los vínculos que para con la vida tiene el poeta. Acción y misericordia, devoción y sexo, intimidad y tensión en un campo menos abstracto pero sin fronteras muy concretas; como deslizando la esperanza en un reguero de futuro asumible.


Pobreza, de Víktor Gómez es un libro que reclama la paradoja. Que plantea la no-solución pero la defiende. Que advierte del poder del capitalismo pero no descarta su inexorable derrumbe.


Un libro personal y cómplice que abre discursos en cada una de las personas que se involucran en su lectura.

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Lee la reseña en la revista Paraíso.



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