martes, 17 de febrero de 2015

Reseñas: El piano del pirómano, de Ángel Antonio Herrera, en La Razón

«La televisión y la poesía son dos ebriedades distintas»
Por Marta Robles
La Razón, 15/02/2015

Hay quien ignora que algún comentarista de las cosas de la vida social, al que quizá han conocido deambulando por las teles y enfrentándose a historias y personajes suculentos e incluso descuartizándolos alguna vez, –porque ellos se prestan y así es el juego–, tiene una sensibilidad que crece con el paso de los días. Otros, sin embargo, saben bien que a Ángel Antonio Herrera esas zarandajas televisivas, si lo son, o lo que sean, no le roban ni una milésima de talento para la poesía. De hecho, su último poemario, El piano del pirómano, acaba de lograr el Primer Premio en el XXIX Certamen Internacional de Poesía Barcarola. Le pregunto si se trata de su poemario definitivo y me contesta sin dilación: «el poemario definitivo no llega nunca. El poeta, si es tal, está trabajando siempre el poema infinito, el poemario infinito. Cada poema, o cada libro, es el borrador del siguiente. Eso en caso de que haya siguiente, que en esto de la poesía nunca se sabe», la verdad. De momento, «El piano del pirómano es la orquestación de mis últimos años». Una orquestación que llega avalada por un jurado glorioso y por un premio que, para Ángel Antonio, no pasa de ser un estímulo, como lo son todos los premios literarios, y también motivo de cabreo para algún colega. Es curioso el empeño de los poetas de todos los tiempos, y más de los nuestros, en la poesía. Se dejan la piel en cada verso, a sabiendas de que llegarán a un círculo de devotos muy reducido. Porque la poesía no es cosa de masas... «La poesía no tiene público, naturalmente, sino lectores, que no sé si son lo contrario al público, pero quizá sí. Y más allá de los lectores, o dentro de éstos, se tienen cofrades, o cómplices. O sea, aquellas gentes contadísimas y casi hermanas que descubren que desde la experiencia de la propia vida alguien les cuenta o canta su vida de pronto, en un verso. Éste es uno de los aspectos mágicos y maravillosos de la poesía: tú buscas decirte, explicarte, pero estás diciendo o explicando a otro, a otros. Baudelaire, o Lorca o Rimbaud pueden encerrar en un par de versos toda mi vida». Está claro que los poetas y la poesía no viven para el negocio. Ni siquiera para sus lectores. Se lanzan al folio en blanco, ahora convertido en pantalla, y lo llenan, sin poder evitarlo, de sentimientos convertidos en poemas, o tal vez en uno solo y en prosa, como es el caso. «He querido hacer un poema que fuera un largo vértigo del lenguaje. Una cosa brutal, sin respiro. Otro asunto es que lo haya conseguido, obviamente». Es decir, un largo poema en prosa que sostuviera «una métrica del tigre», como se escribe en algún momento, una partitura de fiereza. «Quería el molde de no tener ningún molde. De aquí que haya escogido el poema en prosa, que me permite la escritura a lo ancho, que es donde mejor puedo practicar la piromanía de la imagen, el susto de la metáfora, que ahora se lleva poco, pero que a mí me fascina». Fascinantes son esas imágenes, casi tangibles, que retozan juguetonas en las propias metáforas de Herrera. Cosas reales, distintas casi seguro para cada lector, pero que todos ven y casi tocan como si fueran reales. «A mí me gusta mucho aquella frase de Francis Ponge: ‘‘El poeta no debe dar una idea, sino una cosa’’. Es decir, el poeta ha de manejarse con la imagen, con la metáfora atrevida y visualizable, que dice la cosa en sí, con sorpresa, que es decir esa cosa, pero diciendo muchas más cosas. Me apasionan los textos con mucho relámpago. Escribir es quizá lo contrario de pensar. Porque quien piensa, quien nos indaga, es el lenguaje. Rimbaud lo dijo de otra manera: ‘‘El poeta es un ladrón de fuego’’». Conversar con Ángel Antonio Herrera, o leerlo o incluso escucharlo en una tele, es compartirlo con la lírica. Da igual el medio o el momento, su lenguaje siempre es el mismo. «Mi antena del mundo, de la vida, es lírica, y es metafórica. En el articulismo, o en el cronismo, que es lo que yo más he practicado, dentro del periodismo, tiendo enseguida a la síntesis de una metáfora o de un aforismo. Enseguida me asoma un remate de trueno, una flor de maldad, incluso, que es de naturaleza lírica, sí, y que yo creo que le da bulto, y brinco, y veneno, a todo aquello que vas contando. Siempre que no te pases de insistencia, claro. Pero a veces he puesto la lírica al servicio de la mala leche, eso sí. Mucho. Es la vieja fórmula de la rosa y el látigo. Sueltas una flor en un párrafo, y al párrafo siguiente dejas un ramo de dinamita. En realidad, no hablamos en todo esto sino del viejo debate de la diferencia entre escribir y redactar. Y yo procuro escribir. Y me gusta leer a quienes tienen el mismo vicio. Pero sin caer nunca en el adorno amanerado, o en el floripondio lírico, que resulta siempre una cursilada o un coñazo. O las dos cosas. Puedo fardar de ser un gran lector de periódicos, y los que escriben bien siempre tienen razón. Y me apañan la mañana». Le digo que el látigo lo sujeta firme y lo agita con contundencia, especialmente en ese periodismo de trifulca y sanguinario que practica a veces y sonríe. «A mí, el periodismo de vitola canalla me gusta mucho, y no me cuesta. Quiero decir que en el oficio de la crónica o de la columna no se está para hacer amigos. Al menos, yo no». Le pregunto si una noche televisiva de crónica social, de la que últimamente anda lejano, le puede servir de inspiración alguna vez para unos dignos versos y me dice que no: «No me ha ocurrido. La televisión y la poesía son dos estupefacciones distintas y quizá contrarias. Dos ebriedades distintas y quizá contrarias».
 

Personal e intransferible

Ángel Antonio Herrera nació en Madrid –aunque dice amar La Habana– en el invierno del 65. Es novio de su «esposa soltera» y no tiene hijos. Se enorgullece, como Borges, «de algunos libros leídos». Se arrepiente, «en todo caso, de algunas cosas que aún no he hecho». «Perdona sin darse cuenta» y no odia porque «el odio da cáncer», pero tampoco olvida «porque el olvido quita imaginación». Le hace reír y llorar «el telediario». A una isla desierta se llevaría «un protector solar», supongo... «Pero una isla es desierta o es turismo». Dice que sus manías no caben en esta página, ya que «soy un maniático profesional», y que cada día tiene menos vicios, «desafortunadamente». A veces, sueña que se despierta, «y me jode». Dice que ya es mayor «y no me gusta nada» y que si volviera a nacer sería él mismo, «sin ganas de corregirme».



Lee la reseña en La Razón.





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