Carta blanca, de Rafael Saravia
Por Miguel Ángel Contreras
Paraíso, revista de poesía, nº 10, 2014
En cualquier circunstancia en la que uno siente que tiene carta blanca se suele encontrar legitimado, de una u otra manera, para actuar con entera libertad sin dejarse condicionar por nada ni nadie. Esa es la pulsión que percibimos en el discurso lírico que nos ofrece Rafael Saravia (Málaga, 1978) en su cuarto libro titulado, precisamente, Carta blanca y que podría catalogarse, si lo comparamos con su producción anterior, como un poemario de plenitud en un poeta que ya tenía una voz consolidada. Esta obra formada por treinta y siete poemas divididos en tres partes nos conducirá por distintos itinerarios emotivos donde la mirada hacia uno mismo y hacia todo cuanto nos rodea será un pretexto para adentrarnos en los laberintos propios de nuestra existencia desde el compromiso ético, la conciencia o el amor, con un lenguaje directo y reflexivo cargado de sensualidad e imágenes llenas de simbolismo, sutil y categórico al mismo tiempo.
Carta blanca empieza su recorrido con la parte titulada «Solo» donde encontramos veintidós poemas en torno a una geometría muy definida en la que predomina un diálogo desde la soledad con lo íntimo a nivel existencial tanto en lo social como en lo afectivo: «La genética nos conduce al hombre que conversaba con la / tierra que se acumula en sus uñas». Abre de este modo una vía introspectiva que irá deteniéndose paulatinamente en lo onírico de un deseo cargado de compromiso con su tiempo para percibir el tránsito de la vida que «se va como el calor, hacia el lado contrario del invierno». La voz lírica del poeta camina a lo largo de «la indignación acampada en la esperanza» que con el paso del tiempo «se hizo medible» y donde la exploración en las pasiones, en el amor, también ofrecerá un conocimiento de la propia naturaleza. Y cierra con un brindis por la conciencia, como «el hueco involuntario que nos hace libres».
En la segunda parte, «Hasta que llegue diciembre», compuesta por doce poemas titulados esta vez con números romanos, lo existencial encuentra en el erotismo un catalizador del descubrimiento de todo cuanto inunda al poeta desde el sentimiento amoroso. Nos hallamos en los territorios más sensuales de la cartografía íntima del poemario en los que el yo lírico se verá arrastrado por la pasión a lo largo de doce movimientos, que bien podrían representar un ciclo amatorio. Una travesía vital en la que los amantes encontrarán claves hacia la consciencia del otro y hacia la propia, explorando el roce de la piel «en la meseta de lo improbable», lamiendo desde el ensueño «las muescas precisas» o distanciando el recuerdo «como raíz de un amor inexplicable».
En la tercera y última parte, la que da título a la obra, tres poemas hacen de contrapunto y dan una amplia perspectiva a todo el conjunto desde el compromiso social con una palabra serena y firme embebida de quintaesencia. «Tus razones», el primero de ellos, tiene como añadidura un movimiento de doble plano que recoge el sentido de todos los senderos posibles, el social más evidente y el sentimental insinuado: «Reservaste la espera para preñar con desidia la voluntad / de los impedidos ». Los otros dos poemas, «Altazor y la subida de (la) luz» y «Antes y después de los panes» serán el colofón preciso que amplifique el espacio de lo público y lo dote con tintes actuales pudiéndose reescribir en cada lectura: «En la esquina de la calle Antonio Gamoneda, / un vendedor de lotería pronostica el cambio: / le niega la suerte al portavoz del ministerio».
En Carta blanca hemos encontrado la compañía de un poeta necesario que nos presenta a través de su palabra el dibujo asimétrico de la naturaleza social y sentimental de aquellos estados que conforman el mapa físico de nuestra propia identidad.
Lee la reseña en la revista Paraíso.
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