Ángel Antonio Herrera ante el abismo
Por Diego Doncel
ABC Cultural, 21/02/2015
Viaje interior, vitalismo y tragedia: tal vez la obra más emocionante de Ángel Antonio Herrea.
De dolor y despedidas se alimentan los versos de Ángel Antonio Herrera. También de vértigo y cenizas.
La poesía no es una referencia a la vida sino una emanación de la vida. O, como decía Pessoa, en el verdadero poema hay metáforas que son más reales que la gente que camina por la calle.
Lenguaje metafórico capaz de crear su propia realidad, "barbarie de la escritura", una geografía del dolor, eso es lo que nos vamos a encontrar en El piano del pirómano, sexto libro de poemas de Ángel Antonio Herrera y tal vez el más emocionante de los suyos, el más trágico. Un libro sobre los excesos, los límites y las pérdidas, pero de igual manera sobre la búsqueda de la belleza, sobre el paso del tiempo, sobre los paraísos todavía posibles.
Escrito en prosa, o con un aliento versicular que contamina la prosa. El piano... es un solo poema dividido en veintinueve secciones. Como suele suceder en algunos momentos de la poesía surrealista francesa, el poema en prosa es el idóneo para desarrollar una imaginería desbordante, dramática o, como él escribe, "contraria a la mansedumbre".
La mitad de agosto
Poesía de carácter surreal, pero con una fuerte ascendencia romántica y alucinatoria, viene a expresar muy acertadamente un tiempo personal asediado por el dolor, la muerte o el deseo de seguir apurando el placer de las noches como único remedio contra la amenaza de la soledad y el desamparo.
"Sé que ya se le apagó a mi vida la mitad de agosto [...] pero aún le adivino el soplo del paraíso", nos dice. Y a partir de aquí empieza esta aventura de nombrar el desasosiego del presente, esta colección de cenizas que el fuego del tiempo va dejando. Quizá algunos de los momentos más emocionantes sean los que se refieren a las ausencias y la memoria.
En El piano... nos encontramos, en efecto, todo un memorial de ausencias: mujeres que se fueron, lugares vacíos, noches a la intemperie. Pero sobre ellas las referencias familiares se convierten en símbolos del más extremo abandono, de la pérdida mayor: "Pulso la pureza de la mácula de aquel septiembre cuando se acabó una madre que fue la mía". O: "Despido en el amor a un último remedio, saludo en el olvido a un padre".
Conciencia herida
Vivir es perder, y es en esa dimensión donde el libro alcanza una altura de vuelo que deja al lector delante de esa conciencia herida, como la denominó Lorca. Porque Herrera, como sucedió en su anterior poemario, Los motivos del salvaje, se acerca a ella con esa honestidad, con esa valentía y con esa lucidez capaces de hacer una geografía de los excesos, de las desposesiones y las pérdidas.
"A esto vine, a hacer íntima militancia del límite", escribe. Límites, furias, una poesía que no se detiene ante los abismos de la existencia, antes los excesos de la vida, sino que los hace suyos. Poesía del vértigo, y también poesía que busca en la belleza, en el último atisbo de la belleza, una marca para la redención, para la resistencia.
Libro, por tanto, de un vitalista, de alguien que confía en el exceso de lo que aún ama. Y ante el que cabe preguntarse si no es, en este sentido, un libro sobre el amor, sobre la confianza más allá de las ruinas del presente, más allá de la errancia en la que se continúa buscando la noche y sus perfumes.
Viaje anterior, vitalismo y tragedia, imaginación brillante y continua perturbación hace El piano del pirómano un libro donde Ángel Antonio Herrera se reivindica a sí mismo en su singularidad dentro de nuestra poesía.
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