La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Diario de León, 02/06/2012
Cristina Fanjul
“La escritura de este libro ha sido estos años mi única posibilidad de existencia”
Dice
Juan Carlos Mestre que La bicicleta del panadero es el resumen
definitivo de la aventura de su vida. «Es probablemente el libro que yo
más quiero, el que he construido desde la zona más compleja y
problemática de mi existencia». Publicado por la editorial Calambur el
pasado 24 de mayo, la obra se presenta hoy en la feria del libro de
Madrid.
—Dice que este libro lo ha escrito desde la zona más
compleja de tu existencia. ¿Aborda temas que ha preferido obviar en
otros poemarios?
—No he elegido, la escritura de este libro ha
sido durante los últimos años mi única posibilidad de existencia, la
construcción de un mundo espiritual enfrentado a la naturaleza de los
hechos adversos, la naturaleza enferma de la memoria de la felicidad, la
problemática del mal, el desciframiento de los enigmas de la muerte. Mi
poesía no tiene un tema exterior al propio poema, cuanto sucede en lo
los errores excesivos de este libro está relacionado con otro tipo de
visiones, un ver desde el lenguaje, desde el propio saber de la
escritura cabalística de raíz sefardita. El vidente y la visión que
hablan en La bicicleta del panadero son alteridades de un yo que es
otro, un múltiple sujeto en fuga, no en huida, sino en fuga programada
hacia el territorio imprevisible de la desobediencia a la costumbre de
los significados. Dicho de otra manera, no hay sumisión a lo biográfico,
no hay voluntad de conducta retórica, tampoco pretensión de estructura,
acaso una sencilla y simple manera de estar en el mundo dándole vueltas
a la llave que tras la puerta del lenguaje hace visible lo invisible.
—¿Por qué La bicicleta del panadero? ¿A qué refiere esta imagen?
—Este
año ha muerto mi padre, panadero. De muchacho yo le ayudaba en las
tareas del reparto de pan. No teníamos furgoneta, sino una bicicleta,
para mí una prolongación mágica del cuerpo, del tiempo, de la necesidad,
una analogía con el artefacto primordial de la modernidad, las ruedas
metafísica de otras inalcanzables esferas fuera del alcance de la
definición. La bicicleta era para nosotros, fuera de toda anécdota, lo
forzosamente útil, el vínculo entre el trabajo y el vocabulario de las
madrugadas, la posibilidad de llegar hasta donde la gente espera la
llegada de un cuidado, el pan, la presencia de una sanación no menos
real que real que simbólica, la consolación del hambre. Había una
extraña belleza en la metamorfosis de sus funciones, una fidelidad en
sus funciones públicas y secretas, una persuasiva iluminación de su
pequeño foco ante la noche cuando un desconocido, para decirlo con un
verso del poeta Teillier, nos silba en el bosque.
—Está en un momento de creatividad frenético. En noviembre presentaba La visita de Safo. ¿Está pensando ya en un nuevo trabajo?
—No,
no es cierto, ni creativo ni frenético, sino más bien inestable e
incapaz de llevar a puerto el barco de papel de esta fragilidad que es
escribir poesía ante la intemperie moral del mundo. La visita de Safo y
otros poemas para despedir a Lenon es en realidad una reescritura,
textos de juventud sometidos en algunos y puntuales casos a una mera
corrección ortográfica, y otros textos que excluidos en su momento por
diversas razones de ese diálogo encontraron hospedaje en ese libro. Ahí
está desde mi primer poema, la Elegía en mayo, escrito tras la muerte de
Gilberto Ursinos, muy a finales de los años setenta, hasta otros textos
inéditos que ofrecieron resistencia a ser incluidos en libros
posteriores y que intuí podrían abandonar lo incorpóreo y hacerse
presentes en esa ya lejana noche de la escritura de mi juventud.
Respecto a la segunda parte de tu pregunta, no, en absoluto, no tengo ni
una sola vocal más que anotar en los cuadernillos del ansia. Quiero,
eso si me gustaría, volver a dibujar, retornar a las planchas del
grabado y a la pintura.
—Con todas las noticias económicas que estamos recibiendo estos días ¿Hay lugar para la poesía?
—Si
hay lugar para la resistencia entonces existe un lugar para la poesía.
La poesía es un acto de legitima defensa contra la soberbia obstinación
del poder para mentir. El capitalismo avanzado ha alcanzado su último
objetivo: adueñarse hasta de las consecuencias de su propio fracaso. Soy
de los que sigue pensando que el gran botín de los amos no son las
plusvalías, sino la cultura, la educación, lo que hace crítico y
radicalmente consciente de su destino a los pueblos. La poesía, lejos de
mí está el pensar en su carácter redentor, representa sin embargo un
evidente estado de conciencia, una incomodidad ante el lenguaje de los
mercaderes y los bandoleros, recordando que las palabras han sido hechas
para ayudar a construir la casa de la verdad y no para destruirla. La
poesía recuerda qué ha de significar en épocas de penuria la palabra
justicia, la palabra piedad, la palabra misericordia. Testigo incómodo,
voz sin boca de la dignidad humana.
—¿Hay lírica en los números?
—Nunca
me ha interesado la medida, ni la cifra del número que vincula a la
lírica con el sistema métrico decimal. Hay poesía en la física cuántica,
son el desafío averiguatorio hacia la misma cosa. Hay lírica en la
abstracción y la abstracta exactitud de las matemáticas. Hay, creo yo,
alta poesía en la lógica del número infinito. Pero el número destinado a
la cuantificación de la usura, el número cómplice con la estadística
del robo financiero, el número obsceno de la rentabilidad, ese que
prestado por el saber se ha convertido en cifras de la herida en mano de
los dueños, ese no tiene nada que ver con los inocentes y conmovedores
habitantes de la tierra de las ensoñaciones.
Diario de León
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