domingo, 23 de diciembre de 2012

Nos dejó Ledo Ivo. Uno de los grandes poetas universales

Hoy nos dejó Ledo Ivo. Uno de los grandes poetas universales. Estaba en Sevilla, de visita con la familia. Para Calambur es una noticia tristísima.



Ledo Ivo en Madrid, el pasado martes 18 de diciembre


Nos queda su palabra, mágica, rebelde y rebosante de vida. Viva, más viva que nunca. Os dejamos uno de sus grandes poemas, en traducción de Mestre y Guadalupe Grande

Los pobres en la estación de autobuses

Los pobres viajan. En la estación de autobuses
ellos estiran el cuello como gansos para buscar
los letreros del ómnibus. Y sus miradas
son las de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda una radio a pilas y una chaqueta
que tiene el color del frío un día sin sueños,
el bocadillo de mortadela en el fondo de la bolsa
y el polvoriento sol de suburbio más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los altavoces y el jadeo de los autobuses
ellos temen perder su viaje, oculto en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en los bancos despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapona la nariz de los muertos.
En la cola los pobres adoptan un aire grave,
mezcla de temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotescos son los pobres!
¡Y cómo nos incomoda su olor incluso de lejos!
Tampoco tienen noción de los modales ni saben comportarse en público.
Con el dedo manchado de nicotina se restriegan el ojo irritado
que apenas retuvo del sueño una legaña.
Del seno caído e hinchado se escurre un hilo de leche
hacia la pequeña boca acostumbrada al llanto.
En el andén van o vienen, saltan y amarran maletas y paquetes,
hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire sorprendido
de quien ignora el camino hacia el salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que hacen daño a la delicada vista
del viajero obligado a soportar tantos hedores incómodos,
y esos agresivos rojos de feria y parque de atracciones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort
aunque algunos hasta tengan televisión.
En verdad, los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)
Y en cualquier parte del mundo ellos resultan incómodos,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros asientos
incluso cuando estamos sentados y ellos viajan de pie.





1 comentario:

Isa Casariego dijo...

Lo siento muchísimo, amigos de Calambur.