Del rigor en el juego, de José Ignacio Serra
Javier Lostalé
Mercurio, junio-julio de 2012
“Grieta y misterio del mundo”
José
Ignacio Serra es capaz de subir al más alto de los trapecios para
sentir más cerca el vuelo de las estrellas fugaces”, escribió el
inolvidable Rafael Pérez Estrada sobre este poeta, pintor y narrador
que, como el escritor malagueño, habita el principado ardiente de la
imaginación. Autor de cinco libros de poemas: El libro quemado, Pie de
druida (Premio Rafael Pérez Estrada), La espada en el ágata/Little
Killer y Del rigor en el juego, objeto de nuestro comentario, y de la
novela Antología de poetas recién asesinados, José Ignacio Serra
(Tarragona, 1961) nació como escritor e ilustrador a la sombra luminosa
de la revista de principios de los noventa Versión Celeste, unida a dos
creadores y maestros de la edición: Juan José Martín Ramos y Ángel Luis
Vigaray, este último ya fallecido.
Desde entonces, su entrega a
la escritura ha sido la única forma de huir de un mundo construido sobre
un discurso racional aniquilador de los impulsos más virginales, y
asentado en una estructura sólida que no permite las grietas por donde
fluyen los sueños y el misterio, gracias a las cuales se alcanza el
verdadero ser. Frente a ese mundo, y con el rigor del que busca lo
profundo y esencial sin abandonar la libertad que proporciona lo lúdico,
José Ignacio Serra en su último libro (que aglutina ambos términos,
rigor y juego) alumbra otro visionario; lleno de símbolos; transgresor
(pensamos en Lautréamont), pero sin ninguna connotación de malditismo,
pues hay en su transgresión un soplo de pureza e inocencia que convierte
todo en íntima revelación; poseedor de la potencia onírica de Cirlot y
con radiaciones borgianas; próximo a la escritora y pintora surrealista
Leonora Carrington y también a Paul Klee, y marcado por un interés
creciente por Oriente, en concreto por el pensamiento zen, alentado por
la lectura del mexicano José Juan Tablada. Todos estos nombres, a los
que se pueden añadir los de Bataille, Brice, Lovecraft, Schwob, el Italo
Calvino de Las ciudades invisibles, y desde luego el del creador de
Peter Pan, J.M. Barrie, son el riego sanguíneo de este poemario en
prosa, con alguna excepción, en que la imaginación destrona al tiempo y
al espacio para crear una existencia única traspasada por el deseo y la
rebeldía, plena de vislumbres de ternura y rasgos irónicos; una
existencia entrañada en la niñez como estado permanente que permite ir
hacia el yo sin ninguna limitación, trabada siempre a los sueños,
respiración de la propia materia en cuanto realidad primaria,
engendradores y amanecientes. Todo ello sin perder su tensión reflexiva,
como se comprueba en estos versos con resonancia clásica: “¿Era sucio
nacer? / Ahora ya sabes que no se puede amar lo que no duele. / Peor
fuera no ser; por eso existes. / La inconcebible nada te precede. /
Privados del asalto feroz de las imágenes, del latigazo atroz / en los
sentidos, desvariamos. Nunca vivir dejó de ser un sueño. / Qué triste
ruido sórdido la vida. / Sólo los niños gozan escuchándola”.
Del
rigor en el juego, que tiene como epílogo un “Acróstico desde el
Serraestudio”, escrito por el poeta y crítico Ángel Rodríguez Abad, cuya
lectura es imprescindible, es una apuesta más de la editorial Calambur
por nombres que sin pertenecer al canon de la poesía española
contemporánea son, como en el caso de José Ignacio Serra, autores de una
obra original, por la fuerza de su inventiva y sus lianas con lo
primordial, que está impregnada de sabiduría literaria y que genera una
profunda emoción en los lectores. Una obra tan necesaria como su verdad y
hondura.
Revista Mercurio
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