Insurgente y cabal
Por Manolo Romero
Porque las ediciones de los libros de poesía son cortas y se promocionan poco, desaparecen pronto, y se crean grandes vacíos de referencia para los nuevos lectores, como ha ocurrido con Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1943). Gracias a Calambur se rescata en magnífica edición su poesía completa, que reúne más de cuatrocientos poemas en quince libros.
Comienza la obra con un prólogo extenso y erudito de Francisco J. Peñas-Bermejo que crea la temperatura de empatía y anima a sumergirse en la lectura de Insurgencias. Hay al principio una cita metafórica, es un flash clarividente que inquieta: “Desde Amiens en 1975, Carlos Edmundo de Ory, otro gaditano, dedicó un largo poema a Antonio Hernández, en el que escribió: "Reposa tu cabeza y allí donde descanse/verás cómo se agrupan los zafiros del mundo". Justo en este instante (de verdad), me llaman por teléfono para decirme que acaba de morir Carlos Edmundo de Ory; esta coincidencia me sacude como un calambrazo y me seca… Ya no sé si hablar de Insurgencias o de Carlos Edmundo, a quien tanto admiro, sorpresa gaditana, como Antonio.
Igual que tienen los negros jamaicanos la raza canon para el atletismo y la belleza corporal, Carlos, como Antonio, y algún poeta de Cádiz, tienen la inteligencia prototipo para la poesía.
Lo que escribe Antonio Hernández en cualquiera de sus facetas (artículo periodístico, ensayo, relato, novela, y por supuesto poesía) es siempre potable, muchas veces memorable, y ha obtenido premios destacados en todos los géneros. Estamos ante un escritor de fondo, un atleta literario. Pero, sobre todo, ante un poeta. Un hombre con un diseño sicológico muy especial y una facultades extraordinarias para cazar los vientos de la poesía. “Reposa su cabeza y allí donde descansa se agrupan los zafiros del mundo”.
No son ditirambos estos trazos de admiración, es que estoy aún asombrado tras la lectura seguida de su obra poética que reúnen esos dos tomos. Hace tanto que no leía “El mar es una tarde con campanas”, que regala a su musa Mari Luz… que he vuelto y revuelto a sus poemas para evocar las sensaciones de la infancia, la adolescencia, la juventud... En el primer poema del libro comienza su vital y esperanzadora caminata existencialista: “Como el hombre que pierde una cosecha, con la tristeza noble del que llena / sus ojos de un frescor desordenado, / por la inmensa llanura / comencé a caminar”. Una precoz obra maestra, arrebatadora por el enfoque de la situación poética, por el afinamiento expresivo, por el oficio versificador. La secuencia de sonetos al final del libro es una suite gloriosa. Y la delicadeza para especiar los poemas con brisas de sus lecturas (J. Guillén, M. Hernández, Claudio R., J. Hierro…), y la presencia de ánimo, el temblor, la gracia verbal, el tuétano, en fin.
Si esta primera cara del prisma asombra, las sucesivas, Oveja negra (1969) Donde da la luz (1978)… hasta la más reciente A palo seco (2007) siguen sorprendiendo por las renovaciones tonales y temáticas, como la ironía dentro de las poemas sociales, el sarcasmo en los filosóficos, la mirada analítica y penetrante en los contemplativos, el desgarro. Fíjense en este fragmento de sus últimos poemas, un autorretrato de su dualidad en los oleajes de la vida:
Yo y el que nunca quiere caso hacerme
o ése al que nunca le hago caso yo,
mi doble que me incita cuando yo me detengo,
el que se para en seco cuando yo me adelanto,
quien mira los crepúsculos con heredad de dioses
y exhibe los cubiertos del pobre, no la espada
del soldado, las huellas, no las botas,
el que airea el mantel, no una bandera,
y el otro, el que es más frío, el que suma los números,
el que cuenta el dinero, ordena los papeles voraces del fulgor,
cree en el enemigo y lo alimenta,
con todo el cielo encima, con el abismo abajo,
la ambición y el pudor, la vida veleidosa y la más recogida,
yo y mi espejo de sombras tutelares,
él y mi espejo trasparente de tinieblas…
Termina su recorrido despidiéndose con un poema cenotafio, panteísta, de contenido lirismo: “Adios en Arcos”:
Si no lo expliqué bien, vuelvo a decirlo
Cuando me muera quiero que me quemen
y arrojen mis cenizas por la Peña de Arcos.
De esta manera iré a parar al río
donde bañé mi infancia y juventud
purificándolas de mis muchos errores.
Algún vencejo o algún alcaraván
me acogerá en sus alas. Incluso algún jilguero
o un dulce chamariz al picar en las frutas
del Llano de las Huertas
añadirá a su canto algún secreto mío,
su inédita sustancia. Y será el canto suave
al que apenas la vida me dio opción.
Nada de preces, nada de misereres.
Quiero que se haga todo con discreta ternura.
Y si alguien no quiere reprimir un sollozo
que piense cómo todo, hasta la primavera,
contiene su naufragio, y que tendré la suerte
del aire que se integra en la belleza de Arcos
con naturalidad, anónimo. Y eterno.
Aviso para lectores que se inician y para los olvidadizos. Esta obra es imprescindible, su autor es uno de los instrumentos solistas más importantes de la poesía sinfónica.
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