La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Miguel A. Varela
Diario de León, 22/06/2012
Hay
libros que los carga el Diablo. Abres una página en las Islas Caimán y
en el noroeste peninsular un cohete de feria puede derribar un
helicóptero de la policía. Por eso hay que abrir los libros con la
delicadeza de un artificiero o puedes acabar como aquel manchego
escuálido que enloqueció leyendo novelas como de
templarios-busca-griales y murió diciendo «ahora lo comprendo todo».
Hay
libros que envuelven su nadería en portadas hermosas y vacías como un
perfume caro y otros que disparan desde su primera página con balas de
nube directas al corazón. En la portada de «Un hombre llamado teatro»
aparece el aula de un polaco loco que decía ser Tadeusz Kantor y hacía
llorar a los maniquíes lágrimas de una infancia clavada con precisión de
relojero en el disco duro de la memoria. Y dentro se ha colado otro
loco al que llamaban Fernando Urdiales, que abandonó un empleo fijo en
el psiquiátrico para montar una perturbadora compañía de teatro que anda
por los páramos de Celama recitando a Calderón y renegociando deudas.
Los
amigos le han hecho un libro colectivo que es una sinfonía en el que
sale Fernando desnudándonos con la mirada de Boris Karloff y una sonrisa
de arcipreste ateo que abre libros para buscar a Dios y los cierra
charlando con el Diablo. Es lo que tiene el viaje desde el dogma maoísta
a la modernidad del auto sacramental sin renunciar al uso no moderado
de las drogas legales.
Hay otro libro en cuya portada salimos
todos. Se basa en la obra de un alquimista atrapado en una ciudad de
provincias fea, católica y sentimental. Decía llamarse Amalio Fernández y
en los años cincuenta, a las afueras de Ponferrada, introdujo a un
hombre en una gabardina que camina con paso decidido al borde de la vía,
cargando en el hombro (poco sé de instrumentos) un laúd, quizá una
bandolina, tal vez una bandurria.
Es una foto que Amalio disparó
hace sesenta años y que hoy nos muestra el camino hacia la niebla de
nuestro porvenir. Ilustra la tapa de La bicicleta del panadero, otro
libro cargado por el Diablo de los presagios que firma uno que a veces
se hace pasar por un tal Juan Carlos Mestre.
Este es un libro que
hay que abrir con traje de faena porque te mancha las manos de harina,
te arroja a la cara más preguntas de las que se pueden contestar y te
enfrenta a la música de los acordeones huérfanos.
Pero, ahora que
lo pienso, ¿qué hace uno escribiendo sobre libros que muy pocos leerán
en este territorio comanche donde los alcaldes toman café con escolta
policial, los concejales se encierran en horas de oficina y el único
producto con posibilidades comerciales es la maleta? Esto va a ser cosa
del diablo, que no perdona a los pecadores amarrados a esas antiguallas
encuadernadas.
Diario de León
No hay comentarios:
Publicar un comentario