viernes, 25 de enero de 2013

Reseña: Especímenes tipográficos españoles. Catalogación y estudio de las muestras de letras impresas hasta el año 1833, de Albert Corbeto, en Cuadernos de Aleph

Especímenes tipográficos españoles. Catalogación y estudio de las muestras de letras impresas hasta el año 1833, de Albert Corbeto
Guillermo Gómez Sánchez-Ferrer
Cuadernos de Aleph, número 4, 2012 

Breve historia de las letras españolas
 

Hace ahora apenas unos días que la prensa española celebraba la llegada a las librerías de la Península del ensayo de humor Es mi tipo. Un libro sobre fuentes tipográficas del periodista británico Simon Garfield como fruto de una tradición puramente inglesa, cristalizada en diversos estudios sobre historia de la imprenta, en contraposición con «el profundo analfabetismo tipográfico de nuestro país». Sin embargo, los aficionados a los estudios bibliográficos sabrán que el año pasado Albert Corbeto, historiador del arte vinculado profesionalmente a la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona dedicado al estudio de la imprenta y la tipografía españolas, publicaba en la editorial Calambur su estudio Especímenes tipográficos españoles, que poco tiene que envidiar al libro de Garfield. Quien se adentre en las páginas del volumen publicado dentro de la colección Biblioteca Litterae, consagrada en exclusiva a estudios relacionados con la historia del libro, se encontrará con el mundo de la imprenta manual y el comercio que detrás de ella existió tanto de tipos –promocionados en hojas sueltas con las nuevas muestras de letras– como de otros materiales relacionados con el oficio del editor-impresor.

Es de justicia señalar que ha sido larga la ausencia por parte de los estudiosos –bibliógrafos e historiadores– a la hora de atender a la industria tipográfica, objeto igualmente interesante para la literatura, pues con tipos se componen los textos que se dan a las prensas, y para la historia del arte, pues el diseño de las letrerías y su composición en el taller de imprenta responden también a una intención estética. Además, si hasta principios del siglo XX esta disciplina no tuvo la suerte de contar con un estudio de conjunto, a partir de la aparición delos Printing types. Their history, forms and use (Harvard University Press, 1922) del tipógrafo estadounidense Daniel B. Updike poco más se ha avanzado en el conocimiento de los juegos de letras diseñados por artesanos españoles. Llenando ese hueco que hasta ahora teníamos en la historia de la imprenta, Albert Corbeto ha escrito una breve historia de las letras españolas –literalmente– a partir de las muestras impresas que se han podido recuperar desde finales del siglo XVII, cuando los primeros abridores de punzones se propusieron crear un mercado interno en la Península que permitiese el autoabastecimiento, hasta 1833, año del último pliego de letras conservado antes de la muerte de Fernando VII y testimonio de las postrimerías de la impresión de textos de manera tradicional.

La historia de la etapa dorada de la tipografía española que aquí se traza es el reflejo más familiar de una realidad sociopolítica más amplia, es la intrahistoria del mercado del libro durante algo más de siglo y medio en el que las prensas españolas conocieron desde el teatro de Calderón de la Barca hasta los primeros artículos de Mariano José de Larra recogidos en los periódicos de principios del XIX.

El curioso lego disfrutará con la lectura de los Especímenes tipográficos, a poco que se arme de paciencia para no desistir ante un discurso demasiado histórico, cuando descubra que las fuentes de letra que suele utilizaren su ordenador nacieron hace varios siglos de la mano de orfebres como Garamond –curiosamente llamado igual que el tipo de letra que aparece en su procesador de texto–, Ganjon, Le Bé, Guyot, Haultin o van denKeere o cuando descubra que lo que hoy la informática mide en puntos, se medía antes en grados de nombres tan sonoros como Glosilla, Breviario, Lectura, Atanasia, Texto, Parangona o Peticanon.

Al filólogo y al historiador, sin embargo, le interesará más saber que las vicisitudes de los impresores y tipógrafos siempre estuvieron ligadas al favor de los gobernantes y que el fracaso continuado de la industria española en el diseño de tipos desde el primer intento de Pedro Dises, allá por los últimos años del siglo XVII, no ha tenido mejor suerte más tarde a pesar de que las inversiones ocasionales nos hayan dejado joyas como la edición hecha por Joaquín Ibarra de La conjuración de Catalina de Cayo Salustio (el Salustio) impresa con los tipos diseñados por Antonio Espinosa de los Monteros, probablemente el punzonista más importante de nuestro país, que mereció ser considerada como «la gran obra maestra de la imprenta española» (38). Tal y como explica Corbeto en las páginas de la introducción del libro, tras un rebrote por el interés tipográfico que tiene su cumbre en la segunda mitad del siglo XVIII, el estado atiende a la formación de punzonistas conforme a su situación económica y la cultura de los dirigentes que ven en ello alternativamente un gasto o una inversión que redunde en beneficio de la propia Imprenta Real, institución que a la postre imprimía buen número de textos estatales. Y todo ello a pesar de que en España es donde tenemos uno de los primeros muestrarios de letras de imprenta, mucho anterior a los especímenes específicamente creados para la venta de material de los que nos habla Corbeto, que es el Arte subtilissima por la cual se enseña a escribir perfectamente de Juan de Icíar (Zaragoza, Pedro Bernuz, 1550); y todo ello a pesar de que en España tenemos uno de los primeros tratados de composición dedicado a los impresores, la Institución y origen del arte de la imprenta de Alonso Víctor de Paredes (c. 1680).

A través del estudio de la venta de letrerías y del diseño de nuevas caligrafías Albert Corbeto nos está dando el envés de la sociedad difundida en letras de molde en su realidad más comercial, con brevísimas excursiones hacia los impresores que durante más de siglo y medio proveyeron de lectura a los aficionados a la literatura. No deja de ser significativo, desde un punto de vista sociológico y literario, saber que la magna edición del Quijote que preparó Joaquín Ibarra (Madrid, 1780) para la Real Academia Española vio la luz en todo su esplendor gracias a la nueva fundición de la tipografía de Jerónimo Gil que se guardaban en la Real Biblioteca. Del mismo modo, los interesados en la prensa del siglo XVIII no pasarán por alto el hecho de que tanto el Mercurio como la Gaceta tuvieron desde el principio algún tipo de privilegio real que ayudara a hacer realidad esos periódicos, salvando así «el alto coste de los juegos de matrices y la dificultad que para un impresor particular suponía su importación de los centro productores europeos» (45), y que no tardó el Estado en comprar ambas publicaciones junto con los correspondientes materiales utilizados por Miguel José Daoiz y Francisco Miguel Goyenche, respectivamente, provocando con ello que durante el último tercio del siglo XVIII la Imprenta Real se convirtiese en la Imprenta de la Gaceta.

Aún más les interesará saber a los conocedores de la literatura y la cultura (pre)romántica que «a principios del siglo XIX el público lector ya no requería tan solo libros sino también otro materiales de información práctica, como periódicos, catálogos comerciales, carteles, anuncios, etcétera. Los nuevos impresos que demandaban las sociedades surgidas de la revolución industrial estimularon las fundiciones tipográficas»(60). Los incipientes lectores de artículos políticos, de leyendas o de cuadros de costumbres se acercaron a la literatura de manera masiva y por primera vez desde la doble experiencia estética que implica tanto el contenido del libro como su presentación en página, asociada a los avances técnicos y la facilidad de difusión –de textos e imágenes– que ello supuso. Los diseñadores de tipos en esta época, como lo demuestran las Muestras de los caracteres de la fundición de J. B. Clement-Sturme (1831), no debían de ser ajenos a la presencia de ese público lector cada vez más abundante y cada vez menos cultivado que accedía ahora a la letra impresa. Es muy probable que esta sea la razón de que quienes se dedican al diseño de nuevos tipos aboguen por unas letrerías de grado mayor que la omnipresente Lectura de épocas pasadas y por diseños de fantasía antes inexistentes.

El mérito de Corbeto en este libro es doble: no solo ha sido capaz de plantearnos el panorama de una de las realidades culturales más ocultas de la historia del libro sino que además ha descrito y clasificado, tras una breve nota metodológica (en el segundo apartado de la monografía), todas las muestras de tipos conservadas en las secciones tercera y cuarta del libro. En estos capítulos ofrece reproducciones parciales de setenta y dos de esos pliegos comerciales minuciosamente analizados en las partes anteriores, lo que convierte los Especímenes tipográficos españoles en una obra de consulta para todos los investigadores que se sirvan de las bondades de la bibliografía material a la hora de trabajar con el fondo antiguo y estudiar la difusión y recepción de los textos compuestos durante la época de la imprenta manual.

El libro termina con un índice de punzonistas, fundidores e impresores y un registro de la localización de los ejemplares mencionados en el trabajo que facilitan el trabajo a quienes sigan esta línea de investigación que ha despertado muy recientemente la atención de estudiosos y tipógrafos de la era digital de manera paralela. No cabe duda de que la obra de Corbeto fija la dirección que habrán de seguir los estudios tipográficos y da los primeros pasos hacia una mejor comprensión del mercado del libro español anterior a 1833.

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