El Norte de Castilla, 24 de julio de 2010
En el alba de un beso
La temática de Javier Lostalé apuesta por la fugacidad del hombre y la dicha, por los misterios del corazón y una sobria comunión con la naturaleza
Por Jorge de Arco
Hace más de tres décadas, en un breve ensayo sobre La posibilidad de la alegría, Julián Marías sentenciaba: "La felicidad es imposible, pero no por ello deja de ser necesaria". Recuerdo sus palabras en tanto memoro aquel hermoso poema saliniano "La felicidad inminente", inserto en Razón de amor: "Terror terrible, inmóvil./Es la felicidad. Está ya cerca". "Miedo, temblor en mí", dice poco antes. ¿De dónde esa sensación pavorosa, ese temor a lo que se supone dicha, gozo? No es lugar este para detenerse en tal interrogante, acicate que incita a ahondar en ese poema y en cuanto plantea. PEro acaso la clave esté en lo que resumió otro poeta: "Felicidad, relámpago", un fogonazo, un soplo, un ave fugacísima de la que apenas retenemos el latido de su cálido plumón. Empero —Barral dixit— "Oh, rápida, te amo".
Y es que, cuando al amor concierne, lleva colgado indefectiblemente un medallón de oro. ("Sol de oro/ de verdad!", exclama Manuel Machado), pero sólo áureo en su cara, pues que su cruz —falsa moneda— es de cobre y ceniza, negra luna de mentira. No me atrevería a escribir, con Lope, "quien lo probó, lo sabe", para que no se piense que el crítico respira por la herida. Pero escrito está, y da cuenta de esa doble faz del amor. Y como tal hay que aceptarlo.
En su Figura en el paseo marítimo (1981) el poeta madrileño anotaba "Extinguirse puede el amor/ mas no su bella latitud…/ … Extinguirse puede el amor/ mas no su resonada vida tonal". Tanto tiempo después, se reafirma en aquella sentencia, pero su perspectiva es diferente. La experiencia pretérita, los años ya vividos y los caminos hollados, le devuelven una voz más madura, mas no por ello menos intensa: "Despuéblame desde tu reino invisible/ y resbala las yemas de tus dedos por mi cielo ardido./ Cuerpo así volverá a tener la memoria de nuestra ceniza".
Conocedor de que el sabor de la pérdida acucia, que la derrota es ahora fiel aliada, su verso y su conciencia pretenden alzar el vuelo desde el fulgor mágico de la palabra.
Tal vez cercano a la sentencia del galo Jean Pierre-Jean-Louve, "La poesía, como el amor, está sometida a una secreta prohibición", Javier Lostalé va desnudándose líricamente con un fervor que sustenta su deseo, pero que no implica la reciprocidad que él pretendiera. En tanto, su cántico se torna ausente y angustiado: "Encendidos manantiales oscuros/ me inundan sin hora/ con las pulsaciones de tu desnudo, / mientras sin aire me hundo/ en el alba de un beso/ transpirado hasta la lágrima…/ … Como una tormenta respiras dentro de mí/ exhala existencia de lumbre muerta/ que sin término abrazo/ hasta el cielo de tu sombra".
Lo que una vez fuera caricia, posesión, juvenil efervescencia, no es ahora sino cicatriz, distancia, hálito quebrado; sin embargo, desde su alma profunda, sigue —y seguirá— resonando la voz amante e imborrable de cuanto existió; "Y en soledad te resucito/ para decirte que te amo".
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