Granada Cultural, 31 de julio de 2010
La habitación poética de Guadalupe Grande
Por Jorge de Arco
Cuatro años después de dar a la luz el que fuera su tercer poemario, La llave en la niebla, Guadalupe Grande retoma el pulso poético con Hotel para erizos (Calambur, Madrid, 2010).
Esta madrileña del 65, con un amplio recorrido como crítica, editora y poetisa, ha vertebrado en esta su nueva andadura un libro donde da cuenta del devenir múltiple y cambiante de la realidad. Desde el lado opuesto al que pueda fijar la costumbre, su verso se dirige hacia la exaltación del poder de la imaginación metafórica, en un intento de aprehender con la palabra la turbación que conlleva la desoladora y solitaria existencia. Su sorpresivo decir va convirtiendo los hechos vitales en un caleidoscopio lírico e integrador que hace de la celebradora cotidianeidad una latidora manera de fulgurar los instantes: "Lo que cabe en una mano/ cuando un cuerpo es del tamaño de su sombra y la mirada/ sobre ese cuerpo el tamaño de la luz".
Su yo poético se enfrenta a la resistencia natural de las cosas y ensaya un itinerario novedoso por donde tornar su soledad en lugar común y propicio para la memoria. Sabedora de que hay que amar la vida para querer volver a vivirla, la autora madrileña extiende un puente de renovadora inmortalidad a lo largo y ancho de estas páginas. Para ello, es necesaria una metamorfosis del espíritu que permita al ser humano adiestrar su conciencia y despojarse de las hebras y tejidos que oscurecen su materia, porque "el universo es un misterioso laberinto de compensaciones: un trozo de pan de ayer, un dedal e aceite: la pobreza…/ … Nada de cuanto ha sucedido existe sin quedar suspendido en los átomos del duelo, mínima vibración entre lo vivo y lo vivido. Las palabras ¿habitan en su signo o en el sonido de la sombra?".
Auque dividido en dos apartados, el poemario tiene un aliento único, en el que entra en juego un ciclo que va tejiendo las trampas del tiempo, de la deslumbrante fertilidad del mundo, de la alada feminidad, de los lazos ardientes que entornan el paladar, de las venas que desangran el ritual lacerante del amor, de las violetas y las espinas que circundan el odio, de la tácita seducción que llama a la remembranza: "Todo se ha ido y sólo queda regresar/ centinela ante el azogue de la piel, regreso mudo de luz y hierbaroma que atraviesa la infancia y la cicatriz".
Desde esa sed se enrosca en el corazón con mimbres elegiacos, Guadalupe Grande derrama su voz más allá de su propia subjetividad, lo que contribuye a que su cántico supere las fronteras del intimismo y la sentimentalidad. Y aún cabe un puñado de semillas para sembrar que la Naturaleza nos concedió una vez y que ahora se desdora tras las pupilas de la derrota: "Llega el erizo con una lágrima en cada espina,/ viene a verte, /viene del bosque y su cartografía de raíces …/ … Te asomas desde su boca hacia la luz y piensas que la noche ha de ser así,/ esa constelación de lágrimas que fueron espinas, de espinas que fueron tiempo, de luz que calcina la herida y deja esta pequeña joya sobre tu mano infantil".
En suma, un hotel de versos con habitaciones pobladas de perplejos silencios, que muerden los besos idos, las islas habitadas, la frágil caligrafía de un espacio irredento al que poder regresar.
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