El Norte de Castilla, 18 de septiembre de 2010
Calambur publica, en dos cuidados volúmenes, la poesía reunida del gaditano Antonio Hernández entre los años 1986 y 2007
Por Carlos Aganzo
Te dicen que hay un mar con la extensión de tu deseo». Con esta dedicatoria se abre el capítulo titulado 'El río', perteneciente al poemario 'El mar es una tarde con campanas', con el que Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) se estrenó en el universo de la poesía española en 1965. Excluido por los críticos, por edad y por predicamento estético, de la llamada Generación del 50, el gaditano se embarcaba entonces en una apasionante misión que le iba a llevar a surcar, de manera ininterrumpida durante más de cuarenta años, todos los mares de un deseo poético perenne, riquísimo, extensamente intenso en su expresión.
Entre 1965 y 2007, años en los que se centra la poesía reunida ahora bajo el título de 'Insurgencias', Antonio Hernández ha escrito quince libros de versos, miles de artículos periodísticos y algunas novelas; ha pasado desde la más pura efusión lírica hasta el más descreído existencialismo; ha militado en los versos más musicales y en las tonadas más secas..., pero nunca ha dejado de mantener esa actitud deliberadamente poética que distingue tanto su vida como su obra. A pesar de su reivindicación de esa memoria «que nos constituye», a pesar de la permanencia de los grandes aromas de Andalucía, a pesar de los ecos profundos del mar de su infancia (y de todos los años de su vida), a pesar del recurso perpetuo al universo amoroso, que permanece a pesar de la mudanza de los años, en cada nueva entrega poética Antonio Hernández se sigue empeñando en afirmar su «canto de ahora», sus flores nuevas ante la vieja sustancia del vivir continuo: «Nada se olvida nunca», nos dice en 'Homo loquens' (1981), «sino que se rehace / como en la primavera / donde cambian las flores / y no cambia el aroma».
Encontrarse así, de manera lineal y cronológica, el grueso de la poesía de Antonio Hernández constituye sin duda una experiencia. La experiencia de descubrir cómo el espíritu rebelde del poeta permanece indomable en su obra, por más que cambien los tiempos, las percepciones, los estilos.
Este es mi canto ahora, nos dice una y otra vez este poeta tan andaluz y tan madrileño, uno de los mejores, en palabras de Francisco Umbral, de «aquella generación que quizá fue la penúltima del Café Gijón», el mismo que ha sabido andar con los sentidos a flor de piel y que ha querido denunciar, en un grito de libertad, a los mercachifles, los zascandiles y los animadores culturales que le llevaron una y otra vez al desencanto. Cierto es que entre 'El mar es una tarde con campanas' y 'A palo seco' hay una gran distancia: pero en ninguna ocasión, por distintos que soplen los vientos, se deja de oír el latido del corazón del poeta. Incluso cuando el cantor más renuncia al sonido de fondo de las guitarras, los gitanos y los cantaores de la Andalucía del mito, más se escucha, desnudo, el compás que marca toda la poesía de Antonio Hernández. Los premios (el Nacional de la Crítica, el Rafael Alberti o el Gil de Biedma), las peripecias biográficas y personales, o las distinciones, no hacen sino señalar pequeños hitos en un proceso creativo que nunca se detiene. «Todo menos quedarnos mano sobre mano», como diría su paisano arcense Julio Mariscal en una de las citas que abren 'Donde da la luz' (1978), uno de sus libros de mayor acento sureño.
En no pocos momentos de su carrera poética, Antonio Hernández se ha sentido algo así como una 'oveja negra'. Lector de permanentes referencias literarias, desde Machado y Miguel Hernández hasta su cercanísimo Carlos Edmundo de Ory (ese que le dijo en un poema que en su cabeza se agrupaban «los zafiros del mundo»), el poeta ha querido siempre, sin embargo, reivindicar su libertad, su capacidad de emocionarse con los versos ajenos pero de saber llorar, sobre todo, «por lo que no conozco y he sentido»; el misterio de lo poético. Así desde la exuberancia sentimental hasta el demoledor laconismo de un poema como 'Eutanasia', incluido en 'A palo seco', en el que nos dice, tan sencillamente:
«Procura que no sea
la muerte
quien te quiera.
Procura no encontrártela
de siega.
Y si llega
procura no entretenerla».
Te dicen que hay un mar con la extensión de tu deseo». Con esta dedicatoria se abre el capítulo titulado 'El río', perteneciente al poemario 'El mar es una tarde con campanas', con el que Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) se estrenó en el universo de la poesía española en 1965. Excluido por los críticos, por edad y por predicamento estético, de la llamada Generación del 50, el gaditano se embarcaba entonces en una apasionante misión que le iba a llevar a surcar, de manera ininterrumpida durante más de cuarenta años, todos los mares de un deseo poético perenne, riquísimo, extensamente intenso en su expresión.
Entre 1965 y 2007, años en los que se centra la poesía reunida ahora bajo el título de 'Insurgencias', Antonio Hernández ha escrito quince libros de versos, miles de artículos periodísticos y algunas novelas; ha pasado desde la más pura efusión lírica hasta el más descreído existencialismo; ha militado en los versos más musicales y en las tonadas más secas..., pero nunca ha dejado de mantener esa actitud deliberadamente poética que distingue tanto su vida como su obra. A pesar de su reivindicación de esa memoria «que nos constituye», a pesar de la permanencia de los grandes aromas de Andalucía, a pesar de los ecos profundos del mar de su infancia (y de todos los años de su vida), a pesar del recurso perpetuo al universo amoroso, que permanece a pesar de la mudanza de los años, en cada nueva entrega poética Antonio Hernández se sigue empeñando en afirmar su «canto de ahora», sus flores nuevas ante la vieja sustancia del vivir continuo: «Nada se olvida nunca», nos dice en 'Homo loquens' (1981), «sino que se rehace / como en la primavera / donde cambian las flores / y no cambia el aroma».
Encontrarse así, de manera lineal y cronológica, el grueso de la poesía de Antonio Hernández constituye sin duda una experiencia. La experiencia de descubrir cómo el espíritu rebelde del poeta permanece indomable en su obra, por más que cambien los tiempos, las percepciones, los estilos.
Este es mi canto ahora, nos dice una y otra vez este poeta tan andaluz y tan madrileño, uno de los mejores, en palabras de Francisco Umbral, de «aquella generación que quizá fue la penúltima del Café Gijón», el mismo que ha sabido andar con los sentidos a flor de piel y que ha querido denunciar, en un grito de libertad, a los mercachifles, los zascandiles y los animadores culturales que le llevaron una y otra vez al desencanto. Cierto es que entre 'El mar es una tarde con campanas' y 'A palo seco' hay una gran distancia: pero en ninguna ocasión, por distintos que soplen los vientos, se deja de oír el latido del corazón del poeta. Incluso cuando el cantor más renuncia al sonido de fondo de las guitarras, los gitanos y los cantaores de la Andalucía del mito, más se escucha, desnudo, el compás que marca toda la poesía de Antonio Hernández. Los premios (el Nacional de la Crítica, el Rafael Alberti o el Gil de Biedma), las peripecias biográficas y personales, o las distinciones, no hacen sino señalar pequeños hitos en un proceso creativo que nunca se detiene. «Todo menos quedarnos mano sobre mano», como diría su paisano arcense Julio Mariscal en una de las citas que abren 'Donde da la luz' (1978), uno de sus libros de mayor acento sureño.
En no pocos momentos de su carrera poética, Antonio Hernández se ha sentido algo así como una 'oveja negra'. Lector de permanentes referencias literarias, desde Machado y Miguel Hernández hasta su cercanísimo Carlos Edmundo de Ory (ese que le dijo en un poema que en su cabeza se agrupaban «los zafiros del mundo»), el poeta ha querido siempre, sin embargo, reivindicar su libertad, su capacidad de emocionarse con los versos ajenos pero de saber llorar, sobre todo, «por lo que no conozco y he sentido»; el misterio de lo poético. Así desde la exuberancia sentimental hasta el demoledor laconismo de un poema como 'Eutanasia', incluido en 'A palo seco', en el que nos dice, tan sencillamente:
«Procura que no sea
la muerte
quien te quiera.
Procura no encontrártela
de siega.
Y si llega
procura no entretenerla».
http://www.nortecastilla.es/v/20100918/cultura/flores-nuevas-aroma-antiguo-20100918.html
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